Un ciclista madrileño de nacimiento pero abulense de adopción y de sentimientos, Carlos Sastre, acaba de proclamarse vencedor del Tour de Francia, con una brillante actuación en la montaña y una dignísima contrarreloj.
Pero detrás de los grandes titulares a veces hay labores calladas que no se aprecian tanto a primera vista.
El Barraco es un pueblo que está relativamente cerca del mío. Algunas veces he pasado -e incluso parado- por allí, pero creo recordar que siempre con destino a otros lugares. Yo le tengo a ese pueblo un cariño totalmente subjetivo y arbitrario, por motivos que a ustedes les parecerán intrascendentes: primero, cuando yo era niño los pasteles que se vendían en el bar de mi padre eran de La Barraqueña y todavía hoy Jesús, el pastelero de El Barraco -toda una institución y un personaje-, instala cada año en las fiestas patronales de El Hoyo de Pinares un establecimiento que es de obligada visita; segundo, conozco al alcalde de El Barraco, José M. Manso, y me parece, ante todo, buena gente; y tercer motivo: una de las primeras chicas de las que estuve enamorado en mi vida era barraqueña (ufff, ¿qué habrá sido de ella?). Así que me cae bien El Barraco básicamente porque me da la gana, porque casi todo lo que me evoca es positivo.
Que de El Barraco, pueblo que tendrá unos 2.000 habitantes, saliera un ciclista como Ángel Arroyo puede ser pura casualidad, de acuerdo. Pero que, en los siguientes años, hayan salido de ese pequeño pueblo ciclistas de la talla de Francisco Mancebo, Pablo Lastras, Curro García, David Navas y, sobre todo, José María Jiménez, el Chaba, y Carlos Sastre, ¿ustedes creen que es pura casualidad? Yo sospecho que no. El Barraco no es un pueblo donde se dan los ciclistas por generación espontánea como en otros sitios salen las setas. Que este municipio abulense sea posiblemente la localidad con mayor índice de ciclistas profesionales de todo el mundo no es puro azar, hay algo detrás.
Y ese algo me parece a mí que tiene nombre y apellido: Víctor Sastre, el padre del campeón del Tour.
Víctor creó en el pueblo una Escuela de Ciclismo. Sus objetivos eran más sociales que deportivos: intentar alejar a los jóvenes de la droga, ofrecerles una alternativa de ocio, enseñarles los valores de la ilusión, el respeto, el sacrificio… Pero luego llegaron también los éxitos deportivos. Víctor ha mantenido la Escuela –primero como Peña, luego como Fundación- contra viento y marea durante más de veinticinco años. No soy entendido en ciclismo, no conozco en profundidad la trayectoria de esta entidad y no podría informar con detalle de la labor que se hace en la misma. Pero por sus obras los conoceréis y a los resultados me remito. Sin grandes medios, humildemente, ahí está el palmarés nacional e internacional de sus destacados alumnos.
En mi etapa como teniente de alcalde, yo era delegado del área de cultura y deportes. Dentro del programa de actividades de verano, organizábamos anualmente el Trofeo Escuelas de Ciclismo Villa de El Hoyo de Pinares, a través de nuestros amigos del Velo Club Ávila, una prueba puntuable incluida en el calendario oficial de Castilla y León y que, por desgracia, nuestros sucesores al frente del gobierno municipal se encargaron de hacer desaparecer, como tantas cosas. Allí coincidía cada año con Víctor Sastre, le saludaba y cambiábamos impresiones. No le traté en profundidad, pero la sensación siempre fue que estaba ante un caballero. Un hombre con espíritu no sólo deportista sino, lo que es mucho más importante, deportivo, esto es, que enseñaba a sus chicos el compañerismo, el esfuerzo, la limpieza, la elegancia de saber ganar y saber perder.
El otro día, cuando Carlos Sastre cruzaba la meta, me alegré mucho por este ciclista abulense. Pensé en que para llegar ahí había precisado muchos años de esfuerzo, de sacrificio y de superación personal. Pero también tuve la certeza de que, detrás de ese triunfo, sin duda estaba también la labor rigurosa, entregada y tenaz desarollada durante tantos años por Víctor Sastre.
