Tuve la fortuna de conocer a Jaime Mir Payá cuando éramos jóvenes universitarios y compartí con él el tiempo de la utopía y de la rebeldía. Desde el minuto uno se convirtió en un referente. Era inteligente, ingenioso, brillante y siempre iba varios pasos por delante de todos. Era como una antorcha y por eso yo le seguía cuando él decía “avancemos por aquí” y también daba media vuelta con él cuando decía “por aquí no hay salida”.
Hace varios años que ya le tenía algo más perdida la pista, pero la admiración, el afecto, los recuerdos, nunca han desaparecido. Por eso me duele enterarme de su prematura marcha.
En todo lo que hiciera en estos años no me cabe duda de que habrá dejado una huella enorme y tengo la certeza de que su familia, sus amigos, los que hayan sido sus alumnos, sus compañeros, todos los que le hayan conocido en algún momento, estarán echando ya de menos esa luz.
Y yo recuerdo con dolor y con cariño enorme a mi compañero de tantas aventuras. Recuerdo pensamientos, proyectos, mil y una anécdotas (espero que me perdonase el hacerme pasar por teléfono por el desvalijador de su vivienda) y vivencias. No cambiamos el mundo, claro. Pero, como a D. Quijote, nadie podrá arrebatarnos la gloria del intento.
Compartir inquietudes, esbozar sueños, escucharte, leerte, indignarnos juntos ante las injusticias, reír contigo, aprender de ti, de tu creatividad, de tu lucidez, de tu nobleza, fue para mí un honor, querido e inolvidable Jaime.