35 años después: el secuestro de Javier Rupérez

Publicado en el Programa de Fiestas San Miguel 2014 de El Hoyo de Pinares.

Septiembre de 1979: dos terroristas de ETA, Aulestia Urrutia y Françoise Marhuenda, se reúnen en Francia. Él le suministra a ella los datos para hacer un seguimiento a un diputado de Unión de Centro Democrático, Javier Rupérez. Se trata de elaborar un informe para un posterior secuestro, en el marco de una campaña terrorista que reclamará la amnistía de sus presos cuando se apruebe el estatuto de autonomía vasco. Marhuenda alquila para ello un piso en la calle de la Encomienda nº 20 de Madrid, con una identidad falsa y, durante dos semanas, vigila las costumbres del diputado.

Terminada su tarea, se tiene que entrevistar con el “comando” que llevará a cabo la acción, el mismo que había intentado secuestrar a otro diputado centrista, Gabriel Cisneros. Este político había conseguido milagrosamente zafarse de los terroristas en el momento en que iban a capturarlo, aunque resultó herido de bala.

Se citan en el bar del teleférico de la casa de Campo, en la calle Pintor Rosales. Allí aparecen (según el relato que Françoise hará a la policía tiempo después) Luis María Alkorta (alías Bigotes) y Arnaldo Otegi (El Gordo). Le proponen irse a vivir con ellos a un chalet que utilizan como “casa franca” en nuestro pueblo, El Hoyo de Pinares. Allí les espera el otro integrante del grupo, José María Ostolaza, alias El Barbas

Françoise asegura que, durante varios días, efectúa viajes desde nuestro pueblo a Madrid con integrantes de ese “comando” para contrastar la información de seguimiento que ha recogido y estudiar in situ como debía llevarse a cabo la operación.

Los terroristas ya tienen estudiadas las costumbres del diputado. Para su acción, usarán los mismos turismos, dos Seat 127, uno rojo y otro beige, que utilizaron en el fallido secuestro de Cisneros. Acuerdan que, si se presenta algún inconveniente durante la captura, le matarán. 

La víspera del secuestro, pasan todos la noche en el piso alquilado de la calle de la Encomienda en Madrid. A las siete de la mañana del 10 de noviembre de 1979, van a la Casa de Campo y dejan allí aparcado el 127 beige. Siempre según el relato de Françoise (luego no confirmado íntegramente por las sentencias judiciales), los cuatro terroristas, cada uno con un arma, se dirigen en el coche rojo al domicilio de Rupérez, en la madrileña plazuela de la Morería, donde llegan sobre las ocho y media de la mañana. La mujer se sienta en un banco en la acera de enfrente y el Seat 127 lo aparcan detrás del vehículo de Rupérez, a unos 50 metros de distancia. 

A las nueve y diez, sale de su domicilio Javier Rupérez y se encamina a su coche, un Seat 127 azul marino, de dos puertas, matrícula M-4032-AL, aparcado en la calle de la Morería con la plaza del Alamillo. Como Secretario de Relaciones Internacionales de UCD, tiene previsto acudir a las 10 h. a la I Mesa Iberoamericana de Partidos Democráticos que se celebra en el Hotel Monte Real de Madrid. Nunca llegará a su destino. 

Rupérez entra en su coche y, cuando se dispone a arrancar, dos individuos armados con pistolas abren la puerta y le encañonan. Le conminan a pasar a los asientos de atrás. Uno de los pistoleros se sienta a su izquierda apuntándole. Otro se coloca en el asiento del conductor y abre la puerta para que ocupe el puesto del copiloto la muchacha con chándal y bolsa de deportes a la que poco antes Rupérez había visto sentada en un banco. 

Cuando el vehículo se dirige hacia la zona de la Estación de Príncipe Pío, el individuo que tiene a su lado, sin dejar en encañonarle con su pistola,  le ordena agachar la cabeza, ponerse unas gafas opacas y entregarle su reloj. Ya en una zona poco concurrida de la Casa de Campo, le manda bajarse. Le quitan el abrigo, le dan unas pastillas, le atan las muñecas y le vendan los ojos con gasa y cinta aislante. Tras introducirle en el maletero del otro vehículo, emprenden viaje por carretera. Rupérez lógicamente lo ignora, pero en ese momento se están dirigiendo a El Hoyo de Pinares.