(Fotografías:
- Víctor y Carlos Sastre, foto de la agencia Reuters publicada en varios medios.
- Pregón de Fiestas 1999 en El Hoyo de Pinares, de Manuel Tabasco, corresponsal de Diario de Ávila. Aparezco presentando a Chaba Jiménez en la apertura oficial de unas fiestas que nunca se perdía: en cuanto terminaba la Vuelta a España ya estaba por allí. En 2004, en la presentación de otro pregón de fiestas, lamentablemente ya no pudo estar más que en el recuerdo cariñoso de mis palabras y en el aplauso cálido de toda la gente que abarrotaba la plaza).
El otro Sastre
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Concierto de Pablo Milanés
- Estoy harta de trabajar. Además me tienes puesto toda la tarde a Pablo Milanés y me está dando el bajón... Podíamos irnos al pueblo y así nos despejamos. Pasamos a ver a Carlos por su oficina y quedamos con él para cenar.
Dejaron de trabajar, cogieron el coche y se fueron de Brunete a El Hoyo de Pinares.
Cuando llegaron a mi despacho, yo tenía puesta música mientras trabajaba. ¿Qué piensan que estaba escuchando?... Sí, a Pablo Milanés.
- Es que no me lo puedo creer –le decía Clara a Mario-, mira lo que tiene puesto. No se puede huir de él. Si es que sois iguales, macho...
Ayer sábado, aprovechando que terminé el plazo fiscal y que ya queda muy poco de esta agotadora recta final de trabajo de julio, tenía previsto ir a celebrarlo con unas cañas con Carlitos C. Pero por la tarde salta la sorpresa:
- Todavía quedan algunas entradas para el concierto de Pablo Milanés de esta noche. ¿Te apetece?
En ese ratillo que tardó en preguntarme, se reservaron las localidades que quedaban y cuando volvió a mirar sólo había ya una para estar sentados.
- ¿Pillo dos entradas de pie?- Como quieras. A mí no me importa.
Y las reservó. Estuvimos todo el tiempo con retranca, porque en estos conciertos de tranqui no parece que pegue mucho que haya una serie de gente de pie al lado del escenario.
- Vamos a ponernos por aquí a resguardo, por si los fans más radicales deciden saltar, jajajajaja.
Una parte amplia del público –entre la cual, por supuesto, nos encontrábamos- demostró su inteligencia y se sentó en el suelo. No había apreturas y perfectamente podíamos haber seguido el concierto así si todo el mundo hubiera hecho lo mismo. Pero había una minoría –las chicas con vestidos blancos, sobre todo- que no estaban muy por la labor, así que no tuvimos más remedio que levantarnos todos, porque en cuanto hubiera gente de pie delante ya no era posible verlo.
En la parte final del concierto todo el público de las localidades se puso también en pie para ovacionar al intérprete.
- Pero hombre, ¿para qué pagais entrada de sentados si luego termináis todos así?
Entre los variopintos habitantes de nuestra zona junto al escenario teníamos a un doble de Pablo Milanés algo más joven, del que rápidamente dijimos que era el hermano pequeño del cantante. Entre las risas del respetable, le bautizamos como Juanjo Milanés. El tipo vibraba con el concierto de su hermano y ya nos encargábamos nosotros de hacer los oportunos comentarios sarcásticos.
Teníamos también por allí el típico pesado que sólo conoce una canción –casualmente siempre es la última que va a cantar el artista- y se pasa todo el concierto pidiéndola a voces.
A Carlitos se le colocó a su derecha la chica que había ido sólo por acompañar a la amiga y que se estaba quedando dormida de pie, mientras yo tuve mejor suerte y a mi izquierda tenía a una chica muy guapa entregada por completo a la música de Pablo.
