Mercedes Fórmica: 60 años de un artículo que cambió la situación legal de la mujer española

La reciente Cumbre de Mujeres Juristas, celebrada con éxito en el Colegio de Abogados de Madrid, señaló el camino que aún queda por recorrer para que la mujer esté representada en los niveles superiores de la judicatura y en los cargos de libre designación del mundo del Derecho, pero no olvidó reconocer en su manifiesto los avances registrados durante la segunda mitad del siglo XX.

La semana pasada se cumplieron sesenta años desde que vio la luz, en el diario ABC, un artículo que estaría destinado a provocar un cambio legislativo, sin duda insuficiente, pero de gran trascendencia para la mujer española de la época.

Su autora, Mercedes Fórmica, había nacido en Cádiz en 1913 (estamos, pues, en el año de su centenario). En 1932 ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, donde sólo otra mujer compartía aula. Tras el divorcio de sus padres, se trasladó a Madrid, donde siguió sus estudios en la Universidad Complutense. Enfermó en el curso 1934-35 y su familia marchó a vivir a Málaga, interrumpiendo la carrera en el cuarto año. Tiempo después, retomaría los estudios y su viejo deseo de autosuficiencia económica. Se doctoró en Filosofía y Letras y, en 1948, se licenció en Derecho.

Su voluntad de ingresar en la Escuela Diplomática se ve impedida por un requisito de imposible cumplimiento. “Ser varón, mayor de edad y menor de treinta y tres años. Tener nacionalidad española de origen. No estar casado con extranjera. Poseer título de Licenciado en Derecho o Ciencias Políticas y Económicas”, exigía la convocatoria publicada en el BOE de 10 de octubre de 1949. Mercedes se topa de frente con el retroceso jurídico que el franquismo suponía para la mujer española respecto a la II República: “A la mujer se le admitía en la Universidad –escribió años después- pero a la hora de hacer valer su título le pedían que se convirtiese en hombre”.

Decide entonces darse de alta en el Colegio de Abogados de Madrid. No fueron fáciles sus comienzos. Intentó la pasantía en un bufete, donde le sugirieron que su mera presencia podía resultar “perturbadora”. En otros despachos tampoco fue aceptada, a pesar de recomendaciones de amigas y colaboradoras. Comenzó a ejercer por su cuenta y a atender los asuntos que le asignaban en el turno de oficio.

Así llega a la mesa de su despacho el caso de Antonia Pernía. Apuñalada brutalmente por su marido, había sobrevivido milagrosamente. No era la primera vez que resultaba agredida por el esposo, pero no había podido separarse: hubiera sido privada de la convivencia con sus hijos, expulsada de su casa y quedado sin recursos, pues la mujer estaba excluida de la administración de los bienes gananciales.

La ley procesal vigente consideraba la vivienda familiar como “casa del marido”, de forma que la mujer que solicitara la separación –por muy justificado que fuese el motivo- debía abandonarla para ser “depositada” en el domicilio de sus padres, de terceras personas o incluso en un convento, mientras se resolvía la controversia. La separación la resolvían los tribunales eclesiásticos determinando, normalmente varios años después, si la causa alegada era justificada o no, y concediendo la separación o, por el contrario, obligando a reunirse de nuevo al matrimonio, en cuyo caso no resulta difícil imaginar en qué situación quedaba la mujer.

Mercedes escribió para el ABC dirigido por Luis Calvo un artículo, El domicilio conyugal, denunciando esta situación. El texto sufrió una retención por parte de la censura hasta que el 7 de noviembre de 1953 pudo ver por fin la luz. Lo firmaba: Mercedes Fórmica, letrado del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.

Tras la publicación, se generó un intenso debate y, durante semanas, el periódico recibía decenas de cartas diarias. Se escribieron numerosos textos de opinión acerca de la polémica suscitada. Pronto el rotativo madrileño publicó también una encuesta realizada entre prestigiosos juristas, como Ramón Serrano Suñer, Antonio Hernández Gil, Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, José María Ruiz Gallardón, Alfonso García Valdecasas, Joaquín Calvo Sotelo y una extensa lista. El debate iniciado por Mercedes Fórmica trascendió nuestras fronteras: el británico Dayly Telegraph, la revista norteamericana Time, el diario argentino La Prensa, periódicos alemanes, suizos, daneses, suecos, y de varios países de Iberoamérica se hicieron eco… La revista Holiday la cita como una de las cuatro mujeres más destacadas del año. La reportera Inge Morath (de la agencia Magnus Capa, colaboradora de Life, Vogue o París Match entre otras) viajó a Madrid para conocer y fotografíar a Mercedes. Hasta el semanario clandestino de la CNT reseñó la “interesante cuestión” planteada por la abogada.

Mercedes Fórmica consideró que, para lograr su propósito de impulsar una reforma legal en estos aspectos, debía optar por un criterio práctico y obrar con cautela, pues los sectores más cerrados del régimen sospechaban que se trataba de una maniobra izquierdista para restaurar el divorcio. Planeó una entrevista con Franco y, para disipar recelos, la solicitó a través de la Sección Femenina y se hizo acompañar por un sacerdote letrado. El dictador se mostró receptivo a algunas cuestiones e instó a la abogada a reunirse con el Ministro de Justicia. Mercedes visitó a Iturmendi esa misma mañana y le dijo con desparpajo “quiero que sepa que soy muy pesada, pesadísima” y le aseguró que insistiría “hasta que consiga el cambio”. “Sería magnífico –le sugirió- que usted recibiera la gratitud de tantas mujeres”.

Mercedes continuó dando conferencias, concediendo entrevistas y escribiendo artículos. En 1954, el propio presidente del Tribunal Supremo, José Castán Tobeñas, hizo referencia, en la apertura del año judicial, a las reclamaciones planteadas por la abogada y escritora. En 1956, a raíz de otro caso legal, retomó con intensidad su campaña.

