Piragua en las Hoces del Duratón

Otra sugerencia de escapada muy atractiva: el Parque Natural de las Hoces del Duratón, situado en la zona Oeste de Segovia, a poco más de una hora desde Madrid.

En las inmediaciones de Sepúlveda y Sebulcor, el curso del río Duratón horadó un área de roca caliza, dando origen a esta brecha serpenteante a lo largo de unos 27 kilómetros. En algunas zonas, las escarpadas paredes superan los cien metros de altura, formando un paisaje de singular belleza.

Entre la variada fauna que habita el parque natural, destacan las aves (alimoches, águilas reales, halcón peregrino, cernícalo, etc.) y, muy especialmente, el buitre leonado, que tiene aquí una de sus mayores colonias.

En las hoces hay una prolongada tradición de asentamientos eremíticos. Entre ellos, sobresale el caso de tres hermanos, que llegarían a ser santos: Frutos, Engracia y Valentín, ricos herederos en el siglo VII de la fortuna familiar, que decidieron entregarla a los pobres y marcharon como ermitaños a las orillas del río Duratón, dedicándose por separado a una vida de soledad, oración y penitencia. A San Frutos le atribuye la tradición varios hechos milagrosos durante la invasión musulmana. La ermita que hoy se conserva bajo su advocación agrupa un primitivo cenobio benedictino, al que se añade a partir de 1093 la iglesia en sí, con los ábsides laterales, y que es una de las construcciones románicas más antiguas.

El convento o monasterio franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles de la Hoz se alzaba en lo alto de una de las curvas del cañón. La Reina Isabel la Católica contribuyó a su reedificación y consta que Felipe II también lo visitó y dio limosna. Hoy se conservan sus ruinas, con algunos muros en pie.

Hay una parte del cañón en la que está permitida la navegación con piragua. Varias empresas, como Hoces del Duratón S.L. o Naturaltur, ofrecen el servicio de rutas, facilitando equipamiento y monitor. Son aguas mansas y no hay que tener ningún conocimiento especial para atreverse con esta actividad: baste decir que hasta yo he navegado varias veces en piragua de dos plazas o en kayak individual por el Duratón; no hay prueba más concluyente de que está al alcance de cualquiera :-).


En el recorrido en estas embarcaciones se tiene la oportunidad de discurrir por el río, en medio de las hoces, contemplar desde abajo la ermita de San Frutos y los restos del Monasterio de la Hoz y ver muy de cerca los buitres, que anidan en las paredes y que continuamente sobrevuelan el río. Una experiencia espectacular y recomendable.

(Fotografías del autor, excepto la vista panorámica de las hoces, imagen de la web de la Junta de Castilla y León).

Asomándome a Huesca

Visitar una ciudad con un tour organizado es la forma más segura de no conocer esa ciudad, como no se complemente con algo de iniciativa propia. A veces me acuerdo de esos pobres turistas extranjeros a los que enseñan durante el día el Palacio Real, el Museo del Prado, la Cibeles, la Puerta del Sol, las Ventas, el Bernabeu..., y por la noche les llevan en fila a una sesión guiri de un tablao flamenco, y se marchan convencidos de que han conocido Madrid.

Conocer una ciudad no es sólo ver unos cuantos monumentos. Es sumergirse en sus paisajes, sus gentes, sus costumbres, sus ritmos, sus rincones, respirar el aire de sus calles... No digo que sea fácil. Pero sin duda es mucho más atractivo.

Estoy convencido de que la mejor forma de acercarse a un lugar –siempre que se pueda- es ir de la mano de un buen anfitrión local. Si ello no es posible, pues informarse primero –libros, internet...- y después callejear, dando también un margen a la intuición, vivir la ciudad, dejarse empapar por ella.

Hace poco estuve en Huesca. Fue apenas un fin de semana fugaz, una visita incompleta, una primera aproximación, con posibilidad de ver muy pocas cosas, por lo que este comentario no son más que unas pinceladas. Sería por mi parte absurdo pretender que conozco Huesca, a la que sólo me ha asomado brevemente, por vez primera. Pero también estoy seguro de que, a pesar de estas limitaciones, en ese poco tiempo pude captar mejor el alma y el sabor de la ciudad que algunos turistas víctimas de esos recorridos organizados. Y es que en este caso tenía una anfitriona de lujo, la periodista Virginia Fermoselle (un besazo, Vir), una oscense que no sólo conoce, sino que vive su ciudad natal.

La Huesca actual, con cerca de 49.000 habitantes, es heredera de la Olscan ibera, de la Osca de los romanos y de la Wasqa musulmana, incorporada al Reino de Aragón en el siglo XII.

Tiene una hermosísima catedral, gótica aunque con restauraciones y añadidos posteriores. Tanto la fachada como las naves interiores resultan impresionantes para el visitante.

En la misma plaza está el Ayuntamiento, edificio renacentista que tiene en la fachada una galería y dos torres laterales. Por la ciudad, hay otras muchas iglesias de interés arquitectónico y artístico. Se pueden recorrer a pie las calles del casco viejo, que dan una idea de la disposición de la ciudad originaria y que atesoran historia en cada rincón.

El Museo Provincial incluye en sus actuales dependencias el lugar donde, en el palacio de los Reyes de Aragón, sucedieron los hechos de la Campana de Huesca -¿historia? ¿leyenda?-, que supuso la decapitación de varios nobles que desobedecían el poder real de Ramiro II, episodio representado también en un cuadro que se conserva en el Ayuntamiento.

En las inmediaciones de la ciudad, además de numerosos parajes naturales que merecen la pena, hay varias ermitas, y se recorta la imagen del castillo de Montearagón. No hablo de la provincia, de los pueblos, de los paisajes, de los Pirineos... porque materia tan amplia y fascinante excedería con mucho el objeto de este comentario.

Pañoleta verde al cuello, toda la ciudad de Huesca se vuelca en agosto –¡¡¡y de qué forma!!!- con las fiestas de San Lorenzo (santo que dicen nacido allí). Los festejos laurentinos (a los que no me pude quedar, y bien que lo sentí) dan comienzo con un concurridísimo y muy animado chupinazo, cuentan con mairalesas de los distintos barrios (una especie de reinas de las fiestas pero de raíz tradicional) e incluyen en su amplio programa de actos una feria taurina de prestigio, la procesión y la popularísima figura de los danzantes, además de verbenas, actuaciones, competiciones y actividades variadas.

Como anécdota, observé que el cartel de fiestas, que reproduzco –no elegido por concurso, sino directamente encargado por el consistorio-, esa especie de dibujo infantil de un conejo con la pañoleta verde, parecía no haber gustado a casi nadie en Huesca. Pude confirmarlo días más tarde de mi regreso, al oír que, en el chupinazo, la multitud gritaba “ese conejo es una mierda”. Compruébenlo ustedes mismos:


Entre los locales de ocio que me dio tiempo a disfrutar, tengo que destacar el café Botánica, un magnífico caserón con original decoración, regentado por nuestro amigo Miguel Ángel, y que tiene dependencias tanto de restaurante –en plan mesón, con raciones- como de cafetería, terracita en el buen tiempo y bar de copas. Si de copas se trata, no debemos olvidar tampoco el acogedor y animado Pentagrama. Y en modo alguno hay que dejar de pasar por la sala Edén, que tiene una amplia oferta que va desde el café de la tarde hasta conciertos en directo por la noche.

Ya sé que es escaso lo que cuento, forzosamente incompleto, que me dejo mil cosas importantes de Huesca sin reseñar... Pero estuve apenas un día y medio, ¿qué quieren? A mí me supo a poco... pero me supo muy bien. El día después tenía auténtico mono. En fin, que habrá que volver...

Adiós a la catedral

En mi primer comentario, a propósito del terremoto en Perú, describiendo algunas características de la zona afectada, aseguraba “la reserva de Paracas incluye tanto espacios y ecosistemas terrestres como marinos, con acantilados y formaciones rocosas muy vistosas, entre las que se encuentra la célebre 'catedral' ”. Debí decir “se encontraba”. Porque en sus inmediaciones se situó precisamente el epicentro del seísmo y la catedral se vino abajo, tal y como confirmaron el fin de semana los medios informativos.

Sin duda, lo daños más importantes de esta catástrofe son las pérdidas humanas y lo prioritario es atender ahora a las familias que se han quedado sin casa, socorrer a quienes precisan alimentos, agua potable o atención sanitaria. Pero ello no obsta para constatar con tristeza la pérdida también de esta belleza natural, formada hace millones de años. El viento y el mar la esculpieron, y ahora la propia fuerza de la naturaleza también la ha destruido. La catedral era un icono turístico de Perú, enclavado dentro de la Reserva Nacional de Paracas, declarada por la UNESCO patrimonio de la humanidad.

Dejo aquí constancia con la foto superior –desgraciadamente ya irrepetible-, que saqué hace dos años en mi viaje a Perú, de cómo era esta escultura natural, y con unas imágenes televisivas de cómo ha quedado tras la destrucción.

Otras célebres formaciones pétreas, como el fraile, también han resultado dañadas. Parece, sin embargo, que las misteriosas líneas de Nazca que existen en el desierto, no se han visto afectadas.

¿Mala suerte?

En enero de 2005, justamente después del tsunami que castigó el Sudeste asiático, publiqué en el diario digital Avila Red un artículo de opinión titulado ¿La mala suerte de los pobres? Lo rescato ahora, al hilo del reciente seísmo en Perú, porque creo que, salvando las distancias, hay una buena parte de la reflexión que puede ser válida. Es cierto que en el hermano país andino sí hay un Estado más organizado; pobre, pero más estructurado y con algo más de presencia en la tragedia (aunque llegó antes el presidente Alan García que la ayuda necesaria). Es cierto también que el terremoto era tan fuerte que hubiera tirado no sólo las infraconstrucciones en las que muchas familias viven sino también edificios convencionales y, de hecho, derribó las iglesias de Pisco y de Ica, por lo que he visto en las fotografías de los medios informativos. Pero creo que sigue siendo válida, en términos generales, la llamada de atención sobre el hecho de que un sistema económico mundial tremendamente injusto agrava a veces las consecuencias de todas estas catástrofes, por más que su origen sea un fenómeno natural. Por ejemplo, no imagino un terremoto en un país desarrollado donde los heridos siguieran muchas horas después sin hospitalizar, donde días más tarde siguiera habiendo problemas de abastecimiento de agua potable o donde muchos afectados continuaran días después durmiendo en plena calle.



"¿LA MALA SUERTE DE LOS POBRES?


Desgraciadamente, la realidad en estos últimos años sigue empeñada en que incorporemos a nuestro vocabulario de uso corriente palabras que hubiera sido mejor seguir sin conocer, desde 'chapapote' a 'tsunami'. Más de cien mil muertos en el Sudeste asiático han vestido de luto la despedida de un ya de por sí suficientemente negro 2004. Para quienes nada humano nos es ajeno, para quienes, en materia de vida y de dignidad, no distinguimos entre razas o nacionalidades, la lejanía geográfica no implica que nuestro dolor sea menor ante una tragedia de estas proporciones.

En circunstancias así, vemos la grandeza de las corrientes de solidaridad entre los seres humanos. Y vemos también la cruz de la moneda: la mezquindad de algunos gestos, como ciertas entidades bancarias que están cobrando comisión por ingresar donativos en las cuentas de ayuda humanitaria. El mismo estilo inconfundible de mercaderes que comparten con esas cadenas de televisión que se lucran con la publicidad contratada durante la emisión de telemaratones benéficos, que tan buena audiencia les suelen reportar.


No falta en estas ocasiones quien, en los medios informativos o en las conversaciones de la calle, se lamenta -tanto en este maremoto, como en anteriores terremotos, volcanes, huracanes o tormentas tropicales…- de cómo el destino se ceba, encima, con los países menos desarrollados, con las personas más pobres del planeta… ¿Seguro? Obviamente, los fenómenos meteorológicos o geológicos no obedecen a ninguna conjura del capitalismo internacional pero ¿realmente nos hemos llegado a creer que la magnitud que alcanzan sus efectos en estos países es pura casualidad?