Nunca hubiera pensado que se pudiera bailar en un concierto de Pablo Milanés, pero la verdad es que cuando introducía ritmos cubanos y percusión -por ejemplo, en De qué callada manera- la gente –sobre todo las chicas cubanas- se movían y nosotros… acompañábamos el ritmo levemente con los pies.
Al final, fue un acierto verlo desde ahí, porque estábamos a escasos metros del intérprete, teníamos muy buena visibilidad, la acústica estaba fenomenal (si estás muy cerca a veces el sonido puede ser abrumador y no era el caso) y, con hora y media aproximada, el concierto no tuvo una duración que resultase cansada. Lo acompañamos, además, con unas cervecitas para hacerlo más llevadero y teníamos más movilidad para acercarnos al bar que en una localidad donde para salir molestas a todos los de al lado, tienes que bajar escaleras, etc.
Dentro de Los Veranos de la Villa el Ayuntamiento de Madrid ha programado en los patios de Conde Duque este año una magnífica selección musical: Diana Krall, Gloria Gaynor, Los niños cantores de Viena, María Dolores Pradera y los Sabandeños, Chick Corea, Kepa Junquera, Mariza, Loreena McKennitt, Franco Batiatto, Jarabe de Palo, Toquinho y María Creuza, esas dos artistazas que son Estrella Morente y Dulce Pontes, George Moustaki, los grandes del Gospel, Rubén Blades, Jaime Urrutia y Burning…, entre otros.
El concierto de Pablo Milanés, fantástico. Muy buen acompañamiento musical, con percusión a la cubana, saxo, bajo, batería, teclados, violín… Las letras, como siempre, excelentes. Y la personalísima voz de Pablo sigue muy en forma.
Presentó las canciones de su último disco, Regalo y recordó muchas de los inmediatamente anteriores.
Pablo ha adoptado públicamente ahora una posición más crítica con el régimen cubano. Desde dentro, ciertamente, pero apostando por la evolución. Fue significativo que dejó en el tintero todos sus temas más políticos de años anteriores (Amo esta isla, No vivo en una sociedad perfecta, Tengo, Yo me quedo y otras que respondían a ese mismo discurso) y cobraron protagonismo nuevas canciones donde asoma la duda o el cuestionamiento de algunos aspectos del modelo, como Diario de Mauricio (“dedicado a este compañero, que era de los pocos que no siempre levantaba el dedo en las asamblea del Partido Comunista Cubano y que eligió vivir con dignidad”), La libertad y, sobre todo, por ser más explícita, Dos preguntas de un día (dos preguntas que confluían en una sola: ¿Valió la pena?).
Aunque intercaló alguno antes, reservó la parte final del concierto para sus éxitos más recordados. Cantó, entre otros, Mírame bien, Años, Si ella me faltara alguna vez, El breve espacio en que no estás, De qué callada manera, Yolanda, Para vivir y Yo no te pido, con la que cerró la actuación con un público entregado.
Una delicia de concierto.
Por si a alguien le apetece recordarlas y disfrutarlas, dejo aquí cuatro de las canciones que he citado. Una magnífica musicalización de los versos de Jorge Guillén, De qué callada manera ("Quién le dijo que yo era / risa siempre, nunca llanto / como si fuera la primavera. / No soy tanto"):
Restos del naufragio
Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio! "
-Pablo Neruda-
Ahora, nadaba casi sin ganas, pero finalmente alcanzó la orilla.
Solo, tumbado, cansado, sin levantar apenas la cabeza, dirigió una mirada rápida a su alrededor. Hizo mentalmente recuento. Las pérdidas eran importantes.