En 1958 llegó por fin la ansiada reforma legal, la más extensa desde la promulgación del Código Civil, y que afectó a la redacción de más de sesenta artículos. Un periódico usó el término “reformica” para referirse a aquella modificación legislativa, jugando con el apellido de su promotora y apuntando a la vez lo limitado de la misma. Pero no habría que caer en el error de minusvalorar lo que supuso en la práctica para millones de mujeres españolas de la época. Ciertamente, no cambiaba la visión de la autoridad del marido sobre la familia, pero sí se amplió la capacidad de obrar de la mujer, se sustituyó el concepto jurídico de casa del marido por vivienda familiar con posibilidad de atribución judicial a la esposa, desapareció la denigrante institución del "depósito" de la mujer separada, se modificó el régimen de custodia de los hijos en caso de separación, se comenzó a exigir consentimiento de la esposa y no sólo del marido para disponer de los bienes gananciales, se equiparó el tratamiento legal del adulterio del varón al de la mujer, se suprimió la pérdida de patria potestad de la viuda que contraía nuevas nupcias... y cambiaron otras muchas y variadas disposiciones que hoy nos suenan aberrantes, pero que en los años cincuenta ni siquiera se discutían y sólo el empeño de una mujer consiguió colocar en el centro del debate social.

¿Por qué se ha condenado al olvido a Mercedes Fórmica? No me cabe duda de que ha sido por su adscripción política, que resulta antipática a derecha e izquierda. Mercedes se afilió a la Falange fundacional en su época universitaria y nunca se apeó de su admiración por José Antonio, al que había tratado personalmente. Tras su fusilamiento, se mostró contraria a que se manipulasen por el incipiente régimen franquista "unas ideas en trance de formación, para desvirtuarlas, sabiendo que los que detentaban el poder no creían en ellas”. En el primer tomo de sus memorias se muestra rotunda: “Confundir el pensamiento de José Antonio con los intereses de la extrema derecha es algo que llega a pudrir la sangre. Fue la extrema derecha quien le condenó a muerte civil, en espera de la muerte física, que a su juicio merecía".

Pero daría absolutamente igual la adscripción política de Mercedes o el juicio que ésta merezca a cada cual. Si no viviéramos en un país tan sectario, tendría que ser reconocida como una figura que luchó innegablemente por mejorar la situación femenina en España. Y que consiguió algunos frutos nada desdeñables, con repercusión práctica positiva en la vida de muchas mujeres, dos décadas antes de que nuestro ordenamiento proclamase la plena igualdad jurídica.

Aparte de esta batalla legal, Mercedes Fórmica desarrolló una intensa labor cultural, dirigiendo la revista Medina o editando la colección divulgativa La novela del sábado. Como escritora publicó obras narrativas como Bodoque (Revista de Occidente, 1945), Monte de Sancha (Luis de Caralt, 1950; reeditada en 1999 por El Aguacero), La Ciudad perdida (Luis de Caralt, 1951) y Collar de ámbar (Caro Raggio, 1989), y biografías históricas como La hija de D. Juan de Austria (Revista de Occidente, 1975), o María de Mendoza (Caro Raggio, 1979). La desigualdad jurídica de la mujer también centró su novela A instancia de parte (Cid, 1955. Reeditada en la Biblioteca de Escritoras de Castalia en 1991), que fue galardonada con el Premio Cid de la Cadena SER por un jurado del que formaban parte Dámaso Alonso, Melchor Fernández Almagro, Dionisio Ridruejo y Carmen Laforet, entre otros.

Escribió sus interesantes recuerdos en La infancia (publicado por la Junta de Andalucía en 1987) y en la trilogía Pequeña historia de ayer, formada por los tomos Visto y Vivido (Planeta, 1982), Escucho el silencio (Planeta, 1983) y Espejo Roto y Espejuelos (Huerga y Fierro, 1998). Los dos tomos que publicó Planeta en los ochenta se han reeditado ahora agrupados en un solo volumen por la editorial Renacimiento bajo el título Memorias (1931-1947).


En los años noventa tuve algún contacto epistolar con Mercedes Fórmica, a raíz de publicar yo una reseña sobre la reedición de su novela A instancia de parte. Le escribí a su casa de Madrid la primera vez para enviarle copia y ella me contestó tiempo después cariñosamente, creo recordar que desde Málaga. En alguna conversación telefónica, nos emplazamos a un encuentro personal que nunca llegó a producirse: se interpuso el implacable Alzheimer.

Mercedes murió en abril de 2002, a los 88 años. No dejó de ser nunca esa mujer inteligente, llena de sentido común, hermosa y amable, que combinaba la elegancia en las formas con la elegancia espiritual. Y fue también durante toda su vida una luchadora, sin aspavientos pero con admirable tenacidad, contra cada injusticia que encontró a su paso.

Más hoyancos por el mundo

Reportaje publicado en Diario de Ávila, 26.09.13, en el suplemento especial
dedicado a las Fiestas San Miguel de El Hoyo de Pinares.

(Esta versión corresponde al texto originario del autor. 
Hay fragmentos que no salieron publicados en el periódico).
 
 
En estas mismas páginas de Diario de Ávila publicamos ya en 2009 un reportaje que, parafraseando a los programas de televisión de moda en cadenas autonómicas y nacionales, se acercaba a la experiencia de algunas personas originarias de El Hoyo de Pinares que estaban residiendo en otros países: Arantxa Miguel en Singapur, Jorge Pablo y Cecy Estévez en Londres, Sara Beltrán, entonces en Dubai, y Ana Fernández, que impartía docencia en Pekín. 
 
La crisis económica ha provocado que ahora sea mayor el número de naturales de nuestra localidad repartidos por distintos continentes, aunque en naciones menos exóticas que Singapur, China o los Emiratos Árabes a los que entonces nos referíamos. Hoy, varios países iberoamericanos y europeos están siendo destinos de emigración laboral, aunque también sigue habiendo hoyancos a los que razones de estudio o simplemente personales les llevan a fijar su residencia en el extranjero. 
 
En este suplemento especial dedicado a las fiestas de El Hoyo de Pinares hemos querido repetir la experiencia, recogiendo el testimonio de cuatro hoyancos que pueden servir de muestra: en este caso, dos que viven en Estados Unidos por trabajo y dos que se han marchado a Francia fundamentalmente por relaciones afectivas.
 
