Aquella tarde, aquella noche...

De los viajes que he hecho hasta ahora, el de Perú ha sido el más apasionante, el más variado, el más completo. Algunos amigos aseguran que hay un antes y un después en mi vida tras ese viaje. Yo no estoy tan seguro, no sé si realmente me cambió en algo, pero es indudable que lo evoco con un cariño muy especial. Es el viaje más largo que he hecho –veintidós días, creo recordar-, la primera vez que viajaba sin pareja en mucho tiempo (con la incertidumbre de cómo lo vas a llevar), la primera vez que hacía no diré un viaje aventura, que tiene mucho de tópico, pero digamos que un viaje menos convencional. Y el destino fue un país fascinante, con muchos países en uno –montaña, desierto, selva, islas, ciudades históricas, pequeños pueblos…-, con una carga histórica y de naturaleza impresionante y con una gente acogedora y llena de encantos. Un amigo –y una sola persona puede, a veces, ser mayoría- me ha propuesto que, además de los viajes que hago ahora, refleje en el blog de vez en cuando algunos de estos viajes retrospectivos. Si hay ocasión, quizá le haga caso.

Pero no quería hablar hoy de viajes pasados. Sólo quería evocar sencillamente un par de escenas que me han venido a la memoria muchas veces desde entonces. Aquel amanecer en Machu Picchu me erizó la piel, el vuelo del cóndor sobre el cañón del Colca no te puede dejar indiferente, la parada en la isla de los Uros en el lago Titicaca, aquella noche con la comunidad de habitantes de la pequeña y misteriosa Taquile, los impresionantes paseos nocturnos por la selva amazónica en Puerto Maldonado, la excursión a ver caimanes en el río, sobrevolar en avioneta las líneas de Nazca, aquellas tardes y noches embrujadoras en Cuzco, donde me hubiera quedado… fueron todas experiencias inolvidables. Pero no son ésas, curiosamente, las escenas que me han venido a la memoria, no, son otras mucho más sencillas.

Los días que íbamos a ir al cañón del Colca, tomábamos como base de operaciones el pueblo de Chivay, que estaba precisamente celebrando sus fiestas locales, con una curiosa mezcolanza de la herencia hispano-cristiana y de los ritos indígenas.


Por la tarde, después de dar un paseo por esta pequeña población, me paré en la puerta de la iglesia. En una pequeña plazoleta, el joven cura hacía de animador de la fiesta y, micrófono en ristre, era el conductor de una serie de juegos para los más pequeños de la localidad. ¿Jugaban a la Wii? No, no se había inventado, pero hubiera dado igual que ya se hubiera inventado. El juego consistía en que los niños llevaban atados a los tobillos unos globos. Había que conseguir el reto de pisar el mayor número posible de globos a los demás y que te pisaran el menor número posible de los tuyos. ¿El premio era una play station o, al menos, una bicicleta? No, el premio era, como anunció el cura, una fantástica caja de lápices de colores. Creo que tardaré en ver por aquí en algún niño –si es que lo consigo- una cara de felicidad como las que contemplé esa tarde, el rato que me convertí en un espectador más de aquella sencilla fiesta popular. Rostros risueños entre los que ganaron los lapiceros de colores y entre quienes nada más –¡nada menos!- se diviertieron participando en sus juegos y en su fiesta. La moraleja no hace falta explicitarla mucho, pero quizá alguna vez encontremos un término medio entre la miseria extrema a la que tenemos condenados a unos y nuestro consumismo absurdo que nos llevará ahora a todos a cambiar al Blu-Ray y tirar inevitablemente a la basura millones de reproductores de DVD –lo viviremos en breve, lo verán-, el generar necesidades artificiales que terminan de alguna forma por esclavizarnos. El utilizar a las personas –de aquí y de allí- como combustible para la economía. Se puede ser feliz con menos, se puede ser feliz de otras formas.

Y por la noche, hubo otra parada en el mismo pueblo y algunos aprovecharon para visitar la vieja y destartalada iglesia, que estaba abierta porque acababa de terminar alguna celebración nocturna. El templo, por mucho que te esforzaras en apreciar el detalle, creo que se visitaba en cinco minutos, así que a continuación yo me fui solo, a mi bola, y me acerqué a una plazoleta cercana. Allí las familias habían sacado mesas y sillas a la calle, con comida. Y calentaban una especie de ponche característico, que no recuerdo ya cómo se llamaba ni con qué estaba hecho. Todos se intercambiaban, charlaban, compartían... En cuanto me vieron solo y curioseando, enseguida varias familias me fueron invitando a que me acercara a sus mesas y me uniera a su cena. Me fueron presentando a sus gentes, me explicaron el sentido de su fiesta, en qué consistían sus tradiciones, cómo era su vida por allí… Un padre me dijo que su hijo jugaba muy bien al fútbol y que podía ser una estrella, que por favor me lo llevara conmigo a España. No conocía aún a Petón y no sé si me perdí a la figura que me hubiera solucionado mi vida, pero me conmovía aquel padre que quería solucionársela a su hijo, quería ofrecerle algo mejor. Y me lo decía absolutamente en serio, como si yo tuviera mucho poder o me pudiera llevar a su hijo escondido en una maleta sin papeles. El ponche estaba hervido, así que no había riesgo, y allí compartí una noche ciertamente entrañable. No sabía especialmente rico, pero a mí sí me dejó –paradojas de la vida- muy buen sabor. Llegaba la hora de marcharme y mientras me despedía -gracias por todo, amigos- me pareció que aquella conversación y aquella bebida compartida, ofrecida de corazón, habían sido más enriquecedoras que cualquier monumento que hubiera podido visitar.

