Recuerdos navideños y antinavideños

Las navidades de mi infancia eran geniales, como las de casi todo el mundo. ¿Qué niño se resistiría a aceptar con entusiasmo un programa que incluye vacaciones escolares de casi veinte días, dulces, aguinaldo, ambiente festivo en casa y en la calle y, como mágica guinda, regalos traídos por unos Magos desde el Oriente?

Hasta que tuve nueve años, más o menos, mi familia nunca comía o cenaba junta en todo el año, por motivos de trabajo. Sólo en esos días fantásticos se producía el milagro de sentarnos todos a la misma mesa.

Inolvidable ese belén naif que poníamos en casa, en el que los personajes, en lugar de tener los rostros tan solemnes de otros nacimientos, tenían una cara infantil y sonriente, en un escenario que construíamos con musgo y papel de plata.

Y nuestro árbol de navidad a mí me parecía el más original del mundo, porque usábamos un cactus muy grande –como los de las películas del Oeste- que tenía mi madre, al que adornábamos con cintas y bolas de colores casi en cada pincho.

Entrañable también la tradición de que mis primos vinieran a casa en Nochevieja después de cenar y estrenasen el año fumándose unos puros con mi padre y riéndonos juntos con las ocurrencias de Ángel y Domingo.

Y el día 6, el ritual: despertar a mis padres muy de mañana para enseñarles eso que nos habían dejado los Reyes mientras ellos, somnolientos, fingían sorpresa. Y encontrar aquellos mensajes de los Reyes Magos en los que comprobábamos, asombrados, el gran conocimiento que tenían de lo que habíamos hecho –¡ay, esos pajes mágicos que siempre te vigilaban sin que te percataras!-. Y también cómo, con una letra sospechosamente parecida a la de mi padre –aunque entonces no nos diésemos cuenta de ello-, Sus Majestades nos enseñaban, año a año, la lección impagable de ser un poco mejores personas, de que nada era de nadie y todo debíamos compartirlo, y de que no siempre nos traían lo que habíamos pedido porque a veces ellos consideraban que otros juegos nos vendrían mejor aunque ahora no nos diéramos cuenta. Y nosotros sin rechistar y sin una queja, porque que para eso eran Reyes sabios y lo que traían era de regalo, no se admitían reclamaciones. Y luego a media mañana, a visitar a mi abuela, y a mis tíos, donde también los Magos nos dejaban siempre algo.

Con la adolescencia y la juventud, ya no me gustaban las navidades. Los Reyes Magos casi se habían olvidado de nosotros y todo lo demás había perdido mucha magia. Pero, además, el ambiente consumista de estas fechas tan señaladas, la hipocresía colectiva y esa sensación de tener que divertirse por obligación me estomagaban. Y, bueno, que ya desde entonces tenía vocación de nota discordante.

En Kilómetro Cero, la revista cultural que editábamos en el pueblo, dedicamos un número a la navidad, con un artículo a favor, que escribió Nuria, y un artículo en contra que escribí yo. Todavía lo tengo por ahí, despotricando punto por punto, sobre todo lo que no me gustaba de la navidad: la lotería que no me tocaba, los villancicos que me parecían estridentes, el champán que me daba dolor de estómago hoy y de cabeza mañana, la falsedad de tantas felicitaciones, el bombardeo de anuncios, el olvido al que me sometían los Reyes Magos…

Con todo, en aquella época resultaron divertidas algunas salidas en pandilla, y algunos ligues en Nochevieja fueron momentos dulces.

Unas navidades, mi amigo Mario, mi hermana Tere y yo decidimos montar un festival en el pueblo. Reclutamos a más gente joven, que participó con entusiasmo y creatividad. Mario y yo escribimos una obra de teatro –qué pena que no hayamos conservado el guión- en la que imaginábamos que el nacimiento de Jesús se producía en el actual Belén y la noticia llegaba a la sociedad de aquel momento. Por la obra pasaban una familia medio normal, el presidente norteamericano (creo que Reagan), un político español (que era un trasunto de Fraga, la diana favorita entonces para nuestros dardos por lo caricaturesco que nos parecía…) y una niña, que al final era quien encarnaba el sentimiento más auténtico. La obra pretendía ser crítica con el consumismo navideño y yo ahora la recuerdo –supongo que con la deformación del tiempo- como ingenua, disparatada, irreverente e ingeniosa. Junto con la representación teatral, hubo también música, canciones, trucos… y yo me empeñé en leer un poema.

No tenía remedio. Allí me planté en medio del escenario, sentado en un taburete y delante de un micrófono y leí el más hermoso y triste poema que conozco sobre la Navidad, uno de Alfonso López Gradolí.

… Y es Navidad,
tantas cosas perdidas, rostros, frases sueños,
unos nombres que fueron.

Creo que nadie me escuchó y tengo la sensación aún hoy de que todo el mundo estaba hablando mientras yo leía. Pero a mí, con dieciocho años, me daba igual, porque me bastaba con que alguien, en algún rincón de la última fila, pudiera estar percibiendo la belleza de aquellas palabras. O quizá ni eso, era lo que me pedía el alma, y a esa edad uno es asombrosamente atrevido.

El poema hablaba de ausencias. Y no sé por qué me sentía prematuramente identificado con aquellos versos. Al final, llegó esa otra navidad, la navidad que ya no fue blanca, la navidad que cambió las cosas, la navidad presentida en el poema. Aquella Nochevieja que sabía la última, mi padre, gravemente enfermo, me daba sus últimos consejos para cuando él no estuviera, mientras un nudo en la garganta no me dejó articular palabra ni decirle nada, en lo que fue sin duda el trago más duro de toda mi vida. Por la noche, cuando terminamos de cenar y mi hermano fue el primero en ir a verle a su dormitorio, le dijo que se encontraba “bien, aunque me sentía un poco solo” y le ordenó: “mira a ver, que en la librería habrá unos puros para cuando vengan tus primos”. Mis primos, dadas las circunstancias, no tenían intención de venir a festejar nada y menos a fumar delante de mi padre. Hubo que llamarles para que hicieran de tripas corazón y vinieran un año más a ver a su tío, al que el cáncer se iba a llevar pocos días después.

Ya nunca me reconcilié con las navidades. Supongo que sólo los hijos te reconcilian con ellas tiempo después.

Los siguientes años, las fiestas y la ilusión tenían ya nombre vasco de mujer. Y mis mejores recuerdos son cuando me decían “te ha traído un detallito el Olentzero”, o cuando nos íbamos a Bilbao y los carteles te deseaban “zorionak eta urte berri on”, cuando paseábamos en vísperas de Reyes por el botxito iluminado hasta llegar al Arenal, y me encantaba cómo cada rincón que formase parte de su vida pasaba a ser parte de la mía. También recuerdo con especial cariño aquella Nochevieja en que la nieve nos dejó atrapados en Madrid y los dos solos en casa, tuvimos una cena improvisada a toda prisa que a mí me pareció maravillosa.

Cuando ya no tuve pareja, cenaba con mi familia en Nochebuena y Nochevieja y luego me escapaba a vivir los Reyes con mis amigos Mario y Clara, a revivir aquella vieja ilusión ahora en los ojos de su hija, Cristina.

En los últimos años, tras la cena familiar de Nochebuena, me marcho de viaje fuera de España. Ahora la mejor opción me parece aprovechar estos días para desconectar, porque viajar es una de las cosas que más me divierte. Pero es verdad, por qué no reconocerlo, que esos viajes tienen también mucho de huida.

Porque ya no tengo esa maravillosa inconsciencia de los dieciocho años, ese valor para salir al escenario de la vida y, sin importarme nadie ni nada, recitar otra vez aquellos versos de Gradolí:

Hoy te recuerdo
como nunca pensé podría hacerlo...

Buenos y felices por decreto

El título podría servir perfectamente para reflexionar sobre estas fechas que se nos avecinan, pero no va por ahí.

Cada vez más, nuestros políticos actúan como si las leyes por sí solas pudieran cambiar las cosas. No es que ellos lo crean así, sería demasiada ingenuidad. Sucede, seguramente, que han llegado a la conclusión de que, como resolver problemas complejos es a su vez complejo, resulta más vendible y electoralmente más rentable promulgar una ley. Cuando se quieran evaluar los resultados de la misma, ya habrá transcurrido un plazo razonable, con lo cual habrá ocasión para renovar la confianza electoral, para echar la culpa a los ciudadanos (esos señores que no compran conejo en Navidad y que dejan un euro de propina cuando toman café, los muy irresponsables), para que la gente se haya distraído en otras cuestiones... o para huir hacia delante promulgando una nueva ley que sustituya a la anterior.

Yo sí creo que las leyes son necesarias para cambiar las cosas, pero no suficientes. La realidad es más compleja y, como señala el artículo 9.2 de la Constitución, los poderes públicos tienen la obligación de promover condiciones, buscar efectividad, remover obstáculos, incidir socialmente…Como eso es indudablemente difícil, los políticos se quedan en la mera proclamación formal de derechos, obligaciones y principios.

¿Que en España hay una cifra de accidentes laborales exagerada? Pues, en vez de hacer que se cumplan las normas de seguridad, se aprueban sucesivas reformas que las aumenten y, de paso –esto es una afición que no falla- que incrementen todo lo posible la burocracia. Muchos empresarios y muchos trabajadores siguen sin cumplir medidas elementales, pero todas las empresas tienen más papeles en sus estanterías por si llega un inspector.

¿Que hay inmigración ilegal, porque el sistema económico mundial fomenta la emigración forzosa de quienes no tienen cubiertas ni sus necesidades básicas? Pues sacamos una norma que legaliza a los que hay y que dice: es la última vez, hasta aquí hemos llegado, regularizamos a éstos pero ya queda prohibido que entren más, ¿eh? Y como todo el mundo sabe, no ha vuelto a entrar nadie ilegalmente en España desde entonces y el problema de los sin papeles quedó resuelto.

¿Que existe un problema de malos tratos en el ámbito familiar? Pues se promulga una Ley de Violencia de Género y asunto arreglado. Las víctimas siguen aumentando, pero ¿para qué vamos a cuestionarnos otros aspectos –educativos, sociales, informativos...- si ya tenemos una ley?

¿Que existe una atención insuficiente a las personas en situación de dependencia? Pues hacemos una Ley de Dependencia y en paz. A fecha de hoy, casi un año después, sigue sin cumplirse, pero nadie lo denuncia. Este año sólo hubiera cubierto a los dependientes severos -a pesar de que la publicidad nos hace creer que afecta a todos- pero es que, incluso respecto a esos grandes dependientes, no se están resolviendo las solicitudes presentadas ni concediendo aún las ayudas y el año está a punto de terminar. No conozco a ningún solicitante que, desde el mes de abril en que se abrió el plazo de solicitud, haya recibido ni un solo céntimo en las dos comunidades autónomas donde me suelo desenvolver. Pero, exceptuando a los propios afectados, lo que le llega a la mayor parte de la gente es una bonita campaña publicitaria del Gobierno diciendo que ahora los dependientes tienen ya la vida resuelta.

¿Que la discriminación por razón de sexo sigue manifestándose en muchos ámbitos? Pues nada, una Ley de Igualdad y todo solucionado. Junto con algunas medidas muy positivas (permiso de paternidad, cambios en la maternidad, etc.) se incluyen un montón de declaraciones meramente literarias y algunas ocurrencias paritarias, y eso se vende ante la opinión pública como un avance que ha terminado con siglos de desigualdad familiar y laboral.

En esta línea, ayer el Congreso decidió terminar con los malos tratos a menores. Es que están lanzados. El Código Civil decía que los padres podrían “corregir razonable y moderadamente a los hijos”. Según el Gobierno, eso era una puerta abierta al maltrato. No salgo de mi asombro: o yo no entiendo el castellano o no veo esa puerta por ningún lado. Y, desde luego, ningún Juzgado interpreta ese precepto como legitimador del maltrato. El maltrato infantil ya está claramente prohibido y castigado en el Código Penal, no hace falta modificar la ley para que sea así. Lo que hay que hacer es establecer medidas para cumplirla y aplicarla. Ayer, tras amplio debate, se ha suprimido esa frase. ¿Esto quiere decir que los padres ya no podrán corregir razonable y moderadamente a los hijos? No entiendo nada.

