- Manuel: A mí el que más me
gustó fue el Epi. ¡¡Qué crack!! Gran profesor y un puntazo como persona.
- M. Cruz: Sin duda, D. Jacinto
Herrero. Me dio literatura. Aún le recuerdo leyendo poemas de Baudelaire y de Rubén
Darío y conservo varias de sus figuras de papiroflexia. Sus historias de cura
en Nicaragua... Me encantaba escucharle.
- José
María: De los mejores eran (…) y el Padre
Jacinto... En general, todos los de letras.
- Javier: Jacinto Herrero. Vivía
la literatura y lo transmitía (aunque de vez en cuando se le iba la cabeza
imitando a Miguel Bosé).
- Luis: Sin duda y con
mucha diferencia el mejor profesor de ese "santo" lugar fue el Epi, Jacinto
Herrero... Un gran entusiasta de la literatura y una mejor persona... Reconozco
que, en mi caso, fue el primero que me hizo sentarme delante de un libro y
aprender a disfrutarlos... Y hasta ahora así sigo.
- José: (…) ¿Y qué decir del
Epi? ¡El mejor sin parangón! ¡Después de abandonar el Dioce fue cura de mi
pueblo! Iba cada domingo con el AX... Haciendo papiroflexia... ¡Qué tío más
majo!
- José M.: Sin duda, el
Epi, D. Jacinto... Peculiar personaje, pero que enseñaba de todo (que no fueran
números, física o química)... La de quesitos que habré ganado jugando al Trivial
por todo lo que enseñaba de culturilla general...
- Fernando: Sin duda alguna
el mejor para mi fue don Jacinto Herrero. Era un lujo tenerle de profesor, era
un profesor de Universidad dando clase en un Colegio. Después de más de 17 años,
aún hoy se sigue acordando de mí y charlamos.
- Jorge: Recuerdo con
cariño a muchos, pero el que me inspiró fue sin duda el Padre Jacinto, el Epi. ¿Sabéis
si aún vive?
- Héctor: Pues posiblemente
el mejor de todos, y de las mejores personas que han pasado por el Dioce, sea
el P. Jacinto Herrero (el Epi). ¿Quién no recuerda sus clases leyendo,
declamando y hasta interpretando libros como La Celestina o El Quijote…? En la
actualidad vive en Avila, creo que en el Seminario, y hace un tiempo le
hicieron Hijo Adoptivo de Ávila (nació en Langa).
Creo que es significativo,
¿no?
Jacinto Herrero (sí, los
alumnos le llamábamos a sus espaldas el Epi porque la forma de su cara nos
recordaba al personaje de Barrio Sésamo), fue mi profesor de literatura cuando era
adolescente.
Un día, una persona muy especial, muy culta, muy inteligente, alguien
a quien yo apreciaba mucho, me dijo que acababa de leer con auténtico deleite un poemario de
Jacinto Herrero Esteban y me preguntó si era mi profesor. Cuando le dije que sí, volvió
a interesarse: “¿Y vosotros sois conscientes de lo que podéis aprender con él,
de lo mucho que os puede ofrecer este hombre?”.
No sé exactamente qué le contesté. Pero no, no éramos conscientes en aquel momento.
Tiempo después, cuando yo tenía veintidós
años, escribí en una modesta revista cultural de mi pueblo, en el testimonio
personal que incluimos en una sección dedicada a poetas abulenses:
“Decididamente, sólo con
el paso del tiempo y a veces la lejanía del espacio, es cuando calibramos la
auténtica dimensión de las gentes y los hechos que han formado, de alguna
forma, parte de nuestra vida.
En los primeros años ochenta fui alumno de
Jacinto Herrero Esteban en Ávila. En parte porque a ciertas edades no somos aún
capaces de discernir muchas cosas, y en parte porque somos miembros de una
generación que es fruto de estos tiempos de inhibición y víctima de un sistema
de enseñanza absurdo, la verdad es que nunca llegamos a comprender a Jacinto. Le
veíamos como un profesor raro, atípico, que se salía de los esquemas a los que
nos habían acostumbrado y que se empeñaba tercamente en ‘hacernos la vida
imposible’ queriéndonos mostrar que la literatura podía ser para nosotros algo
más, mucho más, que un mero obstáculo de esos que vamos saltando, con
mentalidad de trámite, hasta alcanzar el único objetivo de obtener un aprobado y
un título al final.
Ahora, años después, puedo jurar que no me acuerdo en
absoluto de las partes de la célula, ni de cómo rayos se hacía una derivada
matemática, ni de la cuarta declinación de latín y ni siquiera he recogido aún
mi título de bachiller. A decir verdad, tampoco recuerdo en qué año se suicidó
Larra o qué libro va con cuál en las trilogías novelísticas de Baroja.
Afortunadamente, todo eso se consulta en cinco minutos con la bibliografía
adecuada. Pero lo que es imposible aprender en una enciclopedia y lo que sí
queda de entonces es un cierto espíritu que recuerdo de aquellas clases: el
practicar la crítica social sana, el huir de la superficialidad, el profundizar
en la obra escrita, el relacionar autores, ideas, constantes literarias, el
querer ir más allá de los moldes estrechos de la cultura oficial del poder o de
la cultura oficiosa tipo ‘Círculo de Lectores’, el superar provincianismos que
empobrecen y limitan, el conocer sin sectarismos los hombres y las obras,
buscar y buscar… Un espíritu al que uno, en sus muchas limitaciones, no siempre
responde, pero que está ahí, perdura en mí años después.
Por eso recuerdo con
afecto y agradecimiento a quien (además de ser un gran poeta al que no se
valora suficientemente) fue mi profesor. Y, de vez en cuando, es inevitable
que, mientras leo sus propios libros, aparezca, caminando entre esos versos,
su figura, recitando poemas en voz baja o explicando, con mirada perdida y
mientras hace una pajarita de papel, magistrales y a menudo incomprendidas
lecciones de literatura”.
Cuando le remití aquella revista, me envió una cariñosa carta de agradecimiento.
El pasado 19 de diciembre, años más tarde, sin venir a cuento por nada en particular, me acordé de pronto de Jacinto Herrero, de mi
viejo profesor de literatura. Me pregunté qué
sería de él. Y me propuse que tenía que escribir algo en este blog... Apenas unos
instantes más tarde, un tweet de un antiguo compañero de clase de Bachillerato me
informaba de su fallecimiento. Cada vez creo menos en las casualidades.
Durante décadas, Jacinto intentó
alentar en sus alumnos fundamentalmente dos cosas. Una, el interés y el amor
por la literatura. Otra, aprender a pensar por nosotros mismos.
Dos enseñanzas absolutamente
impagables.