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Estábamos tomando unas cañas (qué raro), aunque veníamos de una librería (de verdad) y G. me dice:
-¿Y tú no vas a firmar en la Feria del Libro?
-Pues me lo ha propuesto la Editorial.
-¿Y?
-Coño, ni me lo he planteado. Lo mío son manuales
jurídicos, no son libros de creación.
-¿Y qué? Como experiencia. Antonio Gala firma y
tú también...
-Jajaja, sí, claro, es lo mismo: “En la caseta tal Ana María
Matute firma sus Cuentos Completos, en la caseta cual Carlos Galán firma su
libro sobre bajas laborales”.
-Que sí, anda, ¿por qué no?
-¿Lo estás diciendo en serio?
-Claro que sí.
-Pero cómo vamos a firmar un libro de empresa. Es más, nadie va a pedir que lo firmemos, qué pintamos allí toda la
tarde…
-Te llevas una nevera con cervezas y vamos los amigos a
verte. Aunque sólo sea por la experiencia de firmar en la Feria del Libro…
Y así... Total que al final me picó en mi lado apostador. A los de mi
pueblo sólo hay que decirnos “¿a que no vales para…?” y hacemos lo que sea
necesario.
Así que se lo dije a otra de los coautores del libro, la psicóloga Ana Isabel Gutiérrez Salegui. Como nació en Donosti, tampoco me costó convencerla. Los vascos en eso son iguales que nosotros. Mira lo que le pasa a Edurne Pasaban: ¿"a que no te subes esa montaña de 8.000 metros?" y ella sube. Así que Ana se apuntó.
Quién sabe, con esto de firmar libros que no son de creación
sino de divulgación, lo mismo inauguramos una tendencia y el año que viene se
anuncia por la megafonía: “En la caseta 325, el Director de la Real Academia
firma ejemplares del Diccionario; en la caseta 7, César Alierta firma
ejemplares de las Páginas Amarillas…”.
Si visitan el domingo 3 de junio por la tarde la Feria
del Libro de Madrid, pásense por la caseta 140 y nos saludan, para que al menos no nos
aburramos mucho, que estaremos encantados de verles.
Apenas tratas a ciertas personas, percibes que poseen una
innata capacidad para generar ideas y hacerlas realidad. Gente con inquietud,
con creatividad, con imaginación, con dotes de liderazgo o de organización.
Juan Yagüe, a quien conocí en mi etapa universitaria, es una de esas personas.
Perdida casi la pista, tenía sólo alguna vaga referencia,
por algún amigo común, de que era propietario de un local en Getafe que
albergaba múltiples actividades, tertulias, presentaciones, conciertos… pero llevábamos
mucho tiempo sin contacto personal.
No sabía con precisión qué andaba haciendo Juan. Pero, eso
sí, tenía la absoluta certeza de que, fuese lo que fuese, sería interesante,
merecería la pena.
No me equivocaba.
El verano pasado, ese amigo común me propuso ir a un
concierto a Getafe y allí coincidimos. Pude dar un rápido abrazo a Juan, que
andaba de acá para allá ultimando detalles y, al reencontrarnos años después, casi
sin cruzar palabras, tuve esa sensación del “decíamos ayer” de Fray Luis, que
tanto tiene que ver con las afinidades y las complicidades.
Juan es ahora alma y promotor de Cultura Inquieta, un Festival
de Música y Artes Visuales que ofrece talleres, mesas redondas, exposiciones, teatro,
proyecciones de cine y documentales…, como actividades complementarias de lo
que constituye el centro de su propuesta: un atractivo programa musical.
Yo disfruté, en concreto, del fantástico concierto de The Excitements, un grupo catalán que suena a años cincuenta –rhythm&blues,
soul…-, con una sólida banda y con la voz y la fuerza escénica de Koko, mozambiqueña
de nacimiento, española de adopción y norteamericana por los referentes
musicales y culturales entre los que ha vivido largo tiempo en Los Ángeles.