Mucho nos tememos que esa apelación a un azar que se ensaña precisamente con los más desfavorecidos, forma parte de un engaño permanente a la población del Norte rico. Para tranquilizar nuestras conciencias y para no poner en evidencia a quienes, careciendo precisamente de conciencia, manejan los hilos de la economía mundial. Un engaño que trata siempre de ocultar la cara más criminal de un sistema socioeconómico injusto a escala planetaria.


Es el mismo engaño que nos presenta el subdesarrollo de ciertas naciones como una fatalidad, como una característica poco menos que cultural o geográficamente intrínseca a ciertas latitudes. Una pobreza de la que nadie tiene la culpa o, si acaso, la tienen sus propias víctimas. Una realidad de miseria material, sanitaria, educativa… que sólo se asoma a nuestro primer mundo acomodado con ocasión de las campañas caritativas, o cuando nos alcanzan esas indeseables salpicaduras que, para el capitalismo occidental, son la inmigración o la deslocalización empresarial.


Es también el mismo engaño que se empeña en revestir de verdad demográfíca, científicamente indiscutible, eso que Eduardo Galeano llama lúcidamente 'propaganda sobre las ventajas de no nacer', en países cuya densidad de población –en contra de lo que quiere hacérsenos creer- y, sobre todo, cuyo aprovechamiento de recursos, están muy por debajo de nuestros niveles.


Esa misma falacia es la que silencia en estos días que no es la naturaleza quien se comporta con más crueldad con los países pobres que con los ricos. La destrucción material y la pérdida de vidas humanas alcanzan proporciones gigantescas, no por casualidad, en aquellos lugares donde los sistemas de alerta, de evacuación, de seguridad, de construcción muy especialmente, de protección civil, de intervención… están a años luz de los nuestros. ¿De verdad consiguen los propagandistas del sistema que no nos demos cuenta de algo tan elemental?


¿En España podría haber un maremoto? Supongo que es teóricamente posible pero me atrevo a asegurar –cruzo los dedos para no tener que comprobarlo nunca- que los sistemas de alerta a la población hubieran funcionado de otra forma, que no habría existido el mismo nivel de destrucción material en las edificaciones que aquí no son tan 'de papel', que la población no daría esa sensación de estar completamente abandonada a su suerte y en las imágenes veríamos el despliegue de policías, personal sanitario, ejército o bomberos que apenas hemos visto en Asia…


Y, sobre todo, que nuestra principal preocupación posiblemente no sería hoy, como en estos momentos les sucede a nuestros hermanos de otro continente, algo tan sencillo como conseguir comida, medicinas o agua potable para que la gente no siga muriendo cuando ya han pasado varios días desde que se produjo el maremoto."

Perú en el corazón

Era inevitable que regresaran a mi memoria gentes y paisajes, un gratísimo recuerdo que hoy se volvía triste. Hace justamente dos años estaba yo recorriendo Perú, disfrutando de sus encantos históricos, culturales, naturales..., de su variedad y de sus contrastes, de sus gentes hospitalarias. Y ahora Perú se asoma a las noticias de todo el mundo por el trágico terremoto que ha sufrido.

Pisco, capital de la provincia del mismo nombre, es una ciudad con unos 115.000 habitantes, situada unos 300 Km. al Sur de Lima. Había sido originariamente creada en otro lugar cercano, donde estaba el primitivo poblamiento quechua del mismo nombre, pero fue precisamente un fuerte terremoto, que las crónicas históricas sitúan en el año 1680, bajo el virreinato español, así como los saqueos piratas, lo que parece que motivó el traslado a su actual emplazamiento. La zona tiene cultivos vitícolas y produce el célebre aguardiente del mismo nombre, el pisco.

