Tío Juan

Fue el poeta Luys Santamarina quien se refirió a esa generación de “niños hechos hombres de un estirón de pólvora”. Uno de los primeros recuerdos de infancia de tío Juan posiblemente sea cómo unos milicianos armados entraron en su casa y se llevaron a su padre, un maestro de escuela, mientras su madre intentaba evitarlo desesperadamente. Era aquella España terrible donde te asesinaban por "delitos” tan graves como asistir a misa los domingos –en una de las retaguardias- o haber estado afiliado a un sindicato –en la otra-... Él tenía 10 años y nunca más volvería a ver a su padre, ni vivo ni muerto. Sufrió también la temprana orfandad de madre por enfermedad, la dura posguerra y una infancia y adolescencia que no fue fácil para nadie de su generación. 

Pero, con todo, la tragedia tuvo un efecto colateral positivo: las seis hermanas Estévez, tres de ellas viudas por aquel cainismo feroz, hicieron piña. Y con ellas, sus hijos. Todos los primos tejieron una unión, una complicidad, un cariño y una red de apoyo mutuo que en alguna medida nos transmitieron a sus hijos, junto con unos valores humanos que constituyen nuestra más preciada herencia. 

Tío Juan se esforzó, estudió, aprobó las oposiciones a policía… y el ejercicio de su profesión, como inspector y como comisario después, le llevó a Aragón, al País Vasco o a Asturias, entre otros sitios. Participó en algunas operaciones policiales importantes de un tiempo marcado por el sangriento terrorismo. También formó parte del primer equipo docente y directivo de la Escuela Nacional de Policía en Ávila. En Zaragoza había conocido a tía Ana y allí se casaron. Toda una vida juntos hasta que hace nueve años murió ella. 

Cuando tío Juan –que no tenía hijos- venía cada verano al pueblo, una cuadrilla de sobrinos nos convertíamos en su sombra. Nos llevaba a la piscina (a todos nos enseñó él a nadar) y a pasear por el pinar. Nos regalaba libros cada año para alimentar nuestra afición por la lectura. Y hasta organizaba un certamen literario doméstico para alentarnos también a escribir. Era muy aficionado a la fotografía y ha dejado el álbum familiar más valioso: nuestra infancia en imágenes, en un tiempo en el que no era tan común como ahora. 

Hace unas semanas, el día de su cumpleaños, hablamos y le prometí que volvería a Zaragoza a finales de julio a pasar un día con él. Cumplí mi promesa, pero para verle en la cama de un hospital y darle el último beso del que ya no fue consciente. 

Hombre muy inteligente, lúcido, de conversación siempre interesante y sugestiva, seguía manteniendo –nonagenario ya- la curiosidad por todo lo que le rodeaba. Leía vorazmente, disfrutaba de las retransmisiones deportivas, recibía clases particulares de informática y se había abierto cuentas en las redes sociales. En Facebook colgó esta foto que le hice con mi sobrina, en la que ésta le muestra algo en un móvil, y escribió al pie: Aprendiendo con la niña. Cuando una persona con su trayectoria vital y profesional sabe que se puede aprender de una niña de cinco años, indudablemente es alguien muy grande. 

Cuando murió Pepín Bello –quien fuera argamasa de la Generación del 27-, a mi amigo Petón –que había tenido largas conversaciones con él-, le decían al verle apenado: “Normal, qué quieres, tenía ciento tres años”. Y él les contestaba: “No sabéis cuánta luz se va”. Cierto que no podíamos pedir más. Tío Juan estaba agradecido por la vida que tuvo. Y murió en paz. Pero entended nuestra tristeza: dejar atrás un trozo de nuestra propia vida, decir adiós a noventa y un años de cariño, de sabiduría y de bondad.
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Post relacionado:

- Tía Ana, 13.12.2007.

La noticia de su fallecimiento en algunos medios:

- ÁvilaRed, 18.07.2016
- Tribuna de Ávila, 18.07.2016
- Diario de Ávila, 19.07.2016
- Diario hoyanco, 19.07.2016