Lo quiero para ayer

Vivimos en el mundo de los exigentes. Y, lo que es peor, de los exigentes a menudo sin necesidad. El mundo del “apáñate como puedas, pero lo quiero de inmediato”, del “búscate la vida, pero lo necesito ya”. Nos falla mucho lo de ponernos de vez en cuando en el lugar del otro.

A mí me habían contado que cuando dirigías tu despacho eras tu propio jefe, pero no es verdad: tienes muchos jefes. Cada cliente es un jefe. Y, además, te dan órdenes contradictorias o descoordinadas, porque cada uno de esos jefes sólo cuenta con su propio encargo, no sabe el trabajo que te han encomendado los demás.

Hace unos años llamabas por teléfono a alguien, le dejabas recado y te parecía razonable que tardase horas o incluso un día en devolverte la llamada. Ahora, con los móviles, creemos tener un derecho absoluto e indiscutible a localizar a todo el mundo al instante. Y si no está disponible en ese mismo momento, nos sorprendemos o hasta lo recriminamos. Y así actuamos para casi todo. Nos comportamos siempre con prisa pero, ¿cuántas veces de verdad nos urgen las cosas y cuántas otras estamos todos imponiéndonos un ritmo innecesariamente estresante?

Hoy me he levantado con un estado de nervios insoportable. Era consciente de que, después de una semana (o minisemana) de perros, no me daba tiempo material a terminar todo lo que tenía que hacer antes de marcharme de viaje. Y, cuando me pasa algo así, encima soy incapaz de trabajar bien, me bloqueo y me cunde menos aún.

Alguno pensará que eso me pasa por irme de viaje este puente, y que entonces de qué me quejo. Pero si trabajo mil horas y si muchas veces me robo tiempo de ocio para redactar una demanda, estudiar un asunto o preparar una documentación para un curso, lo menos es, de vez en cuando, concederse a uno mismo unos días de respiro o, a ser posible, una escapada, porque viajar es una de las cosas que más me desconecta y que me hace sentir bien. Antes no hacía nada parecido, hasta que llegó un momento en que me vi envuelto en una situación insoportable, en la que trabajaba de lunes a domingo. Pagué un precio muy alto, perdí muchas cosas y perdí a alguna persona. Un amigo me advirtió: “tú te has dado cuenta de que no eres Dios, ¿no?”. Otro amigo también me dijo: “no tomarte ningún día libre es tenerte muy poco respeto a ti mismo”. Pero ni por esas hice caso a aquellas clarísimas señales y a estos elementales consejos. Tuvo que ser mi propio organismo el que diera la señal de alarma para que por fin empezara a cuestionarme mi forma de vida. Ahora sigo trabajando mucho, pero me pongo límites y procuro defender con uñas y dientes estos pequeños espacios personales. Y saborearlos al máximo. Hoy justamente me contestaba a un correo el escritor Antonio Ruiz Vega, que nos invitó a unos amigos a ir a Soria a comer hace más de un año y todavía no hemos sido capaces de encontrar hueco, y me decía "habría que estudiar la red de mecanismos que nos hurtan lo que antes (yo, al menos, lo he conocido), era la 'vida cotidiana' y que ahora se nos esfuma entre los dedos. Eso sin que son Crímenes contra la Humanidad...".

Menos mal que hoy, en medio de mi ansiedad, me he topado con dos personas –las dos, mujeres, por cierto- que, cuando les he hablado del estado de sus encargos pendientes, en vez de presionarme, me han dicho frases como “no te quiero agobiar, disfruta estos días y el lunes ya hablamos y concretamos” y “lo mío lo puedo aplazar haciendo algunas gestiones y te dejo una semana más para que lo termines”. No saben cómo se agradecen tan inusuales gestos, que me han resuelto el día. No he parado de trabajar hasta hace un momento, pero ya con otra sensación: con la certeza de que tenía muchas cosas por hacer pero podía terminarlas, en lugar de esa otra certeza desquiciante de que era materialmente imposible acabar todo a tiempo.

Como soy muy consciente de estas situaciones, me gusta actuar consecuentemente con los demás. Por ejemplo, cuando en un establecimiento ves al empleado agobiado por liquidar pronto a quien te precede, al ver que tú estás esperando, y le dices “no te preocupes, no tengo prisa”, en ocasiones le cambia la cara y luego, al atenderte te devuelve la amabilidad... Hay una Notaría en la que una vez me dijeron: “contigo da gusto, porque sólo dices que es urgente cuando realmente es urgente”. Qué elemental, ¿verdad? Pero ayuda a fijar prioridades y a que los demás no estén siempre avasallados.

Qué poco nos costarían estos pequeños detalles. Que, cuando tenemos prisa justificada, pidiéramos que nos resolvieran pronto lo que sea. Pero que, cuando no tenemos una prisa real o cuando, aun teniéndola, no es absolutamente apremiante o imprescindible, fuéramos menos exigentes o más comprensivos. Ganaríamos todos, ¿no creen?

(Dibujo: Pablo Egea Palomares, Agonía del artista. Banco gratuito de Imágenes del CNICE-Ministerio de Educación).

¿Halloween? No, gracias. Mejor, el calbote

Uno puede perfectamente ser español y celebrar la fiesta de San Patricio en un pub irlandés o la fiesta de la cerveza en una cervecería alemana. El nacionalismo –todos los nacionalismos- tienden a ser catetos y excluyentes y, cuando uno está abierto a compartir, conocer y disfrutar lo diferente, pues no pasa nada por unirse a celebraciones propias de otras culturas. El intercambio es siempre enriquecedor.

Pero lo que no me parece tan bien es que ese tipo de festividades acaben por superponerse a las nuestras y anularlas por completo. Si Saint Patrick sustituyese a San Fermín, por ejemplo, o la fiesta de la cerveza de Munich a las fiestas de la vendimia de algunos pueblos, ahí desde luego que no iban a contar conmigo. Celebrar tradiciones ajenas, de acuerdo (lo reconozco: hay ciertas chicas que disfrazadas de bruja están bastante bien), pero a aceptarlas como propias, a asumir el colonialismo cultural y a terminar por olvidar nuestras propias tradiciones, no me apunto.

