Colegio de Abogados de Madrid: los últimos coletazos de un Régimen (IV)
En un momento dado se produce un incidente. Dentro del Colegio, una persona parece estar introduciendo en un ordenador portátil datos que le suministran interventores de la candidatura de Sonia Gumpert. Varios representantes de otras candidaturas se encaran con él e incluso le exigen -como si ellos fueran la autoridad electoral- que les entregue el ordenador y avisan a la policía, que hace acto de presencia.
Al parecer, lo que está haciendo la candidatura es contrastar con su listado de simpatizantes, que han ido recogiendo en los días de campaña, si estos han ido a votar. Y, en caso contrario, telefonean a los rezagados para recordarles la hora de cierre de los colegios y animarles a acercarse a votar.
Ésta es, ni más ni menos, la “gravísima irregularidad" que servirá más tarde para poner en cuestión el propio resultado por parte de aquellos a quienes no favoreció.
Hay que hacer constar que en el proceso electoral del Colegio de Abogados no existe ni una figura similar al día de reflexión ni está prohibido realizar campaña incluso el mismo día de las elecciones. En segundo lugar, me parece que pedir a tus propios seguidores, que voluntariamente te han facilitado su teléfono y correo, que acudan a las urnas y animar a la participación no sólo no parece negativo, sino loable.
Como la acusación era absurda, empezarán después a adornarla diciendo que prometían pagarles el taxi si iban, que les regalaban bolígrafos o que les entregaban la papeleta de la candidatura en la puerta. Como gráficamente dijo Sonia Gumpert en una posterior rueda de prensa, acusaciones que “son un insulto a la inteligencia y a la libertad de los abogados”.
Ninguna prueba consistente acabará avalando tan ridículas afirmaciones. Pero, incluso aunque fuera verdad que algún activista de una candidatura hubiera hecho algo así, ya me contarán si de verdad puede eso poner en duda la emisión libre del voto por parte de un colectivo como el de la abogacía madrileña y el abrumador resultado del que hablaremos.
Y lo que es aún más significativo: ninguna de las candidaturas consideró que esas prácticas hubieran contaminado el proceso electoral o viciado el resultado, ninguna pidió la anulación del proceso, ninguna la pidió la suspensión del escrutinio... hasta que empezó a saberse el resultado.
De hecho, al término de la jornada electoral, cuando ya se habían producido y se conocían todos los supuestos hechos que denuncian y el incidente del ordenador, uno de los principales candidatos, Javier Cremades, emitió este tuit:
¿A ustedes les parece que es la manifestación de alguien que considera que se han registrado gravísimas irregularidades en la jornada electoral y que el resultado está afectado por las mismas y no es legítimo? No, ¿verdad? Pues unas horas después, el propio Javier Cremades firmaría una denuncia en ese sentido, pidiendo que se suspendiera la proclamación de la junta de gobierno electa. Curiosa forma de dar a la nueva decana ese "respaldo de todos" que, según él, debía tener.
En efecto, había terminado la jornada electoral con una sensible mejora de la participación, aunque tanto como un éxito rotundo desde luego no, porque rondaba el 14 %. Comenzaba un escrutinio que fue seguido con palpable interés. Y con muchas ansias de cambio.
Colegio de Abogados de Madrid: los últimos coletazos de un Régimen (III)
Cuando se convocan nuevamente elecciones en el Colegio de Abogados de Madrid, concurren nada menos que 10 listas completas -una cifra récord- junto con otras dos candidaturas al decanato y varias individuales a puestos concretos (en nuestras elecciones colegiales se vota con listas abiertas y sistema mayoritario).
Opta a la reelección el decano saliente, Antonio Hernández Gil, con un discurso autocomplaciente que realmente sorprende, a la vista de los hechos y resultados objetivos. Renueva en parte su equipo, porque su hasta entonces diputado 2º, José María Alonso, había pasado de Garrigues a Baker & McKenzie. Y, en una candidatura que realmente es una coalición de grandes despachos, manda la firma y no el abogado: Garrigues sitúa en su lugar a otro candidato, José Ramón Martínez. El hecho no puede ser por sí mismo más elocuente.
Repite candidatura Javier Cremades, presidente del despacho Cremades & Calvo Sotelo, quien en las elecciones anteriores se quedó a 300 votos del triunfo y, ante el desgaste de su rival tras cinco años de gobierno, ve ahora ocasión para la revancha.
El escenario no será el previsto por Cremades ni por Hernández Gil, porque irrumpe con fuerza un nuevo factor. Sonia Gumpert Melgosa, abogada casi desconocida, que unos meses antes había movilizado la reacción de colegiados contra la privatización del servicio médico con la Plataforma para la Defensa de la Abogacía Madrileña, anuncia su presentación al decanato. A los deseos de cambio de una buena parte de la abogacía tras la oscura etapa de Hernández Gil, se une que esta vez no se trata de la típica candidatura individual, improvisada y bienintencionada pero sin posibilidades reales. Aparece con un proyecto con cierta solidez, con una candidatura plural, con respaldos y con medios para afrontar la campaña. Además de la notoriedad que su actuación sobre el servicio médico le ha otorgado ante sus compañeros, cuenta con el apoyo de la Asociación de Letrados por un Turno de Oficio Digno (ALTODO), tres de cuyos representantes forman parte de la lista electoral.
Concurre también a los comicios colegiales Ignacio Peláez, abogado que sufrió las escuchas del juez Garzón y que se tuvo que querellar contra él después de que el Colegio le desamparase.
La habitual candidatura de la Asociación Libre de Abogados (ALA) esta vez está encabezada por Lorena Ruiz-Huerta.
Otras dos asociaciones, Unión de Abogados y Ius et Fides, presentan una lista encabezada por una abogada mediática, Montse Suárez.
Las restantes candidaturas están encabezadas por Josefa García Lorente, Miguel Urrutia, Emilio Ramírez Matos y Juan Carlos Rodríguez Segura.
El objetivo de esta serie de artículos, como dije en el primero de ellos, es destacar cómo incluso unas elecciones como las del Colegio de Abogados de Madrid provocan intensos movimientos de grupos de presión y de poder para intentar influir en su resultado.
Resulta curioso, por ejemplo, observar cómo se ninguneó a la candidatura de Montserrat Suárez. Casi con seguridad estaba llamada a ser minoritaria, pero su perfil de abogada conocida, presente en medios de comunicación, podría entrañar un riesgo de romper el guión o de restar votos a candidatos que interesaban, por lo que no se le dio absolutamente ninguna cancha, cuando sí se le daba, a su vez, a candidaturas de características o expectativas similares. Así, Cremades, aprovechando una mayor presencia mediática, pirateó algunas ideas de su programa, como la defensa de la unidad jurídica de España o un manifiesto de apoyo de la sociedad civil. Al debate en el Ateneo se invitó sólo a seis de los diez candidatos, sin que fuera posible saber qué criterio objetivo se siguió para esta arbitraria exclusión. Ahora, con los resultados en la mano, podría justificarse a posteriori, pero no es fácil saber qué fue primero, el huevo o la gallina: es decir, estuvieron en el Ateneo las candidaturas que finalmente resultaron más votadas, pero nunca sabremos si tal vez no se votó en mayor medida a esas candidaturas precisamente por estar presentes en ese debate.
Pero, sin duda alguna, el objetivo a batir para ciertos grupos de presión fue la candidatura liderada por Sonia Gumpert.
Incluso se ha llegado a poner en marcha un video anónimo, pero del que después, concertadamente, se iban haciendo eco diversos medios. Se sembraron dudas sobre la presencia en la misma de ISDE, un grupo editorial y de formación. Con independencia de lo que cada cual podamos pensar o de que nos pueda gustar más o menos, creo que la integración en la propia candidatura nos permite ganar en transparencia frente a cualquier apoyo interesado desde la sombra. Si aspiras al “pastel” formativo o editorial del Colegio, lo menos inteligente es estar con tus propios candidatos en la lista. Precisamente porque hay personas de ISDE en la candidatura, los colegiados vigilaremos mucho más esas cuestiones en la futura gestión del ICAM.
También acusaron a Sonia Gumpert ser una especie de ariete de despachos catalanes para hacerse con influencia en el Colegio madrileño. La acusación carecía de cualquier soporte argumental, pero la campaña llegó al extremo ridículo de asegurar que la propia candidata era catalana, algo que tuvo que ser objeto de un desmentido expreso y realmente pintoresco. No era cierto, pero, en todo caso, siempre me ha parecido que una de las señas de identidad que diferencian a Madrid de otros lugares es precisamente su carácter abierto en el que convivimos personas de todas las procedencias sin que a nadie se exija pedigrí territorial.
Algunos medios de comunicación fueron absolutamente descarados en el intento de perjudicar a esta candidatura, tan peligrosa para quienes habían controlado el Colegio durante largos años. Así el diario El Mundo, apoyando claramente a Javier Cremades, con el que ha mantenido algunas relaciones, directamente ignoró la candidatura de Gumpert al dar información sobre los candidatos al decanato. No es que le tratara peor, es que decidió que sencillamente no existía. Así, publicó un reportaje para dar a conocer las “principales” candidaturas, entrevistando a Hernández Gil, Cremades, Ignacio Peláez, etc.... y dejó fuera sin más a Sonia Gumpert, la que resultó finalmente ganadora y la que ya todo el mundo reconocía como una de las favoritas en aquel momento. ¿Se imaginan unas elecciones generales en las que se entrevistara a las principales candidaturas y dejaran fuera al PP o al PSOE mientras entrevistan a IU, UPyD, CiU y PNV? Calificarlo como manipulación burda se queda muy corto. Realmente vergonzoso ese ejercicio de antiperiodismo interesado.
Y qué decir del supuesto "estudio” (no se atrevieron ni a llamarlo encuesta o sondeo), absolutamente delirante, publicado por Expansión, del mismo grupo, en la que se preveía una participación ¡del 61 %! (sabiendo que otras veces estuvo en torno al 10 %) y se daba como ganador a Cremades con casi el 26 %, seguido de Gumpert con el 12 % y Hernández Gil con el 4 %. Sorprende que se prestara a poner su nombre a esta indignidad –suponemos que bien retribuido- alguien como Salustiano del Campo. Leadership Factor, firma a la que desconozco, supongo que, como decía alguien en los comentarios en la página del periódico, estará ahora dedicándose a vender perritos calientes.
En medio de esta sucia campaña, lo cierto es que la candidatura de Sonia Gumpert, realizó una inteligente labor de intentar movilizar al letrado descontento pero que habitualmente no se mueve del despacho para votar. Aunque con algunos puntos que me parecen poco realistas (fruto, seguramente, del desconocimiento del Colegio desde fuera), el programa resultaba atractivo para los desencantados de tantos años de “secuestro” de la institución por unos pocos. Un hábil manejo de las redes sociales y la difusión personal del mensaje, convirtieron a cada abogado convencido en un activista que a su vez convencía a otros compañeros, resultaron muy efectivos. Es la primera vez que una candidatura al decanato no sólo se ha centrado en los grandes despachos, sino que se ha dedicado a escuchar a abogados de a pie, a conversar con un café delante con numerosos compañeros, que a su vez fueron siendo altavoz de esta novedad.
La larga campaña terminó y llegó por fin el día de la verdad: las elecciones del 18 de diciembre.
Colegio de Abogados de Madrid: los últimos coletazos de un Régimen (II)
El Colegio de Abogados de Madrid, el más numeroso de España, tiene, entre ejercientes y no ejercientes, más de 65.000 colegiados. Es una de las corporaciones profesionales más importantes de Europa. Su último presupuesto superó los 52 millones de euros.
Cuando al Decano en funciones se le pide que haga balance de su gestión, siempre pone el acento –posiblemente con razón- en las cuentas saneadas que presenta el ICAM. Hernández-Gil reivindica su mandato basándose casi exclusivamente en cifras: recuerda, cada vez que tiene ocasión, que, mientras la inflación acumulada ha sido del 12 %, las cuotas sólo han subido un 2% y que, en plena crisis económica, el Colegio ha duplicado su patrimonio neto y ha registrado superávit.
El problema es que, junto a esta única luz, son muchas las sombras que se le reprochan. No hay que olvidar que las finanzas del Colegio no constituyen un fin en sí mismas, sino que son un medio para el cumplimiento de los fines colegiales. Y el incremento de patrimonio sólo será valorado por los colegiados poniéndolo en relación con los servicios que reciben o con el adecuado ejercicio de la función profesional y social que es propia de la institución.
Pero es que, incluso en los aspectos económicos, el Decano no ha conseguido despejar las dudas que se suscitan sobre la opacidad de su gestión.
Algo tan sencillo de aclarar en Junta General como cuánto cobra el gerente del Colegio ha recibido sistemáticamente la callada por respuesta, amparando esa negativa en la Ley de Protección de Datos. Que no se haga público, o que no se le facilite a alguien ajeno a la institución, es lógico y ajustado a Derecho. Pero que los propios colegiados no puedan conocer, en una asamblea interna, el sueldo que ellos mismos pagan a su gerente, no me digan que no es para nota.
Buena parte del presupuesto se va progresivamente externalizando, eludiendo así el derecho de información y control por parte de los colegiados.
Como recordó José Manuel Pradas en un interesante artículo, la Fundación Cortina-Domingo Romero Grande recibe casi un 10 % del presupuesto del Colegio para encargarse de gestionar las prestaciones asistenciales del mismo, no sabemos por qué.
A partir de ahí, la abogacía madrileña ya no tiene derecho a conocer cómo se emplea ese dinero: qué prestaciones se conceden, en qué cuantía, con qué criterios, con qué gastos de gestión aparejados, etc. La auditoría se limita a constatar que, en efecto, la asignación económica se ha destinado a la Fundación. Y la Junta de Gobierno se encoge de hombros ante cualquier pregunta, puesto que esa fiscalización ya no es cosa de los colegiados. La gestión de la Fundación depende de sus patronos, mientras que el control administrativo corresponde al Protectorado.
A partir de ahí, la abogacía madrileña ya no tiene derecho a conocer cómo se emplea ese dinero: qué prestaciones se conceden, en qué cuantía, con qué criterios, con qué gastos de gestión aparejados, etc. La auditoría se limita a constatar que, en efecto, la asignación económica se ha destinado a la Fundación. Y la Junta de Gobierno se encoge de hombros ante cualquier pregunta, puesto que esa fiscalización ya no es cosa de los colegiados. La gestión de la Fundación depende de sus patronos, mientras que el control administrativo corresponde al Protectorado.
La conversión del Seguro Médico en una Mutua sanitaria privada, operación impulsada bajo el mandato de Hernández-Gil, sacará del control colegial aproximadamente la mitad del actual presupuesto, en unas condiciones escasamente comprensibles, al menos para mí.
Esta operación fue aprobada el 7 de noviembre de 2011 en una Junta General con la ínfima asistencia habitual, haciendo uso del voto delegado en manos de la Junta de Gobierno como también es habitual, y con poco más de 1.000 apoyos (contando el doble valor de los ejercientes).
Así se acordó la creación de una Mutua de Seguros a prima fija, que operará, entre otros, en el ramo de asistencia sanitaria. La Mutua ejercerá su actividad en todo o parte del territorio nacional y podrán integrarse en la misma, en condiciones pendientes de determinar, todos los colegiados, sin perjuicio de que pueda ofrecer sus servicios a otros colectivos distintos.
El Colegio transfiere a dicha Mutua 2’5 millones de euros aproximados en dinero, varios inmuebles de su propiedad (la cuarta planta, siete plazas de garaje y un almacén del edificio de Serrano nº 11, tasados en casi 3’5 millones) y diverso mobiliario y equipamiento, con la única condición de que, si la Mutua se disolviera, ese patrimonio volvería al Colegio, salvo que con el mismo hubieran de satisfacerse deudas pendientes.
El Colegio transfiere a dicha Mutua 2’5 millones de euros aproximados en dinero, varios inmuebles de su propiedad (la cuarta planta, siete plazas de garaje y un almacén del edificio de Serrano nº 11, tasados en casi 3’5 millones) y diverso mobiliario y equipamiento, con la única condición de que, si la Mutua se disolviera, ese patrimonio volvería al Colegio, salvo que con el mismo hubieran de satisfacerse deudas pendientes.
Pero, a cambio de transferir una cartera de clientes actuales y potenciales, parte de un valioso y céntrico edificio en la capital de España y una suma de dinero, ¿qué obtiene el Colegio? ¿Qué control ejercería sobre la Mutua sanitaria privada, sobre su actividad y sobre sus órganos? Parece que ninguno. Y digo parece porque el Decano se ha negado sistemáticamente, con distintas excusas, a aclarar la mayor parte de las cuestiones que se le han ido planteando en distintas Juntas. Los futuros cargos de la entidad serán elegidos por los mutualistas, que recordemos que ya no tendrían por qué ser sólo los abogados. Y podemos imaginarnos el nivel de participación de mutualistas que habrá en las asambleas de la nueva entidad. A partir de ahí, se abre un abanico de dudas...
En definitiva, el Colegio pierde patrimonio y pierde la mitad de sus ingresos anuales para transferirlo a una entidad ajena al propio ICAM. Si el Servicio Médico es viable, ¿por qué no mantenerlo bajo el control de los propios colegiados? Y, si no lo es (extremo que desconozco porque no lo he visto explicado ni acreditado en ningún sitio), ¿no hubiera sido mejor obtener ingresos a cambio de traspasarlo a una entidad ya constituida, con la que se negociasen ventajosas condiciones de servicio para los colegiados, en lugar de cederlo a cambio de nada a una Mutua de nueva constitución que escapará al control del ICAM?
Si apenas un millar de votos aprobaron la desaparición del Servicio Médico y su transformación en una Mutua externa, el equivalente a unos 2.266 votos (1.133 ejercientes), en una iniciativa impulsada por Sonia Gumpert (una abogada entonces desconocida para la mayoría de nosotros), formulamos al Decano solicitud de convocatoria de una Junta General Extraordinaria, para recabar más información y reconsiderar el acuerdo adoptado.
El Decano (que en estas elecciones ha invocado el fomento de la participación para justificar la necesidad de una reforma estatutaria) nos denegó ese derecho e incumplió así el artículo 38.3 de los Estatutos del ICAM, cuya redacción es imperativa: "(...) Cumplidos los requisitos anteriores [solicitud al menos del 1 % de los ejercientes, acompañando Orden del Día propuesto], la Junta de Gobierno deberá convocar Junta General Extraordinaria en plazo no superior a quince días desde la presentación de la solicitud". La resolución está actualmente sometida al conocimiento de la jurisdicción contencioso-administrativa.
Mientras se producían estos episodios, tampoco se constataba ningún avance notable en la organización, servicios o funcionamiento del Colegio. Más bien da la sensación de que se han dejado pasar cinco años sin afrontar su necesaria modernización.
Mientras se producían estos episodios, tampoco se constataba ningún avance notable en la organización, servicios o funcionamiento del Colegio. Más bien da la sensación de que se han dejado pasar cinco años sin afrontar su necesaria modernización.
Pero lo peor, sin duda, de la gestión de Hernández-Gil, es la pérdida de relevancia del Colegio de Abogados de Madrid. Con los Decanos Pedrol Rius y Martí Mingarro, con sus defectos y sus virtudes, la institución colegial era tomada en cierta consideración y constituía un referente. Cuando había una reforma legal de trascendencia o cuando se suscitaba un asunto importante que afectaba a la profesión, no faltaba un pronunciamiento del Decano del ICAM.
Por el contrario, Antonio Hernández-Gil ha estado ausente, o callado, o se ha pronunciado tarde, a remolque y con sordina, en cada ocasión en que las circunstancias exigían que se oyese con claridad la voz de la abogacía madrileña.
Así ha sucedido con la Ley de Acceso, por ejemplo. O, lo que es más grave, con una Ley de Tasas que limita gravemente el derecho a la tutela judicial efectiva. Mientras el Consejo General de la Abogacía reaccionaba, se pronunciaba, hacía propuestas y tomaba medidas antes, durante y después de la tramitación del proyecto de ley, el ICAM estaba desaparecido del debate. Según pretextó Hernández-Gil en la Ser, “porque al Colegio no le han dado ningún cauce de participación en la elaboración. Lo hemos dicho en cuanto hemos podido, pero nos hemos encontrado con una ley prácticamente aprobada en pocos días, como todos los ciudadanos. No ha habido una interlocución previa”. O sea, que el Decano del Colegio de Abogados más importante de España supuestamente se entera de la imposición de tasas cuando ya está aprobada. Y, durante el proceso previo, estaba en su despacho esperando a que vinieran a consultarle. Sin comentarios.
También le achacaban al Decano saliente esa falta de peso y de decisión los miles de letrados del turno de oficio que se han visto seriamente afectados por el reiterado incumplimiento de la Comunidad de Madrid, un problema ante el que Hernández-Gil manifestaba en una entrevista durante la campaña electoral su impotencia: “Que me expliquen qué más se puede hacer”.
Les invito a escuchar este ilustrativo diálogo que, en pleno conflicto con la Comunidad, alguien grabó con su móvil entre abogados del turno de oficio, perjudicados por los impagos, y el Decano:
Otra de los graves dejaciones que se recordarán por parte de Hernández-Gil se produjo ante la vulneración del derecho de defensa. Ya lo expliqué con detalle en su momento en un artículo titulado Derecho de defensa y grabaciones ilegales. El Colegio reaccionó tarde, pero con aparente contundencia, acordando presentar una querella contra el juez instructor que había conculcado ese derecho básico. Finalmente, la Junta de Gobierno incumplió su propia resolución y tuvo que ser Ignacio Peláez, uno de los letrados sometidos a escuchas ilegales, quien interpusiera personalmente la querella.
Durante la reciente campaña electoral, Hernández-Gil explicó que, una vez personado el Colegio en la causa y restablecida la legalidad mediante la anulación de la prueba ilegítima, no consideraron que el papel del Colegio fuera la persecución penal del juez. Pero eso es una versión construida a posteriori. El acuerdo de la propia Junta de Gobierno sí consideraba necesario no limitarse a un recurso en el seno del proceso donde se habían producido las grabaciones ilegales. Se entendía que la vulneración del derecho de defensa precisaba de la respuesta contundente de una acción penal contra el juez que había acordado, sin cobertura legal, grabar las conversaciones entre clientes y abogados. Durante meses, el Decano no dijo que no fuera necesaria la querella, sino que no era el momento, que había que dejar que la Fiscalía tuviese oportunidad de reaccionar, que ya lo haría, que nadie iba a marcarle el ritmo al Colegio… Hasta que los abogados afectados no tuvieron más opción que actuar por sus propios medios, ante la falta de amparo colegial, como si fuera un problema exclusivo de ellos y no una cuestión trascedente que afecta al ejercicio de nuestra función.
