“La muerte no me llena de tristeza:
las flores que saldrán de mi cabeza
algo de harán de aroma”
-Javier Krahe, El cromosoma-
En mi pueblo, de adolescentes, escuchábamos a La Mandrágora en grabaciones piratas de cassette que llevaba Luisillo, a las pequeñas fiestas con parrillada y vino que hacíamos en una antigua granja. Cuando vine a Madrid a estudiar Derecho, en la primera ocasión que tuve me fui a escuchar a Krahe al Colegio Mayor San Juan Evangelista (el Johnny), con César y Pilar. Ya nunca dejé de disfrutar de su humor, de su ironía, de su talento. De vez en cuando acudía a sus conciertos, a menudo con amigos de siempre, otras veces esperando introducir a alguien nuevo en la fe. Sus discos eran un regalo muy socorrido en reyes o en mi cumpleaños: se acertaba seguro. Mi hermana le pidió una vez un autógrafo para mí. “Anda ya. Que le den a tu hermano. ¿Cómo te llamas tú?”, respondió con buen criterio. Así que tengo un autógrafo de Krahe compartido, que pone “para Tere”.
La marcha de un genio nunca mata su obra, ni los recuerdos. Pero siempre nos arrebata algo: lo que quedaba por venir, lo que restaba por crear. Nos mata un poco a nosotros, que nos hicimos como somos a golpe de pensamiento, de libros, de música, de conversaciones y de risas. Estamos envejeciendo, porque ya decimos las mismas cosas que nuestros padres, cuando defendemos con nostalgia a nuestros mitos frente a “lo de ahora”…. Pero, coño, búsquenme ustedes hoy un Krahe.
El anuncio que hizo Pablo Carbonell nos dejó con nuestros tuits como unos gilipollas. Esperando en vano a que fuera de mentira, a que le diera por resucitar. Y ahora, como consuelo, escuchamos una vez más la historia de la bella y traidora Marieta, la gran erección del pueblo de Villatripas, la preferencia por La hoguera, la ironía de Dónde se habrá metido esta mujer, la respuesta a Un burdo rumor, aquella Tormenta tras la que no vino la calma, su peculiar versión de Eros y la Civilización, esa oda a Piero della Francesca que llenó un vacío..., la advertencia de No todo va a ser follar, la declaración de intenciones de Vaya por delante o el acertado clamor de Olé tus tetas. Adiós a un juglar ingenioso e irreverente, insustituible, que hizo nuestra vida un poco más inteligente, un poco más divertida.