En casi todo el mundo, hablar de piano hace que, inevitablemente, se cite su nombre. Ha muerto Alicia de Larrocha. Aquí, se prestará mucho menos atención a la desaparición de esta española universal que, por ejemplo, a los cotilleos de un montón de personajillos intrascendentes a los que, como cada semana, dedicarán horas enteras los programas televisivos. Pero a quienes gustamos de disfrutar con la belleza, nos queda su magia, el recuerdo de una mente, una sensibilidad y unas manos prodigiosas.
Alicia de Larrocha
Hoyancos por el mundo
A Arantxa, Sara, Jorge, Cecy y Ana les agradezco enormemente el haber compartido su experiencia con los lectores de Diario de Ávila y les envío un saludo muy afectuoso, especialmente en estos días en que, a buen seguro, añorarán las fiestas de su pueblo y se acordarán de los amigos y familiares.
Malpaís, en Madrid
se acaban antes del final.
Es este tiempo que llueve y que pasa
y se olvida como la verdad.
Es la ciudad donde no hay direcciones
pero, total, todos saben llegar…
Voy llegando en la distancia,
como un pájaro,
como la primera luz del mes de enero...
(…) Entonces fue que fui
de nuevo un güila correteando en los potreros.
Loco y descamisado me perdí
en un verano por caminos polvorientos.
Sé que tal vez ya no recordarás
los malinches floridos, aquel fuego…
Sé que a veces miro para atrás,
pero es para saber de dónde vengo.
Malpaís aborda en las fantásticas letras de los hermanos Jaime y Fidel Gamboa los temas eternos, las referencias a los recuerdos e imaginarios comunes de los ticos de varias generaciones, al amor y al desamor, con música folk que hunde sus raíces en su tradición musical pero con variadas influencias rock, celtas o caribeñas.
Además de las citadas antes, otras maravillas de esta banda son, por ejemplo, Abril ("Pienso después / cada palabra / para decir / dónde quedaste, /en qué vagón,/ unos meses atrás (…) Puedo tocar/ el aire donde estuvo el dios / benévolo / de tu cuerpo / y repasar los párrafos/ sin terminar…”), esa Contramarea que narra la historia de amor entre una tica y un nica (“Nací sólo para verte llegar a mí”)… Y así hasta completar decenas de fantásticas canciones que les recomiendo.
El alma y el arte
de la artista argentina Patricia Escobar)
-Leonardo Da Vinci-
Como en los verdaderos artistas, la obra de Patricia es inseparable de su personalidad. Cuando afronta el encargo de decorar, por ejemplo, un cuarto para niños, no recurre a esos tópicos que los adultos consideramos motivos infantiles. Piensa en qué le gustaría realmente a la niña que fue, a la niña que quizá de alguna manera sigue siendo. Y le aplica una buena dosis de imaginación, de inventiva, de oficio y de creatividad, hasta conseguir una obra singular.
Porque Patricia además, encara cada trabajo, ya sea un hogar, una biblioteca, un colegio o lo que se le encargue, como algo único e irrepetible. Capta de alguna manera el genius loci, el espíritu que impregna el lugar, o la personalidad de sus moradores, y plasma todo ello en su obra. O da vida ella misma a ese espíritu si es que acaso no existía. Es una creadora originalísima y ocurrente: no trata de reproducir de nuevo, con ligeras variantes, lo previamente experimentado con éxito. Se propone generar algo completamente nuevo, que cobra vida artística ante los ojos de unos destinatarios satisfechos.
En cierta ocasión, una nena había visto entrar por la puerta de su casa a esta decidida pelirroja con su escalera, sus herramientas y sus colores. Y vio como, poco a poco, su cuarto se fue convirtiendo en un lugar donde brotaba la magia en cada rincón. Y un día en que la pequeña viajaba con su abuela en un taxi, no pudo resistirse a compartir con el chofer esta experiencia que la tenía impresionada. Así que de pronto le dijo: “¿Sabe una cosa, señor? ¡En mi casa tenemos ahora un hada!”.
(Imágenes de diversas creaciones de Patricia Escobar para clientes particulares, empresas y varias ediciones de la muestra Casa Foa).
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De tailandeses a alemanes
El 31 de agosto regresaba de Tailandia, una tierra llena de gente sonriente, de gente amable, de gente acogedora, de gente que te hace las cosas más sencillas…
Desde Bangkok, hago escala en Frankfurt y, cuando nos disponemos a tomar el avión a Madrid, observamos que hay una cola para pasar los controles que da cuatro vueltas a la amplia estancia. Si esperamos pacientemente turno, perdemos el avión sin duda alguna. Si nos dejan pasar, llegamos a tiempo de embarcar. Se lo decimos a las empleadas del aeropuerto que controlan los accesos y les mostramos nuestros billetes. Se miran entre ellas. No hay nada que hacer: que lo sienten mucho, pero hay que esperar la cola. La norma es la norma. Perplejo, me dan ganas de preguntarle si está permitido pisar las rayas entre las baldosas.
Consumimos inútilmente el tiempo que nos queda en la fila, sabiendo que entretanto nos harán la consabida última llamada a los pasajeros…, que tendrán que desembarcar nuestro equipaje de la bodega del avión…, y todo mientras nosotros, a sólo unos metros, esperamos impotentes una estúpida cola, donde seguramente nos preceden muchas personas que van con margen de tiempo y que posiblemente no tendrían inconveniente en que pasáramos dadas las circunstancias.
Llegamos por fin, corriendo, a la puerta de embarque. Vano intento. El avión se acaba de marchar.
Pienso: tómatelo con calma, Carlos, son cosas que pasan. Vienes de un estupendo viaje, para qué vas a cabrearte ahora. Sé positivo. Si te dan avión para tarde, aprovecha para irte a conocer Frankfurt. Pero tampoco es posible. “Vénganse por aquí a las 12’30 h. y les diremos si hay plazas para las 13’30 h.” No queremos arriesgarnos, así que esperamos pacientemente en el aeropuerto. Finalmente, no hay asientos libres en el avión de las 13’30 h. y nos los asignan para el vuelo de las 18'00 h. Comemos y esperamos de nuevo. En total, aproximadamente 11 horas en un aeropuerto, un día entero, más la paliza previa del vuelo Bangkok-Frankfurt. De haber llegado a Madrid a las 10 de la mañana a llegar a las ocho y media de la tarde. Si con toda la razón dice un viajero experimentado como Dragó que hay que volar con la Thai y sin escala…
Y yo acordándome todo el rato de las empleadas que controlaban la cola de acceso. Qué gente más cuadriculada, madre mía. No tenía que estar permitido que, cuando vienes de tratar con tailandeses, te pongan a tratar de golpe con alemanes. Se necesita algo intermedio como transición.