que con un mal axioma”
-Javier Krahe-
Me siento más cercano a lo que una vez me decía una antigua novieta, a la que alguien estaba reclamando en ese momento compromisos certeros e irrevocables: “Si yo no sé qué voy a hacer mañana, Carlos, ¿cómo voy a saber qué voy a hacer dentro de veinte años?”.
Yo huyo de la gente segura como de la peste. No consigo sentir afinidad con las personas que en todo momento saben estar, que siempre tienen la certeza de lo que hay que hacer, que poseen la receta infalible para todos los males, que siempre hablan ex catedra.
Por supuesto, no defiendo a la persona anclada en la permanente indecisión, que lleva a la inactividad. Es insufrible esa actitud, tan bien retratada por Bertold Brecht en el poema que da título a esta entrada: “Los que siempre tienen reparos, los que jamás actúan. / Ellos no dudan para llegar a una decisión sino para alejarse de una decisión”.
Pero sí me gusta la gente que se cuestiona las cosas, que busca, que expone sus puntos de vista con su argumentación –provisional- pero sin sentirse poseedora de verdades absolutas, que sabe reírse de sí misma cuando es preciso, que toma decisiones asumiendo el riesgo de equivocarse, que sabe escuchar, que practica la sana costumbre de ponerse en el lugar del otro para intentar comprender.
La seguridad excesiva lleva, en los comportamientos, a pisar demasiado fuerte y, en las ideas, al dogmatismo.
En los hechos, el que siempre está muy convencido de todo –“lo que hay que hacer es…”, “lo que no tienes que hacer es…”- suele tener tendencia a pasar por encima de los demás sin fijarse, a no ser capaz de tomar nunca una perspectiva distinta a la que la vida le ha dado a él y a no entender, claro, cómo es posible que algo le haya salido mal.
En el plano del pensamiento, la gente dogmática -lamentablemente conozco muchos casos- tiende a la imposición, al argumento de autoridad, a la tópica descalificación, sin fundamentar, sin razonar, sin pensar por un momento que cabe alguna posibilidad de que las cosas no sea como él cree o como se las han contado. “Ellos son los que no tienen reparos, los que jamás dudan./ Su digestión es espléndida, su juicio infalible./ No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos. En caso de necesidad,/ los hechos deben creer en ellos.” (Bertold Brecht, Elogio de la duda).
Pero, además, es sumamente frecuente que el dogmático cambie de ideas con el tiempo. Eso sí, defendiendo blanco con el mismo ardor guerrero con el que antes defendió negro. “- Soy, huelga decirlo, de derecha, de izquierda, de centro, desciendo del mono, no creo más que en lo que veo, el universo está en expansión, a tal o tal otra velocidad.– He aquí lo que escuchas desde el primer momento en boca de gente a la que no te has dirigido con la intención de que se presentaran como unos cretinos. Si tienes la mala suerte de encontrártelos una segunda vez, cinco años más tarde, todo habrá cambiado, salvo su estilo de certidumbre autoritaria y casi siempre brutal. Llevan otro distintivo en el ojal, se enorgullecen de su parentesco con otra bestia, y el universo se contrae a una velocidad que pone los pelos de punta”. (Ernst Junger, Abejas de Cristal).
Además, estoy convencido de que la seguridad es mentira. Es un artificio que algunos construyen para convencerse a sí mismos, para tener asideros, para huir del ineludible vértigo de la vida, pero en el fondo es una completa ficción.
Hoy me apetece dejar aquí esta vieja y hermosa canción de Pablo Guerrero que, evocando un juego infantil, cantaba a un país que salía de una dictadura y necesitaba recuperar la calle y las libertades. ¿Que por qué me he acordado de ella? Por esta frase que me gusta mucho:
que no pase nadie
que no tenga dudas…
(Fotografía: Respuestas, de Photografer Padawan, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr).