Cristina es hija de mis amigos Mario y Clara. En octubre cumplió siete años y siente una fascinación natural por la música. No ha crecido en un entorno de melómanos ni nadie le ha inculcado conscientemente conocimientos o aficiones musicales: simplemente le atrae de forma espontánea la belleza de las melodías.
De muy pequeña, ya pedía a su padre que pusiera música en el coche y ella sola memorizaba enseguida las letras y las iba cantando, con su lengua de trapo que no podía ir al mismo ritmo que la propia canción.
Cuando ahora escucha, por ejemplo, un coro, se acerca con curiosidad infantil y observa atentamente a sus componentes, como si buscara dónde se esconde la clave de que puedan producir esos sonidos que a ella le cautivan.
Como todos los niños, Cris tiene su punto travieso, aunque sólo ha heredado una milésima parte del lado gamberro de su padre. Es inteligente, avispada y tiene un corazón de oro.
Llevábamos unos días en Moscú y ella había ido recogiendo todos los kopeks que encontraba por la calle. Los ciudadanos rusos desprecian esta moneda fraccionaria, que es una centésima parte del rublo y que, por tanto, sería equivalente aproximadamente a 0’03 céntimos de euro. Pero a Cristina le hace ilusión hallar monedas en el suelo, las recoge y las va guardando, haciendo de vez en cuando recuento, no sé si por simple colección o pensando en llegar a comprarse algo.
Está atardeciendo y vamos dando una vuelta por la ciudad. Entramos al metro y, caminando por un pasillo, encontramos a unos músicos callejeros, un cuarteto de cámara interpretando música clásica. Nos detenemos apenas un instante para ver qué dirección debemos seguir, pero Cristina se para y decide enseguida cuál va a ser su butaca de primera fila: se sitúa en el suelo frente a los músicos, completamente entregada.
Nosotros la observamos a prudente distancia. Los músicos ríen. Los transeúntes se paran a mirarla y comentan entre sí… Pero ella sigue ajena por completo a su alrededor, absorta, sólo concentrada en la música y sin perder atención ni un instante.
Cuando terminan su interpretación, Cristina aplaude, se levanta muy decidida y, sin que nadie le diga nada, saca del bolsillo su pequeño tesoro y echa un puñado de kopeks a los músicos.
Éstos se miran y sonríen con ternura. Son apenas unos céntimos, pero sin duda serán las monedas más sinceras y valiosas que recauden ese día.
De muy pequeña, ya pedía a su padre que pusiera música en el coche y ella sola memorizaba enseguida las letras y las iba cantando, con su lengua de trapo que no podía ir al mismo ritmo que la propia canción.
Cuando ahora escucha, por ejemplo, un coro, se acerca con curiosidad infantil y observa atentamente a sus componentes, como si buscara dónde se esconde la clave de que puedan producir esos sonidos que a ella le cautivan.
Como todos los niños, Cris tiene su punto travieso, aunque sólo ha heredado una milésima parte del lado gamberro de su padre. Es inteligente, avispada y tiene un corazón de oro.
Llevábamos unos días en Moscú y ella había ido recogiendo todos los kopeks que encontraba por la calle. Los ciudadanos rusos desprecian esta moneda fraccionaria, que es una centésima parte del rublo y que, por tanto, sería equivalente aproximadamente a 0’03 céntimos de euro. Pero a Cristina le hace ilusión hallar monedas en el suelo, las recoge y las va guardando, haciendo de vez en cuando recuento, no sé si por simple colección o pensando en llegar a comprarse algo.
Está atardeciendo y vamos dando una vuelta por la ciudad. Entramos al metro y, caminando por un pasillo, encontramos a unos músicos callejeros, un cuarteto de cámara interpretando música clásica. Nos detenemos apenas un instante para ver qué dirección debemos seguir, pero Cristina se para y decide enseguida cuál va a ser su butaca de primera fila: se sitúa en el suelo frente a los músicos, completamente entregada.
Nosotros la observamos a prudente distancia. Los músicos ríen. Los transeúntes se paran a mirarla y comentan entre sí… Pero ella sigue ajena por completo a su alrededor, absorta, sólo concentrada en la música y sin perder atención ni un instante.
Cuando terminan su interpretación, Cristina aplaude, se levanta muy decidida y, sin que nadie le diga nada, saca del bolsillo su pequeño tesoro y echa un puñado de kopeks a los músicos.
Éstos se miran y sonríen con ternura. Son apenas unos céntimos, pero sin duda serán las monedas más sinceras y valiosas que recauden ese día.
(Fotografía del autor)
5 comentarios:
TODO ESTO CONTADO POR TITO CARLOS ES MAS ENTERNECEDOR AUN.
(JOSE LUIS LOPEZ VAZQUEZ EN LA GRAN FAMILIA)
Así es, sólo que aplicado a estas familias pequeñas de ahora, pero vamos que es verdad que con Cristina ejerzo de tito Carlos y de padrino lo que haga falta y encantado.
♥
Qué bella anécdota. Muy enternecedora.
Salud♥s
Y yo pensando: ¿cómo se me ha pasado este post tan tierno? Claro, en enero de 2008 aún no había invadido la blogosfera :)
Me encanta Cris, y la foto, y la historia. Todo vaya.
Beso.
¿A qué sí, Melba? Es un cielo esta niña. Ahora ya, con ocho años, se ha apuntado a piano. Estaba cantado que la gustaba la música, pero su profesora dice que, además, sí tiene facultades. Un beso hasta Nicaragua.
Tortu, te voy a tener que pasar una guía de post retrospectivos que merezcan la pena, por si te has perdido alguno de estos antes de hacerte bloguera y lectora de blogs. Beso.
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