FÁTIMA AYUSO (CHICAGO)
 
Para quienes la conocemos, Fátima Ayuso Fernández siempre ha sido un torbellino de vitalidad. Está a punto de cumplir dos años de estancia en Chicago, la gran urbe del estado de Illinois, aunque no descarta cambiar de ciudad dentro del país. Salió de España con la idea de mejorar su inglés y ahora trabaja de “aupair” con niños norteamericanos: les presta apoyo en tareas escolares, les ayuda a aprender nuestro idioma… y hasta les prepara con frecuencia comidas españolas. 
 
Fátima en el piso 98 de la torre John Hancok de Chicago
Chicago es “una ciudad impactante y atractiva, con sus elevados rascacielos, el gran lago Michigan de casi 60.000 kilómetros cuadrados, posibilidad de encontrar fauna como zorros, coyotes, mofetas, ciervos…”, aunque es también un lugar de clima inhóspito “con un invierno muy duro, ese frío que duele como clavándose en el cuerpo, y luego un verano que casi no te deja respirar entre el calor agobiante y humedad”. Fátima cree que “merece la pena visitarla, pero personalmente no me establecería aquí para siempre”. 
 
Entre sus buenas experiencias en Chicago, no olvida “la gente, bastante predispuesta a ayudarte y a entenderte”, algo que se agradece cuando se recala en un lugar extraño. Y un repertorio de mil anécdotas, con las curiosidades de la vida americana o los inevitables equívocos con el idioma: “Sobre todo al llegar, las confusiones con esas palabras que suenan parecido pero no tienen nada que ver. Raro es quien no acaba preguntando por una prostituta (bitch) cuando realmente quiere ir a la playa (beach) o dice que está buscando un beso (kiss) cuando lo que no encuentra son las llaves (keys)… hasta que ves la cara de perplejidad del otro y te echas a reír porque te das cuenta de que lo has pronunciado mal”. 
 
Las nuevas tecnologías le ayudan a mantenerse en contacto con la gente que quiere, pero no evitan que eche de menos muchas cosas de El Hoyo de Pinares: la familia, los amigos, los paseos junto al pantano o por la zona del Fresne, las cañas con los ricos pinchos de los bares hoyancos, el saludo y el interés de todo el mundo, o las divertidas y multitudinarias reuniones familiares, que “no tienen precio”, en la casa que fue de su abuela.
 
IVÁN BELTRÁN (SARATOGA)
 
Otro hoyanco, Iván Beltrán García, trabaja como ingeniero para una empresa española pero, desde hace dos años y medio, desarrolla su labor profesional en Saratoga Springs, una ciudad del estado de Nueva York con unos 40.000 habitantes “muy aislados entre sí, con casas con terrenos grandes y utilizando el coche para todo… La cercanía personal brilla por su ausencia”.
 
Iván en su rincón favorito de Central Park en Nueva York
Los proyectos en los que trabaja están a menudo relacionados con el ámbito ferroviario. Iván valora muy positivamente el crecimiento profesional y el conocimiento del inglés que le ha permitido esta experiencia, pero lo contempla como algo temporal. 
 
Tras la jornada laboral, su ocio lo consume practicando deporte, especialmente tenis, practicando con el piano, leyendo, estudiando… Y en fines de semana intenta hacerse escapadas, frecuentemente a Nueva York. 
 
Entre las anécdotas, nos cuenta que una vez, paseandopor Times Square, le pareció escuchar el apodo familiar con el que se le conoce en nuestra localidad. “Yo pensé que había oído mal, hasta que volvió a sonar ‘¡Cachina!’ a voces y más claro… Cuando me di la vuelta, vi a otra persona del pueblo”. Era Ismael González, cuya familia tiene un almacén de materiales de construcción en El Hoyo de Pinares: “Iba con su mujer y estaban de luna de miel en Nueva York… Qué pequeño es el mundo”. 
 
De El Hoyo de Pinares echa de menos “prácticamente todo: mi familia, muchísimos amigos, cada rincón donde ha transcurrido mi infancia, los paseos por el Batán, la paella de mi madre… esa sensación de estar en casa. El pueblo es como una gran familia donde nos conocemos todos y pienso que, de una manera u otra, nos intentamos ayudar mutuamente”. Desde Estados Unidos, Iván sueña con ver a los hoyancos superar el “duro golpe de la crisis” y ver a su pueblo progresando y mirando hacia el futuro, pero sin olvidar sus tradiciones. 
 
LAURA DÍAZ (COMPIÈGNE)

Laura Díaz Carmona es Ingeniero Técnico de Telecomunicación y se estableció en Francia porque su pareja, Alberto, recibió una interesante oferta para cursar allí el doctorado, mientras ella sigue prestando servicios, en régimen de teletrabajo, para su consultora tecnológica española. 
 
Laura junto al Palacio Imperial de Compiègne
Recalaron hace medio año en Compiègne, “una ciudad del Norte de Francia, algo más pequeña que Ávila, con unos 40.000 habitantes, y que está llena de historia, a veces  con recuerdos trágicos: aquí se capturó a Juana de Arco, se firmó el final de la primera gran guerra, o se produjo la entrega a Alemania durante la segunda guerra mundial. Incluso tiene un pequeño campo de concentración desde donde enviaban presos a Auschwitz, Dachau o Matthausen. También hay un castillo imperial en el que veraneaban los reyes de Francia y luego Napoleón”. 
 
Compiègne dista una hora de París, lo que permite a Laura hacer visitas a la capital con cierta frecuencia. A veces también hacen escapadas a otras ciudades francesas, como Lille, o incluso, al estar en el centro de Europa, viajan a otros países, como en sus recientes visitas a Bruselas (Bélgica) o Stuttgart (Alemania).
 
Como todos los hoyancos que viven fuera, recuerda a sus padres, hermanas y sobrinos, “que crecen tan rápido…”. Y evoca los pinchitos en los bares hoyancos o las tardes de piscina y café. Pero si hay algo que es inevitable recordar en su caso es la pertenencia a la Banda de Música local, donde toca la flauta travesera. Laura entró en la Escuela Municipal de Música con ocho años y en 1997 debutó con la banda. “Me dio muchísima pena –asegura Laura- no poder estar en la celebración del XXV aniversario de la banda y también el perderme por primera vez la Romería”. 
 