Supongo que lo ideal es hacer eventos aunando buen criterio
y mucho presupuesto. Pero, cuando ambas cosas no pueden ir unidas, es más importante lo primero que lo segundo. De hecho, hay algunos
que se han empeñado en darnos reiterado ejemplo práctico de cómo, con mucho
presupuesto, se pueden organizar auténticos bodrios. Y Cultura Inquieta cada año muestra cómo, con poco presupuesto, se puede conseguir una
programación de notable calidad. Y,
además, asequible para los castigados bolsillos de todos los públicos.
El pasado 17 de mayo presentaron en la Sala Caracol de
Madrid su programa para el Festival 2012. Confieso que no les di ni un gramo de
modesta publicidad para no contraprogramarme a mí mismo, porque ese día era la presentación de nuestro libro sobre bajas laborales y ya entiendo yo que no hay color... Ahora
lo reconozco: han vuelto a conseguir un cartel que suena sumamente atractivo. En el encantador claustro del Hospitalillo de San José de Getafe estaremos en alguno de los conciertos de este verano.
Pero, aunque el Festival sea el punto central de su
actividad, a lo largo del año Cultura Inquieta no para.
De hecho, tengo especial interés personal en que Juan me
explique cómo ha conseguido clonarse o tener el don de la ubicuidad. Cómo se
puede andar por Madrid, Barcelona y Londres a la vez y no estar loco. Bueno, o
sí. Pero cómo se puede estar en tanto sitios tan activamente.
La web de Cultura Inquieta, su Twitter, su página de Facebook, su revista Inquieta Magazine… nos dan constantes pistas de cómo
disfrutar de la imaginación, de la belleza, de la originalidad. Siempre desde
el eclecticismo, desde una concepción del arte que no acepta fronteras infranqueables
entre disciplinas o estilos, desde una estimulante y mágica heterodoxia.
Les pongo sólo tres ejemplos, para abrir boca, para que se hagan una muy leve idea.
O esta impresionante escultura del francés Bruno Catalano:
O los increibles escenarios en que se desarolla el Festival Ópera en el Lago en Bregenz (Austria):
Y también supe que es posible crear nubes en una habitación, o arroparse con el mar para dormir... Pero les dejo que lo comprueben ustedes mismos.
Muy recomendable hacerse amigo en cualquier red social de
una iniciativa que tiene los ojos bien abiertos para descubrirnos sugerentes propuestas
y compartirlas.
El equipo de Cultura Inquieta nos demuestra, además, que se puede
disfrutar de las artes incluso sin ser entendido, sólo caminando con la
mente y el corazón abiertos. Que no es obligatorio adoptar una pose engolada ni gafapasta
para saber aquello que te hace pensar o que te hace sentir.
Ellos definen perfectamente lo que les mueve: en Cultura Inquieta nos dedicamos -aseguran- básicamente a divertirnos, a emocionarnos.
Mis padres, seguramente sin saberlo, me pusieron un nombre germánico
que quiere decir hombre libre, el mismo que tuvo un Rey de España que también
era Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico. Y añadieron un nombre
navarro. Heredé de mi padre un apellido de origen aragonés. Heredé de mi madre
un apellido vasco. Soy castellano. Nací en Ávila. Vi la luz en una ciudad asentada
sobre lo que fue tierra de nadie, repoblada tras la reconquista por el rey Alfonso
VI con gentes del Norte de la Península: vascones, navarros, cántabros… Mingorría
(del euskera mendi gorria, monte rojo), Gotarrendura, Noharre, Chaherrero (y
otras muchas denominaciones que comienzan igualmente por Cha, por el término vasco etxea, casa) son nombres de
pueblos de mi provincia. Con 18 años me vine a vivir a Madrid, esa ciudad
abierta donde casi nadie es de aquí y todos somos de aquí. Levantada sobre la Mayrit
de los árabes (“fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son”) y creciendo
a partir de la Magerit de los cristianos, es la villa a la que Machado llamó “rompeolas
de las Españas”... Y, por si esto fuera poco, me siento compatriota de la mayor
parte de la población del continente americano.
