Delibes

En Buenos Aires me llegó la noticia de la muerte de Miguel Delibes y el sentimiento fue de inevitable orfandad. Ya ven que en este blog su nombre siempre estuvo el primero en la lista de enlaces a webs literarias. Delibes era para mí hasta ahora el más importante escritor español vivo y apoyé la campaña para que le otorgaran ese Premio Nobel que no llegó. Pero, además de su valía literaria, admiraba su compromiso con los valores humanos, con el medio ambiente, con la denuncia de las injusticias sociales, que le convertía en una de las plumas más limpias y honestas de las letras hispanas.


El que constituyera para mí una referencia personal tiene también mucho que ver con que mis raíces están en ese mundo rural que tan magistralmente reflejó el autor vallisoletano. Incluso la primera parte de la novela con la que ganó el Premio Nadal en 1947 y se dio a conocer, La sombra del ciprés es alargada, narra las vivencias de un joven estudiante en la ciudad de Ávila, como lo fui yo mismo durante mi Bachillerato.

Cómo no sentirme identificado con El Camino, con Viejas Historias de Castilla la Vieja, o con tantos títulos de su narrativa, donde aparecen esas constantes del universo creativo de Delibes: el hombre, la naturaleza, la soledad, la autenticidad... Cómo no sentirse concernido por Cinco horas con Mario, el monólogo de la mentalidad conservadora, materialista, estrecha de miras, ante un cadáver que es el mudo símbolo del idealismo incomprendido. Cómo no entender la perplejidad del protagonista de El disputado voto del señor Cayo, el choque entre el marketing y la demagogia electoral, por un lado, y, por otro, la riqueza personal que late en el solitario habitante de un pueblo abandonado, que parece tener bastante más que ofrecer –sus valores, su sencillez, su sabiduría popular, su cultura campesina y tradicional- que quienes van a solicitarle el voto con promesas vanas, frases hechas y tópicos electoralistas. Cómo no conmoverse con Los santos inocentes, ese humanísimo alegato contra las injusticias del caciquismo rural de otro tiempo, con un magistral retrato de sus personajes. Cómo eludir la reflexión cuando se lee Un mundo que agoniza, el discurso de ingreso de Miguel Delibes en la Real Academia, el breviario que recoge su lucha contra un falso progreso que implica deshumanización. En sus páginas encontramos la belleza de su prosa, el interés de los datos que ofrecía, el diagnóstico de un mundo que ya entonces había hecho de la competitividad, del materialismo y del consumismo sus motores, el apunte hacia una revolución ética, una apuesta por “ensanchar la conciencia moral universal” y una denuncia de la desalentadora dicotomía que entonces representaban dos sistemas enfrentados, capitalismo y comunismo, que nos hacían elegir entre la injusticia social o la falta de libertades políticas: “el hombre, ciertamente, ha llegado a la luna, pero, en su organización político-social continúa anclado en una ardua disyuntiva: la explotación del hombre por el hombre o la anulación del individuo por el Estado”. Y todo en una obra que contiene ecología, sociología, filosofía y literatura unidas.

En una entrevista periodística decía Miguel Delibes: “El problema laboral me aterra, porque el actual número de parados parece que no ha tocado techo y que se puede llegar a los cuatro millones o cinco millones. Esto me inquieta, sobre todo si pienso que estamos tratando esta crisis (…) como se hace de un modo tradicional: esperando (…) a que las cosas se arreglen. A veces pienso que habría que afrontar esta crisis de un modo distinto, de una manera totalmente revolucionaria”. Por otra parte destacaba que “hoy hablamos de crisis económica, pero nos olvidamos de la crisis moral”. ¿Cuándo creen que dijo esto? ¿hace unas semanas? ¿meses tal vez? ¿un año? No, yo leí y guardé esta entrevista hace más de veinte años, en otra de las crisis cíclicas a las que nos tiene acostumbrados el capitalismo.

Nos queda su obra literaria, que nunca morirá mientras haya lectores. Pero con la desaparición de Miguel Delibes perdemos ese testimonio permanente, esa independencia, un juicio honrado y lúcido de los que tanta falta nos hacen en estos tiempos.

(Ilustración: retrato de Miguel Delibes, por Johann Sebastian Art -María José García Silvestre-).

Flores de Bach

Regreso de Argentina, con desgana y arrastrando los pies. Echo de menos todo lo que dejo atrás. No me gusta lo que voy a encontrarme aquí a corto plazo. Como en el viaje anterior, no me caben en la valija -que dirían allá- los discos, los libros, los dulces, la artesanía indígena, los cachivaches de San Telmo, las vivencias, las risas continuadas de estos días y las montañas de afecto con las que me obsequian cada vez que voy.

Abro el buzón y saco el correo acumulado. Entre cartas de bancos y publicidad de empresas, encuentro un voluminoso sobre que el cartero ha metido a presión. A pesar de que venía muy protegido, se ha roto y derramado por completo un pequeño frasco que alguien me envía. Es el Rescue Remedy, “una mezcla de cinco flores de Bach” que recomiendan utilizar “en caso de inquietud y en períodos difíciles” porque “equilibra rápidamente el estado de ánimo”.

Ya lo conocía. Hace un par de años, el azar me hizo dar con una chica inteligente, divertida, inquieta y soñadora. Con ella compartí algunos pequeños momentos inolvidables, sufrí y disfruté. No sé si ella es consciente, pero por primera vez en mucho tiempo volví a sentirme vivo. Un día, conociendo -y padeciendo indirectamente- mi estrés, decidió regalarme un frasquito de este producto. Durante una temporada lo estuve tomando y luego lo dejé.

Ayer, cuando abrí ese sobre, enviado por una amiga a la que quiero mucho, me encontré el mismo Rescue Remedy, que parece que también consideraba adecuado para mí en estos momentos. Venía acompañado por más regalos y por unas palabras que abrazaban. Da igual que llegara roto: me puedo volver a tomar gotas del frasco anterior, que veo que no ha caducado, o comprar uno nuevo. Lo importante es otra cosa.

Me parece que nunca sabré si estas gotas hacen realmente efecto o no. Pero sí que sé a ciencia cierta que en mí tienen cuando menos efecto placebo. Porque siempre me llegan de manos de alguien que me demuestra su preocupación, su interés, su cariño. Y eso de sentirse querido sí que suele ser altamente curativo.

Que vivan las mujeres

Es un anuncio publicitario, pero el contenido no está nada mal. Hoy, 8 de marzo, me sirve de felicitación. A todas las mujeres.