Momentos, gestos


Ibiza, 2003. Mi amiga desea estar sola unas horas. "Me quiero despedir de la isla", me dice. Por supuesto, así lo hacemos. Pero confieso que entonces no entendí muy bien la idea. Años después, por fin la he comprendido perfectamente.

Koh Samui, 2009. Es nuestra última noche en este lugar casi paradisiaco. Después de la cena y de tomar una copa, en una haima y con música fantástica, regresamos hacia el hotel por la playa de Lamui cuatro compañeros de viaje. Aflojo el paso. Dos de esos compañeros me dirigen alguna broma, para que hable, quizá porque, al estar silencioso, piensan que deben levantarme el ánimo. Sin embargo, Cristina vuelve la vista atrás, me ve y no dice absolutamente nada. Nos hemos conocido hace sólo unas semanas, pero ya hemos compartido, con intensidad, suficientes vivencias, impresiones, confidencias y risas como para intuir ciertas cosas. Ella sigue su paso sin detenerse y arrastra a los otros dos.

Me quedo rezagado. Esa noche no veo la luna, pero sí el cielo estrellado y, a lo lejos, cómo se elevan las luces de los globos de papel que la gente suelta pidiendo larga vida. Camino descalzo por la orilla del mar. Respirando. Intentando paladear ese último recuerdo, retener sensaciones.

Si sirviera de algo catalogar los lugares y las situaciones en las que fuimos alguna vez felices, en mi lista sin duda estarían los días pasados en esa isla del Índico. De nada vale, porque, aun repitiéndose sitios y circunstancias, cada momento siempre resulta, inevitablemente, distinto. Eso es lo terrible y, a la vez, lo maravilloso de la vida: que cada instante es irrepetible.

Cuando los alcanzo y nos juntamos de nuevo los cuatro, Cris me pregunta en voz baja: "¿Has disfrutado de tu momento?". Asiento con la cabeza y le sonrío. Qué cosa impagable es la complicidad.

(Fotografía del autor)

Haciendo la maleta

“…Todo pesa, todo es un lastre para el camino.
Para el camino del viajero y el de la vida
hay que ir ligero de equipaje”.
 

-Fernando Sánchez Dragó-
 

Dejo en Madrid el recién sacado abono del Atleti, para que alguien vaya a la previa de la Liga de Campeones por mí. Dejo aquí un cuponazo para el sábado; si toca, que se encargue de cobrármelo alguien de confianza y yo no ando ya ni regresando. Dejo fuera del equipaje mi trabajo, porque ya le dedico bastante tiempo el resto del año. Lo profesional entero: durante unas semanas, no pienso ni acordarme de en qué diablos curro. Dejo aquí a los clientes pesados y a los encantadores, a todos. Dejo el ordenador. Dejo mi agenda. Dejo fuera de la maleta las contestaciones bordes que últimamente he dado a gente que se las ganó a pulso, y también a otros que posiblemente no se las merecían tanto y pagaron el pato ajeno. Dejo las comeduras de coco, el dar demasiadas vueltas a las cosas. Dejo aquí melancolías bobas y algunos temores. Dejo fuera decepciones sufridas con ciertas personas después de muchos años que ahora me suenan a falsedad. No tengo que dejar fuera, sin embargo, el rencor: no uso. Ni un poquito. Se quedan fuera de la maleta la gripe A, el golpista usurpador de Honduras, la nueva base militar yankee en Colombia, los corruptos de la trama Gürtel, ETA haciendo de las suyas en Mallorca… Dejo aquí las noticias, no quiero ni estar informado. Dejo las preocupaciones y los agobios, todos, sean del tipo que sean.