FRAN FERNÁNDEZ (AGEN)
 
Francisco Fernández Molina se marchó hace año y medio a vivir a Francia, de donde es su novia, Floriane. Ella estaba cursando estudios y, para poder estar juntos, era más fácil que fuera él quien se desplazara. Viven en Agen, una ciudad también de unos 40.000 habitantes de la región de Lot et Garonne. Allí trabaja labrando piedra en un taller de cantería, de manera que sigue la tradición familiar, pues desciende de una saga de canteros hoyancos muy reconocidos en su oficio. “Ésta es una zona donde la piedra caliza se trabaja por todos los sitios y hay varias canteras”, nos explica.
 
Fran delante de la catedral de Saint-Caprais en Agen
Agen tiene fama de ser la capital de la ciruela. Y allí el rugby es un deporte muy practicado, ya que el equipo local cosecha muchos éxitos nacionales y europeos. Discurren por la ciudad el río Garona y el Canal del Mediodía. “El Canal du Midi –detalla Fran-, con una anchura de cinco metros, cruza Francia desde el Atlántico al Mediterráneo. Tiene una larga historia de cuando transportaban los cereales en los barcos, arrastrados por robustos caballos, pero ahora ha quedado para dar paseos en barco”. 
 
De nuestro país vecino le gusta “la manera de hablar, el respeto y la gastronomía, que es bastante buena…, aunque como la española no la hay” y lo que menos le agrada son las lluvias que a veces se prolongan durante semanas. Confiesa que le costó el aprendizaje del idioma, que sigue perfeccionando cada día. Cuando preguntamos qué echa de menos, inevitablemente aparece el recuerdo de su familia y sus amigos. 
 
Entre los episodios divertidos que ha vivido allí, no puede dejar de referir el que tuvo lugar durante las fiestas de un pueblo vecino. Fran consiguió que un montón de franceses a los que no conocía de nada le siguieran haciendo un pasacalles al estilo de las fiestas hoyancas y que cantaran en español lo que él les iba enseñando… Se ríe al recordarlo: “te aseguro que llegué a pensar que estaba en El Hoyo…”.

 

Esos nuevos verbos...


En cierta oportunidad me correspondió asistir a la revisión de la obra que una empresa, por adjudicación de la Junta de Castilla y León, había ejecutado en un Colegio Público y detectamos serias deficiencias que debían ser subsanadas. Mientras que el director del centro y yo nos negábamos a recibir la obra, la Dirección Provincial de Educación y la constructora nos instaban, de manera insistente, a recepcionarla
 
Me notifican una sentencia y el juez que la dicta accede a lo que, según él, yo he peticionado. Hasta ese momento estaba convencido de no haber peticionado nada, sino de haberlo pedido
 
En otra ocasión, en un juicio laboral, se discutía si el trabajador había ficcionado una dolencia. A mí, la verdad, me pareció que la había fingido
 
Al leer determinadas actas, uno siente deseos de recordarle a su redactor que una transacción se alcanza cuando ambas partes transigen, no cuando transaccionan
 
Cómo se echa de menos, también en los juzgados, a Lázaro Carreter y su Dardo en la palabra. La tendencia a inventar nuevos verbos, a partir de sustantivos que ya están relacionados con un verbo preexistente, parece imparable. No sólo en nuestro ámbito, sino en otros muchos: los bancarios, por ejemplo, en vez de abrir cuentas las aperturan y en lugar de cubrir riesgos los coberturan
 
Algunas de estas creativas formas verbales (peticionar o transaccionar) han acabado siendo aceptadas por la Real Academia Española aunque por fortuna otras muchas (recepcionar, ficcionar, coberturar, aperturar…) siguen sin estar por ahora en el diccionario. 
 
Se aduce a menudo, en pro de su reconocimiento, ciertas diferencias de connotación. Por ejemplo, recepcionar implicaría, frente a recibir, aceptación y conformidad. Pero creo que esos matices se perciben por el contexto y se deducen del predicado de la frase. Todos entendemos sin dificultad que hay connotaciones muy distintas entre recibir la visita de alguien en tu casa y recibir un insulto, aunque el verbo sea coincidente. La diferencia entre romperse un brazo y romper relaciones diplomáticas se capta perfectamente sin necesidad de inventar un nuevo verbo (¿rupturar relaciones diplomáticas? ¿roturarse un brazo?). 
 
Me temo que, por este camino, en nuestro ámbito terminaremos particionando herencias o -¿por qué no?- se juicionarán los casos. Pero en otros aspectos de la vida, se podrán lecturar libros, operacionar enfermos u opcionar entre varias posibilidades. El campo para estos innovadores de la lengua es inmenso.

Un hoyanco, combatiente en Dinamarca (1808)

Publicado en Programa de Fiestas San Miguel 2013 de El Hoyo de Pinares.

 
El año pasado, al recoger en estas páginas los recuerdos de D. Máximo García López, médico titular de nuestro pueblo entre 1832 y 1834, hacíamos mención a un ex combatiente al que atendió cuando estaba gravemente enfermo y asegurábamos que su historia bien merecería un artículo aparte.
 
Se llamaba Benito. Nació y se crió en El Hoyo de Pinares. Fue llamado a filas y le destinaron al cuerpo de Caballería.
 
Por aquel entonces, en virtud del Tratado de San Ildefonso, la política exterior de España -cuyas riendas llevaba Manuel Godoy, primer ministro del rey Carlos IV- estaba sometida a los designios de Francia. En 1806, Napoleón reclamó a la Monarquía española el envío de tropas a Alemania, con el fin de reforzar el bloqueo al que estaba sometiendo a sus enemigos ingleses.
 