(Fotografías del autor)

Pepín Bello, Petón y La desesperación del té


Hace unas semanas, fuimos a la presentación de La desesperación del té, libro escrito por José Antonio Martín Otín, más conocido como Petón. Ex jugador de fútbol (si me tuviera físicamente a su alcance, me daría una colleja por lo de ex, porque cree que la condición de futbolista imprime carácter y no se pierde nunca), asesor deportivo (entre otros, de nuestro Fernando Torres; y yo estoy convencido de que la categoría humana y la madurez mental de un futbolista que era millonario desde muy jovencillo y corría todos los riesgos de no ser ni de lejos cómo es, en alguna medida se debe a la influencia de su representante), periodista (es o ha sido colaborador de la Ser, de Cuatro, de TVE, de Antena 3 TV, de Antena Aragón, de As, de Heraldo de Aragón…), escritor… Y amigo: compañero de más de una aventura disparatada, noble y quijotesca, de algunas animadas tertulias y de más de una fraterna cerveza.

La desesperación del té es un libro que nace de las conversaciones que su autor mantuvo durante seis años con José Bello Lasierra. Fallecido recientemente, en enero de 2008, a los 103 años de edad, Pepín Bello fue el aglutinante de amistades surgidas en la Residencia de Estudiantes –Buñuel, Lorca, Dalí…- y que en buena medida fructificarían en lo que luego fue la generación del 27.

Algún profesor universitario había escrito despectivamente que Pepín Bello lo único que hizo en toda su vida fue tomar cerveza y no trabajar. La frase, desde luego, no responde a la verdad. Pero Carlos Vara y yo bromeábamos recordando esa sentencia:

- ¡Y el tipo lo dice en tono despectivo! ¡Como si no tuviera mérito!
- Hombre, pasar la vida bebiendo cerveza y sin trabajar, demuestra una gran habilidad. Sólo eso ya sería un motivo de admiración por el personaje. A ti y a mí, por lo pronto, nos falta la mitad…
 Dimos un abrazo a Petón y, aprovechándonos del enchufe, Carlos Cardesa y yo le pedimos que nos firmase el libro antes de comenzar el acto, para no esperar luego cola.


Introdujo el acto Paco González, compañero del autor en los programas deportivos de la Cadena Ser, quién subrayó la capacidad intelectual y la calidad humana de Petón, su carácter polifacético e inquieto. Teve Bello, sobrino de Pepín, transmitió la felicitación y la bendición familiar. El editor, Manolo Ramírez, expresó la satisfacción de Pre-Textos por contar en su catálogo con este magnífico libro y poder difundirlo. Fernando Anaya, abogado, poeta (sí, las dos palabras pueden estar en la misma frase, incrédulos; incluso, por lo que cuenta Petón, compartiéndola con otras como bonhomía, nobleza o generosidad), esbozó certeramente el sentido de esta obra. Principal impulsor del proyecto, es precisamente una de las personas a quien Petón dedica este libro: A Fernando Anaya, de la amistad, el verso.

(Tengo que hacer un paréntesis inevitable. Al entrar al acto se me fue la vista a un lateral de la primera fila y pensé: cómo se parece aquella chica de allí a Lola Baldrich. Hasta que Petón dio paso a la lectura de la primera página del libro y entonces escuché su voz… Sigo con admiración y cariño a esta actriz desde que yo era estudiante de Derecho, poco más o menos. Es conocida sobre todo por su trabajo en televisión –Médico de Familia, Compañeros…-, pero ha hecho también cine y, sobre todo, mucho y buen teatro. Quienes la conocen, dicen que es persona encantadora. A mí siempre me ha parecido una estupenda actriz, pero aún poco aprovechada para lo que podría dar de sí. Aunque yo no tenga ni idea de esto, es una mera intuición de espectador. Quizá algún día le darán un papel completamente distinto que le permita demostrar otras potencialidades y sorprenderá. Esa tarde, también fue un regalo esa inesperada presencia de Lola).