Por eso me está empezando a tocar las narices cada vez más que lo que comenzó siendo algo simpático –el emular ocasionalmente el Halloween de los anglosajones- se termine imponiendo como una celebración normal y establecida, como si fuera algo propio de aquí. Ya no se organiza en algún local concreto en plan exótico, sino que se ha generalizado. No sólo es que el pub de mi hermano en el pueblo haga cada año fiesta de Halloween, es que en casi todos los colegios se incentiva el festejarlo con los niños con la misma naturalidad que las navidades. Se empieza por ahí y terminan quitándonos los Reyes Magos e imponiéndonos a Santa Claus, ya verán.

Me parece que, antes que imitar al cine yankee hasta en estas cosas, tenemos celebraciones tradicionales que no deberíamos perder.

Este año no voy a estar en España el puente, pero para otra vez me parece que voy a proponer que nos reunamos los amigos y que hagamos acopio de costumbres locales y ancestrales propias de estas fechas.

En mi pueblo -que como saben es de la provincia de Ávila pero ya limítrofe con la Comunidad de Madrid- antes de que las pelis norteamericanas nos colonizaran con el Halloween, se celebraba la fiesta del Calbote.

Se llama calbote –lo dice la Real Academia- en algunas zonas de Ávila, Cáceres, Salamanca y Zamora, a la castaña asada.

La fiesta del calbote consiste en que, en la víspera de la festividad de Todos los Santos, los grupos de amigos se van a las afueras del pueblo por la noche, prenden hogueras, asan castañas y cenan juntos. Lo de ahuecar una calabaza simulando una calavera y poner una vela en su interior, debe de ser universal, porque también se hace, pero claro, en el pueblo no era corcho, ni cartón piedra, ni cartulina: al menos antes eran calabazas de verdad, cogidas de los huertos. Durante toda la noche, antiguamente (ya hace algunos años que no) doblaban sin parar las campanas de la iglesia a toque de difunto. Todo contribuía al ambiente ideal para contar junto al fuego historias para no dormir.

Así que el próximo año, no digo yo que nos vayamos al monte con los chavales del pueblo, pero sí que nos sintamos un poco niños y revivamos aquel miedo. Nos reunimos en cualquier rincón donde haya chimenea, compramos castañas para asar y nos contamos Leyendas de Becquer o leyendas urbanas, me da igual, pero el caso es que compartimos historias a la luz y al calor de la lumbre. Ya terminaremos con un orujito o con lo que surja.

Y si alguien llama a la puerta y nos dice “¿trato o truco?” le mandamos… lejos. Sin duda, se habrá equivocado de casa y de país.

Amigo Finisterre, ¿y esto de los Santos cómo se celebra en Galicia, tierra de meigas y de Santa Compaña? Y el resto de lectores, vayan pensando también cómo se celebra –o cómo se celebraba antes- en su tierra, porque voy a proponer que constituyamos un grupo numantino de irreductibles anti-Halloween, rescatando y celebrando tradiciones más nuestras.

Si tienen madre, llévenla a verla

Tengo a Belén, mi habitual compi de asistencia al teatro, absorbida por su inacabable tesis doctoral, así que andaba yo desconectado últimamente de la cartelera teatral de Madrid.

Pero, cuando vi que estrenaban Seis clases de baile en seis semanas, pensé que era una excelente oportunidad para invitar a mi madre. Aunque viene con frecuencia por Madrid, hacía mucho tiempo que no iba a ver una obra de teatro. Lola Herrera siempre le ha parecido una excelente actriz y le cae bien. Y, por si fuera poco, es fiel seguidora de Mira quién baila, para que se hagan una idea. Así que la ocasión era que ni pintada. Reservé entradas y fuimos mi hermana, ella y yo. En efecto, no me equivoqué: la encantó.

Cuando gente cercana a mí me preguntaba después si me había parecido buena, yo les decía que sí, que sin duda lo es. Y cuando me preguntaban si a mí me había gustado, les decía que bueno, que en fin, que vaya… Y no me entendían mucho.

Yo esa diferencia la veo muy clara, es la que hay entre lo más o menos objetivo y lo completamente subjetivo. Hay películas, obras de teatro, composiciones musicales o libros que son buenos, que tienen calidad, que están bien hechos... pero que, por el género, por la temática o por la causa que sea, a ti no te llegan, no te acaban de convencer. ¿No les ha pasado a ustedes, que alguna película universalmente reconocida no les gustó, o que alguna pieza musical prestigiosa les resulta cargante, o que un libro que está considerado obra maestra no consiguieron acabarlo…? Pues eso. Hay cosas buenas que a ti -por cómo eres tú, por los intereses, aficiones o gustos que tienes- no te van del todo.

Seis clases de baile en seis semanas, de Richard Alfieri, está bien escrita. No creo que sea una obra maestra, pero los personajes están bien definidos y los diálogos se sostienen. Tiene momentos muy logrados y algunos ingeniosos. Es tierna a ratos, muy divertida en otros.

Los actores están muy bien. La interpretación de Lola Herrera, como siempre, fantástica. Y de Juanjo Artero –al que todos mentalmente identificamos de forma inevitable con su personaje televisivo de El Comisario- se pueden destacar dos cosas: una, que cambia completamente de registro y hace su papel estupendamente; y otra, que no desmerece en la escena al lado de Dña. Lola. No son poco ambos datos.

El juego que da el baile como hilo conductor de la historia, y la puesta en escena en general, me parece que están muy bien. La directora es Tamzin Townsend, la misma de El Método Grönholm o de Gorda.

Quien se sienta siquiera levemente identificado con alguno de los personajes –la mujer mayor insatisfecha por las emociones reprimidas en un ambiente conservador, o el joven a la defensiva que tiene sensación de fracaso vital-, sin duda conectará con la obra. Y, con independencia de esto, cualquiera que tenga afición por el baile, también la disfrutará. Si se juntan ambas cosas, hasta le darán ganas de salir al escenario a bailar con ellos.

Con mi acreditada torpeza, no tengo una relación precisamente idílica con el baile y por tanto no me evoca situaciones bonitas de mi vida. Tampoco me veo, hoy por hoy, en la piel de ninguno de los dos personajes. De ahí que yo no conectara con la trama y la viese con más distancia. Pero insisto en que la obra está bien.

No sé si esta vez me habré conseguido explicar… pero la idea es ésa. A mí no me entusiasmó, pero me pareció buena en conjunto –texto e interpretación- y, desde luego, no me aburrió en absoluto.

Así que, si tienen cerca a alguien a quien le pueda gustar la temática o que sienta el baile, ni lo duden, llévenle. Lo pasará bien.

La vida eterna sólo dura un rato

Decidimos pasar el sábado 13 en Ávila, para asistir al concierto de Fito & Fitipaldis en las fiestas de Santa Teresa (allí todos diríamos en las fiestas de la Santa, sin más).

Ese día me reafirmé en dos conclusiones que ya tengo claras desde hace tiempo.
Muy pocas personas,
demasiada gente.
Una es que, decididamente, conocer a ciertas personas es un regalo que te hace la vida. Es el caso de Carlos Vara (aquí hay que poner apellido, porque tenemos un follón de Carlos que para qué) y Lorena. Tipos que merecen la pena.

Viviré con intensidad
cualquier motivo o sensación.
Subiré a otro escalón
cuando sienta la necesidad
.

Y la otra, es que hay días que olvidarás en cuanto terminen, posiblemente porque no has hecho nada digno de recordar, pero que hay otros que pasarán a tu pequeña historia personal. Son esos a los que alguna vez te refieres con ¿te acuerdas cuando hicimos…? ¿te acuerdas la primera vez que…? ¿te acuerdas aquel día que…? ¿te acuerdas cuando fuimos a…? Sin duda alguna vez nos gustará recordar aquel día que fuimos a Ávila al concierto de Fito.

Yo no había escuchado nada de Fito y Fitipaldis hasta no hace demasiado tiempo. Me habló de ellos Carlos Vara una noche en su casa. Ya no sé si fue la misma noche en la que Lorena y yo dejamos sentado nuestro todavía indiscutido dominio en el trivial sobre el tandem Carlos Vara-Carlos Cardesa (ya les he dicho que esto es un lío de Carlos). Y Vara dejó sentado su mal perder cuando intentó, en clara venganza, reactivar mi úlcera con un vodka inhumano, que por lo visto le habían traído de Rusia -supongo que la mafia rusa- y que guardaba como un tesoro, con el deliberado propósito de matar a algún amigo. Estuve echando un vistazo a las carátulas y las letras de Fito y realmente eran muy buenas. Luego ya no he dejado de escucharlos. Así que, aprovechando que actuaban cerca y que teníamos pendiente una escapadita a mi tierra, nos dimos el salto el otro día.

Como mis invitados ya conocían Ávila (si no, no les hubiese salvado nadie de una ruta por las murallas y la ciudad medieval) llegamos directamente a tiempo de ponernos con las cañitas y las tapas abulenses, que no tienen parangón (quizá en Granada… y ni eso).

Carlos traía todavía puesto el chip con el ritmo madrileño y se enzarzó ¡¡¡en una disputa de tráfico!!! Esto allí tiene su mérito, no crean. La ciudad tiene 50.000 habitantes, se cruza andando de extremo a extremo de barrio periférico en media hora (el centro en diez minutos como mucho). Ni que decir tiene que ganó la discusión, porque él entrena a diario en Madrid mientras que en Ávila no saben siquiera cómo se discute de tráfico. Aun así, mi paisano se atrevió a llamarle al final "espabilao" y Vara casi se pierde…

Luego en El Rancho nos metimos un señor chuletón (hay que ponerle el señor delante), acompañado de un Ribera. Lorena decía que comiendo esa carne se sentía como en Argentina, lo cual viniendo de ella –que es de allí- hay que tomarlo como un elogio del copón.
Creo que los bares se deben abrir
para cerrar las heridas.
Al tercer chupito, Lorena nos decía -sin ningún fundamento, por supuesto- que habíamos entrado en la fase eufórica de exaltación de la amistad.

Nada, calumnias... Estábamos hablando de lo que viene siendo la vida en general…

De aprovechar, de saborear los momentos.

De lo que hemos aprendido con las experiencias.
Ha sido divertido, me equivocaría otra vez.
Quisiera haber querido lo que no he sabido querer.
¿Quieres bailar conmigo? Puede que te pise los pies.
No soñaré sólo porque me he quedao dormido.
No voy a despertarme porque salga el sol.
Ya sé llorar una vez por cada vez que río.
No sé restar, no sé restar tu mitad a mi corazón.
De lo que no hemos conseguido aprender.
Ya no sé si el mundo está al revés
o soy yo el que está cabeza abajo.

De amigos que están y de algunos que no están.
No me sale bien la cuenta de la vida,
o me sobran noches o me faltan días.

De las utopías que compartimos y de cómo nos empeñamos en navegar contra corriente, aun sabiendo que no llegaremos a ningún destino y con el único propósito, pues, de vivir el camino y compartirlo con algunas personas.
Me resulta tan raro todo lo normal
Me tropiezo, me caigo y vuelvo a tropezar
Creí que me había equivocado
Luego pensé...
que estoy bien aquí. En mi nube azul
todo es como yo lo he inventado.
Y la realidad, trozos de cristal,
y al final hay que pasar descalzo.

De próximos viajes. Ahora Lorena y Carlín –como ella le llama- están enfrascados en una disputa sobre dónde ir en navidades, porque cada uno plantea un destino (bueno, Carlos uno, Lorena da varias alternativas). Yo ya tengo mi pronóstico.
Pon carita de pena
que ya sabes que haré todo lo que tú quieras.
Menos mal que se impuso la lucidez y no empalmamos la sobremesa con la hora de la cena y del concierto. Así que nos dimos un intermedio muy procedente. Ellos se retiraron a una siestecita y yo aproveché para ir a ver a mi abuela -todo un personaje- y tomar un café en su casa.

Luego quedamos con mi prima Marisol (la misma que sale en las crónicas del viaje Budapest-Viena-Praga) y otros amigos, Nacho y Elena. Picamos algo y nos fuimos para el concierto.

Cinco horas de música en total. Evitamos las dos horas de teloneros (llegamos al final de la actuación de Hash y Zodiacs y la verdad es que sonaban bien), pero asistimos a las casi tres horas de concierto de Fito y Fitipaldis.

Fito es todo un personaje y se nota en el escenario, y yo creo que fuera de él. Venía de Platero y Tú, un grupo nacido en los ochenta en una barriada de Bilbao y que se acabó convirtiendo en una referencia del rock de la época.
Dejadme nacer,
que me tengo que inventar.

La creación, en 1995, de Fito y los Fitipaldis, permitió a Fito Cabrales seguir creciendo artísticamente, evolucionar y enriquecer su estilo musical.

Genial el concierto. Muy buenas las letras -eso ya lo sabíamos-, muy buena la música –también- pero, además, el sonido en directo incluso mejora algunos temas y la puesta en escena está más que lograda.
Disfrutamos.
Otros amigos, César y Juliana, y Carlos Cardesa, que se quedaron en Madrid, no saben lo que se perdieron. Se les echó de menos.
La poesía de Fito, buena música, una ciudad con encanto, tiempo compartido con gente a la que quieres... ¿qué más se podía pedir?
El colegio poco me enseñó,
si es por el maestro nunca aprendo
a coger el cielo con las manos,
a reír y a llorar lo que te canto, a coser mi alma rota,
a perder el miedo a quedar como un idiota,
a empezar la casa por el tejado,
a poder dormir cuando tú no estás a mi lado.
Menos mal que soy un poco granuja:
todo lo que sé me lo enseñó una bruja.
Y hablando de brujas :-), Maite y sus amigas, que se lo habían planteado, al final tampoco se animaron a venir. El domingo cuando llegué comí con ella por Lavapiés y, cuando fue consciente de haberse perdido un buen día y un buen concierto, la muy malvada se vengó de mí haciéndome tragar una película demencial ¡¡¡de terror japonés!!! (sí, existen estas películas). Como si yo tuviera la culpa de que ella no se hubiera venido a Ávila… ;-) . Estoy seguro de que en el pecado llevaría la penitencia y que habrá tenido pesadillas.

(Todas las citas, ya lo habrán adivinado, son fragmentos de canciones de Fito).

Entrevista en el diario 20 Minutos

El conocido diario gratuito 20 Minutos, en su edición digital, incluye hoy, dentro de la sección de Ávila, una entrevista sobre este blog, que me hizo el periodista Antonio S. Sánchez.

20 Minutos Ávila está publicando una serie sobre blogueros abulenses y la segunda entrega de la misma -que también aparece destacada en portada- está dedicada precisamente a esta bitácora, La nota discordante.

Reproduzco aquí el texto de la entrevista, aunque os animo a entrar en la publicación de origen si os apetece, pues allí también se pueden dejar comentarios:

"LA BLOGOSFERA SIRVE PARA CREAR CONCIENCIA CIUDADANA Y SENTIDO CRÍTICO, LO QUE HACE MUCHÍSIMA FALTA EN NUESTRA PROVINCIA"
  • Carlos Javier Galán abrió su bitácora, 'La Nota Discordante', con el fin de satisfacer su necesidad de escribir.
  • Su blog tiene un enlace como recomendado, entre otros sitios, desde la bitácora del escritor Fernando Sánchez-Dragó.
Carlos Javier Galán es un Licenciado en Derecho, nacido en Ávila y que vive entre Madrid y su pueblo abulense, El Hoyo de Pinares, que por la simple razón de querer escribir abrió su propio blog, La Nota Discordante, una bitácora en la que habla de sus experiencias personales y de actualidad política, social, etc. Como dato a tener en cuenta, el blog de Galán esta enlazado como recomendado desde el blog de Fernando Sánchez Dragó.

¿Por qué y cómo empezó a escribir su blog?


Al finalizar mi etapa en el Ayuntamiento de El Hoyo de Pinares, después de dieciséis años como concejal, sentía una imperiosa necesidad de recuperar espacio personal. Mi gran afición siempre había sido escribir pero, por diversas circunstancias, llevaba unos años que tan sólo escribía de cuestiones políticas o profesionales. Por otro lado, me llamaba la atención el mundo de los blogs, me parecía una herramienta muy interesante. De esta forma, crear un blog personal para mí era como abrir una ventana que me permitiese escribir y opinar sobre cuestiones diversas: actualidad social, libros, música, viajes...


¿Cómo ha ido evolucionando desde sus comienzos?


'La Nota Discordante' es un blog todavía muy joven, se creó el pasado mes de agosto. Empecé sin más pretensión que ésa, la de permitirme un espacio propio de creación y reflexión. Pero enseguida me vi sorprendido por muchas cosas inesperadas. Por un lado, el número de visitas que registraba, cuando yo pensé que apenas lo iban a leer unos pocos amigos incondicionales. Por otro, las críticas favorables que recibía y las recomendaciones que se hicieron desde otros blogs. También los mensajes que me llegaban, algunos alentadores, otros divertidos, otros conmovedores..., en los que ves que has conectado con la sensibilidad de algunas personas. Y me gusta además la forma en que los comentarios acaban convirtiendo el blog en un lugar de encuentro y de diálogo... Lo cierto es que estoy absolutamente encantado con estos primeros pasos de mi experiencia como bloguero.


¿Cuál cree que es el mayor atractivo de su blog?


Pues la verdad es que no lo sé, lo tendrían que decir sus lectores. Para empezar, mi blog incumple una de las normas básicas para ser atractivo, porque siempre se recomienda que esté especializado en una materia, salvo cuando el autor es conocido y su propia personalidad ya es un motivo de atracción en sí misma. En mi caso, ni yo soy conocido fuera de determinados ámbitos muy reducidos, ni el blog está especializado en nada. Yo bromeo diciendo que es como un blog de tertuliano, que hablo de todo sin saber de nada. Tal vez parte de su posible interés esté en reflejar otra mirada, una mirada que creo resulta muy diferente al discurso dominante. Y lo que sí tengo claro es que intento volcar sinceridad, naturalidad y amenidad en lo que escribo, no sé si lo consigo o no.


En su blog habla de muchos temas: política, sociedad, viajes, música, etc., pero ¿ha pensado hablar más de su pueblo o de Ávila?


Mi pueblo ha salido recientemente y sin duda saldrá más. Y también estoy convencido de que saldrá Ávila capital, que es mi ciudad natal, o la provincia en su conjunto. De hecho, me ronda la idea de reflejar alguna vez, en la categoría de Viajes, cuáles son mis rincones favoritos de Ávila, de El Hoyo de Pinares, de Madrid..., contar mi visión de estas localidades en las que me desenvuelvo habitualmente, que para mí no son realmente viajes, pero que recomiendo que sí lo sean para quienes no las conocen. Desde luego, está claro que 'La Nota Discordante' no es una bitácora localista o de temática específicamente abulense, no lo pretendo, pero en el blog hablo de lo que me interesa y entre mis intereses indudablemente está mi tierra y lo que aquí pase.