La región a la que pertenecen tanto la municipalidad como la provincia de Pisco recibe el nombre de Ica. La capital de esa región, fue fundada por los españoles como Villa de Valverde y luego pasó a llamarse San Jerónimo de Ica. Esa localidad peruana de Ica, hoy cuenta con unos 300.000 habitantes aproximadamente y tiene ejemplos significativos y vistosos de arquitectura colonial. En las inmediaciones de la ciudad de Ica se sitúa Huacachina, un hermoso oasis con laguna en medio de las dunas del desierto.


En toda esta zona se desarrollaron destacadas culturas prehispánicas, como la cultura Paracas, a la que luego sucedió la cultura Nazca. Por allí también están las ciudades que llevan precisamente esos nombres, Paracas y Nazca.

Desde estos emplazamientos que he ido citando suelen realizarse excursiones a la Reserva Nacional de Paracas, a las islas Ballestas y a las líneas de Nazca.

La reserva de Paracas incluye tanto espacios y ecosistemas terrestres como marinos, con acantilados y formaciones rocosas muy vistosas, entre las que se encuentra la célebre catedral. En la península de Paracas, de camino hacia las islas Ballestas, se puede apreciar la figura del misterioso candelabro de Paracas. Las Islas Ballestas están habitadas por una gran diversidad de aves. Llaman la atención los curiosos pingüinos de Humboldt y los lobos marinos.

Las enigmáticas líneas de Nazca están declaradas por la UNESCO patrimonio de la humanidad. Ocupan unos 50 km. de extensión en el desierto y forman distintas figuras, principalmente de animales. Sólo pueden verse desde el aire –lo habitual es volar en avioneta para apreciarlas-, por lo que se desconoce cómo pudieron hacerse y cómo perduran a pesar del tiempo y de los fenómenos climatológicos y naturales.

Algún día espero poder escribir sobre este viaje, comentar detalles agradables y publicar hermosas fotografías, pero hoy desde luego no parece el momento.

El reciente terremoto, con epicentro cercano a Pisco, se dejó sentir en prácticamente todas las localidades de la zona, incluida la capital peruana, Lima.

En la ciudad de Pisco el seísmo ha sido especialmente destructivo: se calcula que se han derrumbado o han quedado seriamente dañadas más del 70 % de las edificaciones de esta ciudad. Uno de los edificios afectados por el terremoto fue la catedral, donde se estaba celebrando misa con numerosos fieles dentro, muchos de los cuales quedaron sepultados entre los escombros.

El terremoto ha causado más de 500 muertos y 1.500 heridos, según las cifras estimadas, aunque aún se siguen buscando cadáveres en las ruinas. La angustia de la población es alta, por la situación en la que han quedado tantas familias sin hogar, y por la incertidumbre y el temor ante las nuevas réplicas –más de 300, algunas intensas- que se han seguido produciendo.

Aparte de lo que han informado los medios en España, impresiona ver las imágenes emitidas por las televisiones peruanas:


Parece que, en este panorama, tanto el gobierno del Perú como las organizaciones humanitarias han tenido serias dificultades al tratar de hacer llegar la ayuda a los damnificados. Para empezar, las comunicaciones telefónicas quedaron inutilizadas en un primer momento. Por otro lado, los daños en la carretera panamericana y la destrucción del puente que une Pisco con Lima han complicado mucho los desplazamientos y las tareas de auxilio.

Por lo que sé, los peruanos han donado sangre para los heridos. Los países del entorno (el primero, Bolivia: la solidaridad del más pobre) han enviado ayuda. Y España hoy mismo fletaba un avión con 100 toneladas de material –incluidos los necesarios equipos potabilizadores de agua, así como tiendas de campaña, algo muy adecuado cuando buena parte de la población ha quedado sin viviendas y a la intemperie- y con algunos especialistas en emergencias sanitarias y en rescates. Esperamos que todos estos envíos solidarios puedan vencer las dificultades de desplazamiento y distribución.

Las ONG como Cáritas Perú, Intermón Oxfam, Ayuda en Acción, Cruz Roja... ya se estaban moviendo también en la zona. En las webs de todas ellas pueden hacerse donativos para contribuír a socorrer a nuestros hermanos peruanos.