Y luego, el autor. A Petón siempre es una gozada escucharle. Es uno de los mejores retratistas que conozco, pero no con el pincel sino con la palabra. Da igual que esté hablando de un futbolista histórico en El Larguero o de Pepín Bello en la presentación de este libro. Capta la leyenda, salta de la anécdota a la categoría y de la categoría a la anécdota… pero también traza magistralmente los rasgos definitivos y no pocas veces atrapa el alma del retratado.

En mi inventario de libros que me hayan hecho reír hay algunos. De libros que me hayan hecho llorar, también. Pero sólo consigo recordar una ocasión en la que un mismo libro, tras hacerme reír con ganas, consiguió emocionarme unas páginas más adelante. Lo había escrito Petón. Nació de una deuda moral que sentía su autor y de una admiración que compartimos. Era un libro iconoclasta contra los tópicos de uno y otro lado. Un libro interesante, valiente y cariñoso. Se llama El hombre al que Kipling dijo sí.

Este otro libro está hecho de distinto barro pero con las mismas manos. Y se nota. Divertido el capítulo del artista sin obra (Pepín y Buñuel tienen un hijo y lo llaman Hamlet), emocionante el final (Lo siento, amigos, he de morirme), certero y tierno el Epílogo para Manuel. Pepín Bello llevaba más medio siglo contando sus amistades, sus visiones y sus andanzas. Pero el rasgo diferenciador de esta obra es, precisamente, que no se trata de un mero libro de conversaciones, transcritas desde el rigor frío del historiador o desde la corrección aséptica del periodista. Está escrito desde la brillantez en el planteamiento pero también desde el calor humano. Hay historias y anécdotas que Pepín ya había contado en multitud de ocasiones antes. Pero hay algunas que no y que Petón consigue arrancarle con ese clima de cordialidad y confianza que crea de forma natural. Hay otras que cobran una nueva perspectiva, o a las que se añade un dato o un matiz sugestivo. Pero, sobre todo, el libro capta muy bien lo intangible: el tono, el ambiente, el espíritu, los sentimientos.... Lo que yo decía: el alma.

El único pero que se me ocurre poner al libro es si, quizá, no hubiera sido más claro utilizar distinta tipografía o una sistemática más clara y homogénea al diferenciar lo que constituye testimonio del propio Pepín del resto del texto. Y otro pero, en este caso inevitable: que ojalá Pepín hubiera vivido más años y hubiera charlado aún más con el autor.

Por lo demás, la obra es una delicia. Por sus páginas desfila la magia de Federico García Lorca (“arrebatador, un ciclón, deslumbrante”), Luis Buñuel (“teníamos una manera alegre y disparatada de entender la vida, teníamos curiosidad y desparpajo”), Salvador Dalí (o Pepín avisando a los demás: “el catalanito ése que viste como si fuera Becquer es un pintor de campeonato. Acabo de ver sus trabajos tirados por el suelo y os digo que este muchacho es un fenómeno”), y Rafael Alberti (“fuimos muy amigos desde el primer minuto”, “sólo podía ser artista”).

Y también Ignacio Sánchez Mejías (“una amistad definitiva llamada a marcar mi vida”), la nobleza de Julián Besteiro (“había entendido el mal de España y le dolía más que su tuberculosis”), José Antonio Primo de Rivera (y su amistad con Lorca: “en el drama vital que era España entonces, me atrevo a sostener, estoy seguro, que la única persona que podía comprender a Federico en toda su gigantesca extensión era José Antonio”), Melchor Rodríguez (y la frase más escuchada, pero la que más y mejor le define: “de ese hombre sé lo más importante: que me salvó la vida”)... Y Santiago Ramón y Cajal, Fernando Giner de los Ríos, Pío Baroja, José Ortega y Gasset, Manuel de Falla, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Garrigues, Gabriel Celaya, Samuel Ros, José María Hinojosa, Mercedes Fórmica, Fernando Villalón, Luis Cernuda, Ernest Hemingway, Ramón J. Sender, Luis Miguel Dominguín, Ava Gadner, Lucía Bosé…

Pero La desesperación del té (27 veces Pepín Bello) no es sólo un viaje que nos permita conocer más a una generación singular, escuchando a quien tejió algunos de sus más profundos y a veces invisibles lazos. Es, sobre todo, un canto a la creatividad, a la amistad y a la vida.

Aportaciones históricas, un enfoque inteligente y hermoso, prosa poética, ironía, buen humor y sensibilidad. Por desgracia, ya no tendremos más la palabra cálida de Pepín. Pero se queda uno con ganas del próximo libro de Petón.

(Fotografías: Macarena García Oliver)

Costa Rica (y V). Playa Tambor

En la última fase del viaje, partimos en barco hacia Playa Tambor y en la travesía vimos muchas aves, como este pelícano:


En el barco, entabló conmigo amable e interesante conversación un californiano que reivindicaba con naturalidad y sentido común lo que debería ser la hispanidad: me hubiera gustado que le escucharan algunos de mis compatriotas.