Bonaparte conseguía ayuda para sus afanes expansionistas por Europa pero, además, albergaba el oculto propósito de debilitar la respuesta militar española cuando llegara el momento de invadir nuestro territorio. El veterano de guerra hoyanco se lo narró así al médico que le atendía en sus últimos días: “Necesitaba Napoleón tropas valientes y sufridas para adelantar sus conquistas en el Norte y, como el célebre Godoy era a la sazón dueño del palacio y por consiguiente del gobierno, le concedió la parte de refuerzo que pedía, no sin mengua y grave daño de nuestra patria”.
 
Las tropas españolas pasan el invierno de 1807-08 acantonadas en Hamburgo pero, en febrero de 1808, Dinamarca -aliada de Francia- declara la guerra a Suecia, que se había negado a secundar el bloqueo al comercio inglés. Al territorio danés de la península de Jutlandia fueron enviados efectivos españoles, para desplegarse por la costa y evitar desembarcos.
 
Aquella unidad, conocida como la División del Norte y que estaba bajo el mando del General Pedro Caro y Sureda, Marqués de la Romana, fue el destino de nuestro paisano, que padeció enfermedades en su esforzada marcha por tierras europeas: “Molesto por demás sería referir a usted uno por uno los disgustos que pasamos hasta llegar a Dinamarca, tanto por mar como por tierra –contaba años después a su médico en El Hoyo de Pinares-, pero baste decir a usted, para que forme un juicio exacto de mis padecimientos, que fui acometido diferentes veces de catarros pulmonares” (posiblemente lo que hoy llamaríamos neumonía). “En algunos de estos ataques arrojaba sangre y tuvieron que hacerme alguna sangría; pero en otros que sufrí, no hice caso de ellos y con un ponche caliente solían desaparecer, aunque no la tos, que me molestaba por mucho tiempo. La causa de estos catarros, oí decir a los médicos, era debida a las influencias atmosféricas, a la variación del clima y a las largas marchas y precipitadas que continuamente se hacían por países húmedos y fríos como eran las regiones que atravesábamos”.
 
Hay muchos testimonios históricos curiosos sobre la buena sintonía entre los soldados españoles y la población civil danesa. En la literatura popular de Dinamarca existen numerosas referencias a aquella presencia hispana, que entonces les resultaba tan exótica, por su apariencia y sus costumbres. Algunas familias danesas conservan estampas que se editaron con los uniformes de las tropas de nuestro país. El célebre escritor de cuentos Hans Christian Andersen (nacido en 1805, autor de El patito feo, La sirenita, El soldadito de plomo, etc.) recuerda en sus memorias como, siendo niño, le cogió en sus brazos un soldado español, con gestos de cariño y con alguna lágrima, al recordar los hijos que había dejado en nuestra tierra. Tanto en 1908 como en 2008, al cumplirse el primer y segundo centenario de aquellos hechos, se celebraron actos conmemorativos con el apoyo de instituciones españolas y danesas.

 
En marzo de 1808 llegan a las tropas españolas los primeros rumores confusos sobre el motín de Aranjuez contra Godoy y empieza a cundir la desconfianza. Cuando se produce la invasión francesa de nuestro país, los responsables galos interceptan inicialmente la correspondencia y comunicación, de forma que los militares españoles sólo podían acceder a la información de la propia prensa francesa. Pronto el alto mando francés, ejercido por el mariscal Bernardotte, recibe instrucciones para dispersar a las tropas españolas, por temor a que se amotinasen.
 
A través de un pliego del ministro afrancesado Mariano Luis de Urquijo, tuvieron conocimiento nuestros soldados de que el trono español estaba ocupado por el rey José Bonaparte, al que se les ordenaba prestar juramento. Los distintos cuerpos hispanos estaban aislados entre sí y rodeados de fuerzas francesas. Algunos, en Fiona y Zelandia, se sublevaron contra el mando francés a los gritos de “Viva España” y “Muera Napoleón”, por lo que fueron desarmados y hechos prisioneros, cautiverio que se prolongaría durante años. El General Marqués de la Romana comprendió que ésa era la suerte que podían correr todos y optó por suscribir un reconocimiento, pero condicionado a que José I hubiera subido al trono sin oposición del pueblo español.
 
Desde la resistencia del interior de nuestro país, el Secretario de la Junta de Sevilla, Rafael Lobo, recibió el encargo de hacer llegar al Marqués de la Romana información de lo que estaba sucediendo en España. No pudo entrar en Dinamarca, pero utilizó como agente a un sacerdote escocés católico, James Robertson, que se hizo pasar por comerciante, y para posteriores comunicaciones se usó un sistema cifrado basado en el Cantar del Mío Cid. Más tarde, en un episodio absolutamente novelesco, el capitán Juan Antonio Fabregues, de los voluntarios de Cataluña, consigue reunirse con Lobo en un navío inglés y éste por fin le informa de todo lo que ha sucedido en España: el levantamiento popular del 2 de mayo contra los franceses y la constitución de las Juntas como autoridad legítima frente al rey usurpador. Fabregues pudo dar cuenta a sus superiores inmediatos y, cumpliendo indicaciones de éstos, trasladar las noticias al Marqués de la Romana.
 
Los franceses, hasta entonces supuestos aliados, se habían convertido así en enemigos. El General tomó la decisión de intentar reunir a todas las tropas españolas dispersas. Con los efectivos de que pudo disponer se apoderó de la ciudad de Nyborg y allí fueron llegando, con no pocos problemas, el resto de los españoles, excepto los regimientos que habían sido hechos prisioneros. Pasaron después a la isla de Langeland, donde tuvo lugar el emocionante acto que reproduce la pintura de Manuel Castellano: los nueve mil combatientes españoles se juramentaron, ante sus banderas, para regresar a España y luchar por su independencia.
 
Los españoles resistieron en la isla hasta que la escuadra británica del almirante Sir James Saumarez logró llegar a la costa y, en agosto de 1808, embarcó a toda la división con destino a Suecia. Los hombres, junto con toda la artillería, pudieron ser transportados. Pero los historiadores recogen que no pudieron llevarse los caballos y así lo corrobora también en primera persona el soldado hoyanco, que asegura que “los que no murieron de frío hubo que matarlos para que el cargamento de los buques no fuera tan excesivamente pesado. A mi caballo, que era muy brioso, por lo que tenía el nombre de ‘Arrogante’, le dio muerte un camarada, pues yo no tuve valor de hacerlo. Me había conducido más de dos mil leguas, habiendo compartido con él en diferentes ocasiones la ración y los peligros, y esto era causa de que yo le mirase con particular cariño”.
 