Llegados a su primer lugar de cautiverio, entran con el vehículo al interior de un garaje y allí le cambian del maletero al asiento delantero, pero aún atado y con los ojos vendados. Esperan un tiempo y, una vez que se han asegurado de que no hay nadie en las inmediaciones, le trasladan caminando a una habitación, le sientan en un colchón a ras de suelo y por fin le quitan la venda. Entonces ve que está en una especie de tienda de campaña azulada, en la que no puede ponerse de pie. Un encapuchado situado a su lado le indica que sus necesidades las tendrá que hacer en un cubo de plástico verde. Seguirá durante días con la misma ropa y le facilitarán un par de mantas, una palangana con agua y jabón y un cepillo de dientes. 

En el Hotel Monte Real, empieza a inquietar el inusual retraso de Rupérez. Lógicamente al principio se le quiere restar importancia, piensan simplemente que se puede haber dormido. Luego quieren suponer que se trata de una avería del vehículo... Tras las comprobaciones del equipo de seguridad de UCD en su casa, la preocupación ya no puede ocultarse. A la una y media de ese día se cursará la denuncia policial por la desaparición. Antes de ello, tras agotar las indagaciones, se ha avisado telefónicamente a su familia, que está en La Puebla de Almenara (Cuenca). La madre de Javier llora al enterarse. Su esposa, Gerry, y su hermana, Paloma, recogen todo para regresar a Madrid, con la hija del político secuestrado, Marta, de sólo dos años de edad. Hasta primeras horas de la tarde no se instalan los primeros controles policiales en las salidas y accesos de la capital. Es demasiado tarde. 

Todas las hipótesis de autoría –desde la extrema derecha a cualquier de las ramas de ETA- estaban abiertas a la especulación periodística y la investigación policial. No es hasta dos días después del secuestro cuando la denominada ETA (político-militar) lo reivindica, mediante un comunicado que anuncia que próximamente concretarán sus exigencias. Ese mismo día, la policía localizará el coche del diputado, abandonado en la Casa de Campo. 

Algún tiempo después, parece que abandonan El Hoyo de Pinares, con un destino desconocido. Al secuestrado le dan otra vez pastillas y le vendan los ojos. Le suben a la parte de carga de un camión y le esconden entre cajas. Una vez llegados, le indican que camine por una especie de rampa de cemento y, ante lo que se supone que será una entrada, le ordenan que pase arrastrándose. Cuando le descubran los ojos, verá el lugar donde pasará el resto de su cautiverio: un pequeño habitáculo con una litera metálica, una mesa y una silla.

A esas alturas ya ha tenido algunas conversaciones con sus terroristas. Sabe que son de ETA, presumiblemente de la rama político-militar y le han reconocido que su secuestro está teniendo gran trascendencia pública. 

El presidente Adolfo Suárez ha decidido no negociar con los terroristas y gestionar una cadena de adhesiones internacionales que pidan la liberación sin condiciones. La familia hace públicos mensajes de cariño, cuyo contenido Javier Rupérez no llegará a conocer durante su cautiverio. 

El 13 de noviembre ETA político militar había dado a conocer sus “exigencias” para liberar al secuestrado: la inmediata excarcelación de cinco reclusos concretos aquejados de alguna dolencia, y la creación por el Consejo General Vasco (el organismo preautonómico) de una comisión para estudiar la supuesta “violencia institucionalizada” contra el País Vasco.

El 14 de noviembre el Congreso condena la privación de libertad de su diputado, que califica de “agresión a las instituciones democráticas” e insta al Gobierno para que actúe “sin sometimiento a coacciones de índole delictiva”. Personalidades públicas de muy distinta condición constituyen un Comité pro Liberación de Javier Rupérez. 

A Rupérez su captores le proporcionarán un mono de obrero y le harán varias fotografías, que que ETA hará públicas para acreditar que sigue con vida: bajo el cartel de Pertur (dirigente etarra de cuya desaparición culpan al Estado pero que en realidad ha sido asesinado por otra facción de la propia banda), con el diario El País del 17 de noviembre en las manos, con un libro o escribiendo una carta para su familia.

Un día, entran en su habitación, encienden la luz y le sacan de la cama dando voces: “¡Esto se acabó! Le vamos a ejecutar, todo el mundo le ha abandonado, el Gobierno no quiere negociar, estamos hasta los cojones!”. Le lanzan recortes de prensa a los que han quitado las fechas, todos en la misma línea de negativa a negociación por parte del gobierno ucedista. Rupérez piensa que ha llegado su final. Pero, tras la conmoción causada, le obligan a que escriba una  carta a Suárez pidiendo que haga algo por su vida y le permiten regresar a la cama. 

