El coeficiente de optimismo

En la entrada anterior, dedicada a Carmen, hacía referencia a una conferencia sobre el optimismo. Aquí os la dejo, merece la pena. 

No soy nada original, porque esta charla se ha movido mucho por la red y, de hecho, son los internautas quienes han dado popularidad al orador. 

Emilio Duró es Licenciado en Económicas, Máster en Administración de Empresas, ejecutivo de varias firmas... pero desde algún tiempo se dedica a hablar de temas tan atípicos en el mundo empresarial como el optimismo, la felicidad, la suerte y cosas así. Asegura que esta conferencia se grabó sin su conocimiento (me lo creo, por sus comentarios sobre los "innovadores" de Renfe, sobre un presidente de Coopers & Lybrand..., incluso le he oído pedir perdón a los psicólogos por las bromas), pero lo cierto es que se ha convertido en un fenómeno, reforzado por Buenafuente, que decidió llevarlo a su programa.

La conferencia no sé si es particularmente rigurosa, más bien son apuntes dispersos, pinceladas sugestivas, pero que hacen pasar un rato agradable y hacen pensar, dejan poso. Duró es ameno y es muy buen comunicador.

¡Ah! Y su teoría sobre que la amargura es contagiosa y hay que mantenerse alejado de sus portadores, y la recomendación de no motivar a los tontos, las comparto al cien por cien.

Carmen


Soy un desconsiderado, lo sé. Escribo muy poco y, encima, las escasas personas que se sigan asomando pacientemente a ver si hay algo nuevo se van a encontrar hoy el blog lleno de babas.

Pero ustedes me entenderán. Esta preciosa niña se llama Carmen. Y es mi primera sobrina. ¿Cómo no voy a presumir?

Lo de plantar un árbol está chupao. Casi sin darte cuenta lo haces en la escuela, en algún Día Mundial del Medio Ambiente o similar. Y, si no, ellos todavía están a tiempo. Pueden plantarlo, por ejemplo, en ese huerto que Fernando le regaló a mi hermana Tere y que luego no recuerda haberlo hecho.

Las otras dos cosas son ya palabras mayores. Lo grande es que ellos las han hecho. Y que decidieron hacerlas juntos.

Primero escribieron un libro. Éste de la foto de al lado. Y después lo mejor: tuvieron una hija. La de la foto de arriba.

Para anunciarnos la noticia del embarazo, nos reunieron con excusas medio creíbles y empezaron, como decía Gila, con indirectas: Fernando nos regaló un cupón de la ONCE para el sorteo del Día del Padre. No fue suficiente. Yo ya me estaba partiendo de risa pero mi madre no lo pillaba. Luego, nos entregaron a cada uno copia de la ecografía pequeñita, personalizada en plan cómic (la mía: “hola, tío Charly”). Mi madre decía incrédula “esto qué es”, mientras se ponía las gafas para leer “hola, abuelita”… Hasta que yo no me levanté a darles un beso de felicitación, no reaccionó. Creo que tardó meses en creérselo de verdad… y ahora está absolutamente encantada: no hay nadie en el mundo capaz de discutirle que su nieta, y todo lo que haga su nieta, es excepcional.

Se hizo esperar y nos llegó cabalística la niña. Nació el 2 del 10 de 2.010 a las 22:10 (o 10:10 de la noche, como prefieran). Menos mal que no pesó dos kilos y diez gramos.

Cuando la vi por primera vez, tan pequeñaja y ya aferrándose con sus manos a Tere, pensé en qué pocas certezas y cuánto por definir. A poco que la genética funcionase, tendría bonitos ojos (y así ha sido, a la carta: el color azul de la madre y las pestañas del padre). A poco que la genética funcione, será inteligente. A poco que la educación y el ejemplo funcionen, será buena persona.

Y poco más. La tienes entre tus brazos, apenas recién nacida, y sabes que el resto es un cuaderno en blanco, páginas por escribir: cómo será su carácter, cómo su voz, qué aficiones tendrá, qué profesión elegirá, qué cosas le apasionarán, qué le disgustará… Carmen, la mujer a la que esperan años para enfadarse, reír a carcajadas, esforzarse, tener amigos, luchar, disfrutar, sufrir, enamorarse… El estremecedor prodigio de la vida. Carmen, la niña a la que unos segundos antes ni siquiera conocías y por la que poco después te dejarías matar. El misterio del amor.

A mí no me han entusiasmado nunca los bebés. Mientras la familia conversa sobre a quién se parece, yo siempre me digo: coño, pues al resto de recién nacidos. A mí me gustan realmente los niños desde que comienzan a hablar (“… y hasta que comienzan a pensar”, añadía con maldad un amigo). Así que, respecto a los hijos de las personas cercanas, hago el trato de que me los pueden empezar a dejar a mi cargo cuando sepan decir algo y ya se los devuelvo yo cuando sean adolescentes conflictivos.

Fernando y Tere se partían estos meses de risa, porque el de a-mí-no-me-gustan-los-bebés se podría pasar horas simplemente observando a Carmen.

Me resulta también curiosísimo ver a mi hermana ejerciendo de madre. La conozco “desde siempre”, le saco poco más de un año y, por tanto, desde que tengo uso de razón, antes de ir al cole o antes de tener amigos, ella ya estaba ahí. Y ahora verla en esta faceta es novedosa y entrañable. Me decía un amigo común: “si tu hermana ya nos cuidaba un poco a todos, cómo no va a cuidar a Carmen”. Es impresionante seguir de cerca la relación tan estrecha, emocional y física que se establece entre madre e hija.

Y qué decir del código secreto que se transmiten las mujeres, vaya usted a saber cómo, y que les permite sorprendentemente entender a sus hijos a los diez segundos de haber nacido. “Quiere comer”, “quiere dormir”, “está incómoda así, inclínala un poco”, “ponle el chupete”, “muévele un pie”… interpretando con acierto, ante tu perplejidad, llantos o gestos que a ti te parecen iguales. Y como si supieran por ciencia infusa el resorte que hay que tocar, en un bebé que inevitablemente viene sin manual de instrucciones.

Llevábamos mucho tiempo sin sumar miembros a la familia, sólo restando. Y Carmen nos ha llenado a todos de inmensa alegría.

Hace poco vi la grabación de una interesantísima y recomendable conferencia sobre el coeficiente de optimismo. En un momento determinado salía la cuestión de cuántas personas se ven obligadas, por ejemplo, a posponer por razones profesionales el ser padres o madres. El orador reflexionaba sobre nuestro modelo laboral y social y sobre las cosas que de verdad importan en la vida. Y en esto no tuvo que hacer muchas consideraciones. Bastó una encuesta de urgencia. Pidió que levantasen la mano los que tuvieran algún hijo. Luego les preguntó, uno por uno: “y dígame, ¿qué es para usted lo más importante de su vida? ¿y para usted? ¿y para usted?...”. Hubo unanimidad.

Por enésima vez, enhorabuena a Fernando y Tere.

Que seas muy feliz, Carmen.