A la Bahía de Gotemburgo llegaron el 5 de septiembre treinta y siete barcos españoles para repatriar a los soldados que, el 9 de octubre, por fin desembarcaron en Santander, Santoña y Ribadeo.
 
Años después, el veterano de guerra hoyanco resumía estos hechos en su narración ante el médico que le atendía: “Nos hallábamos en aquellos remotos climas cuando supimos de la invasión de los franceses, noticia que nos produjo el más amargo y noble despecho. Inmediatamente, nuestro digno general, ardiendo en deseos de vengar nuestra nacionalidad ultrajada, dio las disposiciones más terminantes para nuestro regreso a España y, con el auxilio de Inglaterra, nos embarcamos en aquellos lejanos mares”. “Llegamos a España –relata el soldado natural de nuestro pueblo- no sin haber pasado por mil riesgos y compromisos, pues como Francia estaba en guerra con la mayor parte de las naciones de Europa, en muchos cruceros de los mares había buques que nos espiaban”.
 
Las tropas españolas del Marqués de la Romana comenzaban en territorio español una nueva lucha, ahora contra el invasor francés. “Arribamos a España –contó Benito a su médico años después-, y por cierto bien cercenado el número de los que compusimos aquella famosa expedición, y a poco tiempo de nuestra llegada contribuimos a contener la derrota que el general Blaque sufrió en Espinosa de los Monteros por tropas francesas”.
 
“Después de este reñidísimo combate –prosigue- atravesamos España en medio de un estío abrasador y, como la naturaleza notase aquel cambio viniendo de países fríos, fui atacado por un tabardillo pintado [fiebre tifoidea] que estuvo en poco en no llevarme a la trampa”. Más adelante narra que “posteriormente a mi enfermedad, hice toda la campaña de la independencia, siendo herido dos veces y prisionero otras dos”. La derrota de la batalla de Ocaña “nos ocasionó la pérdida de una infinidad de hombres, que prisioneros, hambrientos y transidos de frío por la desnudez y el rigor de la estación nos vio Madrid atravesar sus calles, cubiertos de harapos y pedazos de estera en el año de 1809”.
 
Benito consigue fugarse de su cautiverio y vuelve a la lucha. En el que será su lecho de muerte evocará luego “la dicha de incorporarme al ejército para combatir contra los usurpadores de los fueros de Castilla y en defensa de nuestra gloriosa independencia. No aspiraba a empleos, ni a distinciones de títulos y cruces. Mi ambición se cifraba en destruir enemigos: mi gloria en prestar aquellos servicios a mi querida patria. ¡Con qué furor me batía! ¡Qué ansiedad por entrar en acción cuando recordaba que nuestros adversarios eran extranjeros que pretendían oprimirnos ultrajando nuestra nacionalidad sagrada!”.
 
"Terminada la guerra con Napoleón y pasados algunos años, nos concedieron las licencias absolutas y con ellas me retiré a mi pueblo después de catorce años de ausencia, desnudo y sin recursos para principiar a vivir”. Benito carga, en sus recuerdos, contra el rey traidor Fernando VII: “Ésta fue la recompensa a nuestros servicios, y gracias que logramos volver al hogar paterno… Porque otros españoles recibieron por premio a su lealtad y servicios la proscripción, la cárcel y el patíbulo… Ése fue el premio que en lo general concedió el ‘suspirado Fernando’ al que más sacrificio hizo por su trono y la independencia de nuestro país. Cuando recuerdo la injusticia y la ingratitud con que se premiaron estas hazañas y sangre vertida, me estremezco y lleno de indignación, porque soy franco, como buen militar que fui y como castellano viejo que soy, siempre he tenido por lo más feo y horrendo que pueda abrigar el hombre, la injusticia y la ingratitud”.
 
En su nueva vida civil en El Hoyo de Pinares, Benito contrae matrimonio: “Dios me deparó una tierna y sensible compañera que, desde que oyó leer un día, en mi licencia, los servicios que había hecho y combates en que me había hallado, me tomó cariño y a poco nos desposamos” en una relación que el antiguo soldado retrata como muy dichosa.
 
En medio de los trabajos y la pobreza, el trienio liberal -tras el pronunciamiento que restauró la Constitución de Cádiz- va a cambiar por fin la suerte de Benito en ese aspecto: “Las inmortales y justas Cortes del año de 1820 al 23 decretaron, en justa compensación a nuestros servicios, una ley para que a cada licenciado del ejército de aquella época se le diese el importe de unos 4.000 reales en los terrenos baldíos o realengos de sus respectivos pueblos”.
 
Benito recibe un terreno en El Hoyo de Pinares que describe como “lleno de malezas y pedregales” y que en dos años “con mi mano y azada allané siendo tan escabrosos y desiguales”, convirtiéndolo “en un jardín de esperanzas y delicias, viendo crecer los arbolitos por mi mano plantados en tan poco tiempo”. Dedicado al cultivo del campo y viendo crecer a María, su pequeña hija, pasa su época vital más grata. En los descansos de las labores, en una lancha de la finca, a la que bautiza como de la Amistad, el ex combatiente se sentaba de vez en cuando a charlar con alguno de sus amigos del pueblo.
 
Pero enseguida la restauración del absolutismo en 1823 vuelve a cambiar el panorama: “la terrible reacción del 23 nos privó de una propiedad que la nación reunida en Cortes nos diera, dejándonos en el mayor desamparo”. “Una sombría tristeza –le confiesa Benito a su médico en sus últimos días- se apoderó de mi ánimo (…). Un despojo tan tiránico y arbitrario como éste no podía menos de causar un trastorno en mi naturaleza y, como mi pecho tantas veces había padecido, se resintió de nuevo y, de unos males en otros, a manera de los eslabones que unen una cadena, me pusieron en muy mal estado y redujeron a la desesperación (…) Hace tres años que arrastro la vida más miserable y penosa”. Benito visita de vez en cuando, con nostalgia y con lágrimas, su antigua posesión, a la que tantos esfuerzos dedicó.
 