Todas las largas y tensas semanas del cautiverio de Rupérez se debaten entre una intensa preocupación y permanentes noticias contradictorias. No hay que olvidar que todavía está reciente la conmoción que nos produjo a todos ver en el maletero de un coche el cadáver de Aldo Moro, el dirigente de la democracia cristiana italiana, secuestrado y asesinado el año anterior por el grupo terrorista Brigadas Rojas. El gobierno sí tiene previsto dar ciertos pasos en materia penitenciaria, pero no quiere dar la impresión ante la opinión pública de que los terroristas le marcan el paso. 

Aunque Rupérez no lo sabe con certeza, se ha cumplido ya un mes desde su captura el día en que sus secuestradores entran al habitáculo y le dicen simplemente: “Nos vamos”. Le proporcionan ropa nueva y, tras suministrarle otra vez pastillas y vendarle los ojos, le meten en el maletero de un coche. Llegados a su destino, le dejan sentado en una piedra, con los ojos tapados, y le dicen que no se mueva, que su familia le recogerá. Nadie viene y, transcurrido algún tiempo de espera, Rupérez decide quitarse la venda. Es de noche y camina hacia el lugar donde intuye que hay una carretera. Llora entonces emocionado, porque es consciente de que ha sido liberado y de que volverá a ver a los suyos. No intenta hacer autostop a los coches que pasan: piensa que de noche y viéndole así -arropado con una manta, pelo largo y barba de varios días- nadie parará. Se dirige hacia una gasolinera, que encuentra cerrada, pero un cartel le informa de cuál es la más cercana abierta, a un kilómetro. Cuando llega, se dirige al empleado que le escucha tras los barrotes: “Soy Javier Rupérez, el secuestrado, me acaban de liberar, ¿puedo hacer una llamada?”. “Sí, lo he conocido. Puede llamar, pero  a estas horas siempre pasa un coche de la guardia civil”.  Le informan de que está en el término municipal de La Varga, a 8 kilómetros de Burgos, y que son las seis de la mañana del 12 de diciembre de 1979. Cuando aún están buscando el número de teléfono de la guardia civil, llega efectivamente un coche patrulla. El liberado sale a su encuentro y un agente exclama: “¡Coño, si es Rupérez!”. La pesadilla ha terminado.  

El diputado es llevado a la Comandancia de Burgos. Desde allí, hablará primero con su esposa y luego con el presidente Suárez. Después, le trasladan en coche al Palacio de la Moncloa, donde podrá por fin abrazar a su familia. Y tras el reencuentro, tendrá que ir al Hospital Puerta de Hierro para una revisión médica. 

Los siguientes meses hubo numerosas especulaciones sobre el precio de esta liberación. La oposición socialista pidió a Suárez en sede parlamentaria que informara a la opinión pública de cuáles habían sido las concesiones. El gobierno siempre negó cualquier negociación o acuerdo con los terroristas. Ese mismo mes fueron excarcelados catorce presos de ETA, pero el ejecutivo sostuvo que era consecuencia de su propia política penitenciaria y no de cesiones. Una parte de ETA (p-m), la llamada VII Asamblea, se acabaría disolviendo en 1982 y acogiéndose a medidas de reinserción. 

Habían transcurrido más de tres meses de la liberación del diputado cuando una operación policial en Oviedo desencadenó varias detenciones en Asturias, Málaga y Valencia, proporcionando la información necesaria para esclarecer en parte el secuestro de Rupérez y el intento sufrido antes por Cisneros. 

Como consecuencia de las distintas declaraciones e investigaciones, se procedió a detener a Begoña Aurteneche, una vizcaína de 56 años, quien había suministrado uno de los vehículos al comando y había alquilado el chalet de El Hoyo de Pinares donde transcurrió parte del cautiverio. También se apresó a Françoise Marhuenda, vasco-francesa de 26 años, que como ya sabemos confesó ser una de las autoras materiales.
  
El chalet descubierto estaba en la zona de La Perdiguera, en la entonces Avenida de José Antonio (hoy Juan Carlos I) número 83 de nuestra localidad, por encima de la piscina municipal. Allí se descubrió un zulo excavado donde se ocultaban aún explosivos (80 kilos de goma 2, cuatro artefactos de carga hueca y cuatro granadas de mano) y un arsenal de armas (cuatro pistolas, una metralleta y una escopeta repetidora), además de numerosa munición, las gafas oscuras usadas en el secuestro, grilletes, pelucas, matrículas de coches falsas… En esa vivienda se halló también lo que los terroristas denominaban, en su siniestro lenguaje, la “cárcel del pueblo”, esto es, el lugar donde transcurrió la primera parte del secuestro del diputado de UCD.