Como decía al comenzar la serie, yo me uní a un viaje ya programado por amigos. Si hubiera dependido de mi gusto individual, hubiera preferido otras opciones en lugar de Playa Tambor, pero se trataba de combinar los intereses de todos (hay que recordar, por ejemplo, que con nosotros viajaba una niña) y la última etapa estaba diseñada para disfrutar de playa y descanso. En esta zona, Barceló ha levantado uno de sus macrohoteles de todo incluido, así que se trataba de colocarse la pulserita y aprovechar los servicios del complejo.

Cuando se construyó el hotel Tambor Beach, justamente al lado de la playa (algo que a mí siempre me ha parecido una barbaridad aquí y en todas partes) los grupos ecologistas locales denunciaron que Barceló había drenado un manglar y que había retirado arena del lecho de un río, provocando erosión. La cadena hotelera española fue multada con 14.000 dólares, una cifra insignificante para el volumen de la inversión, y el proyecto se redujo en parte sobre lo previsto, pero su ejecución continuó adelante. Los ecologistas consideraron que había connivencia entre Barceló y el propio gobierno costarricense. Posteriormente, se han producido más denuncias por contaminación de ríos con aguas residuales.

Cuando se levantan complejos de este tipo en medio de una naturaleza virgen, invadiéndola en parte, la propia naturaleza que rodea al hotel acaba asomándose por dónde puede. Así, miren este garró (una especie de iguana):



O por ejemplo, esta ardilla, que se dedicó una mañana a robar la fruta a los bañistas:


O los animales que, por la noche, acudían a las inmediaciones del hotel atraidos por los restos de comida (algo igualmente perjudicial, puesto que les hace cambiar sus hábitos, les hace ingerir productos químicos no naturales, etc.). A este mapache ni le gusté yo ni le gustó nada el flash de la cámara, cuando le fotografié en la oscuridad comiéndose una patata frita:


Aunque masificado, como suele ser común en este tipo de complejos, el hotel estaba muy bien en cuanto a instalaciones, no cabe duda. Y el servicio del personal costarricense a mí me pareció atento e impecable. Simplemente que no es el modelo de desarrollo por el que apuesto ni es el modelo de ocio que más me gusta.

Tocaron, por tanto, días tranquilos, de periódico o libro, piscina, mar, cervecita… Yo me di incluso a la relajación y me obsequié con un masaje tropical que me dejó nuevo.

Aunque, eso sí, nos apuntamos también a todas las actividades posibles. Por ejemplo, a montar en quad.

En ese paseo, en el que yo iba de paquete y en el que Clara demostró su pericia en la conducción por terrenos más que complicados, nos encontramos también algunos monos en los árboles:


De las actividades del hotel, lo que más me gustó –para sorpresa mía en primer lugar, que nunca la había probado- fue la moto acuática. Ya tengo alternativa propia durante las largas sesiones de baños y sol cuando comparta viaje con aficionados a la playa.

En la tarde del 31 de diciembre, justamente cuando en España se recibía al nuevo año y se tomaban las uvas, nosotros estábamos disfrutando de un fantástico paseo a caballo por una playa del Pacífico. Para mí no hay color.

Lo compartí con algunos amigos, mientras les felicitaba el año y, en vez de alegrarse, no sé por qué recibí algunos insultos y noté un poquito de resquemor, como dicen en Los Serrano. Y es que la envidia no es buena… :-)


Mira que, como conté en otra ocasión, yo viajo para huir un poco de las navidades, pero el hotel montó un belén viviente para ambientar.


Y por la noche una fiesta para recibir al nuevo año, con su suelta de globos, su baile, su cuenta atrás a la americana y todo eso, aunque a diferencia de lo que pasa en las películas no me tocó justamente al lado ninguna chica guapa a quien besar.

El año que se iba había sido particularmente duro llevándose a Ángel, a Isabel, a Ana… y yo no estaba muy de humor. Si me escapo de la Nochevieja española no es porque me apetezca mucho integrarme tampoco en la Nochevieja tica. Pero me pareció que no tenía escapatoria. En fin, si no puedes vencer a tu enemigo únete a él, así que al final me rendí y participé. Siempre hay algo que agradecer y algo que celebrar. Por ejemplo, más de 25 años de amistad:


Fue una estancia grata, en un país fantástico y con una compañía sensacional. Cuando regresábamos, unos días más tarde, el mar y el cielo nos obsequiaban con esta imagen de despedida:

(Fotografías del autor, de Mario Marín y de Clara Montero).

I can't take my eyes off you

Uno no siempre está donde tendría que estar. Y estos meses son la caña; menos mal que ya queda menos.

El sitio donde estoy: en el despacho, trabajando.

El sitio donde debería estar esta noche: en la Casa de Campo en la actuación de Marlango. Por ejemplo.