Esa sonrisa que le hacía más felices los días. La telepatía que al principio les sorprendía y luego tantas veces les hizo reír. Dos páginas en internet siempre abiertas en paralelo, los juegos y los comentarios cruzados. Los guiños que sólo ellos entendían, a cualquier hora del día o de la noche. La mirada perdida. La ilusión casi adolescente. Esperar un mensaje ansiosamente. Dos cafés con hielo. Las conversaciones prolongadas. Ponerse al día: tantos años sin conocerse y parecía que las piezas encajaban como si cada uno hubiera estado siempre ahí, en la vida del otro. La forma tan particular de correr el tiempo, que nunca era normal cuando estaban juntos. Aquellas palabras escuchadas de ella, aquellas palabras pronunciadas por él. El deseo imperioso de abrazarla. Recorrerla y amarla lentamente como ya no ocurriría. Esos viajes que nunca harían juntos, esos rincones que no serían ya comunes. La fuerza que le daba saber que ella estaba cerca para afrontar, alegre, la vida con más ganas… No quiso seguir haciendo inventario. Definitivamente, las pérdidas eran importantes. Para ambos.
Pensó también en lo que se había salvado del naufragio, en lo que quedaba. Sólo tendría que encontrar tiempo y ánimo para ponerlo en orden.
Ahora, debía sacar fuerzas para volver a empezar. Y para reinventar su vida, porque no quería sencillamente regresar sin más a algo que ya sentía, irremediablemente, como pasado.
Se sorprendió a sí mismo riendo, al recordar alguna ocurrencia de ella. Luego notó que el corazón le dolía y no se contuvo. Por una sola vez, no para instalarse en la tristeza, sino para soltar lo que llevaba dentro y pasar página a continuación. Porque los hombres sí lloran y, si no, peor para ellos.
Ese dolor que ahora le punzaba le recordaba que estaba vivo. Que durante apenas unos meses había vuelto a sentirse feliz y apasionadamente vivo. Tenía que darse más oportunidades -a sí mismo y a los demás- para que esto no fuera excepcional.
Se acordaba siempre de la frase. La decían en un capítulo de Ally McBeal: si miras hacia atrás y hay un tiempo en el que no has reído y no has llorado, es que ese tiempo no ha merecido la pena.
(Fotografía: Patera en la playa, de Chodaboy, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr).
Todo lo que escribí me lo dictó tu sonrisa
puisqu'on est fou, puisqu'on est seuls (…)
j'aimerais quand même te dire:
tout ce que j'ai pu écrire
je l'ai puisé à l'encre de tes yeux.
Je n'avais pas vu que tu portais des chaînes.
Á trop vouloir te regarder,
j'en oubliais les miennes (…)
J'aimerais quand même te dire:
tout ce que j'ai pu écrire
c'est ton sourire qui me l'a dicté.
Tu viendras longtemps marcher dans mes rêves,
tu viendras toujours du côté où le soleil se lève.
Et si malgré ça j'arrive à t'oublier,
j'aimerais quand même te dire:
tout ce que j'ai pu écrire
aura longtemps le parfum des regrets”.
Pastillas para no sufrir
(Fotografía: My Grandmother's Medicine in an Espresso Cup, de Minusbaby, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr)
Yo también...
Reivindicando también el derecho a seguir creciendo, a seguir equivocándome, a seguir viviendo.
Disfrutando del mayor privilegio que tengo:
de los que pude contar...
aunque en mi caso no sólo por la cantidad sino, sobre todo, por la calidad humana.
Cosas que hacen que la vida valga la pena
No es verdad que se ha hecho tarde:
ahora toca ser feliz".
Antonio Martínez Ares,
Cosas que hacen que la vida valga la pena
Las personas, claro. La madre, los hermanos, que siempre están ahí incondicionalmente. La super abuela. Esos otros primos o tíos que sientes cercanos. Los amigos. Los amores. El recuerdo que no se extingue de quienes ya no están.
Amar.
Pensar. Sentir.
Los valores personales. Las ideas.
Escribir y leer.
Conversar: hablar y escuchar.
La música.
El arte y la creación en general: el cine, el teatro, la pintura…
Los lugares, todos esos rincones que sientes tuyos.
Los viajes.
Pasear.
No son todas, ni llevan necesariamente un orden. Pero no es un mal inventario. Para empezar.
(Hoy es mi cumpleaños).
Medianoche
Con todo, no dejaba de ser un milagro que, llegado ese punto, las cosas siguieran en orden (bueno, ella llevaba la falda hippie al revés, pero eso no cuenta…). Que nada se hubiera convertido en ratón ni en calabaza. Que nadie hubiese perdido un zapato.
