A caballo entre Europa y Asia, tres ciudades históricas contenidas en una: la Bizancio que fundaron los colonos griegos, la Constantinopla que fue capital del Imperio Romano de Oriente y la Estambul que encabezó el Imperio Otomano. Cuentan que Napoleón –que no en vano se autoproclamó como sucesor de Carlomagno- dijo que “si toda la tierra fuera un solo Estado, su capital sería Estambul”.
En noviembre de 2008 estuve algunos días conociendo esta ciudad con mis amigos -y asiduos compañeros de viaje- Mario, Clara y Cristina, además de Ana, sin ningún programa previo, ayudado sólo por alguna guía y por una pequeña pero útil chuleta de recomendaciones que me proporcionó otra Ana.
Estambul ya no ostenta la capitalidad administrativa de Turquía –que la república trasladó a Ankara- pero sigue siendo una referencia ineludible, una ciudad fascinante repleta de historia, de vida y de contrastes, declarada por la Unesco en 1985 Patrimonio de la Humanidad.
El estrecho del Bósforo conecta el Mar de Mármara con el Mar Negro, separando la parte europea y la parte asiática de una urbe que debe de acercarse ya a estas alturas a los 30 millones de habitantes, unos 12 ó 13 millones en la ciudad propiamente dicha y el resto en el área metropolitana.
Si Estambul fue el centro del mundo musulmán durante la época de los sultanes, también había sido antes la segunda capital romana y todavía hoy es la sede del Patriarcado de Constantinopla de la iglesia ortodoxa. Por ello, la ciudad tiene más de dos mil mezquitas -desde cuyos minaretes compite la voz de los muecines llamando al rezo en un espectáculo impresionante-, pero también más de un centenar de iglesias cristianas. Estambul acoge una docena de universidades y destaca la tremenda vitalidad de su industria y su comercio.
El centro histórico es Sultanahmet, corazón primero de la nueva Roma, que estableció en la zona sus palacios imperiales y levantó en el siglo VI la Basílica de Santa Sofía, y luego centro de un califato otomano -que entonces había conquistado incluso Egipto- que decidió edificar ahí su gran Mezquita a principios del siglo XVII.
Allí se hallaba el hipódromo romano, que tenía capacidad para 30.000 espectadores, y que hoy es la plaza de Sultanahmet. En esa área se conserva un obelisco egipcio del siglo XV a. de C., traído a la ciudad desde el templo de Amon de Karnak en Luxor.
Constantino –el emperador romano convertido al cristianismo- había construido una gran iglesia que desapareció completamente por un incendio en el año 404. Reconstruida por Teodosio, fue nuevamente destruida por una insurrección interna en 532. Justiniano, encomendó construir entonces lo que sería Santa Sofía (Hagia Sophia, esto es, la Divina Sabiduría) a los arquitectos griegos Anthemios de Tralles e Isidoro de Mileto.
En noviembre de 2008 estuve algunos días conociendo esta ciudad con mis amigos -y asiduos compañeros de viaje- Mario, Clara y Cristina, además de Ana, sin ningún programa previo, ayudado sólo por alguna guía y por una pequeña pero útil chuleta de recomendaciones que me proporcionó otra Ana.
Estambul ya no ostenta la capitalidad administrativa de Turquía –que la república trasladó a Ankara- pero sigue siendo una referencia ineludible, una ciudad fascinante repleta de historia, de vida y de contrastes, declarada por la Unesco en 1985 Patrimonio de la Humanidad.
El estrecho del Bósforo conecta el Mar de Mármara con el Mar Negro, separando la parte europea y la parte asiática de una urbe que debe de acercarse ya a estas alturas a los 30 millones de habitantes, unos 12 ó 13 millones en la ciudad propiamente dicha y el resto en el área metropolitana.
Si Estambul fue el centro del mundo musulmán durante la época de los sultanes, también había sido antes la segunda capital romana y todavía hoy es la sede del Patriarcado de Constantinopla de la iglesia ortodoxa. Por ello, la ciudad tiene más de dos mil mezquitas -desde cuyos minaretes compite la voz de los muecines llamando al rezo en un espectáculo impresionante-, pero también más de un centenar de iglesias cristianas. Estambul acoge una docena de universidades y destaca la tremenda vitalidad de su industria y su comercio.
El centro histórico es Sultanahmet, corazón primero de la nueva Roma, que estableció en la zona sus palacios imperiales y levantó en el siglo VI la Basílica de Santa Sofía, y luego centro de un califato otomano -que entonces había conquistado incluso Egipto- que decidió edificar ahí su gran Mezquita a principios del siglo XVII.
Allí se hallaba el hipódromo romano, que tenía capacidad para 30.000 espectadores, y que hoy es la plaza de Sultanahmet. En esa área se conserva un obelisco egipcio del siglo XV a. de C., traído a la ciudad desde el templo de Amon de Karnak en Luxor.