Así que, después de haber hecho declaraciones de la renta y algunas otras cosas, me concedo -y comparto- este premio de consolación -como hice ya con Noa- de escuchar un momento a Leonor Watling y su banda (la grabación es malilla pero...):

El frágil arte de un gesto sencillo

Una de mis canciones favoritas (para mi gusto, la mejor de todas las buenas que tiene Lluis Llach) es Un núvol blanc.

Ayer decidí hacer tregua en el agobio profesional y me tomé la tarde libre, algo casi inaudito (por contra, había trabajado el fin de semana). Con mi cansancio no sé si aporté mucho a las personas que compartieron su tiempo conmigo, me temo que no. Primero fue comida, té con hierbabuena, conversación y larga (que a mí se me hizo corta) tarde muy agradable con compañía fascinante. Y a continuación una improvisada y cálida cena con otra persona a la que quiero mucho, que representa siempre una estimulante presencia en mi vida y que lo paso muy bien con ella. Y, sin embargo, hoy me ha amanecido un día tristoncillo. Uno de esos días tontos que a todos nos surgen de vez en cuando, con razón o sin razón aparente. Así que ha habido un rato que me apetecía darme el gusto de escuchar una vez más esta preciosa canción. Y seguir construyendo ese nido en mi árbol. Esté o no luego vacío. Siempre con una nube blanca colgada de una rama.

Y he encontrado la canción, además, con esta maravilla de coreografía o escenificación de Tranuites Circus, así que la comparto aquí. Saboreenla, que merece la pena.

Cada vez que siento que “senzillament i com si res, la vida ens dóna i pren paper”, me gusta dejarme envolver por esta hermosa melodía y estas palabras. Creer que “a voltes, el fràgil art d'un gest senzill" puede decir tantas cosas...

"Només així, em deixo que tu em deixis
així només, et deixo que ara em deixis.
Jo tinc, per a tu, un niu en el meu arbre
i un núvol blanc, penjat d'alguna branca".

Costa Rica (IV). Arenal y La Fortuna

A William (un amabilísimo guía naturalista del Parque Nacional del Volcán Arenal, al que era una gozada escuchar) se lo contó su abuelo. Un día oyeron cómo la montaña rugía, les entró el miedo y la familia se marchó del pueblo. Su intuición quizá les salvó la vida.

El 29 de julio de 1968, tras más de cuatro siglos dormido, el volcán Arenal despertó de nuevo. Las estruendosas explosiones dieron origen a ríos de lava que arrasaron dos pueblos, mataron a cerca de ochenta personas y a miles de cabezas de ganado. Lo que hasta ese día habían sido fértiles terrenos de cultivo se convirtió en una extensión de color ceniza.

La situación recuperó la normalidad y, aunque este volcán está todavía entre los diez más activos del mundo, se encuentra diariamente controlado.

A unos kilómetros está el Lago Arenal, un embalse construido en 1979 a partir de una pequeña laguna inicial, anegando varios de los antiguos pueblos. Ocupa más de 80 km2 y se utiliza para abastecimiento de agua y generación de energía hidroeléctrica.


Para llegar a las inmediaciones del volcán se puede acceder por varios senderos, atravesando zonas de precioso bosque tropical. Sólo ya el paseo, entre vegetación espectacular y avistando algunos curiosos animales, merece mucho la pena.






¿Qué hicimos tras encontrar este cartel? Pasar, claro.


El volcán denotaba actividad –se escuchaban fuertes retumbos cada poco tiempo- pero no podíamos ver la posible erupción porque era un día lluvioso y la niebla cubría la cumbre.


El volcán Arenal tiene unos 1.700 metros de altitud. Normalmente emite gases y vapores de agua y, en algunas ocasiones, lanza materiales piroclásticos que son los que aparecen en las fotografías más llamativas de los folletos turísticos y las postales.

Las erupciones han cambiado de dirección en varias ocasiones. Antes los hoteles se construían y anunciaban con vistas a las erupciones del volcán Arenal, pero en la actualidad la orientación de las erupciones es hacia otra cara de la montaña.


La zona de influencia del Volcán y los bosques cercanos están protegidos como Parque Nacional desde 1994.

Una curiosidad: a esta flor los naturales de allí la llaman banderita española por su colorido rojo y amarillo.



Algunos hoteles y establecimientos de estas poblaciones cuentan con piscinas que se nutren normalmente de agua de manantiales volcánicos, por lo que uno puede darse un agradable baño en aguas termales, por ejemplo las procedentes del río Tabacón.

Dentro del Parque, en término municipal de La Fortuna, se encuentra otra maravilla natural: un par de espectaculares saltos de agua. El más grande de ellos es la catarata de La Fortuna, de 70 metros de altura, que cae por un cañón de roca volcánica.