Así que, además de resolver de un plumazo la siniestralidad laboral, la inmigración ilegal, la violencia doméstica, las carencias de los dependientes y la discriminación a la mujer, como guinda de la legislatura acabamos de solucionar también por ley el maltrato a menores. Otro problema menos. Qué afortunados somos con legisladores tan eficaces.

Para el año que viene espero que los que salgan elegidos prohíban por ley la infelicidad, el dolor, la enfermedad o incluso el aburrimiento. Serían también avances históricos.

Cada vez me parece más razonable uno de los consejos que D. Quijote le daba a Sancho Panza cuando éste era gobernador de la Ínsula Barataria: “No hagas muchas pragmáticas, y si las hicieres, procura que sean buenas, y sobre todo que se guarden y cumplan, que las pragmáticas que no se guardan es lo mismo que si no lo fuesen”.

 
(Ilustración: Pablo Egea Palomares, Justicia de los Reyes. Banco gratuito de Imágenes del CNICE-Ministerio de Educación).

Tía Ana

En mi vida de estos últimos días, mis asuntos particulares se siguen superponiendo a los que pudieran tener interés general. Imagino que a muchos lectores del blog no les dirán nada estas historias tan personales, pero no sería fiel a lo que pienso y a lo que siento, a lo que ahora ocupa mi mente y mi corazón, si hablase de otras cosas. Lo malo es que, si ayer era la celebración de un cumpleaños especial, hoy lamentablemente es una vivencia triste.

Tío Juan y tía Ana eran nuestros familiares que vivían en Zaragoza. En realidad, tío Juan era primo hermano de mi padre, ya fallecido. En muchas familias a nuestro parentesco no lo llamarían tío sino primo, pero para nosotros siempre han sido nuestros tíos. Por un lado, porque mi padre y él eran primos hermanos de doble vínculo, o sea, sus padres fueron dos hermanos que se casaron con dos hermanas, los Galán y las Estévez. Pero, sobre todo, porque, desde que tío Juan quedó pronto huérfano, siempre habían vivido puerta con puerta, se habían tratado como si fueran hermanos y habían estado estrechamente unidos.

Mis tíos no tuvieron hijos, por lo que a todos sus sobrinos nos trataban con un cariño muy especial. Vivían en Zaragoza -la ciudad de mi tía- y venían todos los años a El Hoyo de Pinares (Ávila) -el pueblo de mi tío y el nuestro-, a pasar el verano.

Durante cada temporada estival, a lo largo de toda nuestra infancia, tío Juan y tía Ana eran nuestros acompañantes para ir a bañarnos a la piscina y en mil y una historias más.

Fomentaban, además, nuestros juegos, nuestra imaginación y nuestra creatividad. Por ejemplo, recuerdo que tío Juan organizaba una especie de concurso literario entre nosotros, en el que los sobrinos –individualmente o por grupos- escribíamos e ilustrábamos un relato. Al final todos recibíamos algún premio de distinto contenido –a la redacción, a la imaginación, a los valores humanos…-.

Nos traían siempre algún regalo, generalmente libros. A ellos les debo, entre otras muchas cosas impagables, el haber alentado mi afición a la lectura y buena parte de mi curiosidad intelectual.

Mi tío es muy aficionado a la fotografía y todos los veranos hacía muchas fotos. Al cabo de los años, tiene sin duda el álbum más completo de toda nuestra historia familiar. Por ejemplo, la foto de mi hermana Tere de niña que ilustraba la entrada anterior la hizo él, como tantas y tantas otras de una parte de nuestra vida que ahora podemos visualizar y de la que, de otra forma, no habría ningún testimonio gráfico y sólo estaría en nuestra memoria.

Mi hermano se llama precisamente como él, Juan Bautista, por esa cercanía y cariño que siempre han tenido nuestras familias.

La mañica tía Ana, siendo novia –o quizá ya joven esposa- de mi tío había sido a veces confidente de mi padre, esa amiga a quien le contaba amores, inquietudes, ilusiones o frustraciones.

Era también la persona creativa y habilidosa que nos regalaba a todos uno de los preciosos esmaltes que ella misma elaboraba, con el escudo de nuestras titulaciones universitarias cada vez que un sobrino se iba graduando.

Mi tía tenía también una curiosa y amplia colección de esas cucharillas -normalmente de plata aunque no siempre- que suele haber con los escudos de países o ciudades. En mis viajes, en los que cuento en el blog y en algunos otros anteriores, siempre que veía la cucharita con el escudo del lugar se la traía. Dado su grave estado de salud, ya no resultó oportuno ni tenía mucho sentido entregarle la última. Ahí anda, pues, de acá para allá en mi maleta, como sin saber dónde diablos quedarse, la cuchara con el escudo de Viena que ya nunca podré regalarle.

Esta noche ha muerto tía Ana. Si tuviera que resaltar un par de ideas sencillas pero esenciales, sin duda destacaria la larga historia de amor que han protagonizado mi tío Juan y ella, y también diría que fue lo más importante que se puede llegar a ser en la vida: una buena persona.

Hace unos años, cuando publiqué mi libro de recopilación de fotografías antiguas de nuestro pueblo, Imágenes del Ayer, les regalé un ejemplar a mis tíos con una dedicatoria. No la recuerdo literalmente, pero puse algo muy parecido a esto: "Cada verano se repetía una misma historia. Alguien decía '¡han venido tío Juan y tía Ana!' y ya había unos niños revoltosos corriendo como locos a encontrarse con vosotros. En vuestra maleta siempre nos traíais como regalo algunos libros, las fotos del año anterior y mucho cariño. Ahora, tantos años después, soy yo quien os regala un libro, unas fotos y también todo mi cariño".

Dentro de apenas unas horas saldremos hacia Zaragoza, para acompañarla en su último viaje al pueblo. Esta vez ya no vendrá con una maleta con libros y con fotos. Pero nos consta, lo hemos palpado y sentido estos días, que, en cada uno de sus últimos pensamientos, siguió manteniendo el cariño de siempre. El mismo con el que nosotros ahora, dolorosamente, tenemos que despedirla.

(Foto: tía Ana en la boda de Juan y Ruth, agosto 2006).

Cumpleaños feliz

Es lo que tiene la gente positiva. En lugar de lamerse las heridas, como hacía yo en Cosas de la edad, mi hermana Tere cogió hace unos días el toro por los cuernos y, a punto de cumplir los 40, se dio a sí misma una fiesta, sin complejos.

Reunió a buena parte de sus amigos, además de novio, hermanos y cuñada, más algunos primos que estaban ese día por el pueblo, porque juntar también en la misma celebración a toda la familia (abuela, tías y todos los primos…) hubiera sido entrañable, pero con una asistencia equivalente a una boda multitudinaria; posiblemente siga celebrándolo por fascículos con otras personas en cuanto tenga ocasión.

Aparte del picoteo –incluidas las célebres croquetas que prepara mi madre, que son imbatibles-, nos comimos unos arroces estupendos cocinados por Txati, Isa y Burgui. Como, entre las amistades de mi hermana, el que no es creativo poco menos que hace el ridículo, tuvimos de todo. Los cantautores Eva de Goñi y Andrés Molina nos deleitaron con un miniconcierto. La prima Chus (o sea, la periodista Chus Galán, de Telemadrid) hizo de reportera para Trastienda Directo con una delirante entrevista a los cocineros, y como presentadora de parte de la gala. Y también peparó con sus hermanas Rosi y Mª Eugenia una sopa de letras con palabras de la vida de Tere. Yo mismo -como, por el bien de todos, es mejor que no cante- leí el poema Como siempre, de Mario Benedetti, convenientemente adaptado para mi hermana y, además, propuse un juego colectivo, Psiquiatría, que estuvo divertido, pero hubiera dado mucha más risa si la jodía homenajeada fuera menos perspicaz. Arturo, profe de música, cantó ópera mientras el novio de Tere, Burgui, interpretaba en play back la escena, entre las risas del respetable. Como guinda, Burgui le dedicó una canción a Tere con letra suya y música de Andrés. Y todo el personal se entregó luego con entusiasmo al karaoke.

Hoy, 12 del 12, es de verdad su cumpleaños. Yo creo que entra muy de tarde en tarde al blog, así que no pienso avisarla, ya lo verá cuando corresponda.

Pero, con la certeza de que tener hermanos como los míos es un lujo, dejo aquí hoy para Tere tres regalitos para sus 40 tacos.

El primero, la felicitación, a cargo de los payasos de nuestra infancia.


El segundo, una pequeña selección de fotos de la fiesta.



Y, finalmente, unos cuantos saludos que, como dicen los periodistas, “han llegado a nuestra redacción”, de un puñado de amigos, presentes o ausentes en esa fiestuqui, y que hablan por sí solos:

Teresita, tras más de veinte años de amistad, sólo puedo recordar cosas buenas de ti, los 40 te han sentado fenomenal, eres un cielo de persona, no cambies nunca. Muchas felicidades y que compartas muchos cumpleaños con nosotros.
-Bea y Pelayo-

Pocas cosas han empezado tan mal y han acabado tan bien. Gracias por estar ahí, a pesar de mí.
-Diego-

Querida prima: siento comunicarte que entras en otra década de tu vida y que, aunque te mantienes con aspecto juvenil, ya eres mayor. Un beso enorme y que celebremos muchas fiestas tan divertidas como la del otro día.
Pd.: ¿Cuándo nos vas a dar la fecha de la boda? Je, je

-Samuel-

Lauogei urtabetetxe zoriontxu, biotz biotzetik. Oso maite zaitugu. Gero etorriko dugu ikustera. Muxu berezi oso haudia, latana. Ondo pasa eta urte urrengoa bikaina izango da aunez.
Feliz traducción.

-Isa y Txati-

Hace 20 teníamos 20. Y dan para mucho; sobre todo contigo, que nunca te ha gustado quedarte quieta. ¡Lo mismo me pone un bar que se me hace psiquiatra! Han sido muchas cañas en el ‘Capi’, algún Faemino y Cansado, muchas conversaciones a media voz, muchas canciones, muchas miradas… Una vez, en una cena en el bar ‘Los amigos’ (qué casualidad el nombre) te preguntabas hasta dónde conseguiríamos llegar en nuestra amistad. Yo sé dónde estás, tú sabes dónde estoy. Felicidades, Amiga.
-Nane-

Tú me enseñaste, entre cervezas y mejillones, que la vida son rostros: rostros ingenuos, rostros alegres, rostros tristes, enfadados, mandones, cariñosos, musicales y chistosos; rostros sinceros y pacientes, tolerantes, amables y entrañables; rostros amistosos y amigos… En fin, rostros que me han hecho ser mejor, crecer y entonar.
Tú eres uno de mis rostros.
Felicidades. Te quiero un montón. Besos,

-Yoli-

Me alegro mucho de haber estado en tu 40 cumpleaños y espero estar en los próximos 40 o más.
Muchos besos y felicidades de Sofía y de mí.
-Laura-

(Fotografías de la fiesta hechas por el autor y foto de Tere niña hecha por Juan B. Galán Estévez)

Jamming

Otra recomendación teatral y de humor, y ésta la hago con entusiasmo, porque me voy a convertir en decidido propagandista de esta gente entre mis amigos y conocidos.

Magda tuvo la buena idea de llevarnos a ver anoche a Jamming, una compañía que se dedica a la improvisación teatral y que actúa todas las semanas en la sala Tis de Lavapiés, que últimamente es mi barrio favorito en Madrid (¿verdad, May?).

Jamming está integrado por cuatro actores, todos sensacionales y complementarios entre sí: Paula Galimberti, Juanma Díez, Joaquín Tejada y Lolo Diego, junto con el responsable de la música y los efectos sonoros, José Carralero, que en realidad también forma parte de la improvisación.


El público participa indirectamente con sus sugerencias: todos los asistentes escriben en unas tarjetas lo que quieran: una palabra, una frase… y esas tarjetas se van utilizando a lo largo del espectáculo aleatoriamente. En algunos momentos serán el título de una improvisación. En otras ocasiones serán expresiones que los intérpretes tendrán que encajar como parte de un diálogo que mantenga cierto sentido (aunque, con lo que escribe la gente, a veces el surrealismo está servido). Por el propio bien de los actores, mis tarjetas no salieron: una ponía simplemente Abstención y la otra ponía Estás más seco que el ojo de tía Pericona, pero les aseguro que las que salieron no desmerecían en nada.

Cada improvisación, además, se adaptará -también dejando actuar al azar en cada caso a la hora de elegir- a lo que sus autores llaman estilos, que a veces son géneros (ciencia ficcioning, aventuring, erotiquing, musicaling…) pero que a veces son algo más concreto y tan partiente como almodovaring, versing, cine argentining

Cada función es, por tanto, irrepetible. La estructura del espectáculo y ciertos recursos que utilizan sus protagonistas se mantienen, pero el contenido concreto es único cada día.

Los actores son fantásticos en cuanto a las dotes interpretativas y a las cualidades de adaptación pero, sobre todo, destacan en su capacidad de improvisación, su imaginación, su ingenio. A mí todavía me duele de reirme anoche.

Les dejo una muestra, que es una improvisación estilo abrevianding, en la que la misma historia la van reduciendo progresivamente en tiempo de duración. Da una idea del tono, pero no es lo mismo: en vivo y en directo este tipo de espectáculos gana muchísimo, porque es cómo realmente se vive de cerca esa sensación de presenciar algo que no está escrito, que se está haciendo ante nuestros ojos. Háganme caso, vayan a verlos y déjense sorprender, lo pasarán bien.

Moscú


Aprovechando el puente de Todos los Santos, hice una escapada a Moscú con unos amigos. Dicen que lo más conveniente es contar con más días y hacer el circuito Moscú-San Petersburgo, para conocer también la otra ciudad que durante más de dos siglos fue capital de la Rusia zarista. Pero, en nuestro caso, el tiempo limitado sólo nos daba para visitar un poco la actual capital.

De Moscú –y de Rusia en general- me resultaba interesante, sobre todo, acercarme a la realidad de un país de tanto peso en amplias etapas de la historia mundial, a caballo entre Europa y Asia, e indudablemente lleno de singularidades.

Moscú es una ciudad cargada de historia, cuyos orígenes se remontan posiblemente al siglo XII, aunque como puesto defensivo, muy lejos de su posterior apogeo.

Hablar de Moscú evoca en nosotros, sobre todo, dos épocas bien diferentes: la capitalidad del imperio de los zares entre los siglos XVI y XVIII y la capitalidad del imperio soviético en el siglo XX.

Me llamó la atención que, así como otras naciones del Este europeo, por lo que he visto, han evolucionado de forma notable, Rusia sigue teniendo no pocos comportamientos típicos de Estado policial, demasiados restos de esa mentalidad cuando ya han transcurrido más de quince años desde que desapareció la URSS.

Para entrar en el país, necesitamos obtener previamente visado, lo que se convirtió en un engorroso trámite lleno de peripecias hasta el último momento. El formulario de solicitud me preguntaba si había estado alguna vez en Rusia, cuántas veces y dónde, si conocía a alguien allí, dónde trabajaba yo (con datos de nombre de empresa, dirección, teléfono…), mi puesto de trabajo concreto, qué días exactos iba a estar en Rusia y en qué ciudades, etc., etc. Las tarjetas que abrían las puertas de nuestras habitaciones del hotel sólo estaban activadas para un día (a pesar de que la reserva era efectiva para varios); después comprobaron que seguíamos allí y volvieron a recargarlas. Tuve la sensación de pasar más controles policiales y del ejército en menos de cuatro días que a lo largo de toda mi vida. El macro-hotel, construido para las Olimpiadas de Moscú de 1980, conservaba la estructura de control propia de la época: había un vigilante en cada zona de ascensores y estaba compartimentado, de forma que no podías acceder a todas las zonas y que para ir, por ejemplo, de la planta 16ª a desayunar a la 2ª, necesariamente pasabas nuevamente por la planta baja y por la mirada del vigilante. Todas las puertas de acceso exterior -¿hace falta decirlo?- eran giratorias y se bloqueaban si intentaba salir o entrar demasiada gente a la vez. En un concierto de música al que asistimos había personas encargadas simplemente de bloquear los pasillos entre las butacas (?), otros de custodiar el escenario… El caso es que a mí llegó a resultarme agobiante, ahora que será mucho más light y estando sólo unos días, así que me imagino cómo debía ser el control asfixiante en la etapa soviética y para quienes vivieran allí de forma permanente. Yo creo que en el fondo ahora nadie vigila ya nada en serio, pero no pueden dejar a tanta gente desempleada en un país donde toda la población trabajaba para el Estado.

Y ésta es la segunda impresión que me despertó curiosidad, la organización y la mentalidad funcionarial de la población. En una nación donde todo el mundo era antes empleado de un Estado omnipresente, hay aún personas con ocupaciones aparentemente absurdas, o cuando menos improductivas y antieconómicas desde una mentalidad occidental. En el hotel, no menos de media docena de recepcionistas se encargaban de recoger el pasaporte e inscribirte. Pero luego para devolverte el pasaporte había otros, cometido que se desarrollaba en mostradores diferentes, al más puro estilo burocrático de una ventanilla para cada cosa en lugar de una recepción convencional. Había empleados que aparentemente vigilaban, como ya dije, presencialmente y con un monitor, cada zona de ascensores. En lugar de existir una sola tienda en el hotel, que podrían haber atendido una o dos personas, había varias microtiendas, cada una de un tipo de género y atendidas por señoras distintas. Otra mujer se encargaba del guardarropa ¡durante el desayuno! (ni que decir tiene que, los pocos que bajaban a desayunar con ropa de abrigo y no la dejaban en la habitación la colocaban a su lado sobre una silla), dos mujeres más tenían por cometido anotar cuál era la habitación de los que entraban al comedor, una estaba permanentemente apostada junto a la máquina de zumos para ir reponiendo... Otra buena señora debía tener por misión vigilar los baños (no le vi otra explicación a su presencia, sentada permanentemente junto a la puerta de los mismos todo el día)… y así. Obviamente, de todos estos empleados que cito ya se imaginarán que ninguno tenía demasiado agobio de trabajo que digamos, más bien parecían en actitud de ver pasar los años hasta que les llegase la jubilación.

El vuelo Madrid-Moscú tardó alrededor de cinco horas y, además, cuando llegas a Moscú son dos horas más tarde que en España, con lo cual pierdes buena parte de un día en el desplazamiento, aunque lógicamente ganas esas dos horas a la vuelta.

La moneda, el rublo, no está en los sistemas monetarios internacionales, por lo que el tipo de cambio se establece administrativamente. No se consiguen rublos con facilidad fuera de Rusia ni éstos tienen ninguna utilidad una vez que abandonas el país. La unidad fraccionaria, el kopek (una centésima de rublo), es ya despreciada por los ciudadanos rusos (como pasa aquí con las monedas de un céntimo o peor).

Aunque aprendas algunas palabras en ruso, sólo te sirven para el lenguaje verbal. Conocer cómo se pronuncian no te vale de nada para descifrar rótulos, salvo que seas muy aplicado y aprendas también a leer el cirílico. No obstante, como en todas partes, en ciertos establecimientos y entornos turísticos te puedes manejar en inglés… y siempre con el universal idioma de los gestos.

A la hora de comer, el ruso y el alfabeto cirílico, como imaginarán, no los entendíamos nada y las traducciones de los platos al inglés no siempre eran muy ilustrativas pero, sobre todo, no controlábamos el tamaño habitual de las raciones de lo que estábamos solicitando, con lo que el resultado fue un tanto surrealista en alguna ocasión. Hubo un día en que pedimos cada uno un primero y un segundo, sí, perfecto, hasta ahí todo correcto, pero aproximadamente como si en España un grupo de turistas hubiera pedido para cada persona unas judías con chorizo y oreja de primer plato, un chuletón con patatas fritas de segundo y una paella de marisco en el centro de la mesa para compartir. La rusa nos debió tomar por la familia de Obélix y ni se molestó en advertirnos de que nos estábamos pasando de largo. En mi caso, me comí de primero una super ensalada que tenía de todo y con la que yo –a pesar de ser más bien tragoncete- ya me daba por enteramente satisfecho. Hubiera renunciado al segundo si no lo hubieran tenido preparado, porque me temía lo peor. Y lo confirmé: aparecieron con una fuente alargada –para mí solo- conteniendo una parrillada de carnes variadas con una amplia guarnición de patatas y de vegetales. Mientras tanto, para completar el desaguisado, Cristina, de seis años, miraba extrañada a su padre mientras le servían el segundo plato:

- Papá, ¿dos sopas?

A mí me entró la risa tonta y casi me atraganto. Efectivamente, dos sopas gigantes, una en la que yo creo que echaban todo lo imaginable (piensen en cualquier alimento que se les ocurra, seguro que estaba incluido en aquella sopa), y luego unos raviolis caldosos rellenos de no sé qué. La pobre se comió sus sopas resignadamente y como pudo. Un cielo.

El corazón del barrio más antiguo, el Kitai Górod, y de la propia ciudad de Moscú es la Plaza Roja. El nombre no guarda relación con el comunismo, es mucho más antiguo. Proviene de la voz rusa krasnii, término que quería decir originariamente bella (sería, pues, la Plaza Bella) pero que luego ha venido a significar roja. La explanada tiene unos 500 metros de longitud y se originó cuando Iván III mandó derribar a finales de siglo XV todas las edificaciones que había delante del Kremlin. A lo largo de siglos, ha visto de todo: fue mercado y ha sido escenario de manifestaciones populares, actos religiosos, actos culturales, conciertos, desfiles, discursos políticos y ejecuciones.

urante nuestra estancia andaban por allí con los preparativos para los actos de la nueva fiesta nacional, el Día de la Unidad Nacional, el 4 de noviembre. Es la fecha en la que se venció al invasor polaco en 1612, aunque la mayoría de los moscovitas desconocían por completo qué se celebraba, al ser una fiesta instaurada muy recientemente y sin ningún arraigo popular.


Antes la fiesta nacional tenía lugar el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución de 1917, de la que este año se cumplían precisamente 90 años. De hecho, algunos que añoraban el pasado prefirieron ir anticipando ya la celebración de esa otra efeméride.


En la Plaza Roja está el emblemático edificio de ladrillo rojo del Museo Histórico.

En la calle de atrás, la Plóschad Maneznaya, frente a la parte posterior del edificio, se erige la estatua del mariscal Georgi Zukov, uno de los héroes de la segunda guerra mundial.

En esa zona, la entrada a la Plaza es la Puerta de la Resurrección, con sus torres gemelas rematadas por capiteles verdosos y en cuyo interior hay una capilla de la Virgen Iveriana. Es una reconstrucción hecha en el siglo XX de la originaria del siglo XVI y que había sido demolida en 1931.

En los alrededores, se dan cita vendedores de todo tipo de recuerdos: monedas antiguas, distintivos militares soviéticos, los típicos gorros rusos o las célebres muñecas matrochka de distinto tamaño que se guardan una dentro de la otra. Incluso por allí había unos ingeniosos disfrazados de Lenin y del zar Nicolás por si querías hacerte una foto con ellos.

También en la Plaza está el Mausoleo Lenin. En contra de sus propios deseos y de los de su viuda, las autoridades soviéticas decidieron conservar momificado el cuerpo del que fuera el gran líder bolchevique durante la revolución de octubre y primer presidente soviético, Vladimir Illich Uliánov, conocido como Lenin. Ninguno de mis acompañantes quiso esperar cola para ver el cadáver embalsamado de este personaje histórico, pero a mí me pareció que son oportunidades que posiblemente no se repitan, así que les dejé tomando unas cervezas mientras fui a visitarlo.