Enseguida la noticia trascendió a los medios: Rupérez había estado secuestrado en un pueblo de Ávila, El Hoyo de Pinares. Periódicos, radio y televisión informaban de las detenciones y del hallazgo del chalet. Como es fácil imaginar, la información conmocionó a nuestro pueblo, donde incluso muchos habían conocido y tenido trato personal con algunos ocupantes del chalet, especialmente con su arrendataria, Begoña. 

François narró ante la policía los detalles del secuestro y declaró que ella y Otegi habían pasado a Francia tres días antes de la liberación y que sus compañeros de comando lo hicieron más tarde.
Entonces se rumorea que Rupérez va a venir a nuestro pueblo para reconocer el lugar donde estuvo secuestrado. El día indicado, esperaban ante el chalet la guardia civil y el reportero gráfico de Diario de Ávila Javier Lumbreras. Pasa el tiempo y Rupérez no aparece. A falta de testimonio de la inspección ocular por parte del diputado secuestrado, el periódico publicará al día siguiente la foto de los curiosos chavales presentes, que nos estamos asomando a la verja del chalet. En sus memorias, Javier Rupérez reconoce que se había comprometido con el comisario Manuel Ballesteros a venir, pero que Joaquín Ruiz Giménez (el político democristiano que había presidido el comité en pro de su liberación) le pidió que no lo hiciera, porque le complicaba mucho las cosas en cuanto a la regularización penitenciaria de los miembros de ETA (p-m) que se había comprometido a intentar. 

En 1981, se celebra el primer juicio contra las dos mujeres. El 22 de mayo, la sentencia judicial condena a Begoña Aurteneche a un año de prisión por colaboración con banda armada y a François Marhuenda a tres años por su participación en el secuestro. 

Casi diez años después, se juzgaría a otros miembros del comando, Luis M. Alkorta y Arnaldo Otegi –el mismo que más tarde sería dirigente de Batasuna-, a los que Rupérez no pudo reconocer. A pesar de que su compañera de “comando” había proporcionado numerosos datos, ellos negaron todo y resultaron absueltos por falta de pruebas, en sentencia de la Audiencia Nacional de 19 de enero de 1989.  

Obviamente el secuestro de Javier Rupérez no es un episodio de grata memoria. Pero creo que es necesario que las nuevas generaciones lo conozcan y que nosotros no lo olvidemos. Al fin y al cabo, también es parte de nuestra historia. Y nos ayuda a saber de dónde venimos y ser conscientes de cuánto ha costado hacer el camino.

El nombre de El Hoyo de Pinares a buen seguro invocará recuerdos dramáticos en Javier Rupérez. Pero, en realidad, sólo la desgraciada elección de los terroristas convirtió un pueblo que es acogedor, afable y amante de la libertad en el lugar de un inhumano cautiverio. 
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Bibliografía:
- Secuestrado por ETA. Memorias. Javier Rupérez. Ediciones Temas de Hoy, 1991.

Documentos judiciales:
-  Extracto del acta de declaración de Françoise Marhuenda en la Brigada Central de la Comisaría Central de Información. Madrid, 24 marzo 1980.
- Sentencia 68/1981 de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, de 22 de mayo.
- Sentencia 7/1989 de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, de 19 de enero.

Hemeroteca:
- Javier Rupérez, secuestrado por ETA. La Vanguardia, 13 noviembre 1979.
ETA se atribuye el secuestro de Rupérez. ABC, 13 noviembre 1979.
Javier Rupérez, en libertad. ABC, 13 diciembre 1979.
La liberación de Javier Rupérez. El País, 13 diciembre 1979.
Rupérez estuvo secuestrado en un pueblo de Ávila. ABC, 25 marzo 1980.
Esclarecidas las acciones contra los diputados Cisneros y Rupérez. ABC, 26 marzo 1980.
Dos mujeres, responsables del secuestro de Javier Rupérez. Diario 16, 26 marzo 1980
Relato policial del secuestro de Javier Rupérez. La Vanguardia, 26 marzo 1980.
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(Ilustraciones | Rupérez secuestrado, foto difundida por la banda terrorista ETA. Chalet y zulo donde escondían las armas, fotografía de agencias y prensa de la época. Rupérez liberado con su familia, fotografía de Marisa Flórez, El País. Rupérez entra al juicio en la Audiencia Nacional contra sus presuntos captores en 1989, fotografía extraida del libro Secuestrado por ETA)