Además de comentar temas de actualidad, ¿tiene el blog como una herramienta para darse a conocer y reflejar su vida y sus vivencias?


No es el objetivo principal, pero sin duda un blog de este tipo se acaba convirtiendo de alguna manera en una pequeña tarjeta de presentación personal.


¿No se le ocurrió crear un blog con un pseudónimo en vez de dar la cara?


Es una opción interesante, la de utilizar un pseudónimo que te permita escribir sobre determinados temas sin que te lean con prejuicios, o incluso la de crear un personaje, que es algo que da mucho juego literario... Pero en este caso, me apetecía más hacerlo a cara descubierta. Creo que era, además, lo que procedía por el propio planteamiento que tiene este blog.


En pocas palabras... ¿Cómo definiría la blogosfera?


La comunidad de blogs es hoy ya una gran red de interrelaciones, una telaraña de información, de opinión y de comunicación.

¿Cree que existe o puede existir una blogosfera de ámbito abulense?


Pues de momento no existe, me gustaría que existiera y me dan envidia en ese sentido otras ciudades y provincias. Cuando comencé a escribir el blog, sondeé por curiosidad qué otros blogueros abulenses había y la verdad es que los que encontré los pude contar con los dedos de una mano. Es una pena, porque la blogosfera ayuda a dialogar, a reflexionar, a crear redes sociales, a generar conciencia ciudadana, a desarrollar sentido crítico... Y todo eso hace muchísima falta en nuestra provincia.


¿Qué blogs abulenses lee? ¿Y blogs en general?


De los pocos blogs que existen de autores abulenses he entrado de forma ocasional en todos los que conozco, pero hasta ahora la verdad es que no he seguido ninguno de forma asidua. Respecto a blogs en general, en función de los temas que me interesen en un momento dado, hago búsquedas y leo ocasionalmente algunos. Con carácter habitual sigo los de Fernando Sánchez Dragó, Arcadi Espada, Rosa Díez... Me parece especialmente bueno y muy recomendable el del escritor Rafael Reig. Leo también otros menos conocidos, como los de Javier López, Javier Redondo Jordán, Labana... y varias bitácoras más de gente anónima y generalmente de tono desenfadado.


¿Se ha planteado abrir otro blog?


Si abriese otro en el futuro, seguramente ya sí sería específico de algún tema. Pero por ahora no tengo ningún proyecto en ese sentido. Hoy por hoy, no tendría siquiera tiempo material para atender otro blog más.

Haberlas, ¿haylas?

Publicado en la web de la asociación profesional Unión de Abogados, 10.10.07

Hace algunos años, una cliente me encomendó su defensa, como abogado, en una reclamación de cantidad que habían interpuesto contra ella. El asunto, a primera vista, parecía insostenible: su pequeña empresa había contratado un servicio con una conocida gran empresa, que estaba en condiciones de probar que había prestado tal servicio, lo había facturado al precio pactado y mi cliente había dejado sin pagar una parte de ese precio, que además era una cantidad de dinero importante. Con estos ingredientes, en principio, ya me dirán ustedes: condena segura.

Ella me explicaba algunos pactos verbales que la otra parte había incumplido y por qué consideraba moralmente injusto pagar esa parte del precio (lo que ella consideraba justo ya lo había abonado puntualmente), pero tales conversaciones entre ambas partes eran totalmente indemostrables si no las reconocían y, lógicamente, no las iban a reconocer.

Le aconsejé llegar a un acuerdo con la parte contraria y ofrecerles abonar la deuda al contado ya, para evitarnos el pago de más intereses y de las costas del juicio. También le sugería la posibilidad, si lo prefería, de solicitarles un pago en plazos. Ella me dijo que no, que no quería llegar a ningún acuerdo y pretendía que defendiera su postura de no soltar ni un céntimo. Le insistí en que los argumentos que ella me daba no iban a prosperar, porque todo apuntaba a que podían perfectamente justificar que habían cumplido su parte, mientras que ella había incumplido la contraprestación pactada, sin que pudiéramos acreditar ningún motivo de oposición realmente sólido.

En circunstancias normales, le hubiera dicho que el asunto era indefendible desde mi criterio profesional y que, en consecuencia, no me podía hacer cargo del mismo. Pero tenía cierto compromiso con ella y con quienes la habían enviado a mi despacho, por lo que finalmente le dije que, siguiendo sus instrucciones, yo me opondría a la reclamación, pero que quería que tuviera claro que lo más probable es que la condenaran a pagar la deuda más los intereses y las costas del juicio.

El día señalado para la vista, quedamos a tomar café un rato antes, en una terraza cercana a los Juzgados. Repasamos cuál iba a ser mi planteamiento y yo le insistí en mi recomendación de llegar a un acuerdo, obteniendo otra negativa por su parte. Ella me reiteraba que asumía el riesgo, porque confiaba en que le asistía la razón moral. Nuevamente, le dije que en los juzgados no siempre gana la razón moral, porque el juez no puede saber quién la tiene, sino que se utilizan argumentos jurídicos y pruebas objetivas y que, en este caso, por mucho empeño y mucha diligencia profesional que yo pusiera, la cosa no pintaba nada bien.

Tras el fracaso de mi último intento, me coloqué la toga y me dirigí hacia la sala de vistas, dispuesto a afrontar el juicio a cuerpo descubierto, sin una mala prueba -documentos o testigos- que llevarme a la boca. Yo iba rezando no ya para ganar -que no me gusta pedir imposibles-, sino para que hiciésemos un papel digno, para que no hiciéramos demasiado el ridículo.

El caso es que, conversando relajadamente sobre un asunto ajeno a este procedimiento, mi cliente sin querer me dio una pista que me sirvió para tramar, sobre la marcha e instantes antes de entrar al juicio, una estratagema procesal aparentemente muy arriesgada. Pero en tales circunstancias, ¿qué teníamos que perder por intentarlo? Por secreto profesional, lógicamente no sólo he omitido los nombres y algunas circunstancias del caso, sino que no puedo dar muchas pistas ni siquiera de en qué consistió mi argucia. El caso es que hay días en que uno tiene la inspiración de su parte y formulé una determinada pregunta, aparentemente disparatada pero que, una vez explicada, tenía su miga. La inesperada cuestión que introduje hizo tambalearse la sólida prueba aportada por la parte contraria, hizo dudar a todos los testigos uno tras otro –el comercial con el que se concertó el servicio, el técnico que ejecutó la prestación y la administrativa que lo facturó- y todos empezaron a mostrar inseguridad e incluso a contradecirse en sus afirmaciones.