El mausoleo es una pequeña pirámide de granito rojo y labradorita negra. En el interior, a un nivel inferior al suelo de la plaza, se conserva, en una dependencia oscura, la urna de cristal, suavemente iluminada, con el cuerpo de Lenin embalsamado, de cuya conservación se ocupa un laboratorio. Durante unos años dicen que se expuso también el cuerpo de Stalin, pero tras la desestalinización del país y la llamada autocrítica severa en la etapa de Jruschov, se retiró y fue enterrado en los jardines de la parte posterior del mausoleo, junto a la muralla del Kremlin. Allí están también sepultados otros presidentes de la URSS más cercanos a nosotros en el tiempo, como Bréznev, Andropov y Chernienko, cada uno con su respectivo busto como recordatorio y unas flores artificiales. En este lugar honorífico yacen igualmente los restos de 400 figuras ilustres de la época soviética, entre los que cabe citar a Yuri Gagarin (el primer astronauta), el escritor Máximo Gorki o el periodista estadounidense John Reed, autor de Diez días que conmovieron al mundo (¿recuerdan? era el personaje de la película Rojos, dirigida y protagonizada por Warren Beatty).

Yo pensaba que el único lugar dónde no se podían hacer fotos era el interior del mausoleo y cuando salí de la pirámide, saqué alegremente mi cámara. De hecho, llegué a hacer una foto con absoluta normalidad, porque coincidió que el soldado de la zona estaba de espaldas y no me vio. Pero, antes de que hiciera la segunda, me cazaron. En un momento dado, una mano llegó por detrás de repente y me sujetó fuertemente la muñeca. El soldado, dándome una charla en ruso enfadadísimo –o eso al menos parecía-, me arrebató la cámara y comprobó minuciosamente y sin soltarme que estaba apagada. Luego me conminó a guardarla -esto lo entendí porque fue por gestos- mientras yo no tenía que fingir cara de perplejidad: realmente era mi gesto espontaneo en aquel momento. Ya me veía deportado a Siberia. O, como poco, sn cámara o sin fotos del viaje. El caso es que no se entiende mucho la prohibición: se trata de un jardín exterior que se ve en buena parte desde fuera, porque sólo está protegido por una cadena, con lo cual con un objetivo decente puedes sacar fotos desde la propia Plaza Roja.

En la Plaza Roja están también los GUM, los Grandes Almacenes del Estado, que ahora es un gran centro comercial con marcas europeas –la inevitable Zara entre ellas- y establecimientos de hostelería de estilo occidental. Algunos dicen que es la galería comercial más hermosa del mundo. Allí debe de ser típico que vayan las recién casadas a hacerse fotos en las galerías de los GUM con su traje de novia, porque nos encontramos a varias.

Sin salir de la Plaza, tenemos la pequeña Catedral de Kazán, una reconstrucción de la originaria, que fue demolida en 1936 y que albergaba el icono de la Virgen de Kazán, a quien se invocaba en la campaña militar contra los invasores polacos.

Pero la mayor maravilla de la Plaza Roja y posiblemente de Moscú, para mi gusto, es la Catedral de San Basilio, un edificio del siglo XVI que, con las típicas cúpulas bulbosas rusas y lleno de colorido, parece de película de Disney.
La ordenó construir Iván el Terrible y la diseñó el arquitecto Postnik Yakovlev. La leyenda dice que le mandó cegar para que no crease nada de hermosura semejante (esto ya la he escuchado en varios sitios del mundo y referida a varias obras).

Realmente la catedral estaba consagrada en su origen a la Intercesión de la Virgen, aunque la veneración popular por San Basilio el Bendito, que fue enterrado allí y al que se dedicó una de las capillas, hizo que se fuese cambiando la denominación con la que es conocida.


Delante de la catedral está la estatua que representa a Minin y Pozarski, dos heroes populares de la resistencia frente al invasor polaco en el siglo XVII.
Junto a la Plaza encontramos el Kremlin, un recinto amurallado que fue primero ciudadela de los zares y más tarde cuartel general de la Unión Soviética, por lo que en la práctica ha dominado la vida rusa durante siglos.


La torre del Salvador, que da a la Plaza, era antes la entrada principal del Kremlin. Hoy, el acceso más frecuente es por otro lado, atravesando el puente y el arco de la Torre de la Trinidad, la más alta, con 76 metros de altura.

Al entrar nos encontramos a la izquierda la Armería Estatal, edificio del siglo XIX que hoy es un museo que alberga las colecciones estatales de arte y de joyas.
A la derecha, tenemos el Palacio Estatal, que acogía los Congresos del Partido Comunista de la Unión Soviética y en cuyo inmenso auditorio acudimos una noche a una actuación de ballet folclórico que congregó a unas cinco mil personas.
También está en el recinto del Kremlin la Administración Presidencial, el mismo edificio donde estuvieron antes las oficinas del Soviet Supremo.

En la arquitectura civil, destaca también el Gran Palacio del Kremlin, levantado en el siglo XIX como estancia de los zares y que incorporó el Palacio Facetado y el Palacio Térem. Albergaría después las sesiones del Soviet Supremo y hoy se utiliza para recepciones políticas y diplomáticas.

Dentro del Kremlin, la Plaza de las Catedrales agrupa, como su nombre indica, a varios edificios religiosos de notable interés.

La catedral de San Miguel Arcángel (s. XVI, aunque levantada sobre una construcción anterior) alberga las sepulturas de los que fueron zares y príncipes desde 1340 hasta el traslado de la capitalidad a San Petersburgo. Como todas las iglesias ortodoxas rusas que vimos, estaba completamente recubierta por frescos en todas sus paredes y techos.

La catedral de la Anunciación (s.XV) es la de más puro estilo ruso (el resto de las catedrales del Kremlin fueron obra de italianos), también decorada al fresco en todo el interior y con un ambiente de más recogimiento.

El Palacio del Patriarca (s. XVII) fue residencia de los líderes de la Iglesia ortodoxa rusa. Hoy es un museo de artes aplicadas y alberga también muestras permanentes sobre la historia del palacio y sobre la vida en el siglo XVII.