Así es como el médico D. Máximo García le encuentra, en su lecho, en 1832: un hombre en la cincuentena, delgado, muy envejecido, con barba blanca, fatigado, con dificultades para expectorar, padeciendo a menudo fiebres y escalofríos... Es entonces cuando el veterano de guerra le cuenta al doctor su historia y, finalmente, le pedirá que le diga con sinceridad cuáles son sus expectativas reales.
 
Tras resistirse inicialmente, el galeno que le había examinado le acabará confesando que “su mal por desgracia ha echado hondas raíces” y que la ciencia no puede ya ayudarle. Benito le confiesa que espera la muerte con serenidad, sin temor “como buen militar que más de una vez ha luchado con ella”, pero con preocupación por su familia, por dejar “en este mundo de miserias dos pedazos de mi corazón, sin apoyo, sin guía y sin recursos para el preciso sustento. Este recuerdo me atormenta, me fatiga y pone en angustiosa tortura los cortos días que me quedan de vida”.
 
El viejo soldado natural de El Hoyo de Pinares, que había sido partícipe de hazañas en Dinamarca y en España, que había anhelado tener una vida tranquila en el campo sin conseguirlo, se despedirá cariñosamente de su esposa: “Te suplico me perdones si como hombre y esposo te he podido ofender. Ten serenidad y resígnate con la suerte (…) Continua dando a mi hija esa educación santa y hermana que has sabido grabar en su corazón, sé caritativa con el desgraciado y, si alguna vez pasáis por la Lancha de la Amistad, acordados del que la puso tan justo nombre”. Y de su hija: “Sé, como hasta ahora (…), el consuelo de tu madre y recibe la bendición de tu padre (…). Acuérdate hija mía de tu padre y de sus consejos y, si algún día mudas de estado y el cielo te concede sucesión, le pondrás mi nombre a alguno de tus hijos…”. Benito recibió los últimos sacramentos y, cuatro días después, falleció.
 
Cuando tanta gente ni siquiera salía en toda su vida del pequeño entorno en que veía la luz, este hoyanco había recorrido Europa y servido como soldado español en Dinamarca. Secundó la rebelión cuando los franceses ocuparon España y, tras mil desventuras y esfuerzos, regresó para luchar contra el invasor. Fue un hombre que, después de tanto servicio, sufrió la ingratitud y la injusticia de las autoridades de su propio país. Que deseó una vida apacible en estos parajes y murió con el desconsuelo de dejar desamparadas a su mujer y a su hija. Aunque tan triste historia pueda parecer novelesca, no es un relato de ficción. Benito, el viejo soldado nacido en El Hoyo de Pinares, existió, fue real. Pisó el mismo suelo que nosotros y tal vez soñó contemplando estos mismos montes.
 
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Bibliografía: 
- Diario de un médico. Máximo García López. Imprenta T. Aguado, Madrid, 1847.
- Los españoles en el Langeland (1808). Coronel Andrés Allendesalazar y Bernar. Revista Ejército, nº 247. Madrid, agosto 1960.
- La expedición española a Dinamarca. José M. Bueno Carrera. Aldaba Militaria, 1990.
- Expedición española a Dinamarca. Artículo de wikipedia.
- La expedición española a Dinamarca (1807-1808). Qadesh. www.elgrancapitan.org, 2005.
- Dinamarca: Expedición del Marqués de la Romana. Asociación Histórico-Cultural Teodoro Reding. 2008.
- La expedición a Dinamarca del Marqués de la Romana. Diario de Mallorca, 23 diciembre 2007.
- Una tumba en Dinamarca. Arturo Pérez Reverte. XL Semanal, 17 enero 2010.

Ilustraciones: El Juramento de las tropas del Marqués de la Romana, óleo de Manuel Castellano (1850) y lámina antigua de las tropas hispano-francesas.

A ver si la abuela va a ser una cigarra...

  
Tengo poco tiempo para escribir, pero me parece que Carmen me va a dar el blog hecho...
 
Mi madre le cuenta a mi sobrina un cuento:

- ... Y la hormiga guardaba comida para el invierno, porque luego nieva y no se puede salir. ¿Te acuerdas cuando nevó?
- Sí
- Y entonces la hormiga trabajaba mucho, porque es lo que hay que hacer...
 
Y se despacha con una loa a las supuestas virtudes del trabajo:
 
- ... Como hacen papá y mamá
- Sí
- ¿Ves que papá y mamá se van todos los días a trabajar?
- Y tú abuela, ¿qué haces?
 


Glups.
 
Hala, explícale ahora a una niña de dos años en qué consiste la jubilación...
 

Un regalo de cumpleaños

El 9 de julio fue mi cumpleaños.

- ¿Qué le compramos de regalo a tío Carlos? –le pregunta mi hermana Tere a Carmen (2 años)
- Pocoyó

Entre sus cortos recuerdos, a ella es el regalo que más ilusión le ha hecho, así que está claro que quiere lo mejor para mí, ¿no?

- Es que, como el tío Carlos ya es un poco mayor, a lo mejor no le gusta Pocoyó...
- Vale 
Entonces ¿qué le compramos?
- Ely

Aplastante el razonamiento. Si no me gusta Pocoyó porque soy mayor, entonces mejor Ely que, como se puede comprobar, es más grande.
Yo creo que al tío Carlos le gustaría un libro. ¿le compramos un libro, Carmen?
- Vale. De Pocoyó.

Y  así entraron en bucle.

#ViralCountDown: creatividad al servicio de la solidaridad


Mis amigos de IF3 Social Media están ahora mismo embarcados en un interesante evento que comienza hoy y que convoca el Ayuntamiento zaragozano a través de su red Zaragoza Activa: Viral Countdown

Agencias de marketing, creativos, diseñadores gráficos, comunicadores, estudiantes, periodistas, se han apuntado a un reto: aportar toda su creatividad en sólo 24 horas para diseñar la mejor campaña para el objetivo que en el propio evento va a descubrir Intermon Oxfam

El equipo ganador obtendrá un premio, además de un indudable reconocimiento profesional. 