El abogado de esta gran empresa intentó salvar el imprevisto naufragio de su postura, pero yo en la exposición de mis conclusiones pude explayarme y rematar la jugada, sembrando la duda razonable sobre que realmente se hubiera llegado a producir la prestación del servicio.

Cuando salimos, yo todavía no me acababa de creer el giro que había dado el asunto, pero mi cliente estaba muy satisfecha:

- ¿Ves como te lo decía? Has estado muy bien, Carlos. Lo vamos a ganar.
- Mira, no ha salido mal -intenté ser prudente-, pero ya veremos. Ya no te puedo decir, como antes de entrar, que lo vamos a perder seguro, porque hemos tenido cierta suerte en cómo se han desarrollado al final las cosas…
- Que no, que no, suerte no, que tú eres muy buen abogado.
- Muchas gracias, de verdad, pero te aseguro que no todos los días se producen milagros.

No me resistía a hacerle la pregunta que me llevaba rondando todo el tiempo:

- Oye y, aparte de que tuvieras razón moral y de que me consideres buen profesional y todo esto que me dices, tú sabías que no teníamos pruebas y, a pesar de que yo te lo puse muy negro, has insistido en entrar y, lo que me llama más la atención, no has tenido nunca ni la menor duda. ¿Por qué?

En parte me volvió a repetir la cantinela pero, al final, me lo soltó:

- Pues porque yo iba con la verdad por delante, porque tú eres muy buen abogado… y porque mi vidente me había dicho que iba a ganar este juicio.

Acabáramos. La procuradora, que también estaba delante, me miraba sin dar crédito.

Unos días más tarde, me llama la procuradora partiéndose de risa:

- Me acaban de notificar la sentencia del asunto tal: que hemos ganado, que desestiman la demanda y le imponen las costas a la parte contraria… Oye y que dile a nuestra cliente que tendría yo que preguntarle a su bruja algunas dudillas que tengo sobre mi vida personal… jajajaja.

La otra parte no apeló la sentencia y nos pagó religiosamente a la procuradora y a mí nuestras facturas por el juicio.

Algún tiempo después, vuelve la misma cliente con otro asunto parecido: había contratado el mismo servicio con otra empresa, ésta se había equivocado en un determinado aspecto en su prestación y ella no había pagado el total del precio.

Y yo, vuelta a la carga:

- Mira, tú tienes un contrato firmado y ellos han cumplido. No vamos a poder demostrar que ese error que dices fuera tal, porque ese aspecto se pactó verbalmente y porque, una vez terminada la prestación, no consta ninguna reclamación por tu parte y han pasado ya un par de años. Te van a condenar a pagar el precio, con intereses y costas. ¿Quieres que les llame e intentemos un acuerdo…?

- No, no, Carlos, tienes que pelearlo, porque es injusto y…

- Ya sé que es injusto, pero de verdad que todos los días no suena la flauta como la otra vez y que es mejor ser realistas…

- Que no, que yo corro el riesgo y, si perdemos, pues perdemos. Tú contéstalo y defiéndelo como tú sabes hacerlo, que yo confío en ti…

- Que yo te agradezco mucho esa confianza, de verdad, pero tienes que entender…

- Nada, nada, que te opongas a la demanda, que yo voy con la verdad por delante.

No me atreví a preguntarle qué había dicho su vidente esta vez.

Le envío a la procuradora la contestación y, al ver quién es la cliente, se parte una vez más de risa:

- Hombre, la que consultaba a una bruja...
- Sí, pero me parece que no siempre le van a salir las cosas igual. Esta vez, con vidente o sin vidente, yo creo que ya sí que nos cascan...

Nos citaron a juicio en abril de 2006. Cuando estábamos esperando en la puerta de la sala de vistas, mi cliente, que es de armas tomar, se marcó una parrafada hacia el procurador contrario, diciéndole que a ella le estaban reclamando algo que no debía y que, aunque los papeles estaban de parte de ellos, la verdad estaba de parte de ella y que Dios es justo y no permitiría que se salieran con la suya… El otro procurador creo que se asustó y le dijo que con él no iba la cosa, que él era un mandado y estas cosas que decimos los profesionales en tales situaciones. Yo mismo la corté para que no se dirigiera en esos términos al compañero, explicándole que él sólo cumple con su obligación profesional, como yo con la mía.

Unos minutos más tarde llaman del despacho de la abogada contraria: que tiene una afección y que se ha quedado completamente sin voz .

Pasamos al despacho del juez y se lo explicamos. Su Señoría acuerda la suspensión del juicio y le dice al procurador de la demandante que, por favor, tan pronto como se recupere su abogada, lo comunique y que, en la semana siguiente, nos hará un hueco para celebrar el juicio. El procurador dice que, en efecto, por lo que le han dicho, será cosa de dos o tres días.

Hasta hoy. Nunca más se supo. Ni comunicaron nada, ni se nos volvió a citar a juicio… Ni yo he vuelto a preguntar, por si acaso, porque nosotros no tenemos prisa. El asunto está inusualmente paralizado y, lo que iban a ser dos o tres días se ha convertido, por ahora, en un año y medio.

No creo en las brujas, pero…

Praga


Caminando por la ciudad, bromeábamos al imaginar cómo serían en la República Checa las típicas conversaciones de tíos:

- Oye, la novia de Fulanito ¿cómo es?
- Pues una chica normal, 1’80, rubia, ojos azules…, del montón.

Dice la tradición que en Praga hay que enamorarse. Yo, que soy muy cumplidor, al cabo de una hora de estar allí ya me había enamorado al menos de media docena de eslavas del montón. Lo que pasa es que es una castaña de tradición: por lo visto, a ellas no las obliga. Así que hay que currárselo. Es decir, como siempre.

La tradición tiene también el típico añadido, que se ve que es como de consolación: si no te enamoras de alguien, te debes enamorar de algo. De algún lugar, por ejemplo. Y yo, nuevamente cumplidor como nadie: me enamoré de cada palmo de esta fascinante ciudad.