Llegado el otoño de 2012, el mandato de Antonio Hernández-Gil Álvarez-Cienfuegos como Decano madrileño se aproximaba a su fin y tenían que convocarse nuevas elecciones…
(Fotografía de Cinco Días)
Colegio de Abogados de Madrid: los últimos coletazos de un Régimen (I)
Pensarán ustedes que las recientes elecciones celebradas en el
Colegio de Abogados de Madrid constituyen un asunto muy sectorial, meramente
corporativo, de interés sólo para unos cuantos picapleitos.
Pero créanme si les digo (habiendo seguido esta vez la campaña muy de cerca) que el proceso electoral que hemos vivido (y que ayer saltó tristemente a las páginas de los medios informativos, con presencia policial incluida), se ha convertido en un reflejo, en miniatura, de cómo operan las turbias luchas de poder en el ámbito político y económico. Y ha permitido constatar, también a pequeña escala, dos cosas. La primera, indudable: que los poderosos mueven todos los resortes a su alcance (presiones, manejos mediáticos, difamación, influencias…) para mantener su dominio, no dudando en recurrir a la más grosera (o sutil, como convenga) manipulación. Y la segunda: que, aun así, a veces es posible ganarles. Cuando, pese a todo, la democracia consigue abrirse paso frente a la oligarquía, estamos ante un hecho socialmente muy higiénico y reconfortante.
Pero no se puede entender el auténtico alcance de lo que ayer pasó en el ICAM –la amplia victoria electoral de la abogada Sonia Gumpert y la terca resistencia del Decano saliente, con menos de la mitad de votos, a abandonar el sillón oficial-, sin tener algunas ideas sobre los antecedentes.
Yo soy abogado ejerciente del Colegio de Madrid desde hace veintidós años. Cuando me inscribí, el Decano era Antonio Pedrol Rius, que llevaba ya en el cargo dieciocho años y que lo ostentaría hasta su muerte, en 1992.
A su fallecimiento, los cuatro despachos más grandes con sede en Madrid (Garrigues, Cuatrecasas, Uría Menéndez y Gómez-Acebo&Pombo) sellaron una alianza, no sé si expresa o tácita, para ocupar el gobierno del ICAM con una lista conjunta y designaron como candidato de consenso a Luis Martí Mingarro, quien desempeñó el cargo durante tres mandatos (quince años).
Elección tras elección, el candidato oficialista nunca se enfrentaba a un verdadero rival. Enfrente sólo tenía a la progresista Asociación Libre de Abogados (ALA) como permanente oposición. Y alguna candidatura outsider, improvisada, a veces bienintencionada y siempre sin posibilidades reales. Los macrodespachos movían el voto de sus centenares de empleados, mientras los abogados de a pie (absorbidos por nuestro trabajo cotidiano y con la sensación de inexistencia de alternativas) simplemente nos limitábamos a no acudir a las urnas. La triste participación llegó a ser, en 2002, en torno al 5 %. No es una errata: se registró un 95 % de abstención.
Esa alianza entre los grandes despachos permitía gobernar cómodamente un Colegio de decenas de miles de letrados con apenas unos centenares de votos de los fieles, ante la pasividad de una abogacía desmovilizada y desmotivada. En un reciente debate electoral en el Ateneo, Javier Cremades reconocía con naturalidad y sin sonrojo que, durante años, el Decano madrileño fue elegido “en una especie de cooptación”. Y les aseguro que nadie movió una pestaña de sorpresa ante semejante confesión.
Pero ese pacto de las grandes firmas del negocio jurídico se rompió a la hora de afrontar la sucesión de Martí Mingarro. Aparte de la habitual lista de ALA, se presentaron dos candidaturas de los grandes, ambas encabezadas por antiguos compañeros de Junta de Gobierno con el decano saliente. Por un lado, Javier Cremades. Por otro, Antonio Hernández-Gil, que llevaba participando en el gobierno del Colegio casi un cuarto de siglo.
Como de costumbre, la inmensa mayoría de letrados de a pie nos quedamos en casa (más bien en el despacho) ante una guerra que creíamos que no era la nuestra. Votó un 10 % de los colegiados y ganó Hernández-Gil por poco más de 300 votos de diferencia. Se iniciaba así el mandato sin duda más mediocre desde que comencé a ejercer la abogacía.