En Tortuguero me había dedicado a explorar las zonas donde los habitantes de allí me decían que se habían detectado cocodrilos (pude ver un perrito al que uno de estos reptiles le había mordido una pata) y a las horas en las que suelen descansar en la orilla de los canales, para intentar fotografiarles. Mi búsqueda fue infructuosa y, finalmente, nos tuvimos que conformar con fotografiarles ya en la zona de Arenal, en una pequeña laguna cercada que había en el complejo de un hotel y que no es, desde luego, su hábitat natural, sino que están ahí en realidad para exponerles a los visitantes.


También en los alrededores de ese establecimiento hotelero encontramos al curioso basilisco, casi mimetizado con el color de la vegetación. Este animal es otra especie de lagarto, similar a las iguanas, aunque más esbelto y con unas características crestas en su lomo.


(Fotografías del autor).

Héroes anónimos

Me han dejado sin palabras el amor y la entrega reflejados en este video que me han enviado.


Nosotros, mientras, atentos a las apasionantes polémicas familiares de Andrés Pajares y su troupe. Por ejemplo.

Recordaba la tarde anterior...

... las palabras, los detalles, la complicidad recién nacida... Y caminaba por la calle sonriendo a todo el mundo sin darse cuenta. Los demás le miraban pensando por qué irá sonriente este imbécil. Pero esta mañana le daban igual esos demás.


(Fotografía: Pareja de bicicletas, Travesía Uruguay 2006, de Es, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr).

¿Somos lo que jugamos?

De pequeño yo tenía mucha tendencia a hacer el payaso. O sea, como de mayor. Tendría unos cuatro años cuando, acompañado con una guitarrilla de juguete, cantaba, por ejemplo, María Isabel, de Los Payos -manda narices la cosa- y me mosqueaba si mis padres y mis tíos no aplaudían y, cuando por fin me hacían caso, doblaba el espinazo y decía muy ceremonioso “gracias, gracias”. También era el autor de unos tebeos manuscritos, llenos de cuentos, dibujos, historietas, chistes, pasatiempos..., que igualmente estaba obligada a leer mi familia (qué cruz, los pobres)… Y a veces me disfrazaba y me convertía en el payaso Trompetilla, un personaje de mi creación…


Pero uno de mis juegos más recurrentes era el de las oficinas, claramente imitando a mi padre. Mi oficina, repleta siempre de papeles, estaba montada en el desván (el sobrao dicen en mi pueblo) de la casa de mi abuela. Y allí jugaba a veces solo, a veces con mi hermana Tere y mi primo Raúl, a atender al público que iba a aquella oficina.


Cuando iba a ver a mi padre a su trabajo, siendo yo un renacuajo, le escuchaba atentamente lo que él hablaba con otros mayores. Y luego intentaba reproducir en mi pequeña oficina esas conversaciones: “Dña. Felipa, esta cartilla que usted me trae está extraviada”. Y yo lo decía con enfado. Me molaba esa palabra, tenía que ser algo muy grave y, en consecuencia, yo echaba la bronca con toda la razón a Dña. Felipa. Mi prima Teresa, que era unos años mayor que yo y estaba por allí ese verano, me corregía: “¿Cómo te la va a traer si dices que está extraviada? ¿Tú sabes lo que quiere decir 'extraviada'?”. Yo negaba con la cabeza. “Pues quiere decir que se ha perdido. Tienes que elegir otra palabra”.

Años después, yo lo recuerdo, claro. Pero lo asombroso es que Teresa se acuerda con todo lujo de detalles. Hasta de Dña. Felipa. Me parto.

Ella sostiene ahora que padezco la maldición de haber acabado trabajando en un despacho, agobiado de papeles, por haber jugado de pequeño a las oficinas.

Estos días, cuando miro el montón de declaraciones de la renta, de demandas, de escrituras… me pregunto por qué no me daría a mí por jugar a ser un millonario mecenas, un explorador que viajaba por todo el mundo o el superhéroe que rescataba a la chica guapa.

(Fotografía: Juan Bautista Galán.
Ahí estaba yo en la terraza de nuestro bar escribiendo y dibujando un cuento que se llamaba La Loca, por el que luego me dieron un premio en un concurso de la Editorial Pascal. Me he fijado que a la loca protagonista del cuento la pintaba con un embudo en la cabeza y un calcetín de cada color...).

Libros, amistad, vida

Hay días que no pasarán a tu pequeña historia personal, que no dejan ninguna huella. Nunca te escucharás a ti mismo preguntando, por ejemplo: "¿recuerdas aquel día en que te levantaste, tomaste un café, te pasaste toda la mañana haciendo gestiones en Hacienda y en el banco y luego te fuiste a casa a comer?”. Pero sí te podrías escuchar diciéndole a un buen amigo: “¿te acuerdas de aquel día que comimos conejo con Dragó y nos partimos de risa, y que luego tú y yo terminamos hasta las mil por Latina, y me contaste que… y yo te conté lo de…?”.