Las doce de la noche: mirada de mala, sonrisa pícara, beso de felicidades.
Hay regalos de cumpleaños que no se olvidan.
(Fotografía: Thinkin' of you, de Smeerch, dibujo en una pared de Roma, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr)
El baile y yo
La de veces que habré utilizado la increíble excusa del tobillo torcido para que no sonasen bordes mis negativas, en esas excepcionales ocasiones en que se producía una confluencia astral favorable y por error se acercaba alguna chica.
Menos mal que en estas situaciones la gente se fija en los novios, lo bien que bailan y lo guapos que van. Quiero creer que no prestaron mucha atención a la escena de al lado. Eso espero.
Eurocopa 2008: apuntes después de un triunfo
El nuevo Marcelino cuyo decisivo gol se evocará al hacer historia futbolística se llama Fernando Torres. Espero, eso sí, que no haya que estar tomándolo como referencia durante otros cuarenta y tantos años.
Alguien me recordaba hace poco que no había nadie de mi Atleti en la selección.
- Sí, Fernando Torres -contesté
- Torres es del Liverpool
- Perdona, Torres juega ahora en el Liverpool, pero es del Atleti
- Lo dices como si estuviera cedido y no, está traspasado
- Ya, ya, pero yo sé lo que me digo
Se ha demostrado que fue una decisión circunstancialmente buena para ambas partes: Fernando ha crecido en un fútbol inglés que le viene como anillo al dedo, y al Atleti el Kun y otros buenos jugadores le han situado en la Liga de Campeones. Pero identificar a Torres con el Liverpool a mí me suena parecido a identificar a Butragueño con el Atlético Celaya. ¿Torres ex atlético? Sigue siendo patrimonio sentimental de la afición rojiblanca y él es consciente. “Fernando, ésta ha sido, es y será tu casa. Siempre que vengas puedes pasar sin llamar” (Cerezo dixit). Todos los seguidores de la selección española vibraron el domingo con el gol de Torres, pero más que nadie los atléticos: el que marcaba era de la familia, nuestro Niño, al que tenemos ahora haciendo un máster en el Reino Unido.
Y hay otro motivo por el que, aunque no haya ningún jugador del Atleti en la selección, un colchonero puede sentirse plenamente identificado con el combinado nacional. Lo que uno quisiera que los políticos hicieran en el Tribunal Constitucional, en el CGPJ, etc., lo ha hecho Luis Aragonés (tambén patrimonio sentimental rojiblanco) en la selección española: acabar con el sistema de cuotas y elegir a los mejores. No ha llevado a unos cuantos de cada club, procurando que más o menos los grandes estuvieran bien representados. No ha llevado a quienes pudieran parecer las figuras más destacadas de la liga individualmente considerados. Ha formado un equipo. Nada más y nada menos. Ha elegido a los mejores, pero no en abstracto, sino para ese equipo, para unas posiciones, para un equilibrio, para un estilo de juego.
Era una apuesta arriesgada. Luis sufrió una campaña mediática injusta. Cualquier decisión de un seleccionador puede y debe ser discutida por la afición, faltaría más, pero de ahí a convertir en una especie de polémica nacional, durante largo tiempo y hasta el hartazgo, el no llevar a Raúl a la selección hay un largo trecho. Luis no será simpático, exteriorizará poco sus sentimientos, será un tipo todo lo raro que se quiera, pero ¿acaso sus antecesores, Javier Clemente y José Antonio Camacho, excelentes profesionales también, eran modelos de moderación y de ejercicio de las relaciones públicas? La profesionalidad de Luis Aragonés a estas alturas está fuera de toda duda. Ya lo estaba antes de ganar la Eurocopa, pero ahora sencillamente ha dejado sin argumentos a esos detractores interesados que nos dieron una exagerada brasa a todos durante meses cuestionando agriamente al seleccionador.