Me llevo una mochila. Y zapatillas de caminar mucho. Me llevo el kit completo de hippie-viajero adquirido en el Rastro de Madrid. Me llevo el teléfono por si acaso, pero apagado. Me llego la cámara de fotos con la tarjeta vacía, para llenarla de imágenes, como mi retina. Me llevo poca ropa, ya compraré allí. Me llevo la guía Lonely Planet, los Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig y un libro de relatos cortos de Slawomir Mrozek. Me llevo cuaderno y bolígrafo, cómo no. Para no tener exceso de equipaje, me llevo cosas que no pesan, como las llamadas de despedida de mi familia. O, bien plegado, como un chaleco salvavidas, el abrazo permanente de mis amigos M. y C., que siempre siempre siempre están ahí, para alegrarse con mis alegrías y para aguantarme mis penas. Hago un hueco para meter en la maleta los ecos de la cena y la conversación del otro día con N., cuando ella recordaba días compartidos en una isla y nos reímos juntos porque me dijo ahora algo que entonces no se atrevió. Me llevo buenos deseos y un beso virtual de P. que no sé si merezco porque la tengo muy abandonada últimamente. Me llevo también la última tarde con V., sus consejos cariñosos y las imágenes de esa zona de Madrid que me descubrió y que creo que voy a frecuentar a la vuelta. Me llevo el sabor de las penúltimas cañas con los dos C. y con M., la calidez de compañeros de múltiples andanzas pasadas y de las que vendrán... Y, aunque me lo tenga prohibido (chssssss, que no se entere), me llevo el recuerdo de A., de las vivencias y complicidades de estos meses, de cada palabra, de cada risa, de cada caricia, de cada sensación… para sacarlo de la maleta un ratito –sólo un ratito, lo prometo- cualquier atardecer por allí. Cuando por fin ella cumpla su deseo de ir, tal vez tenga la impresión de que en algún sitio ya estuvo antes… Mi sonrisa no la guardo en la maleta: me la llevo puesta. Va conmigo la disposición a la aventura y al aprendizaje, a conocer lo hoy desconocido, a abrir bien los ojos y la mente. Mi capacidad para disfrutar de cada momento, de cada persona, de cada paisaje.

Me espera un país repleto de naturaleza y de historia, en un continente que pisaré por vez primera en mi vida. Me esperan los templos de Bangkok, los poblados Shan, Lisu, Karen o Lahu, el camino por la selva, las balsas para avanzar por la corriente del río, los elefantes, las ruinas de los palacios de Ayuthaya, el mercado flotante de Damnoan Saudak, el buda de las playas de Ko Samui. Como diría Dragó, digo adiós temporal a Vandalia y me voy unos días al paraíso. Perdonen si no contesto sus comentarios. Pásenlo bien. Nos vemos en septiembre.

(Fotografía: Almas viajeras, de Bachmont, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr).

Aprendizajes

ERROR CIENTÍFICO

Un grupo de científicos dijo haber definido los factores que influyen en la felicidad. Entre ellos incluyeron el dormir bien.

Sin saberlo, ella me demostró que estaban equivocados: “Mañana vas a tener los ojos pegados, pero vas a ir con una sonrisa…”.

EFECTOS SECUNDARIOS

“Pongo tanta atención cuando te beso…”, escribía el poeta Ángel González. Un día descubrimos la segunda parte, menos romántica: pusimos tanta atención en el beso… que a ella le mangaron el bolso sin que nos enterásemos.

MEJOR QUE NOS SORPRENDA LA VIDA

- No, si la verdad es que no me va mal, pero en general las cosas no me salen casi nunca como yo quiero… -me quejaba yo.
- Tal vez sea mejor así –me dijo ella-. Si las cosas siempre salieran como tú quieres, no estarías ahora aquí conmigo.
- ¿¿¿???
- Si las cosas te hubieran salido como querías en su momento, ahora estarías casado con tu primer amor y tendrías dos hijos…
- Aaarrgggggggg
–lo visualicé.
- Jajajajaja.

PARADOJA

Lo tengo comprobado desde hace años: cuánto mejor le sienta un vestido a una mujer, más ganas dan de quitárselo.