Mara Torres y Sin ti

Descubrí a Mara Torres hace años en su espacio de entrevistas en la Ser, A contraluz. Creo que sólo lo escuché dos o tres veces porque lo emitían (o lo repetían, no sé, pero es cuando yo lo sintonizaba) a una hora intempestiva del fin de semana. Demasiado pronto para regresar a casa si habías salido por ahí, demasiado tarde para estar despierto si no habías salido. En el programa, Mara sabía de lo que estaba hablando, hacía preguntas inteligentes y tenía especial habilidad para crear el clima adecuado con la persona entrevistada... Me sorprendía una voz aparentemente muy joven (luego confirmé en la web de la cadena Ser que, efectivamente, su propietaria también lo era) y, sin embargo, un inusual dominio del oficio.

Para empezar, Mara hacía un magnífico trabajo, algo que contrasta con tanta mediocridad y con tanta gente que hace las cosas, en el mejor de los casos, correctamente, lo justito para salir del paso. Esta joven periodista marcaba diferencia, porque tenía el criterio de superarse, de no hacer las cosas sólo bien, sino esforzarse en hacerlas lo mejor posible. Pero es que, además, no llegaba a ese criterio de excelencia con frialdad, sino que, por si fuera poco, se entregaba, se notaba que le gustaba, ponía alma en lo que hacía.

De ahí, Mara Torres pasó al Hablar por hablar, el programa de mayor audiencia en la madrugada, creo recordar que primero con una sustitución veraniega y finalmente haciéndose cargo del mismo durante cinco años. Hablar por hablar es un sencillo pero curiosísimo espacio, donde el protagonismo lo tienen las peculiares y variadas historias de quienes llaman al mismo. Mara y sus oyentes me tiene muchas horas de sueño quitadas. La periodista publicó luego un libro, a ratos emotivo, a ratos muy divertido, con una selección de aquellas Historias de madrugada, como ya había hecho una de sus antecesoras, Gemma Nierga.

Hoy, Mara Torres ha pasado a la televisión, donde presenta el informativo más atípico y alternativo, La 2 Noticias, al que poco a poco va imprimiendo algo de su estilo.


Ya en ese primer libro que antes mencionaba, Hablar por hablar, a pesar de la sencillez del planteamiento –ir presentando las historias escogidas y ofrecer un hilo conductor-, Mara puso de manifiesto que tiene indudables dotes para escribir.

Ahora lo ha corroborado con una deliciosa obra, Sin ti, un auténtico regalo para cualquiera que tenga cierta sensibilidad y amor a la vida compartida.

Lo compré en la pasada Feria del Libro y además tuve la oportunidad de charlar un ratillo con la autora, aprovechando la suerte de ser el último de la fila a la hora de cerrar, por lo que ningún otro lector estaba esperando apremiante detrás. Estos encuentros suelen ser un tanto extraños, por esa asimetría de que para la otra persona eres un auténtico desconocido, pero ella para ti es alguien muy familiar, en este caso porque has escuchado su voz muchas noches de tu vida. Sin embargo, creo que Mara es muy consciente de esa complicidad que se establece (posiblemente por el tipo de programa que hizo en la radio, con la participación de los propios oyentes) y, sin la más remota dosis de divismo, estuvo amable y tremendamente cercana, fue un grato encuentro y una conversación muy agradable.

El libro, que lleva por subtítulo Cuatro miradas desde la ausencia, recoge relatos de no ficción a partir del testimonio de personas que han perdido a un ser querido: Inma Chacón, la hermana gemela de la escritora Dulce Chacón; Veva Tussell, la hija del historiador Javier Tussell; Alejandro Pelayo, músico del grupo Marlango y su profesora de piano Mayte Gutiérrez; y Victoria Rodríguez, la viuda de Buero Vallejo.

Por orden de preferencia, aunque esto es puramente subjetivo, mi favorito es el logradísimo relato sobre Inma y Dulce, después el de Alejandro Pelayo, luego el de Victoria y finalmente el de Veva.

Mara declara en algunas entrevistas que ha dedicado más de dos años a escribirlo, pero, a pesar de esa minuciosa preparación, el libro da sensación de fluidez y naturalidad, como si cada relato fuera una confidencia contada de un tirón.

No sólo ha dado voz a los protagonistas maravillosamente, sino que la autora ha sabido encontrar el tono justo y la estructura más adecuada para cada relato, hasta conmovernos en todos y cada uno de ellos. Sin ti aúna, pues, calidad narrativa y un material humano de primer orden.

A pesar de que el subtítulo del libro alude a la ausencia, se trata de una ausencia física, pero uno de los denominadores comunes de los testimonios recogidos, es que los seres queridos que murieron están muy presentes en la vida de quienes les recuerdan.

Casi todos los comentarios que he leído sobre esta obra subrayan la aparente paradoja de que, en un libro sobre la muerte, lata tantísima vida en sus páginas. A mí no me ha sorprendido en absoluto. En mi experiencia personal, la muerte me ha enseñado en cierto modo a vivir; cada vez que ha tocado de cerca a seres queridos he aprendido un poco más a saborear los pequeños detalles, a medir un poco mejor (quizá debería decir un poco menos mal) mis tiempos, a valorar a las personas a las que quiero, a disfrutar de esa grandeza que se esconde en lo pequeño, en lo cotidiano...

Una de las virtudes de Mara Torres –desde sus comienzos- es ese don que tiene para acercar la literatura a la vida y viceversa. Huyo de quienes construyen la literatura como si fuera un mundo aparte, de quienes llenan de adjetivos los folios pero siguen viviendo una existencia igual de fría. Valoro mucho, por el contrario, a quienes, sin artificios, sin exageraciones, sin falsedades, ponen gotas de poesía en su vida cotidiana, porque la poesía es un alimento espiritual de primer orden, porque es enriquecedor dirigir sobre el día a día esa otra mirada.

Mara Torres es de las personas que, no me cabe duda, seguirán siempre creciendo personal y profesionalmente. No sé en qué más tareas periodísticas o literarias se embarcará, pero estoy seguro de que seguiremos encontrando en ellas en esencia lo mismo: alguien que hace bien su trabajo y que pone alma en todo lo que se propone.
Felicidades, Mara y, de corazón, muchísima suerte.

Una buena lectura para verano

El domingo, aprovechando un viaje en tren, me leí prácticamente de un tirón una novela que había comprado en la pasada Feria del Libro madrileña, El lejano país de los estanques, que me firmó el propio autor.



Conocí -supongo que como otras muchas personas- a Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, la pareja de investigadores creada por Lorenzo Silva, con El alquimista impaciente, Premio Nadal del año 2000. Cuando pasé la última página pensé: “éste es de los libros que tiene una película dentro”. Y, efectivamente, la tuvo: en el año 2002 fue llevada, muy correctamente, al cine, bajo la dirección de Patricia Ferreira, y con los actores Roberto Enríquez e Ingrid Rubio dando vida a los dos protagonistas.

He vuelto a sumergirme ahora en otro de sus casos, con esta novela cronológicamente anterior, que obtuvo el Premio Ojo Crítico 1998, y que fue la primera protagonizada por la singular pareja de guardias civiles.

Las dos obras son novelas policíacas, de investigación y, en buena medida, siguen las pautas más clásicas y conocidas del género, aunque, como es lógico, siempre hay elementos diferenciadores en cada autor y en sus personajes.

Son muy amenas, con tramas que enganchan y que se siguen con interés. Obviamente, esto es válido para quienes gusten de este tipo de lectura, pero ha sido también válido para mí, que leo poca novela y que, en particular, no soy especialmente aficionado al género detectivesco.

Una buena historia y una buena prosa, ¿qué más se puede pedir? No son –ni pretenden ser- deslumbrantes obras maestras, pero creo que son magníficas novelas, más que dignas. Y ello se debe, sobre todo, a que el madrileño Lorenzo Silva domina el arte de la narrativa, del retrato de personajes, de la construcción del relato, de los diálogos... Domina, en suma, el oficio de contar historias bien. Nada menos.

Manuales de instrucciones

Ya sabes ustedes el viejo chiste del bilbaíno que entra en una tienda con una motosierra y reclama al dependiente:
- Oiga, me dijo que esta motosierra cortaba cien árboles a la hora, pero la he probado y corta como mucho cincuenta.
- No se preocupe -repone el dependiente- ahora mismo la probamos a ver qué le pasa.
Arranca la motosierra y Patxi exclama:
- ¡Ay va! ¿Y ese ruido?

Si algún experto elabora la relación de las características antropológicas y culturales que definen a los españoles, hay una que bajo ningún concepto debe dejarse en el tintero: nuestra radical aversión a leer instrucciones.

Los fabricantes se empeñan en incluir en sus aparatos unos manuales de instrucciones, se supone que para que aprendamos a manejarlos correctamente, pero ese mismo empeño ponemos los españoles en ignorarlos por completo.

Debieron de pensar entonces que el motivo de que no leyéramos las instrucciones era su extensión y, junto con esos amplios libracos, comenzaron a incluir también las llamadas guías rápidas, una especie de versión reducida, un folleto con unos poquitos puntos, suficientes para comenzar un manejo básico... Ni por esas.

Los españoles primero probamos: abrimos, montamos, conectamos, apretamos botones... y, por el viejo sistema de ensayo/error, vamos descartando opciones y avanzando por el camino correcto (o por el no correcto). Todo, antes que claudicar de nuestras esencias patrias y leer las instrucciones. Eso, lo guardamos sólo como ultimísimo y desesperado recurso.

¿Quien no ha descubierto en una cámara fotográfica, en un equipo reproductor de música, en una aplicación informática... una función cuya existencia ignoraba por completo después de meses, cuando no años, de utilización?

Una prima de mi madre, muy divertida, se casó con un norteamericano y se marchó a vivir a Estados Unidos. Un día ella estaba preparando una sopa instantánea. ¿Que estaba espesa? Echaba más agua. ¿Que estaba demasiado líquida? Pues más contenido del preparado alimenticio. ¿Que sabía sosa? Pues un poco de sal... El metódico yankee le sugirió condescendiente: “Mayte, ¿por qué no lees las instrucciones que vienen en el reverso?”. Ella le miró como si acabara de soltar un auténtico despropósito y le replicó orgullosa: “Cariño: soy española. Si no leo las instrucciones de los electrodomésticos, no voy a leer las de una sopa...”.

Escribir es vivir

“No he venido aquí a hacer retórica, ni literatura... he venido aquí a vivir” .
-José Luis Sampedro. Escribir es vivir-


Calculo que tendría yo diecisiete años. El cura de El Hoyo de Pinares, D. Julio, se marchaba con destino a otra localidad abulense, Rasueros y, como tenía desmontado todo el mobiliario de la que había sido hasta entonces su casa, esa noche cenó en la nuestra. Mis padres le exponían sus consideraciones sobre si era mejor que yo estudiase Derecho o Periodismo (mi duda entonces estaba entre esas dos opciones, hoy tengo una titulación y muchísimas más dudas). “Yo no sé -les dijo- lo que estudiará Carlos, pero sí sé lo que hará: este chico o escribe o se muere”.

Este blog, pues, es fruto tardío de cierto instinto de supervivencia. Me apetece escribir -cuando pueda, de vez en cuando- sobre política y derecho, sí, pero también sobre música, sobre cine, sobre libros, sobre lugares, sobre personas, sobre reflexiones personales, sobre sentimientos, sobre sensaciones o sobre nada en particular. Me lo debía a mí mismo. Han sido ya demasiados años atrapado en compromisos que asumí en el terreno profesional y en el terreno político… y sin tiempo que dedicar a las cosas que realmente más me gustan. Muchas veces “lo urgente no deja tiempo para lo importante”, como decía la ocurrente Mafalda creada por el dibujante Quino, en una frase que lamentablemente suelo tener frecuentes ocasiones de repetir. Aspiro a que esas urgencias y obligaciones vayan estando cada vez más encauzadas e ir ganando espacios para respirar, para compartir, para charlar, para reirme, para ligar, para caminar, para viajar, para pensar, para escribir... Para vivir, en suma.