El de ayer fue uno de esos días llenos de cosas que dejan huella, de muchas cosas para recordar. Desde la mañana a la noche.

La semana anterior había ido por la Feria del Libro, como cada año. En una tarde lluviosa, compré varias cosas, entre ellas un libro de Lorenzo Silva sobre Marruecos (muy afectuoso el escritor, al que el año pasado dediqué una pequeña entrada en el blog y me contestó) y la última novela de David Trueba. Y pasé a saludar a Fernando Sánchez Dragó, recién regresado de su viaje por Arizona, y así concertar una comida.


Aprovechando que se pasa tres fines de semana firmando en la Feria del Libro mañana y tarde, ya tenemos instituida como tradición la de quedar uno de esos sábados a comer por la zona con un grupo de amigos. Normalmente la cita es en casa de Miguel, que vive por allí, y así estamos más tranquilos, evitando que nadie esté con la antena puesta desde la mesa de al lado. Pero ayer esta opción no podía ser y comimos en un restaurante asturiano, La Hoja-La Fueya. Buena comida, buena sobremesa y buena compañía.

Conversación vibrante, interesante y divertidísima: toros –inevitable José Tomás-, literatura, sexo (esto fue, qué casualidad, lo que más despertó el interés de Carlos V.), televisión, cine, política, viajes… Y risas, muchas risas.

Carlos V. estaba con el punto y tuvo intervenciones triunfales. Todavía estoy intentando recordar lo que soltó sobre su admiración por Jordi Hurtado (el presentador del concurso Saber y Ganar) porque era partiente, no tenía absolutamente ninguna relación con lo que estábamos hablando y nos dejó a todos perplejos. Pero el caso es que a él le gustaba Jordi Hurtado y quiso aportar este dato imprescindible.

De las mil anécdotas de Fernando, compartiré aquí dos de las que se pueden contar. La primera vino a propósito de que él no deja indiferente a nadie y que tiene muchos seguidores entusiastas pero también, como es evidente, una legión de gente a la que le cae mal. Resulta que Dragó tiene un amigo con cierto parecido físico a él. Una vez le contaba que se le acercó un tipo en un bar y le dijo:

- ¿Tú eres Sánchez Dragó?
- No
–le aclaró.
- Pues te acabas de librar de dos hostias…

La otra es una historia de bookcrossing de las que complacen al autor del libro y de las que Jung hubiera analizado en caso de haberla conocido. Llegó Fernando a un hotel -no recuerdo en qué ciudad del mundo- y encontró un libro que algún huésped anterior había dejado en la habitación. Para su sorpresa, era su propia novela El camino del corazón. La dedicatoria: “Para quien tenga la suerte de encontrarlo…”. Impagable para un escritor.

Tres horas y pico después, ya sin ningún comensal más en el restaurante, Fernando se fue a seguir firmando libros y el resto continuamos la animada sobremesa.

Tras una intensa tarde, dos supervivientes del grupo inicial, Carlos V. y yo, acabamos por Latina en una noche de cubatas y confidencias, dando un completísimo repaso a las tres heridas de Miguel Hernández, la de la muerte, la de la vida y la del amor. Tocaba puesta en común y brindis de despedida, antes de su viaje a Argentina.

Si entablo conversación con algún desconocido en un bar de copas, generalmente no es un tío, normalmente más bien será una desconocida. Pero ayer hubo una excepción. A un chico muy jovencillo le estaban dibujando una caricatura y, mientras el artista le captaba sus rasgos con acierto, nosotros le habíamos ido haciendo algunos comentarios en plan viejos-mirando-una-obra. Más tarde vi que su panda estaba formada por cuatro chicos y una chica y que, obviamente, ella le gustaba. Bueno, a él, a los otros tres, a mí y a todos los demás que estaban en el pub... Al pasar le dije alguna frase cómplice y a partir de ahí resultó muy divertido. Yo creo que le apetecía compartirlo con alguien, porque eso no se lo cuenta a sus amigos (y rivales) y tampoco a la propia chica, y cuando se puso a hablar conmigo era como escucharme a mí mismo casi con veinte años menos. Qué risa me pasé con sus comentarios y qué familiares me resultaban. Era inteligente, ingenioso… y tímido. Descubrí que, con sus historias con las chicas, se había sentido identificado con las mismas películas que yo. Para mi sorpresa, me recitó algunas frases de Gabino Diego cuando está enamorado de Ariadna Gil en Los peores años de nuestra vida. Pero, para su sorpresa, yo las recordaba todas, porque habré visto también esa peli unas tropecientas veces. Él no conocía otra de Martínez Lázaro, Amo tu cama rica ("antes de encontrar a Sara, sólo había conocido dos tipos de mujeres: las interesantes... y las que se interesaban por él"), que es como el catón en estos temas de los tímidos y las mujeres, así que se la recomendé vivamente. En cuanto aparezca Pere Ponce en la pantalla se verá reflejado. Mientras todos seguían tonteando con la piba, ésta nos miraba de reojo viendo que su amigo y yo nos partíamos de risa hablando. Me fui, le dejé con la chica y le deseé mucha suerte. No sé cómo se llamaba él, pero perfectamente se podría haber llamado Carlos.

