Sevilla: impresiones de un recién llegado


Publicado en SevillaInfo, 24.09.2018

Tras más de treinta años en la capital de España, tengo ahora un pie –cuando menos- en Sevilla. Por razones que no son difíciles de imaginar, mi vida personal -y progresivamente la profesional- se va mudando aquí.

Sevilla –sé que no les descubro nada- es una ciudad muy diferente a Madrid. Ese rompeolas de las Españas -que decía Antonio Machado-, en la etapa desarrollista de los sesenta y setenta fue diluyendo el madrileñismo hasta convertirlo en algo residualmente castizo. Como es sabido y repetido, pocos de los tres millones de madrileños actuales podrían asegurar serlo de varias generaciones. Por ejemplo, la población de origen abulense en la Comunidad de Madrid -según me aseguraba un ex concejal de la capital- equivale cuantitativamente a la que queda en toda la propia provincia de Ávila, mi tierra natal. El estudiante universitario que fui, el que llegó de su pueblo a Madrid, estará eternamente agradecido a esa ciudad mestiza y acogedora que le proporcionó una impagable sensación de libertad y de hospitalidad que hoy continua.

Creo que fue Julio Camba quien afirmó que para ser madrileño bastaba con bajarse de un tren en la estación de Atocha y comerse un bocadillo de calamares. Con apearte en Santa Justa, irte al centro y pedir unas papas aliñás no apruebas ni el primer cuatrimestre de una asignatura optativa de primer curso de sevillanismo básico. Ni aunque leas a Chaves Nogales mientras saboreas la tapa. Sevilla no sólo no ha diluido su fuerte personalidad histórica, sino que es casi un microcosmos de rasgos singulares que no se parece a ningún otro lugar.

Por fortuna, en Sevilla a nadie se le ha pasado por la cabeza idear un término despectivo –equivalente a charnegos o maketos- para referirse a quienes llegamos desde otras comunidades a vivir y trabajar aquí. Dejando a un lado que no haya sido, históricamente, tierra de inmigración masiva, no existe ningún ánimo de exclusión ni de señalar socialmente ciudadanías de segunda clase por carencia de pedigrí. Siento que quien llega es bienvenido, pero –eso sí- será él quien tenga que ir cogiendo el aire a una ciudad que jamás renunciará a ser ella misma.

En otros lugares, determinadas tradiciones sólo son la repetición de gestos con ánimo folclórico y simbólico. Como dijo Víctor Pradera en otro contexto, aquí tradición no es lo pasado, sino el pasado que sobrevive y tiene virtud de convertirse en futuro. Hace unos meses tuve la experiencia de mi primera Semana Santa sevillana de la mano de una anfitriona inmejorable. Era la primera vez que no estaba ante un ritual que una parte de la población escenifica y el resto presencia, sino ante algo que prácticamente toda la ciudad vive con intensidad.

Voy paladeando -ahora ya a sorbos, tras una primera impresión rayana con el síndrome de Stendhal- el lujo para los cinco sentidos que es esta ciudad. Su arte, su cultura, su patrimonio arquitectónico y pictórico, la historia saliéndote al encuentro a cada paso, su gastronomía, su habla, la particular idiosincrasia de sus gentes… Y no tendría ni por asomo la osadía de intentar definir o describir nada, porque aún tengo que aprenderlo casi todo. Creo que a Sevilla hay que acercarse sencillamente intentando ver y escuchar, ir captando y comprendiendo, con los ojos y el alma abiertos. Y con algo más: respeto. Esa virtud casi olvidada, sustituida -como dice Fernando Sánchez Dragó- por el equívoco sucedáneo de la tolerancia.

En este tiempo ya he aprendido que cuando alguien me dice que no le echo cuentas no tengo que pensar en números. Que los chalecos pueden tener mangas. O que si me recomiendan comprarme unos botines en pleno verano no hay motivos para que me entren sudores fríos… También he asumido resignadamente la condición de malaje que me atribuyen, que le vamos a hacer. Que me añada Eusebio León a sus listados.

En mi profesión de abogado, poco nuevo bajo este sol del Sur. Quizá la única diferencia sean las demoras más prolongadas –aún- que las que sufrimos en Madrid. Pero sigo encontrándome más o menos lo mismo: una judicatura que va desde profesionales magníficos en su conocimiento del Derecho y en su ecuanimidad hasta otros –por fortuna, la excepción- cuyo erróneo sentido de la autoridad pasa por maltratar a mis compañeros; desde abogados ante los que me quitaría el sombrero, por sus conocimientos, por su profesionalidad, por su compañerismo, hasta santones inexplicablemente bien considerados cuyo ánimo de lucro supera con creces a su ética; desde funcionarios diligentes y atentos hasta algunos –también por fortuna minoría- cuya desidia es más que palpable… e, invariablemente –esto no cambia en toda la geografía española-, la falta de medios y el abandono a las que es sometida nuestra maltratada Justicia por todas las Administraciones públicas.

Entre una belleza sin par, me topo también, inevitablemente, con lo feo. En Madrid me cabreaba. En Sevilla me da coraje.

¿Un cuadro de Luca Giordano en El Hoyo de Pinares?

Publicado en el Programa de Fiestas de San Miguel de El Hoyo de Pinares, septiembre 2018.
 
El cuadro de Luca Giordano en San Lorenzo de El Escorial

El cuadro existente en El Hoyo de Pinares

En la iglesia de El Hoyo de Pinares existe, desde hace siglos, un cuadro que es réplica de otro exhibido hoy en la sacristía del Monasterio de El Escorial. Se trata de Jesucristo servido por los ángeles en el desierto, del pintor italiano Luca Giordano.
 
Giordano nació en Nápoles en 1634 y allí fue alumno del pintor español José de Ribera, El Españoleto, quien influyó notablemente en su evolución pictórica. Desde los veinte años ya realizó obras para iglesias napolitanas y venecianas. En 1692 llegó a España, donde llegó a ser muy valorado. Se le conoció con su nombre castellanizado, Lucas Jordán, y el rey llegó a otorgarle el título de Caballero.
 
Su obra más destacada en nuestro país fueron los frescos del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, a los que siguieron otros en la capital (Casón del Buen Retiro, iglesia de San Antonio de los Alemanes, iglesia de Atocha) y en la catedral de Toledo. Fuie notable también su producción en lienzo, tanto la destinada a espacios religiosos (Convento de Peñaranda, Monasterio de Guadalupe, etc.) como la que pintó para la Corte. Por ello, Patrimonio Nacional posee hoy decenas de creaciones de Giordano, muchas de ellas en el Museo del Prado.
 
Tras la muerte del rey Carlos II y el estallido de la guerra de sucesión en España, Giordano regresó en 1702 a su ciudad natal, donde siguió acrecentando su celebridad hasta que falleció tres años después.
 
De Jesús servido por ángeles en el desierto se conocen pocos datos. Sabemos, por el inventario de la herencia Carlos II, que este cuadro estaba en el dormitorio del propio rey en El Escorial. De allí pasó al claustro, donde sabemos que permaneció al menos hasta principios del siglo XIX, según algunos documentos. En la actualidad lo encontramos en la sacristía de la basílica.
 
Fray Francisco de los Santos, en su Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial publicada en 1697 menciona este cuadro como “otro de Cristo Señor Nuestro en el desierto, sirviéndole los Ángeles la comida”, indicando que su autor es “Lucas Jordán, imitando al Tintoreto”.

El catedrático de Historia del Arte Francisco J. Portela databa esta obra de Giordano posiblemente en sus “primeros tiempos españoles, por su dibujo preciso”. Otros especialistas, como Oreste Ferrari y Giuseppe Scavizzi , autores de una monografía dedicada al artista, consideran sin embargo que se pintó antes, hacia 1683, un período en el que desarrolló una intensa actividad en Florencia. Señala Miguel Hermoso, Doctor en Historia del Arte, que en esa etapa “se aprecia un interés renovado en la obra de Jordán por el clasicismo y el neovenecianismo (…) con un suave difuminado en las carnaciones de las figuras, siempre bien definidas, y por una iluminación clara y un colorido brillante”. Hermoso resalta que “las formas son rotundas, bien definidas, modeladas con una pincelada empastada, que se hace más libre en las figuras de los ángeles, típicamente jordanesco el de la izquierda, representado en una postura que repetirá en múltiples ocasiones”. 

La obra refleja un pasaje recogido por dos de los evangelistas –Mateo 4,11 y Marcos 1, 12-13-, el final del ayuno de Jesús en el desierto, tras haber sido tentado por tres veces por el demonio.
 
Como ha destacado en sus artículos nuestro paisano José Carvajal Gallego, en los siglos XVI y XVII se registra en El Hoyo de Pinares una gran influencia de la Orden Jerónima, que estaba presente en el Monasterio existente en el cerro de Guisando en El Tiemblo y fue la misma que ocupó el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, tras su construcción ordenada e impulsada por Felipe II. Carvajal atribuye a la presencia de la comunidad jerónima un edificio desaparecido de nuestra localidad, el conocido popularmente como Cuartelillo, que se situaba en lo que hoy se denomina Plaza del Caño. En el siglo XX fue utilizado sucesivamente en distintas etapas como cuartel de la Guardia Civil, Escuelas, Consultorio Médico, Telefónica… Se había reedificado en 1775, según databa una inscripción del mismo, y fue inexplicablemente destruido –en vez de rehabilitado- ocupando su lugar el actual edificio del Hogar del Jubilado. 
 
En la iglesia San Miguel Arcángel, de construcción que discurrió coétanea a la del Monasterio (la edificación del templo hoyanco comenzó en 1553 y la de El Escorial en 1563) algunos elementos ornamentales (casullas, cálices…) tienen símbolos típicamente escurialenses (como la parrilla de San Lorenzo). Y nos encontramos con este cuadro que reproduce el de Luca Giordano.

Aunque las copias de cuadros hoy están poco consideradas, no fue así siempre. Y en un tiempo en que no existía la fotografía, era común que se reprodujeran determinadas creaciones por otros pintores, seguidores, alumnos de talleres, etc., con funciones de aprendizaje, de divulgación, de virtuosismo artístico, de ornamentación, etc.
 
En la testamentaría de Carlos II el cuadro aparece reflejado con unas dimensiones que no son las que vemos hoy en El Escorial. Todo apunta a que una parte del cuadro hubiera sido cortada o probablemente plegada en alguna de las operaciones de enmarcado y traslado de ubicación. Y, en efecto, observamos que en nuestra réplica la escena está íntegra y tiene mayor amplitud, lo que nos confirma que fue copiado del original, teniendo en cuenta, además, que su difusión y reproducción ha sido muy escasa.
 
Nuestra pintura se ubicó bajo llave en la sacristía de El Hoyo de Pinares por razones de seguridad cuando la iglesia permanecía abierta gran parte del día. Hoy, que sólo se abre para actos litúrgicos, ha sido acertadamente reubicada a la derecha del retablo del altar mayor, donde gana visibilidad y puede ser contemplada por vecinos y visitantes.