Pero no todo consistirá en desplegar imaginación, trabajo y profesionalidad, con la ayuda de coachs profesionales y al servicio de un proyecto solidario. Este encuentro, que durará todo el fin de semana, es también es una oportunidad para la convivencia, en medio de interesantes ponencias, catering para los asistentes, actuaciones músicales y otras actividades musicales y de ocio. 
 
Casi se trata de una cita a ciegas: apenas han trascendido datos de este maratón creativo, cuyo desarrollo podemos seguir en Twitter con el hashtag #viralcountdown.

¡Felicidades a los organizadores y participantes y mucha suerte!

Colegio de Abogados de Madrid: los últimos coletazos de un Régimen (y V)

"Aferrao a mi butaca
como una lapa,
a mí nadie me despega
de este sillón..."
-Sillón de mis entretelas. Luis Eduardo Aute y Jesús Munárriz-

Antonio Hernández Gil, tras treinta años en la junta de gobierno del Colegio, cinco de ellos como decano, se niega a aceptar el resultado de las urnas y abandonar su cargo, alegando supuestas irregularidades en la votación que perdió abrumadoramente. 

Pero, ¿cuándo empezaron realmente tales reclamaciones? Sólo una vez que se fue conociendo cuál sería el resultado. 

El escrutinio comenzó con normalidad y sin que nadie dudara de que debía llevarse a cabo ni cuestionara la votación en sí hasta ese momento. Ya avanzado el mismo, una vez que Hernández Gil y los demás comprueban que la candidatura de Sonia Gumpert le supera con creces en apoyos, es cuando de pronto comienzan a reaccionar y a concertar acciones entre todos los perdedores, capitaneados por un decano que se resiste a ser saliente

Formulan entonces una reclamación conjunta, en la que piden que se suspenda la proclamación de los resultados. Un régimen que se había resistido al cambio, jugando sucio durante la campaña, pretende, además, que se anule nada menos que la voluntad democráticamente expresada por los colegiados en las urnas. 

Esa noche, mientras muchos abogados y abogadas de a pie de Madrid esperamos en las inmediaciones del Palacio de Congresos que se anuncie la victoria de la primera mujer decana en los cuatro siglos de historia del Colegio, Hernández Gil y sus secuaces maniobran en los despachos para conseguir que la comisión electoral suspenda la proclamación de resultados. Y provisionalmente lo logran, en un acuerdo adoptado de madrugada. 

Resultó poco edificante ver a Montse Suárez, despreciada e invisibilizada durante la campaña por Hernández Gil y Cremades, hacer causa común con ellos. Como sorprendió ver a Peláez alineado con quien le dejó desamparado, desde esa indiferencia hacia nuestra profesión que ha caracterizado su mandato. O comprobar cómo ALA, asociación de la que se podrá disentir pero que lleva años de trabajo continuado en el colegio en defensa de sus ideas, se unía con quien representa la visión más rancia y cerrada del Colegio para evitar que se consumara una alternativa que no sean ellos: “contra Hernández Gil vivíamos mejor”, podría ser el lema. 

La coalición de perdedores consigue, además, que se difunda una pésima imagen de los abogados de Madrid, cuando se divulga que llamaron a la policía. Incluso hablan intencionadamente de pucherazo o de fraude cuando ni tan siquiera ninguna de las supuestas irregularidades se refiere a un falseamiento del resultado de la votación. Es gravísimo el daño causado a la reputación de los abogados de Madrid por quien ha sido el peor decano de su historia, en un todo vale con tal de no soltar el cargo. 

El resultado no puede ser más elocuente del deseo de cambio del colectivo: 6.426 votos para Sonia Gumpert frente a 3.293 para Antonio Hernández-Gil y 2.769 para Javier Cremades. 
La candidata ganadora, la decana elegida por la abogacía madrileña, Sonia Gumpert, ofrece al día siguiente una rueda de prensa y es contundente en la defensa de la voluntad de cambio que ha resultado de las urnas: "Nuestra candidatura va a luchar para que prevalezcan todos y cada uno de los votos que han sido emitidos en un proceso electoral limpio y democrático". Frente a ella, el viejo régimen personificado por Hernández Gil, con el resto de candidatos como comparsa, que se resiste a aceptar el resultado democrático y quiera perpetuarse en el cargo contra la voluntad de los propios colegiados.

Cuando comencé a escribir esta serie todavía estábamos en plena incertidumbre. Hoy ya sabemos que este primer intento de silenciar a los abogados y abogadas de Madrid ha durado poco tiempo, porque era insostenible. 

Una vez presentadas las acusaciones, unas falsas y otras simplemente ridículas, la comisión electoral las desistima argumentadamente y ha proclamado a la nueva Junta de Gobierno. 

Ahora bien, si creen que, tras esa resolución, Hernández-Gil ha aceptado ya el resultado democrático elegantamente y ha empezado a preparar un traspaso democrático de poderes desde la sensatez, están equivocados. 

Continuará la vía penal -creo que por poco tiempo- y seguirá la vía contencioso-administrativa -lamentablemente, con una tramitación mucho más prolongada-. 

Vistos los argumentos fácticos y jurídicos que se esgrimen, estoy absolutamente convencido de que la justicia avalará la voluntad de la abogacía madrileña expresada democráticamente. Pero tendremos que esperar todavía un largo tiempo, en el que el viejo régimen que hemos padecido no se dará por vencido y seguirá jugando sucio.

Mientras, los abogados de a pie miramos con esperanza un mandato que comenzará pronto. No le resultará fácil a Sonia Gumpert afrontar todas las campañas de infundios que, sin duda, se avecinan, ni desmontar el entramado de intereses en que han convertido el Colegio. Pero ojalá acierte, por el bien de todos. 

Sería aleccionador demostrar, aunque sea en nuestro pequeño ámbito, que los poderes fácticos no siempre ganan, que a veces puede hacerse realidad una alternativa. Sin duda, nuestro Colegio lo necesita de forma apremiante.