Constantino –el emperador romano convertido al cristianismo- había construido una gran iglesia que desapareció completamente por un incendio en el año 404. Reconstruida por Teodosio, fue nuevamente destruida por una insurrección interna en 532. Justiniano, encomendó construir entonces lo que sería Santa Sofía (Hagia Sophia, esto es, la Divina Sabiduría) a los arquitectos griegos Anthemios de Tralles e Isidoro de Mileto.
La basílica, de tres naves con una cúpula de 56 m de altura y un diámetro de unos 31-33 m. (no es totalmente redonda, tiene forma de elipse), fue inaugurada en el año 537 y dicen las crónicas que el emperador se jactaba de haber superado a Salomón y su templo de Jerusalén.
Durante mil años, Santa Sofía fue lugar de culto cristiano y allí se refugiaron los habitantes de Constantinopla ante el asedio otomano. Cuando la ciudad fue definitivamente conquistada por los turcos, la convierten en mezquita y la van agregando los cuatro minaretes que actualmente existen. Hoy Santa Sofía es un Museo, desde que la República de Turquía decidió en 1935 darle ese uso.
Santa Sofía fue construida con granito y mármoles traídos de todo el Mediterráneo. La nave central tiene más de 5.400 m2 de planta y el edificio ocupa un área superior a los 7.500 m2. En el interior, aparte de apreciarse las dimensiones y características de este colosal templo, los medallones decorativos nos recuerdan su pasado como mezquita y los restos de mosaicos cristianos su origen como basílica.
Las primitivas escenas cristianas ya habían sido destruidas antes del dominio musulmán, durante la época iconoclasta (desde mediados del siglo VIII a mediados del IX), pero luego se redecoró con nuevos mosaicos que, finalmente, tras la ocupación otomana, fueron cubiertos con una capa de cal, puesto que los musulmanes tienen prohibido orar en lugares donde haya imágenes religiosas. En la actualidad, la conversión en museo permite la convivencia de los restos históricos y artísticos de ambas confesiones.
Cerca de Santa Sofía, puede visitarse la cisterna de Yerebatan, construida en el año 532. Constantinopla no contaba en su recinto amurallado con agua dulce suficiente para abastecer a la población y por ello se traía del bosque de Belgrado. Durante los asedios otomanos, el suministro se impedía destruyendo acueductos o incluso envenenando el agua, lo que obligó a acumularlo en cisternas habilitadas en el interior de la ciudad para estos casos de necesidad. La Yerebatan Sarayi suministraba agua a los palacios imperiales. En esta cisterna de 10.000 m2 se reutilizaron columnas romanas de distintas épocas y por ello nos encontramos con curiosidades como que la más célebre de ellas descanse sobre una cabeza de Medusa. Actualmente puede visitarse este bosque de 336 columnas dispuestas en hileras caminando en penumbras por unas pasarelas. Para que nos hagamos una idea de su uso originario, se ha dejado agua hasta cierto nivel y allí nos encontraremos que viven algunos peces de no escaso tamaño. En el interior existe ahora un café, así que puede uno recrearse en este ambiente, escuchando música clásica de fondo con un té en la mano.
La más famosa mezquita de la ciudad es la construida bajo el mandato del joven sultán Ahmet I (subió al trono a los 14 años y murió con 28, poco después de la inauguración de esta mezquita en la que está enterrado, de tifus según algunos, o en otras fuentes leí que víctima del cáncer). La Sultanahmet Camii, más conocida como Mezquita Azul, es un complejo religioso que abarcaba también una Madraza (escuela coránica), un asilo, un centro comercial y artesano, un alojamiento para camellos y una gran fuente. Se levantó en el centro de la ciudad, frente al lugar donde había estado el hipódromo romano.
La Mezquita Azul es un edificio majestuoso, con un sistema de cúpulas y semicúpulas. Si lo habitual son cuatro minaretes, en ésta se construyeron seis como tenía entonces la de la Meca, centro de peregrinación del Islam, lo cual hizo que se calificase al sultán de presuntuoso. El sultán solucionó el problema costeando la construcción del séptimo minarete en la Kaaba de La Meca.
El interior está revestido con 20.000 azulejos de cerámica hechos a mano en los talleres de palacio y cuenta con grandes lámparas de aceite traídas del extranjero.
El legendario Serrallo de Topkapi fue palacio imperial durante cuatro siglos. Cada sultán fue añadiendo construcciones al complejo y proporcionando su toque personal a esta residencia imperial, desde la que se administraban los dominios otomanos.
Es un recinto de 700.000 km2, con cuatro grandes patios, fortificado con cinco kilómetros de murallas y donde pueden irse recorriendo tanto los lugares en los que se desarrollaba la vida pública del palacio como parte de los aposentos privados de los sultanes.
Se expone al público una pequeña parte del gran Tesoro: arte, joyas, objetos históricos y algunas reliquias religiosas.
Las mujeres, custodiadas por eunucos negros, vivían en el harén de Topkapi, cuyas estancias pueden también ser visitadas.
En las inmediaciones están la Mezquita Beyazit, la primera construida por los otomanos, y la torre de Beyazit, erigida por el sultán Mahmut II para observación de incendios y hoy reconvertida en observatorio meteorológico.
Una joya de la arquitectura de Estambul es la Mezquita de Suleimán o Solimán, cuya construcción dirigió el arquitecto Sinan, y que está ubicada en la cima de una de las siete colinas de la ciudad. Lamentablemente, durante mi visita estaba en obras y no pude apreciarla íntegramente. Junto a la misma, se encuentra el Turbe o mausoleo donde reposan los restos del emperador Suleimán el Magnífico y su esposa rusa Roxelane.
Entre las numerosas mezquitas de la ciudad, también sobresalen la Rustem Pasa o la Mezquita Nueva, por citar sólo algunas de una interminable lista.
El Kapali Çarsi o Gran Bazar es una inmensa galería comercial de 350.000 m2, un auténtico laberinto cubierto, dispuesto a lo largo de 80 calles y con aproximadamente 3.500 tiendas.
Es un paraíso para los amantes de las compras… y del regateo. Yo eso se lo dejo a Mario, que le divierte; a mí, que me agota, me vino muy bien encontrar el establecimiento de una española que se casó en Estambul y se quedó a vivir allí hace unos años.
Más pequeño y con otro encanto, el Bazar Egipcio tiene menos de un centenar de tiendas, entre ellas las de las típicas especias.
En la colina de Beyoglu se ubicaba la antigua Pera, el barrio de los genoveses. La zona está coronada por uno de los símbolos de la ciudad, la torre de Gálata, de 68 m de altura, vestigio de una antigua muralla, que nos ofrece unas magníficas vistas de la ciudad. En la zona se encuentran los edificios de las embajadas, antiguos cafés y viejas tiendas.
La plaza de Taksim es el centro de un área moderna y de aire muy europeo. Sus calles adyacentes son algo así como Preciados, pero en grande.
Allí se ha rehabilitado el tranvía y, cuando nos disponíamos a disfrutar de un apacible recorrido en un viejo vagón, nos vimos envueltos, como otros muchos transeúntes, afortunadamente sin consecuencias, en la tensión y el riesgo de de una carga policial –más que desproporcionada, en mi opinión- contra manifestantes kurdos.
Por el Bósforo se puede disfrutar de cruceros que permiten contemplar los pueblos de pescadores, puentes modernos junto a mezquitas, las casas de madera, fortalezas como Rumeli o Anadolu, palacios como Beylerbeyi, Dolmabahçe, Ciragan, Yildiz…. y, en su caso, detenerse en algunos de estos lugares. Un consejo para visitantes que a mí ya me habían dado previamente: no hay que contratar estas excursiones con agencias desde España, ni en los hoteles nada más llegar; es mejor negociarlas allí una vez en el puerto, porque los precios pueden ser diez y hasta veinte veces inferiores.
Yo no tuve ocasión de cruzar -por falta material de tiempo y otras circunstancias-a la parte asiática de la ciudad, donde el espectáculo creo que no son tanto los edificios como acercarse a otra vida y otro ambiente, el de la Estambul oriental. Tampoco pudimos disfrutar de un baño turco. Y me faltó tiempo material y ganas para visitar el Museo de los Mosaicos o los Museos Arqueológicos. Pero Estambul encierra tanta riqueza histórica y cultural que, si tienes pocos días, es inevitable seleccionar para no saturarte.
Y, como siempre en cualquier viaje, en Estambul no sólo hay que visitar monumentos. Lo más cautivador es dejarse empapar por la vida de la propia ciudad: pasear por el día o por la noche, fijarse en las costumbres, saborear comida turca, probar dulces o tomarse un té, escuchar música, observar la gente, las calles, los mercados… Ana me contaba, por ejemplo, que es una vivencia singular sentarse una noche sobre el césped de Sultanahmed comiendo sawharma mientras los muecines hacen su llamamiento... Para mí también resulta una experiencia curiosa entrar a alguna mezquita pero no de turismo, sino durante la oración. No en todas se permite, pero no es excesivamente difícil, con un poco de decisión y sin llevar demasiadas trazas de turista, conseguir mezclarse con la población a la hora del rezo, por supuesto descalzarse a la entrada (también cubrirse la cabeza si se es mujer) y, una vez dentro, mantenerse fuera de la zona de oración en actitud respetuosa.
Del viaje a Estambul, tengo grabado, entre otros muchos recuerdos, la imagen imborrable del primer amanecer –cuando madrugué y me fui a la azotea del hotel a contemplar y fotografiar la ciudad- y de uno de las últimas tardes, regresando por el Bósforo. La ciudad, entonces, coincidía con la descripción que de ella hizo el escritor francés Pierre Loti: “Mezquitas con enormes alminares que se perfilan sobre el color azufre del atardecer”.
(Fotografías del autor, de Mario Marín y de Clara Montero)