Y LA PARADOJA INDESCIFRABLE

Por mucho que investiguen, nadie podrá explicar cómo, siendo tan diferentes, somos tan iguales.

Otro verano

Otra vez verano. No es mi tiempo. Sopor y pereza. Este año ni muchas ganas de escribir, que mira que ya es raro... Visitas frecuentes al frigorífico, litros de agua... pero la sed nunca se va. Menos estrés laboral y ojos más abiertos. Cañitas en terrazas, música, lecturas, planes, conversaciones, risas, días más largos y noches más intensas. El teléfono, que suena y te sorprende gratamente, o que suena cuando no quieres, o que no suena cuando quieres... La mente por un lado y el corazón por otro, a su puta bola los dos. Deseos cumplidos y deseos insatisfechos. Puzzles complicados de espacios propios con espacios compartidos que no acierto a resolver (¿a ver si es que las piezas no encajan o falta alguna?... que yo soy muy despistado). Alto en el camino, inventario existencial y propósitos variados para el otoño, que luego, como siempre, no cumpliré del todo. Pequeñas ideas y proyectos rondándome la cabeza. Una ensalada –con sabor dulce a ratos, a ratos muy divertido, a ratos triste- de nombres, de gente que me quiere, de gente que quiero, de encuentros, de reencuentros, de desencuentros... Preparar maletas para viajes apasionantes pero que siempre, invariablemente, tienen algo de huida. También esta vez.

(Fotografía: Terraza de verano, de Olga Díez, Caliope, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr).

Tomando aliento

En lo profesional, julio es un mes particularmente asfixiante, tanto en el asesoramiento empresarial (con dos plazos fiscales y un plazo mercantil seguidos) como en las tareas específicamente mías de abogado (porque agosto es inhábil judicialmente y hay que dejar al día muchos asuntos antes).

Así que, cuando llegan los primeros días de agosto y antes de marcharme de viaje (lamentablemente, no puedo elegir otras fechas), tengo lo que yo llamo la semana -poco más, poco menos- de semivacaciones. No se engañen por el nombre que le doy a ese período: sigo trabajando (y no poco) en dejar cosas terminadas y ordenadas. Pero sin juicios, sin plazos, sin agobios…, a un ritmo normal que me permite recuperar espacio personal y levantar el pie del acelerador.

Cuando llegan cada año estos primeros días de agosto pienso que así tendría que ser todo el año. Porque luego los viajes de vacaciones son otra cosa, un tiempo de ruptura con lo cotidiano. Pero, en la cotidianeidad, lo laboral no debería ser tan absorbente. Yo creo que los días normales deberían ser como ahora: trabajando, pero con un pulso normal, sin estrés, sin saturación y pudiendo hacer paralelamente otras cosas.

Así que aprovecho para quedar con personas a las que no puedo ver en el año con la frecuencia que me gustaría, para actividades para las que normalmente no tengo tiempo, para salir a diario… Ciertos amigos ya saben que en estos días inusuales es raro que diga que no a alguna propuesta… salvo por coincidencia (hoy se reía alguien porque para el miércoles por ahora ya me han propuesto tres planes y aún no he confirmado ninguno: una amiga que viene ese día a Madrid, otra amiga que me propone quedar y un amigo que me plantea la posibilidad de ir a un espectáculo). Si hubiera más semanas así en el año no tendría en mi vida social esa especie de overbooking

Me decía una vez el escritor soriano Antonio Ruiz Vega que “habría que estudiar la red de mecanismos que nos hurtan lo que antes era la 'vida cotidiana' y que ahora se nos esfuma entre los dedos. Eso sin que son Crímenes contra la Humanidad...”

Mientras lo estudiamos, yo me quedo por lo pronto con el paseo de esta noche. Algo falla cuando yo percibo como un auténtico lujo el no tener prisa, el poder regresar tranquilamente caminando hasta casa, mirando la luna, observando a la gente… y respirando.

(Fotografía: Ventana abierta, de Álvaro Canivell, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr).