Medinaceli

Tras la jornada en las Hoces del Duratón y Sepúlveda y el posterior viaje a la ciudad de Lleida y a la comarca leridana de La Segarra, la siguiente escapadita estival fue por tierras de Soria. Nuestro propósito era visitar a Fernando Sánchez Dragó, con el que había quedado en su casa de la pequeña localidad de Castilfrío de la Sierra, para, a continuación, disfrutar todos de una cena que nos tenía ofrecida hace tiempo el también escritor Antonio Ruiz Vega en el vecino pueblo de La Rubia. Pero, aprovechando el desplazamiento para esas citas, a la ida hicimos parada en la villa de Medinaceli y, antes de regresar a Madrid, nos acercamos también a conocer la capital soriana.

Aunque hay controversia entre los historiadores, algunos sostienen que la actual Medinaceli sería Occilis, un asentamiento clave en la guerra de los romanos contra los celtíberos citado por el historiador Apiano. En todo caso, es indiscutible que los romanos dejaron en la zona una huella visible, sobre todo en su célebre arco, que data probablemente del siglo I, así como en otros restos arqueológicos de interés (fragmentos de muralla, cimentaciones, mosaicos, lápidas…).


Tras un período histórico en el que se tienen pocas noticias de la zona, en la época de dominio musulmán ya existe como tal la ciudad de Medinaceli (denominación que, según algunos estudiosos, podría resultar de la unión de la palabra árabe Medina con el antiguo nombre celtíbero Ocile). De esa época se conserva también un arco árabe.

Se dice que el compañero del Cid, Álvar Fañez de Minaya, fue quien primero tomó Medinaceli a los árabes, aunque se limitó a imponer un tributo. La ciudad cayó luego bajo dominio del rey de Aragón Alfonso I el Batallador y, a su muerte, la reclamó el rey castellano Alfonso VII -hijo del matrimonio entre el citado monarca aragonés y la reina Urraca I de León y Castilla- quien otorgó a la localidad un fuero municipal.

En el siglo XIV la villa deja de ser de realengo porque el rey Enrique II se la dona a D. Bernal de Bearne por su ayuda en la guerra mantenida contra su hermano Pedro I el Cruel. Lo que comienza siendo el Condado de Medinaceli se transformará más tarde en Ducado.

Medinaceli conserva la ermita del Beato Julián (siglo XVII), la ermita renacentista del Humilladero, la iglesia de San Martín, la antigua Colegiata de Nuestra Señora de la Asunción y el convento de Santa Isabel. En la arquitectura civil, destaca el palacio ducal, que da a la plaza mayor.

Fue una visita muy fugaz, lo justo para entrar en la Oficina de Turismo, dar un breve paseo a pie por las calles de la localidad, comer en uno de sus excelentes asadores y continuar hacia nuestro destino. Habrá que volver más despacio.

(Fotografías del autor, excepto Plaza Mayor de Medinaceli, de Montse Poch, de la galería Creative Commons de Flickr).

Montfalcó Murallat y Sant Ramon

En la comarca leridana de La Segarra podemos encontrar muchos municipios de interés: Cervera, Guissona, Torà… Pero, dada la limitación de tiempo de mi estancia, seleccionamos una pequeña excursión por la zona en la que nos detuvimos especialmente en dos lugares: Montfalcó Murallat y Sant Ramon.


Montfalcó Murallat es una pequeña aldea medieval, una fortaleza situada en lo alto de un monte y que pertenece al término municipal de Les Oluges.

Esta fascinante villa es “un caramelo para el paladar artístico de los viajeros”, como acertadamente afirma el escritor Vidal Vidal en su libro Les Rutes de Ponent.

El territorio donde se halla era la marca fronteriza de la Segarra entre cristianos y sarracenos. A raíz de la repoblación de esta tierra por el conde de Berga, Bernat I, en el siglo XI, se construye el castillo y en torno al mismo todas las demás dependencias, dentro de un recinto fortificado.

Se trata, como digo, de una villa completamente amurallada, que no tiene más que el castillo y una decena de casas adosadas a la muralla. Al pueblo se accede por un único portal y se va transitando por una calle circular -con apenas algunas callejuelas de acceso a ciertas dependencias- y todo ello desemboca en una plaza central.



Todo el pueblecito está construido en piedra. Paseando por la villa encontramos curiosos restos de las instalaciones medievales, como un horno comunitario, la cisterna que recogía el agua pluvial y los lagares del vino. También se pueden admirar los detalles constructivos de su muralla milenaria bordeándola por su exterior.

La verdad es que entrar en el cautivador recinto de Montfalcó constituye un viaje en el tiempo que nos lleva diez siglos atrás. Uno tiene la sensación de que, en cualquier momento, se va a encontrar con algún sirviente del señor acarreando víveres o con algún guerrero medieval.

En el pueblo hay un par de casas rurales que tienen muy buena pinta, pero cuyo alojamiento no he disfrutado. Pero lo que sí disfruté –y de qué manera- es el Restaurante Montfalcó. Un pequeño restaurante de un pequeño pueblo, pero recomendado en todas las guías de prestigio… y no me extraña. Me cuesta trabajo recordar un lugar donde haya comido mejor y mira que hay buenos establecimientos por toda España. En algunos blogs he leído que les pareció algo caro aunque merecía la pena, pero ni siquiera estoy de acuerdo en lo de caro. Me parece recordar que nosotros comimos por unos 25 € por persona una comida que en Madrid no te cuesta menos de 40 € por comensal en ningún lado (y dudo que llegase al mismo nivel), por lo que la relación calidad/precio es más que buena. El servicio, magnífico. Y la comida toda riquísima, con una carta que sorprende, una presentación excelente, una materia prima extraordinaria y una elaboración fantástica. Yo, por ejemplo, elegí unos trigueros (parece algo muy normalito pero os aseguro que yo no he comido nunca unos trigueros con ese sabor), seguidos de un conejo a la brasa que todavía me relamo sólo de recordarlo y un postre de frutas del bosque con una crema de yogur que no os quiero ni contar. Y todo esto regado con un buen vino de la zona y mi correspondiente café del final. En fin, notarán que se me está haciendo la boca agua sólo de acordarme. De verdad, muy recomendable.


Así que si tienen ocasión, ni lo duden, porque este pueblecito medieval amurallado es una auténtica delicia. Si, además, como guinda de la excursión, deciden comer en su restaurante, la jornada es redonda.

Sant Ramon es otro municipio leridano con algunos núcleos anejos y dedicado fundamentalmente a la agricultura. Su fama se debe a que en su término municipal está el Monasterio de Sant Ramon de Portell, conocido allí con notable exageración como El Escorial de la Segarra.


Fundado por la Orden Mercedaria en el siglo XIII, con el nombre de Priorato de San Nicolás de la Manresana, acoge los restos de San Ramón Nonato, cuya devoción fue en aumento a partir del siglo XVII.

Hoy el complejo incluye un convento del siglo XVII, la iglesia del siglo XVIII y un nuevo convento del siglo XIX.

La iglesia es de estilo barroco y en una capilla lateral acoge el mausoleo del santo.

El monasterio tiene un claustro de estilo neoclásico.


En el municipio de Sant Ramon se hallan una iglesia y las ruinas de algunos castillos.

¡Ah! Y es un paraíso para los gatos callejeros que parecen estar a sus anchas en cualquier rincón del casco viejo. Esto es sólo una muestra de los varios que vimos plácidamente tumbados por las calles.


(Fotografías del autor, excepto vista aérea de Montfalcó tomada de Atlas Rural).

Carros de la compra: ahora sí

Hay que ver la enorme capacidad de influencia social que tiene este blog, jajajaja... ¿Será acaso Gallardón lector de La nota discordante?

¿Se acuerdan de la entrada de El carrito de la compra y el autobús? Pues ha sido publicar esa denuncia y resulta que la EMT ha cambiado de inmediato la norma.

Leo hoy en la prensa que, desde octubre, el folleto Muévete mejor en autobús establece nuevas reglas de acceso a los autobuses de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid y concreta algunas de las previamente existentes.

Respecto al asunto que yo planteaba, los carros de la compra, la nueva normativa ahora por fin lo permite expresamente para que no haya dudas, aunque condicionado a la ocupación real o previsible del vehículo, un planteamiento lógico. El folleto dice textualmente:

"Si viajas con carro de la compra, ten en cuenta las siguientes normas:

- El acceso a nuestros autobuses con carros de la compra se realiza por la puerta delantera y está condicionado a la ocupación real del vehículo o la prevista por el conductor.

- Si el autobús no dispone de espacio habilitado para llevar el carro de la compra, éste se situará junto a la plataforma para silla de ruedas, debidamente sujeto y perpendicular al sentido de la marcha, para evitar que se desplace".


En fin, que hay veces, no muchas, que se acaba imponiendo lo razonable frente a lo absurdo. Ahora veremos si los conductores lo aplican y si no abusan de un criterio exagerado en eso de la ocupación prevista...

El Hoyo de Pinares bajo la ocupación francesa

Artículo publicado en el Programa de Fiestas patronales San Miguel 2008
de El Hoyo de Pinares (Ávila) y en Diario de Ávila, 25.09.08.

1808. Hace doscientos años, los soldados franceses entran en España -envuelta en una grave crisis-, supuestamente para utilizar nuestro país como base en su ofensiva contra Portugal. La llegada de los ejércitos del país vecino es fruto de un pacto del emperador francés, Napoleón, con Godoy, el valido del rey español Carlos IV.

Pero las tropas napoleónicas no están de paso. Enseguida comienzan a ocupar, sin encontrar resistencia inicial, las principales ciudades españolas. La Familia Real, temerosa ya de las intenciones francesas, se refugia en el Palacio de Aranjuez y comienza a planear su marcha a Sevilla, con el propósito de embarcar desde ese puerto hacia las provincias españolas de América.
En Aranjuez se produce un motín popular contra Godoy, apoyado por el entonces príncipe de Asturias y futuro rey Fernando VII. Carlos IV se ve obligado a desposeer de poderes a su valido y a abdicar a favor de su hijo.

Las tropas francesas del general Murat consideran nula esa abdicación. Napoleón llama a padre e hijo a Bayona y, con el pretexto de mediar en el enfrentamiento dinástico entre ambos, fuerza la devolución de la corona por parte de Fernando a Carlos y la abdicación de éste a favor del hermano del propio emperador galo, Joseph Bonaparte, que es designado así nuevo rey de España.

Con José I en el trono español se intenta institucionalizar el dominio imperial sobre nuestro país. Se otorga una especie de Constitución impuesta, el Estatuto de Bayona.

El descontento ciudadano crece y, el 2 de mayo de 1808, estalla la insurrección popular contra las tropas francesas y comienza una prolongada lucha contra el invasor. Napoleón, que había conseguido una fácil ocupación del país, se veía enfrentado ahora a una tenaz guerra de guerrillas, una resistencia popular organizada en Juntas, que recibiría el apoyo del ejército inglés. Tras varias derrotas y complicaciones, en 1813 se firma el Tratado de Valençay, por el que se devuelve el trono español a Fernando VII y se inicia la retirada francesa.

Al cumplirse el bicentenario del levantamiento del pueblo español contra el invasor, que supuso una toma de conciencia nacional, se han realizado numerosos actos conmemorativos en nuestro país. Pero, ¿qué pasó en esos años en El Hoyo de Pinares?

Sabemos, con seguridad, que nuestro pueblo estuvo bajo dominio territorial de los ejércitos franceses y que su administración se organizó conforme a la legalidad dictada por José I, aunque con incursiones de la guerrilla. Pero no se conservan en el archivo municipal los documentos de esa época.

Sin embargo, hay un texto desconocido que encontré recientemente y que viene a aportarnos interesantísimos datos. En el año 1920 la revista La Lectura publicó un magnífico artículo, La guerra de la independencia en un rincón de las sierras centrales, escrito por Constancio Bernaldo de Quirós. El autor se hace eco de otro documento, un diario manuscrito que reflejaba cómo fue en nuestro pueblo la vida cotidiana bajo la ocupación francesa y la guerra contra el invasor.

Pedro Tomás Bernaldo de Quirós, natural de Las Navas del Marqués, es destinado como secretario a nuestra localidad. Aquí, entre marzo de 1812 y enero de 1813, va plasmando en un diario los acontecimientos que vive. Ese manuscrito lo conservaba entonces su bisnieto, Luis Alonso Bernaldo de Quirós, quien luego fuera alcalde de El Hoyo de Pinares en los años 30. Lamentablemente, no tenemos constancia de que haya llegado a nuestros días esa fuente privilegiada, pero parte de su contenido podemos conocerlo por el artículo periodístico que lo reseña con amplitud.

En enero de 1809, las tropas francesas, al mando del Mariscal Lefêbvre, habían entrado en la ciudad de Ávila, protagonizando todo tipo de saqueos, tropelías y destrucción.

En diciembre de 1809 se produce un levantamiento popular en Arévalo, que las tropas francesas reprimen con dureza. También fueron especialmente dramáticos los sucesos de Arenas de San Pedro.

En Ávila se constituyó en 1811 una Junta ambulante, que encabezaba la resistencia guerrillera contra el invasor.

La guarnición militar francesa en lo que hoy es nuestra comarca se estableció en El Tiemblo, donde los soldados napoleónicos también habían protagonizado, como en casi todas partes, fusilamientos, incendios y ultrajes.

El secretario de El Hoyo de Pinares tuvo que trasladarse en abril de 1812 a San Bartolomé de Pinares para ser notificado de la nueva organización administrativa decretada por el rey José Bonaparte.

España quedó dividida en ochenta prefecturas (Ávila y Segovia formaban una sola). La subprefectura de Ávila se organizaba en agrupaciones de pueblos, llamadas municipalidades, que contaban con dos regidores, un corregidor y diez vocales. La municipalidad en que la quedó encuadrada nuestro pueblo estaba formada por El Barraco (1 vocal), Cebreros (2), El Hoyo de Pinares (1), Las Navas del Marqués (2), San Bartolomé de Pinares (3), San Juan de la Nava (1), El Tiemblo (1), El Herradón de Pinares y Santa Cruz de Pinares (1), Navalperal de Pinares, Pelayos y Valdemaqueda (1). Obsérvese que había localidades que años más tarde pasarían a integrarse en la provincia de Madrid. Los dos regidores y el corregidor serían de San Bartolomé de Pinares, que quedó como capital comarcal.

El secretario del consistorio hoyanco tuvo que acompañar también al intendente provincial y al comisario de las tropas francesas de Castilla, en la recomposición de caminos, en su caso el tramo de El Tiemblo al puente del Burguillo.

En casi todos los municipios, el principal problema para la población era el mismo: tenían que contribuir obligatoriamente al avituallamiento de las tropas francesas y, a veces, al sostenimiento de las partidas guerrilleras, por lo que las humildes familias de nuestros pueblos sufrían una doble tributación imposible de asumir.

Pedro Tomás Bernaldo de Quirós, como secretario, era el encargado de recaudar, y a veces transportar, las raciones exigidas a los habitantes de El Hoyo de Pinares por la guarnición militar francesa de El Tiemblo. En su diario, relata las penalidades de la requisa matinal, con frecuencia infructuosa. Pasaba por las casas y los vecinos no podían ofrecer todo lo que exigían los soldados, por lo que a veces transcurrían varios días sin entregar esa contribución y temiendo en cualquier momento una represalia militar.

En abril de 1812, los franceses advierten a los hoyancos de que si no se pagan todos los atrasos, que ascendían a 150 raciones de pan, 400 raciones de legumbres y 120 de cebada, castigarían con dureza a la localidad. El 19 de abril, doscientos soldados franceses –de los seiscientos que hay en El Tiemblo- cumplen su amenaza. Llegan a El Hoyo de Pinares y saquean las casas de las familias, llevándose todas sus provisiones. En su diario, Pedro Tomás refleja que pidió que le dejasen un pedazo de pan para la sopa de su hijo, de apenas un año, que estaba gravemente enfermo, pero los franceses rechazaron su ruego. El pequeño murió cinco días más tarde.

Pero si las tropas francesas sangraban la modesta economía de los vecinos de nuestros pueblos, la resistencia frente al invasor también les exigía luego su contribución. La Junta Ambulante de Ávila mantenía un ejército paralelo al oficial y, en sus incursiones, reclutaba de manera forzosa en los pueblos a varones solteros de 16 a 45 años y a algunos casados, e imponía repartos vecinales de dinero.

El 26 de abril, las tropas francesas sorprenden en San Bartolomé de Pinares a las partidas encabezadas por Diego de la Fuente, alias Puchas, y Antonio Soblechero. Mueren cuatro guerrilleros, muchos resultan heridos, quince caen prisioneros y los franceses se apoderan, además, de medio centenar de caballerías.

El 11 de mayo, los franceses sorprenden también a partidas guerrilleras en el interior de El Hoyo de Pinares, provocando su dispersión.

El 16 de mayo unos doscientos soldados franceses que ocupaban Prado Capón, en Cebreros, mantienen un prolongado tiroteo durante toda la mañana contra la partida guerrillera encabezada por Fernando Garrido, apostada en el cerro de la Cruz de Serores.

Pedro Tomás anota cuidadosamente en su diario los precios de los alimentos básicos y los terribles incrementos provocados por la guerra. Por ejemplo, la fanega de trigo va pasando de costar 300 reales el 21 de marzo hasta nada menos que 444 reales el 14 de abril de 1812. El autor del diario narra como la harina se llegaba a hacer de centeno o de algarrobas.

La guerra, con los tributos impuestos por el invasor y por la resistencia y con la carestía de los alimentos, produjo un año de terrible hambre en la zona. Se comían a veces hierbas cocidas con sebo para sobrevivir. El 8 de abril, yendo desde El Hoyo de Pinares a Cebreros, Pedro se encuentra junto al puente de La Pizarra a un hombre, el tío Paulito, al que conocía por descender de su pueblo, Las Navas, medio muerto de hambre, porque llevaba cuatro días sin probar bocado.

Pedro Tomás Bernaldo de Quirós viajará en mayo desde El Hoyo de Pinares a Lisboa, en mula, acuciado por la necesidad. Y comienza un relato de esas jornadas que queda incompleto porque seguramente las circunstancias del viaje no le permitieron escribir cuanto quiso. En su itinerario, va siguiendo el curso de los ríos –el Becedas desemboca en el Cofio, éste en el Alberche y éste a su vez es afluente del Tajo, que llega precisamente hasta Lisboa, donde desemboca en el Atlántico-. Camina a menudo por la noche, para evitar el encuentro con las tropas francesas. En Portugal adquiere tejidos para luego revenderlos en Cebreros y poder así obtener algunos fondos para el sustento familiar.

Cuando regresa a España, un mes después, los franceses han abandonado El Tiemblo. El rey José está en retirada hacia el Norte, acosado por las derrotas militares, y son tiempos más esperanzadores para los vecinos de El Hoyo.

Pero la pesadilla no había acabado aún. En agosto, tropas francesas hacen una incursión y saquean por completo Las Navas del Marqués. La población huye atemorizada, refugiándose en los pueblos cercanos y en el monte.

Poco después, una guarnición militar francesa se instala en Robledo de Chavela y vuelve a exigir a los vecinos de El Hoyo de Pinares doscientas raciones diarias de carne, pan, vino, vinagre y aceite, así como setenta de forraje de ganado. Nuevamente la población se ve en serias dificultades para recaudar esa aportación impuesta y está temerosa de la represalia, pero los ejércitos ingleses ocupan hasta El Espinar y los franceses abandonan Robledo.

En El Escorial las tropas aliadas españolas, inglesas y portuguesas proclaman a Fernando VII como rey coincidiendo con las fiestas de San Lorenzo. En la festividad de la Virgen de Valsordo en Cebreros, el 15 de agosto de 1812, se celebra también lo que los habitantes de nuestra comarca consideran el final del dominio francés en la zona.

Pero en noviembre, los ejércitos del mariscal Soult vuelven a tomar parte de la meseta central y la ocupación francesa retorna así a nuestros pueblos. El 3 de diciembre de 1812, mil cuatrocientos soldados franceses, de camino hacia Toledo, se estacionan dos días en El Hoyo de Pinares y requisan ganado a los vecinos. El 6 de ese mismo mes, pasa, esta vez sin detenerse, otro regimiento desde Las Navas con dirección a Cebreros.

Enseguida los galos volvieron a establecer su guarnición en El Tiemblo. A finales de año, llega la orden de que El Hoyo tiene que contribuir con tres fanegas de harina de trigo, doscientos cuartillos de vino, doscientas raciones de legumbres y doscientas libras de carne diariamente, más otro impuesto extraordinario para crear los almacenes militares de treinta fanegas de trigo, cientos sesenta y dos de cebada y cinco mil reales en efectivo. Ahí el autor del diario, Pedro Tomás, abandona su relato, desolado y desmoralizado por el curso de una trágica guerra que está castigando duramente a la población. Quedaban todavía algunos meses hasta que las tropas francesas iniciasen su retirada definitiva.

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Bibliografía:
  • La guerra de la independencia en un rincón de las sierras centrales. Constancio Bernaldo de Quirós. Artículo en La Lectura. Revista de Ciencias y de Artes, enero 1920.
  • La ciudad de Ávila. Estudio histórico. José Belmonte Díaz. Caja de Ávila. Ávila, 1987.
  • San Bartolomé de Pinares. Memoria y prospectiva. Diego Martín Peñas, Alberto Sáez Gordo y Francisco Javier Luis Jiménez. Institución Gran Duque de Alba. Ávila, 1997.
  • El Tiemblo, villa de Ávila. Antonio Estrella Grande y Carlos Reviejo Hernández. Ayuntamiento de El Tiemblo. El Tiemblo (Ávila), 1991.
(Fotografía: Manuel Tabasco).

Lleida


- D’on vens? –me preguntó la chica de la Oficina de Turismo.
- De Ávila –le dije, para que así aparezcamos en las estadísticas, porque Madrid seguro que ya sale.
- Gracias. ¿Tú también? –dijo mirando a mi amiga Belén, que me acompañaba.
- No, jo no visc aquí però soc d’aquí. Jo soc ambaixadora –le contestó sonriendo.

Y yo pensé que lo de soy embajadora lo decía en sentido figurado porque, efectivamente, colabora siempre en la difusión de todo lo relacionado con su tierra y estaba siendo una magnífica anfitriona en ese viaje. Y resulta que no, que lo decía en sentido literal. El área de Turismo del Ayuntamiento de Lleida tiene una red de embajadores, personas nacidas allí pero que residen en otros lugares y que ejercen, como una especie de voluntariado, la promoción de la ciudad en sus ámbitos de relación personal y profesional. Me parece muy buena idea, porque así el Ayuntamiento, teniendo simplemente algún minúsculo detalle (una cena anual con estos embajadores, algún pequeño obsequio…) consigue implicar a una red social en la difusión de su propia ciudad de origen. Desde luego, doy fe de que Lleida tiene en Belén a una magnífica embajadora en Madrid.

Todos los veranos ella suele pasar algunos días de descanso en su ciudad natal y me invitó a conocerla. Así que, después de la visita que he contado a la villa segoviana de Sepúlveda, el siguiente destino en mis vacaciones estivales fue la ciudad de Lleida (o Lérida en castellano, como gusten), con alguna atractiva escapadita por la provincia, concretamente por la comarca de la Segarra. Era la primera vez que iba a una ciudad catalana que no fuera Barcelona y, al igual que cuando voy a la ciudad condal, me he sentido en todo momento muy a gusto y muy bien tratado, me he encontrado en mi casa.

En cuanto llegué a la estación del AVE, Belén me llevó seguidamente a tomar en una vieja taberna el aperitivo local, la barretja -una mezcla caldosa de aceitunas, berberechos y no sé qué más-, que se suele acompañar de vermut. Ese fue el punto de inicio de una estancia muy grata que me sirvió para cambiar el alocado ritmo del trabajo de los días previos por el ritmo relajado propio de las vacaciones.

Los orígenes de la ciudad se remontan a Iltirda o Iltirta, un pequeño núcleo amurallado fundado por el pueblo ibero de los ilergetas en el siglo VI antes de Cristo. Indíbil y Mandonio son el símbolo local de la resistencia frente a la invasión romana.


Ilerda para los romanos, Lerita para los visigodos, Larida para los árabes… la ciudad va pasando por las distintas dominaciones y presencias de pueblos y culturas diferentes, hasta que en 1149 Leyda es conquistada por las tropas cristianas del Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV.

La actual Lleida es una ciudad marcada negativamente por las destrucciones que sufrió en casi todos los conflictos bélicos, desde la guerra de los Segadores en el siglo XVII hasta la última guerra civil en el siglo XX, pasando por la guerra de sucesión en el siglo XVIII.

La Seu Vella (la catedral vieja) es el símbolo más característico de Lleida. Se alza en un cerro desde donde se divisa una panorámica de la ciudad. Los historiadores dicen que en su emplazamiento se hallaba una mezquita.

Junto a la catedral, se conservan restos de una construcción musulmana, el castillo de la Suda, que luego se reconvirtió y llegó a ser en distintas etapas palacio señorial, sede de las Cortes de Lleida o cuartel militar. También hay restos de una muralla de origen romano y de la posterior muralla andalusí que en parte reutilizó los materiales de su antecesora.

La construcción de la Seu se inició en 1203 y se prolongó hasta 1431, año en que se finalizó el cuerpo superior de la torre, su campanario, que cuenta con siete campanas. El templo es de planta de cruz latina, con tres naves. La escultura interior tiene influencia toscana, tolosana y provenzal y hay restos de pintura mural de estilo gótico. El espectacular claustro abierto es del siglo XIV.

La catedral (en las fotos la vemos al atardecer y luego la misma visión ya por la noche) no está abierta al culto desde que el primer Borbón que reinó en España, Felipe V, le dio un uso militar por su emplazamiento elevado y estratégico, y también como castigo a los leridanos que, en la guerra de sucesión, habían estado del lado de su rival en la disputa de la corona, el Archiduque Carlos de Austria. No sólo afectaron las represalias a la Seu: el nefasto Decreto de Nueva Planta -que sirvió para abolir los fueros tradicionales e imponer un modelo centralista- privó a Lleida incluso de su Estudi General, fundado por el rey Jaime III en 1300, y que había sido la universidad más antigua de la Corona de Aragón.

Ahora parece que se están acometiendo por fin obras de conservación y restauración, que a mi juicio resultaban imprescindibles, porque el conjunto monumental de la Seu Vella da sensación de haber estado durante años sumido en el abandono y sometido a un progresivo deterioro.

En otro cerro de la ciudad, el de Gardeny, se alza una fortaleza con una iglesia románica, que fue la sede de una importante casa templaria. Igualmente en situación de abandono durante años, recientemente se ha recuperado para instalar ahí el Centro de Interpretación de la Orden del Temple, con audiovisuales y con reconstrucción de escenarios y personajes.