Tenéis que quitaros la ansiedad –decía Javier, del que ya he hablado en la entrada dedicada a Viena- que puede producir Praga, por su extraordinaria belleza. Cada rincón os llamará la atención, pero no queráis ver todo. Tenéis que intentar percibir Praga no como muchas cosas –miles de casas- sino como una sola cosa –un conjunto -, de forma que no pretendáis ver cada casa, sino ver la ciudad, pasear, disfrutarla, captar su atmósfera…”

Me resulta difícil imaginar esta ciudad -hoy con un ambiente tan joven, con tanto pulso, con tanto aire de libertad, con tantos visitantes…- bajo la dictadura. Me cuesta situar aquí las imágenes que hemos visto en los libros de historia, de los tanques soviéticos sofocando la esperanza de aquella Primavera de Praga del 68. Hay personas que se han esforzado en intentar explicarme cómo era aquella otra ciudad, gris, con edificios descuidados y sucios, que ha quedado tan atrás en muy poco tiempo. Lo cierto es que hoy, tras una intensa labor de restauración de edificios y un cambio social importante, Praga aparece llena de colores y de luminosidad por todas partes.


Praga es una de las ciudades más fotografiadas del mundo (son muy típicos los libros de fotos en blanco y negro). Es ciudad amante de la música clásica (hay conciertos diarios en iglesias y auditorios) y me resultó sorprendente la tremenda afición que existe también al jazz. Es una ciudad que, al contrario que otras capitales europeas, tiene cierta vida nocturna (sin llegar ni de lejos al nivel español, claro). Es la ciudad de la arquitectura barroca a partir del XVIII. Es la ciudad de la cristalería de Bohemia y del granate. La ciudad del Teatro Negro. La ciudad de la pasión por las marionetas…

Y es también la ciudad de la cerveza. La cerveza, objeto de culto, es la bebida nacional (los checos están a la cabeza en el consumo mundial). Alrededor de la cerveza se despliega toda una cultura, como en España la hay en torno al vino. Las marcas más conocidas allí son la Pilsner Urquell y la Budweiss en rubias y creo que la U Flekù en negra. Tienen más graduación que en España, porque están en torno a 10 ó 12º (el influjo de esa cerveza checa fue, sin duda, lo que llevó a Susana a tacharme, sin fundamento alguno, de madurito y a mí a soltarle una ilustrativa charla al respecto, en el episodio que ya conté en Cosas de la edad). Javier, con su provocadora socarronería habitual, nos daba instrucciones prácticas: “Para pedir cerveza, aquí hay que pedir 'pivo'. Te servirán una jarra de medio litro, que es la dosis normal que consumen los checos. Menos cantidad no es frecuente. A las mujeres les está permitido pedir una más pequeña, pero no menos de un tercio. Para ello tienen que decir expresamente una cerveza pequeña, 'malé pivo'. Así que, si alguna mujer, o algún hombre que no tenga dignidad y haya perdido su sentido de la vergüenza, quiere pedir una cerveza pequeña, tiene que decirlo así”.


En Praga, el núcleo originario, del siglo XIII, es la Staré Mêsto, la ciudad antigua, un fantástico laberinto de callejas medievales y de atractivas construcciones. La ciudad nueva, la ampliación que se hizo a partir del siglo XIV, es la Novè Mêsto, que conecta con las zonas comerciales y de ocio.


El lugar más concurrido y más emblemático de Praga es el Puente Carlos, que cruza el río Moldava. Se trata de una construcción del siglo XIV, con una treintena de estatuas de santos y con una torre a cada lado del río. Una multitud de viandantes transita a todas horas por allí, abriéndose paso entre vendedores de artesanía, pintores y músicos callejeros. Javier nos advirtió irónicamente de que había algunas cosas más en Praga aparte del Puente de Carlos: “Para el tiempo que tenéis, con que paséis diez veces por el puente está bien, dedicad también un poco al resto de la ciudad”. Nosotros íbamos muy mal, cuando llevábamos ya dos días habíamos cruzado una sola vez el puente, así que tuvimos luego que ponernos al día en la recta final...


De ahí sale la también muy frecuentada calle Carlos, que nos llevará al centro de la ciudad vieja.


El corazón de Praga es la encantadora Staromêstské Námêstí, la Plaza de la Ciudad antigua, lugar donde se sitúan importantes episodios de la historia checa.

Allí encontramos la Iglesia de San Nicolás (siglo XVIII) y la iglesia gótica de Nuestra Señora de Týn (siglo XIV), junto al Patio de los Comerciantes.




También se alza en la plaza el edificio del Ayuntamiento, con su torre. Allí está situado el célebre Reloj Astronómico de Praga. A cada hora en punto, entre las nueve de la mañana y las nueve de la noche, la gente se congrega para ver desfilar a las figuras que componen su original mecanismo: un esqueleto tañe una campana, sale Cristo con sus apóstoles (el primero que se ve es San Pedro con una llave y el último que sale es San Pablo con una espada y un libro) y al final canta un gallo a lo alto. Parece ser que el reloj fue realmente construido en 1410 por Nicolás de Kadan, pero hay una leyenda que lo fecha con posterioridad y lo atribuye al maestro Hanus, al que después habrían cegado para que no pudiera fabricar otro igual. Dicen que el 75 % de sus piezas son originales y que ha pasado por muchas vicisitudes (una parada en su mecanismo en el siglo XIX, un incendio en la segunda guerra mundial, una avería en el movimiento de las figuras en 1987…) pero el caso es que, 600 años después, continua funcionando regularmente bajo el minucioso cuidado de un experto relojero.

En la ciudad vieja está también la Casa Municipal, un magnífico edificio que alberga hoy un completo centro cultural, con salas de exposiciones, un café, dos restaurantes y una amplia sala de conciertos.

El Teatro Estatal de Praga es el lugar donde Mozart estrenó D. Giovanni, y hoy se utiliza para representaciones de ballet y ópera.

Josefov, el antiguo barrio judío, cuenta con el edificio del viejo Ayuntamiento del gueto, con varios lugares de culto visitables, como la Sinagoga Vieja-Nueva, la Sinagoga Pinkas y la Sinagoga Española, con exposiciones y museos de tradiciones judías, con un memorial del holocausto y con el curioso cementerio viejo. Allí, sobre las tumbas y, particularmente sobre la del rabino Löw, los visitantes depositan pequeños papeles doblados con deseos escritos, sujetados por una piedrecita. Por cierto, que el rabino Löw o quien fuera debió de echarnos alguna maldición por hacer fotos en lugares prohibidos (hay sinagogas en las que no estaba permitido) y, al descargar las imágenes de la cámara al ordenador, siempre se quedaba atascado el proceso en la foto número 103, que era de una tumba judía. Yo ya estaba a punto de llamar a Iker Jiménez para que nos explicase, con el rigor que le caracteriza, a qué se debía este fenómeno.