El campanario de Iván el Grande (s. XVI) pasaba por ser el edificio más alto de Moscú, con 81 metros de altura (yo creo que hasta que le superaron los rascacielos gemelos, que luego citaré), gracias a la torre de la Asunción, de cuatro plantas y rematado por una cúpula dorada.

La campana del Zar, de 200 toneladas, cayó en 1701 durante un incendio. La zarina Ana ordenó fundir una nueva con los restos de la antigua, pero aún estaba en proceso de fabricación cuando se produjo un nuevo incendio. Un trozo desprendido, por acción de agua fría sobre el metal caliente, se expone hoy a los visitantes en el suelo, junto a esa campana, dicen que la mayor del mundo.

Pero el edificio más importante de este conjunto es la catedral de la Asunción (siglo XIV), la principal iglesia moscovita, donde se coronaba a los príncipes y se daba sepultura a los metropólitas (una especie de obispos) y los patriarcas (la principal cabeza) de la iglesia ortodoxa rusa.

El estilo es una fusión de lo renacentista con elementos tradicionales de la arquitectura rusa. Si el exterior es precioso, el interior es imponente, con los dorados, la decoración pictórica y algunos elementos destacables como el tabernáculo, la cátedra del patriarca y el trono real de Iván el Terrible.

Fuera del recinto del Kremlin, hay otros edificios religiosos de interés. En las inmediaciones de la Plaza Roja está Ulitsa Varkava, una calle del que fue barrio comercial y en la que se levantan varias iglesias destacables, como la de San Máximo, la de Santa Bárbara o la de San Jorge, con sus cinco vistosas cúpulas.


Uno de los principales lugares de culto es hoy la Catedral de Cristo Salvador. El edificio originario (s. XIX) había sido volado por orden de Stalin en 1931 y su solar fue ocupado durante años por una piscina cubierta, aunque en el subsuelo quedaron restos, que ahora albergan el museo. El templo actual se reconstruyó a partir de 1994 y desde sus cúpulas se tienen muy buenas imágenes de la ciudad.


En Moscú encontramos siete edificios gemelos, levantados en los años cuarenta y cincuenta por el régimen comunista para impresionar al mundo. Son rascacielos de un estilo que se conocería como gótico-estalinista. Dos son hoteles, dos son edificios de viviendas, dos son Ministerios y el que vemos en la imagen es la Universidad Estatal.


Un punto de interés al visitar Moscú es, sin ninguna duda, el metro de la ciudad, muchas de cuyas estaciones son, en su interior, un auténtico monumento, con mármoles, mosaicos, esculturas, lámparas… Se comenzó a construir en 1931, con la participación del Ejército Rojo y de miles de voluntarios de la Joven Liga Comunista. Aunque los trenes están algo anticuados, la extensión de la red –más de 165 estaciones-, la frecuencia de paso -1 ó 2 minutos, salvo en las horas en que disminuye el tránsito de viajeros- y el servicio en general lo convierten en un sistema de transporte público muy eficiente.


Nos llamó la atención una curiosa tienda: la Galería de Alimentación Yeliseev, en el barrio de Tvserkaya, por su decoración interior tan suntuosa.

El célebre Teatro Bolshói (del siglo XVIII, aunque reconstruido tras un incendio en el XIX) es centro de ópera y ballet con un gran prestigio internacional y que lamentablemente no pudimos ver por encontrarse cerrado al público por remodelación.

Junto al mismo, en la llamada precisamente Plaza de los Teatros, están también el Teatro Mali (teatro pequeño) y el Teatro Académico de la Juventud Rusa. Por toda la ciudad hay taquillas para los conciertos y demás espectáculos de la intensa actividad cultural de la ciudad. La educación artística sí se potenció extraordinariamente durante el período comunista y parece que ha dejado una importante huella.

Es también mundialmente famoso el Circo de Moscú.

En la ciudad no parecen tener problema con la llamada memoria histórica en relación con los símbolos. Con independencia de que el país no se plantee la vuelta a un pasado superado, la Rusia de hoy se muestra respetuosa con su historia y con los restos monumentales de la URSS, de manera que conviven los símbolos actuales con estatuas de Marx, Engels, Lenin o distintos monumentos de la etapa soviética.

Obviamente, nos quedaron muchas cosas por ver, museos, calles, edificios… y sobre todo, hubiera resultado curioso mezclarnos más con la gente, aunque no es fácil por el idioma y porque tampoco nos parecieron muy accesibles ni simpáticos. Una persona me decía que no es cuestión de carácter, sino de estado de ánimo: padecen precios como los de aquí o más caros, pero tienen que afrontarlos con los reducidos sueldos de allí.

Como suelo decir, cuatro escasos días y una simple entrada de un blog no dan para mucho más.

Dentro del apartado de fotos anécdóticas, como verán actuaba por allí este joven:


A los amigos que me preguntaron por las rusas les confirmo que, efectivamente, son muy guapas o, al menos, de un tipo de belleza que para nosotros es muy llamativa. Si ven el comentario sobre las checas, aún se queda corto al lado de las espectaculares jóvenes rusas . Y para quienes me preguntaban malévolamente que si me iba a buscar una novia rusa, decirles que sí, que de hecho la encontré como pueden ver en la imagen:

Y la respuesta a otra pregunta que todo el mundo hace cuando le comentas que has estado en Moscú: sí, hizo bastante frío, helado y cortante, veinte grados menos de lo que se registraba en las mismas fechas en Madrid. Aunque, para un abulense, nada especialmente sorprendente si vas debidamente abrigado. Sólo nos nevó un poco el último día. Comenzaron a caer los copos, como quizá se aprecie un poco en la foto, cuando estaba en un mercadillo de artesanía, ya a escasas horas del regreso.

Sin duda, mereció la pena la escapada. Lo pasamos bien, echamos nuestras correspondientes risas a propósito de mil situaciones y conocimos muchas cosas curiosas e interesantes. Viaje muy recomendable.

(Fotografías del autor, excepto las que aparece el propio autor -hechas por Mario Marín- y la del cuerpo embalsamado de Lenin -ya saben, no se podían hacer fotos en el Mausoleo-).