Yo creo que España, por su calidad y su juego, ya mereció mejor fortuna en el pasado Mundial de fútbol. En torneos por eliminatorias, influye la suerte, tenemos que ser conscientes. Aun desplegando la selección el mismo juego brillante del que hemos disfrutado estos días, hubiera bastado con que Casillas no hubiera parado un penalti, por ejemplo, para que la historia se hubiera repetido y ahora estuviéramos lamentándonos otra vez de la maldición de cuartos.
Pero, aunque la suerte influya, España no sólo ha ganado la Eurocopa, sino que ha sido la mejor, sin duda. La selección más goleadora, la selección menos goleada, Casillas el portero menos goleado, Villa el jugador más goleador, Xavi el mejor jugador del torneo según la UEFA… Y sobre todo, ha desarrollado un juego propio, con estilo y con brillantez, un juego que enamora. Uno no sufría hasta el último segundo una larga agonía, sino que se quedaba con ganas de seguir viendo jugar a España. Eliminaron al campeón de Europa, al campeón del mundo… Yo me quedo con ganas de verles jugar contra Argentina o contra Brasil. ¿Y para cuándo dicen que es el próximo mundial? Me parece que antes, el año próximo, disputarán la Copa Confederaciones contra los campeones de América, Oceanía…
Más cosas. Chapeau por Cuatro. No tengo ninguna simpatía por el grupo Prisa, pero la profesionalidad y la calidad hay que reconocerla donde esté. Durante años, y sin dudar de la categoría de sus profesionales, TVE retransmitió competiciones con frialdad institucional. Y Cuatro ha logrado hacerlo con calor popular. Lo del set en Colón hasta convertir en un símbolo la plaza, un éxito. Lo del lema Podemos, un hallazgo. Lo de la retransmisión coral, participativa, ingeniosa, simpática, otro acierto.
Y, finalmente, estos días de la selección para mí han sido una metáfora de lo que humildemente me gustaría que fuera mi país. No por la omnipresencia de simbolismo, que a mí eso me parece lo de menos. No soy nacionalista –de nada, tampoco nacionalista español- y, por tanto, las orgías rojigualdas, los Manolos con bombos, los toros de Osborne, y las banderas pintadas en la cara o colgadas en todos los balcones no me disgustan –al contrario- pero no me hacen tampoco sentir ningún orgasmo. Ya he dicho en alguna ocasión que lo que gustaría es que se utilizasen y asumieran los símbolos nacionales con normalidad, o sea, ni con profusión y excesos avasalladores unos días, ni que desaparezcan a continuación sumergidos en históricos complejos verdaderamente patológicos. A mi me gusta lo que simboliza la selección por otra cosa: porque en ella jugaban un Iker, un Pepe, un Rubén y un Fernando madrileños; un Andrés y un Raúl valencianos; un Álvaro castellanoleonés; un Sergio, un Xavi, un Fernando, un Carles, un Joan y un Cesc catalanes; un Andrés castellanomanchego; un David y un Santi asturianos; un David canario; un Xabi vasco; un Carlos, un Sergio, un Daniel y un Juanito andaluces; y, algo que es muy significativo de nuestra nueva realidad social, un Marcos de origen brasileño. Todos con sus peculiaridades, pero abrazados escuchando el himno, dándose ánimos, tejiendo lazos de amistad y convivencia, unidos en un mismo equipo, con un mismo objetivo y arropados sin distinciones por toda la afición de punta a punta del país. ¿Quién se acuerda ahora de esos ridículos políticos aldeanos que mostraban unos días antes sus preferencias por Rusia? Los jóvenes que salieron en Bilbao a festejar el triunfo de la selección -algo que debería ser normal pero que supone un desafío a la cotidiana dictadura del miedo- tienen mi abrazo más afectuoso. Y qué gozada que el nombre de España se corease en cada ciudad, en cada barrio y en cada rincón con tantos acentos distintos. Pues así me gustaría a mí que fuera mi país, como estos días parecía por momentos: diverso y plural pero unido, abierto e integrador, con un sugestivo proyecto nacional compartido.
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