Al llegar a casa de madrugada, caí rendido. Esta mañana he amanecido con resaca y con un gato plácidamente dormido encima de mí. Prefiero otro tipo de despertares, la verdad. Pero no está mal levantarte con el recuerdo de tantos detalles para guardar, que me resultan (como los llamaría cierta persona llena de encanto) retales vitales de magia.

(Fotografías: Clara Montero)

Noches Desakordes


Los promotores de la Asociación Cultural Desakordes, Rubén Buren, Pedro Herrero y Henar León son como los cultivadores de perejil (para entender esto hay que habérselo escuchado a Faemino y Cansado, no lo pienso a explicar). El otro día ellos y todos los artistas que han participado en las Noches Desakordes nos regalaron a los espectadores un disco recopilatorio.

Mientras en televisión se diseñan cantantes clónicos sin personalidad propia y, entre otros hallazgos, se empeñan en convertir el casting no en un medio de selección sino en un fin en sí mismo, en un espectáculo de humillaciones y otros ingredientes morbosos, resulta que en algunas ciudades como Madrid existe un circuito de locales y de artistas donde se encuentran a menudo cosas de calidad, casi siempre sin la suficiente difusión ni el suficiente apoyo.

La A.C. Desakordes, antes en el Café Barbieri de Lavapiés y ahora en El Butrón de Latina en colaboración con la A.C. Nuevas Tendencias, ha reunido un buen cartel de intérpretes y creadores y ofrece una programación más que digna, donde hay un poco de todo: humor musical, algún cantautor con letras más que buenas, también algunas voces notables interpretando canciones propias o ajenas... Yo llegué a ellos a través de las actuaciones de Andrés Molina pero después he ido conociendo a otros artistas y convirtiéndome en su espectador.

El concierto colectivo de hace una semana tuvo un tono de fiesta entre amiguetes, con complicidad y muchas risas. Estuvieron Obsoletos Trío (Pedro Herrero, Carlos Aguado y Luis Felipe Barrio) con Matías Ávalos, Antonio de Pinto, Rafa Mora, Moncho Otero, Alejandro Martínez y Claudio H. Mucho talento encima del escenario y mucho buen humor. Lo pasamos realmente bien. De todas formas, todo esto lo ha contado mucho mejor Henar en su blog.
En el disco recopilatorio participan, además, Elena Bugedo, Osvaldo Cicciolli, Julio Hernández, Black Mama, Andrés Molina, Ainda, J.L. Manzanero, Kiko Tovar, Miguel Dantart, Marte Menguante y Desakordes.

(Fotografía: Henar León)

El Fresne


La revista Ávila Digital, en su edición impresa de junio, ha publicado un reportaje sobre El Fresne, un paraje natural de mi pueblo, El Hoyo de Pinares (Ávila), y lo ilustran con algunas fotografías mías. No creo que tengan calidad fotográfica, porque desde luego yo no soy profesional y cuando las hice no estaban destinadas a su publicación. Pero el director de la revista, Carlos de Miguel, me pidió que le facilitase algunas que tuviera de esa zona y con mucho gusto así lo hice. Y parece que, al menos, les han servido, porque al abrir el ejemplar y leer el reportaje me encuentro con algunas de esas ilustraciones y con mi nombre como autor de las mismas.

El reportaje forma parte de la serie Rincones con encanto que patrocina la Diputación Provincial de Ávila. La autora del texto es Isabel Martín, quien recuerda que en este paraje, rodeado de pinares, están ubicados algunos de los restos de la antigua ermita de Navaserrada, trasladados a la zona en la década de los setenta. Cerca, se encuentra un puente medieval sumergido bajo el embalse y sólo visible cuando éste se limpia o cuando, en épocas de intensa sequía, baja mucho de nivel. En El Fresne acaba de celebrarse el último sábado de mayo, como cada año, la Romería de la localidad. Y es también área recreativa donde se pueden hacer comidas campestres (hay barbacoas y mesas habilitadas para ello), iniciar rutas de senderismo, en bicicleta o a caballo, o simplemente pasear y disfrutar.

"Puentes sumergidos y retales de ermitas envueltos en fervor popular. El Fresne, en las inmediaciones del municipio de El Hoyo de Pinares, es un lugar para el paseo, la tradición y la naturaleza...". Así empieza el sugestivo recorrido que la autora hace por la historia y la belleza de un paraje "que no deja indiferente. Y menos cuando se abre el baúl de sus secretos".