“Si preguntas mi nombre, fue María…”. Así comenzaba el epitafio escrito por su hermano. Al final, sometía su recuerdo al juicio de su propio pueblo: “España te dirá mi cualidad, / que nunca niega España la verdad”.
Diego Hurtado de Mendoza no sabía que, casi cinco siglos después, España no niega ni afirma la verdad: la ignora. Desconocemos nuestra propia historia, la de las gentes que sufrieron, lucharon, inventaron, escribieron, amaron o soñaron sobre esta misma tierra.
Leía esta mañana que hoy se cumplen 494 años de la huida, camino de Portugal, de María Pacheco, la Leona de Castilla, una brava mujer que terminaría sus días en Oporto, viviendo de la caridad.
Si hubiera sido un hombre, hoy todos tendríamos claro que la rebelión comunera no terminó en abril de 1521 en Villalar, cuando decapitaron a Padilla, Bravo y Maldonado. María Pacheco, primero sola y luego con el obispo Acuña, siguió gobernando no una plaza menor, sino nada menos que Toledo, que sería una de las sedes de la Corte, y resistiendo a las tropas realistas hasta febrero de 1522.
María, nacida en la Alhambra de Granada, donde su padre era alcalde perpetuo, había elegido anteponer el apellido de su madre, Pacheco, al paterno, Mendoza. Contrajo matrimonio con Padilla, pero, por linaje, en los textos se la cita a ella como doña María y a él como Juan.
Un 3 de febrero de 1522, tras haber conseguido ese día volver a tomar el Alcázar y liberar a sus compañeros, disfrazada y con su hijo en brazos, escapaba en la noche de una muerte segura.