(Fotografía de Negocio Digital)
Pero créanme si les digo (habiendo seguido esta vez la campaña muy de cerca) que el proceso electoral que hemos vivido (y que ayer saltó tristemente a las páginas de los medios informativos, con presencia policial incluida), se ha convertido en un reflejo, en miniatura, de cómo operan las turbias luchas de poder en el ámbito político y económico. Y ha permitido constatar, también a pequeña escala, dos cosas. La primera, indudable: que los poderosos mueven todos los resortes a su alcance (presiones, manejos mediáticos, difamación, influencias…) para mantener su dominio, no dudando en recurrir a la más grosera (o sutil, como convenga) manipulación. Y la segunda: que, aun así, a veces es posible ganarles. Cuando, pese a todo, la democracia consigue abrirse paso frente a la oligarquía, estamos ante un hecho socialmente muy higiénico y reconfortante.
Pero no se puede entender el auténtico alcance de lo que ayer pasó en el ICAM –la amplia victoria electoral de la abogada Sonia Gumpert y la terca resistencia del Decano saliente, con menos de la mitad de votos, a abandonar el sillón oficial-, sin tener algunas ideas sobre los antecedentes.
Yo soy abogado ejerciente del Colegio de Madrid desde hace veintidós años. Cuando me inscribí, el Decano era Antonio Pedrol Rius, que llevaba ya en el cargo dieciocho años y que lo ostentaría hasta su muerte, en 1992.
A su fallecimiento, los cuatro despachos más grandes con sede en Madrid (Garrigues, Cuatrecasas, Uría Menéndez y Gómez-Acebo&Pombo) sellaron una alianza, no sé si expresa o tácita, para ocupar el gobierno del ICAM con una lista conjunta y designaron como candidato de consenso a Luis Martí Mingarro, quien desempeñó el cargo durante tres mandatos (quince años).
Elección tras elección, el candidato oficialista nunca se enfrentaba a un verdadero rival. Enfrente sólo tenía a la progresista Asociación Libre de Abogados (ALA) como permanente oposición. Y alguna candidatura outsider, improvisada, a veces bienintencionada y siempre sin posibilidades reales. Los macrodespachos movían el voto de sus centenares de empleados, mientras los abogados de a pie (absorbidos por nuestro trabajo cotidiano y con la sensación de inexistencia de alternativas) simplemente nos limitábamos a no acudir a las urnas. La triste participación llegó a ser, en 2002, en torno al 5 %. No es una errata: se registró un 95 % de abstención.
Esa alianza entre los grandes despachos permitía gobernar cómodamente un Colegio de decenas de miles de letrados con apenas unos centenares de votos de los fieles, ante la pasividad de una abogacía desmovilizada y desmotivada. En un reciente debate electoral en el Ateneo, Javier Cremades reconocía con naturalidad y sin sonrojo que, durante años, el Decano madrileño fue elegido “en una especie de cooptación”. Y les aseguro que nadie movió una pestaña de sorpresa ante semejante confesión.
Pero ese pacto de las grandes firmas del negocio jurídico se rompió a la hora de afrontar la sucesión de Martí Mingarro. Aparte de la habitual lista de ALA, se presentaron dos candidaturas de los grandes, ambas encabezadas por antiguos compañeros de Junta de Gobierno con el decano saliente. Por un lado, Javier Cremades. Por otro, Antonio Hernández-Gil, que llevaba participando en el gobierno del Colegio casi un cuarto de siglo.
Como de costumbre, la inmensa mayoría de letrados de a pie nos quedamos en casa (más bien en el despacho) ante una guerra que creíamos que no era la nuestra. Votó un 10 % de los colegiados y ganó Hernández-Gil por poco más de 300 votos de diferencia. Se iniciaba así el mandato sin duda más mediocre desde que comencé a ejercer la abogacía.
(Fotografía de Negocio Digital)
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