Mi abuela Elisa guardaba en su casa algunos objetos personales de su marido y ahora, tras la muerte de ella, las hijas decidieron sortearlos entre los cuatro nietos varones como recuerdo.
- ¿Y a mí qué me ha tocado? -le pregunto a mi madre con curiosidad.
- Un bastón.
Y entonces mi mente se remonta en el tiempo.
Mi abuelo Heliodoro murió cuando yo tendría unos ocho años. Era el encargado del cuidado y mantenimiento de Fomento Pecuario en Ávila, unas instalaciones del Ministerio de Agricultura.
Dentro del complejo se ubicaba un laboratorio de sanidad animal, en el que trabajaban varios veterinarios. En los establos se guardaban sementales de toros, creo que de raza charolais. En alguna etapa recuerdo que hubo cerdos. Creo que también llegó a haber ovejas -aunque yo no lo conocí-. Y mi abuela tenía sus gallinas y sus patos. En la temporada de la Parada Hípica abulense, venían cada año un brigada y varios reclutas del ejército y se alojaban también allí. Y, si se lo pedía mi abuelo, me subían a uno de sus caballos. Como yo veía animales de todo tipo, aumenté por mi cuenta la fauna del lugar, trayendo unos peces que cogí con una redecilla en el cercano río Adaja y que pasaron a vivir, bajo mi estrecha vigilancia, en un pilón de agua sin clorar que se situaba en el centro del patio superior. También había muchos árboles frutales. Y un columpio que mi abuelo había colgado en la rama más grande de un viejo árbol... Ir a la casa de mis abuelos en vacaciones era, para un niño, pasar el verano en la mejor granja escuela del mundo.
De Heliodoro recuerdo que criaba pájaros, fumaba tabaco de liar (por supuesto, usaba encendedor de mecha) y leía aquellas novelas del Oeste que firmaban Marcial Lafuente Estefanía y Silver Kane. A veces me decía que le acompañara a hacer gestiones a la Dirección Provincial de Agricultura o a algún encargo por el centro de Ávila y, antes de regresar, me compraba tebeos en la librería del Grande.
Yo tendía a imitarle. Por ejemplo, él era muy aficionado a la carpintería, tenía maquinaria y buen equipamiento, y se fabricaba algunos de sus propios muebles. Así que me tuvo que acabar regalando un juego de carpintería infantil con metro, serrucho, martillo... todo de plástico.
- Así que tú también quieres uno...
Asentí con la cabeza.
- Ven.
Pero yo paseaba al lado de mi abuelo, con mi bastón en miniatura, más ufano que Antonio Gala. Una escena impagable.
***
- Éste es el bastón que te ha tocado- me dice mi madre mostrándomelo.
Enseguida busco a su "hijo pequeño", que aún conservaba. Treinta y tantos años después, los dos bastones vuelven a estar juntos.