Comprenderán que, pensando estas cosas, no puedo comulgar
con ningún evangelio aldeano que se alimente de fronteras y de supuestas purezas de raza. Me
daría risa, si no me diera pena, el empeño en inventarse patrias de bolsillo como
armas arrojadizas contra los demás.
Yo simpatizo con el Atlético de Madrid. ¿Saben cómo nació? Lo fundaron hace más
de un siglo unos cuantos vascos que estudiaban Ingeniería de Minas en Madrid.
Y, como el equipo de sus amores era el Athletic Club de Bilbao, el que aquí crearon
fue inicialmente su filial y se llamó Athletic Club de Madrid.
Hace dos años los aficionados del Atlético de Madrid fuimos
a disputar la final de la Copa del Rey a Barcelona. Inundamos las calles de
esa ciudad de rojo y de blanco y nos sentimos fantásticamente acogidos. Como siempre que voy allí.
Hoy es Madrid la que está teñida, desde por la mañana, de
rojo y blanco. Miles de aficionados del Athletic de Bilbao han llenado de color
y de animación todos los rincones de Madrid, una ciudad siempre acogedora. Los azulgranas,
más rezagados, se han dejado ver más tarde. A mí, todo este ambiente me ha
despertado una sonrisa casi permanente. Y será el estadio de mi equipo, el del Atlético, el que acogerá esta final, que debería ser sólo una fiesta del fútbol.
Tengo dudas de quién prefiero que gane.
Por un lado, el Barcelona es un gran club, lleva unos años practicando un
juego que enamora. Guardiola
merecería cerrar su etapa como entrenador en el Barça con esta Copa. Después de una fantástica temporada, sería
injusto que el equipo terminara de vacío.
Pero, por otro, el Athletic, más modesto como club, ha desplegado en Europa
un juego poderoso que sólo faltó en la final, cuando el Atlético se impuso con
justicia. Ahora tiene otra oportunidad de obtener un título y sería también una
pena que jugara merecidamente dos finales y no ganase nada.
Pero, triunfe uno u otro, hay algo que también me gustaría y sé
que lamentablemente no será posible en este país sin remedio. Que cuando entre el Príncipe de Asturias al estadio de
fútbol, en sustitución del Rey de España (por cierto, Señor de Vizcaya y Conde
de Barcelona), el que quiera aplaudir que aplauda y el que -como yo, que soy republicano- no quiera aplaudirle,
que no lo haga, pero que se comporte con elemental educación. Y que, cuando
suene el Himno Nacional, el que lo sienta aplauda al final y aquel a quien no le apetezca aplaudir guarde
un respetuoso silencio. Parece sencillo, ¿no?
Porque quienes vivimos en Madrid, que hemos dado hoy de
corazón la bienvenida a estas dos aficiones, no nos merecemos que nadie pite a
un himno que creemos que es de todos pero que, en cualquier caso, sí sentimos
como propio. Porque muchos españoles que estarán viendo hoy el fútbol por la televisión se sentirán agraviados injustamente. La ofensa es del todo innecesaria.
Yo jamás abuchearía, faltaría más, ningún símbolo catalán o
vasco, y me sentiría igualmente insultado si alguien lo hiciera en mi
presencia. Tampoco abuchearía el himno de ningún país del mundo.
¿Es tan difícil que cada cual piense o sienta libremente lo
que quiera, pero que se comporte con respeto hacia lo que piensan o sienten los
demás?
Yo creo que no. Por eso, he contemplado con alegría y complicidad en las calles madrileñas la presencia de estas dos aficiones. Por eso, desprecio con todas mis fuerzas a
quienes siembran vientos. Por eso, me repugnan los que irresponsablemente alimentan
odios.
¿Existirá en euskera algo parecido al verbo castellano acompañar? Yo
hoy querría estar a cientos de kilómetros, despidiendo a un hombre al
que no conocí. ¿O sí? A veces conocemos a alguien a través de lo ojos de
los demás, a través de las palabras de las personas a las que queremos.