En la ciudad nueva, el edificio del Museo Nacional preside la Václavské Námêsti o plaza Venceslas que es, en realidad, un amplio bulevar, donde el pueblo se ha congregado en ocasiones históricas: la proclamación de la primera República en 1918, las protestas contra el ocupante nazi en 1938 o las manifestaciones ciudadanas que en 1989 supusieron el principio del fin del comunismo.

Cerca encontraremos también el edificio de la hoy llamada Ópera Nacional.

En la principal arteria comercial de la ciudad se encuentra el Museo del Comunismo, una exposición permanente -un tanto cutre, la verdad- donde se recuerda el pasado, desde la creación de la República de Checoslovaquia en 1918 hasta la llamada revolución de terciopelo en 1989. Allí se han conservado algunas de las estatuas de Lenin y Marx entre otros, y se han reconstruido ciertos ambientes característicos, como una fábrica, una escuela o un centro de interrogatorios del régimen socialista. También se muestran paneles y fotografías de distintos momentos, desde el origen del comunismo checo hasta la caída del muro de Berlín y su contagio a todo el Este de Europa. Puede verse un documental sobre la revolución de terciopelo. Yo, que no soy de los que sienten alegría con la llegada del capitalismo, pero sí con la llegada de la democracia, me sentí conmovido por algunos episodios trágicos, y me resultó emocionante también ver las imágenes de aquellos primeros brotes ciudadanos reclamando libertad.

Malá Strana el Pequeño Lado- es un barrio originariamente aristocrático situado en las colinas que hay a la orilla izquierda del Moldava, con calles y plazas que acogen algunos edificios singulares.

Junto al Puente de las Legiones se ubica el edificio del Teatro Nacional de Praga.

Caminando por la orilla del río podemos llegar hasta Karlovo Námêstí, el centro económico de Praga, donde están el Museo Dvorak, el Jardín Botánico o el Ayuntamiento de la ciudad nueva.

Resulta especialmente simpático el edificio llamado La Casa que Baila, del arquitecto canadiense Frank Gehry (el autor del Guggenheim de Bilbao). Los habitantes de Praga han apodado Ginger y Fred a esta original construcción de vidrio que evoca a una pareja bailando.

Presidiendo la ciudad se alza la colina del castillo de Praga, que tanto inspiró a Kafka.


En la zona del castillo destaca la impresionante catedral de San Guy (san Vito), que se comenzó a construir en el siglo XIV pero no se terminó hasta 1929. Allí está la tumba de San Juan Nepomuceno y la capilla de San Venceslas. Llaman la atención las vidrieras de art nouveau. Se puede subir a la torre: son casi trescientos peldaños agotadores, en una estrechísima y agobiante escalera de caracol, pero las vistas de la ciudad son inmejorables.

El palacio real fue la residencia de los primitivos Reyes de Bohemia y luego pasó a los Habsburgo hasta que los emperadores establecieron su residencia en Viena.

La llamada Calle del Oro está formada por pequeñas casas de colores, donde se instalaron los alquimistas bajo el reinado de Rodolfo II. También en una de ellas vivió en su día Kafka. Hoy la mayoría de los edificios de esta visitadísima callejuela son tiendas de artesanía, antigüedades, recuerdos...

En la zona son reseñables también la basílica y el convento de San Jorge (siglo X).

Hay otras construcciones, como la torre de la pólvora, la torre Daliborka, etc. La mayoría de ellas albergan ahora exposiciones variopintas, en general bastante prescindibles, en mi opinión. Vean, por ejemplo, qué alarde de buen gusto tiene esta reproducción de escenas de guerra, con sus heridos, su sangre, sus mutilados... Susana y yo no dudamos en hacernos esta fotito de recuerdo en un escenario tan agradable...


Vamos, que cuando he dicho antes que me enamoré de cada palmo de la ciudad, hubo alguna pequeña excepción...

Además de los soldados de la imagen anterior, en Praga hicimos otros amigos inanimados, como este otro individuo que, como pueden ver, hace mucho más caso a Marisol que a mí.


Entre las esculturas, este monumento en homenaje a Franz Kafka. Ciertamente, el célebre autor de una obra breve pero muy influyente, con títulos como La Metamorfosis, El Proceso o El Castillo, es una figura omnipresente en su ciudad natal.

Y hablando de Kafka, de esculturas y de fotos pintorescas, ¿qué me dicen de estas estatuas móviles -ya se pueden imaginar ustedes lo que se les mueve-? Están junto al museo Kafka.


Otra curiosidad de Praga es esta calle, posiblemente la más estrecha del mundo, con un semáforo para peatones, porque no caben dos personas a la vez.

Se podrían citar muchos más edificios, museos (el de Arte Contemporaneo, el de Artes Decorativas, el Mucha...) o lugares de interés (la calle Nerudova...), pero, como en el caso de Budapest y Viena, una simple entrada de un blog sólo sirve para reflejar algunas impresiones, no da para mucho más.

Sin embargo, la idea en Praga es que realmente no son destacables sólo unos cuantos sitios concretos, sino que casi por cualquier sitio donde vayas, cada calle y cada edificio pueden resultar dignos de atención.



Si tienen la oportunidad de conocer Praga, ni lo duden, dense el salto. Y disfruten de esta ciudad despacio, sin agobios, caminando con los ojos bien abiertos, dejándose empapar por su fisonomía y su ambiente…

Yo, apenas puse un pie en Praga, entre la sorpresa y el encanto, enseguida fui consciente de que me atraparía. Pero aún me faltaba mucho por descubrir, e ignoraba hasta qué punto…

Lo pensaba luego, en aquel último paseo, aquella última noche, con el sabor todavía reciente de centenares de rostros, calles, cielos, reflejos, casas, rincones y detalles, que se agolpaban en la memoria, aún sin inventariar: algo de mí se quedaba allí y, tarde o temprano, me hará volver.

De regreso a España, me llevaba el recuerdo de esta ciudad -mágica y cautivadora como pocas, llena de colores y llena de vida- impregnado en la retina y guardado para siempre en el corazón.

(Fotografías del autor, de Marisol Nieto y de Susana Gutiérrez).