Mi Feria del Libro 2012

Es el primer año que me meto en la aventura de ir yo a una caseta a firmar libros, como ya conté aquí. Como era previsible, no hubo grandes aglomeraciones alrededor, porque poner dedicatorias a libros de gestión como La empresa ante las bajas por incapacidad temporal no es lo más común... Pero Ana, coautora del libro, y yo, contábamos ya con ello, así que es una experiencia simpática, siempre que no vayas de solemne ni te la tomes demasiado en serio. Pasamos un buen rato, charlamos con varias personas interesadas en estos temas tan específicos y tuvimos la siempre grata visita de varios amigos. Gracias a todos ellos. Y a nuestras anfitrionas de FC Editorial, Elena y Lucía.


Como el domingo no iba a poder, precisamente porque firmaba yo, me fui el sábado a pasear por la Feria. Acudía con el firme propósito -absurdo si vas a una Feria del Libro- de no comprar nada pero, como siempre, piqué y me dejé la pasta que no tenía.

Entre otras varias obras que me traje a casa, comento sólo un par de ellas.

Una es Años lentos (Premio Tusquets de novela 2011), del guipuzcoano (residente en Alemania) Fernando Aramburu. A ver qué tal. Los peces de la amargura (2006) me impresionó. Mucho más que todos los innumerables ensayos que se han escrito, este conjunto de relatos me parece lectura obligada para cualquiera que quiera acercarse a la realidad social del País Vasco. Un libro que a uno le gustaría que no se hubiera tenido que escribir o que, al menos, su ficción no se pareciese nada a la realidad… “Comparto tu parecer, Carlos”, dice hoy en un tweet el autor. Por cierto, un grande de nuestra literatura actual con poca afluencia en la caseta, mientras cerca hacía cola un montón de gente ante el último petardo televisivo de turno. Como de costumbre, vamos.


No tienen que ver con su libro, pero me han venido ahora a la mente y no me resisto a compartirlos por su lucidez, unos párrafos de uno de los magníficos artículos de Fernando Aramburu en El Cultural. Los leí hace tiempo, pero lamentablemente conservan plena vigencia. Se refieren a la comodidad de tener un pack ideológico, que evita tener que pensar uno mismo. Me hubiera gustado firmarlo yo:

“El ciudadano actual, informatizado y televidente, con poco tiempo para el ejercicio apacible de la matización, ha derivado en un ser de opiniones. Leo al columnista asiduo, escucho al radiocontertulio habitual, y me quedo boquiabierto. Para la bomba en un mercado de Bagdad, para el último accidente ferroviario, para el escote de la ministra, para todo disponen ellos de una opinión rápida y tajante que, además, consideran digna de ser comunicada, con la que tal vez estén sinceramente de acuerdo. Entonces me siento abrumado, solo, inferior, y no porque me falten brazos para cargar sobre la espalda un costal de opiniones ni me prive de esparcirlas a voleo como los congéneres aludidos, a menudo sin darme cuenta.

Es otra cosa. Es que yo con frecuencia no opino lo mismo que yo. O sea, que disiento de mí, no sé si me explico. Me enzarzo en discusiones durante las cuales abrazo certidumbres distintas, incluso opuestas; soy a un tiempo o sucesivamente de derechas, de izquierdas y de centro; me escondo bajo la cama para no ofender a nadie; me callo por prudencia y a continuación no me callo por que no me tilden de medroso, aunque seguro que lo soy, y concluyo, en fin, diciéndome que me convendría poner orden en el cerebro empezando otra vez por los presocráticos.

Un método infalible para ahorrarse la molestia de la duda y el trabajo de llevarse la contraria consiste, según me han dicho, en acogerse a una ideología. Las ideologías funcionan como las vacas lecheras. Basta con apretar la ubre teórica para llenar el lebrillo de argumentos. Es la mar de cómodo. Lees un programa electoral, un manifiesto, un texto sagrado, y sabes a qué atenerte hasta el final de tus días, donde te espera el paraíso celestial, la utopía consumada o simplemente el limbo de los que siempre tienen razón.

Me topé días atrás con un pasaje perspicaz en un libro de Luis Goytisolo (…) En esto agarra Goytisolo y se pregunta, como quitándome la palabra de la boca, para qué hay que tener una ideología. Ahí estamos, maestro. Como no sea para dominar o que nos dominen, para qué someter a una explicación general de los fenómenos del mundo nuestras intuiciones particulares, tan volubles, tan inciertas, tan inconsistentes. No es lo mismo pensar que creer”.

Amén.


Y el otro libro que compré, Ecuador, una nueva edición ampliada de poesía reunida de Benjamín Prado. 

- Pero si yo creo que este libro ya te lo firmé, Carlos...
- Jajaja, que no, joder, que fue 'Marea humana'...

Me sorprende mucho que se acuerde de mí todavía, después de casi cinco años. Coincidimos como invitados en un programa de televisión, se supone que de antagonistas en el debate. No le conocía hasta entonces y yo pensaba que, a priori, tenía varios ingredientes para haberme caído mal… pero me cayó estupendamente. Benjamín es un tipo muy inteligente, hábil, divertido y encantador en el trato. Y un interesante y notable escritor, en su poesía, en sus ensayos y en sus novelas.  

Aquí le tienen, atreviéndose en una noche sabinera del Galileo, con Pancho Varona y compañía. Se le perdona que cante aproximadamente igual de bien que yo... Porque su talento no es como vocalista: él es nada menos que el autor de este pedazo de letra, Esta noche contigo.