En el siglo XI el Papa Urbano II convocó la Primera Cruzada para conquistar Jerusalén y liberar la ciudad santa del dominio islámico. Tras una gran movilización de tropas occidentales y largas guerras, efectivamente en 1099 los cruzados consiguen conquistar la ciudad y crean el Reino de Jerusalén. Con ese episodio histórico enlaza la Orden del Temple, creada por caballeros franceses encabezados por Hugo Payens y que fue oficialmente aprobada por la Iglesia Católica en 1129. Los templarios, con sus vestiduras blancas con una cruz de color rojo, pretendían de alguna forma unir las virtudes del monje y del soldado, las del combatiente con las de la vida religiosa. Alcanzaron notable expansión e influencia hasta que, dos siglos después, la Orden cayó en desgracia. Los templarios fueron objeto de sospechas e investigaciones, que devinieron en procesos, torturas y ejecuciones en la hoguera. Todo esto es lo que se pretende reconstruir en la visita a esta fortaleza, que fue la sede de la Casa Templaria de Gardeny en un momento de apogeo de la misma.

El antiguo hospital de Santa María, de estilo gótico plateresco y construido entre los siglos XV y XVI, es hoy la sede del Instituto de Estudios Ilerdenses y se utiliza como centro cultural para actos y exposiciones. Destaca su patio central con la escalinata de piedra.

La Paeria era una vieja institución medieval de gobierno municipal, con una organización e incluso un ceremonial característico, y hoy es la denominación tradicional que conserva el Ayuntamiento. La antigua casa de los señores de Sanaüja acoge el Palau de la Paeria desde 1382.


La catedral nueva de Lleida se construyó en el siglo XVIII, bajo la autorización de Carlos III, que permitió que la ciudad volviese a tener catedral pero con la condición de que se renunciase al uso religioso de la Seu Vella y quedase definitivamente convertida en cuartel militar. Esta nueva Seu es un edificio de estilo barroco con tendencia al clasicismo. La catedral sufrió algún incendio fortuito, junto con otras destrucciones y expolios provocados, sobre todo durante la guerra de la independencia y la guerra civil.


Durante la época que Lleida careció de catedral, las funciones equivalentes las hizo la iglesia de Sant Llorenç (siglo XII), de estilo románico aunque con algunas partes góticas posteriores. En el interior, destacan los retablos góticos en piedra.


Sant Martí es una iglesia románica (siglo XII) hoy también cerrada al culto, que fue capilla universitaria y que llegó a utilizarse como cuartel y como prisión militar.


Con los antiguos fondos del Museo Diocesano y del Instituto de Estudios Ilerdenses, se ha creado el nuevo Museo de Lleida, Diocesano y Comarcal, instalado en un moderno edificio. Muy bien organizado, diseñado con las técnicas museísticas más actuales, acoge una exposición permanente de cerca de un millar de piezas, desde las reconstrucciones de yacimientos prehistóricos hasta interesantísimas obras de arte. En este centro pueden verse algunas de las obras de arte reclamadas por la actual Diócesis de Huesca y cuya entrega ha ordenado el Vaticano.

Dentro de que el Museo está organizado fantásticamente y el contenido es interesante, sólo hay que reseñar un dato negativo: toda la rotulación y explicaciones de los paneles, así como los audiovisuales están únicamente en catalán (aunque si quieres puedes solicitar los textos en formato impreso). Me parece un gesto aldeano en un museo que, junto al catalán, tiene espacio y posibilidad de incluir perfectamente -aun cuando fuera en una tipografía de menor tamaño- la traducción al castellano e incluso al inglés, como sería lo propio de un centro que aspirase a tener proyección más allá de los visitantes locales. Así lo hice constar en la encuesta que me pidieron que cumplimentase. Se puede y debe defender lo propio sin caer en actitudes cortas de vista, no se puede ser tan vanguardista en toda la concepción del museo y luego incurrir en detalles tan catetos.


Lleida tiene también en sus calles ejemplos de arquitectura civil modernista, aunque -por las destrucciones a las que antes hacía referencia- no pocas veces mezclados caóticamente con construcciones contemporaneas que visualmente se dan de palos entre sí.

De la estancia en Lleida me quedo, por descontado, con la amistad y la hospitalidad de Belén. De mi descubrimiento día a día de esta ciudad, guardo también con cariño el recuerdo de muchos momentos particularmente agradables. Por ejemplo –lo destaqué ya en el post de Seis pequeñas cosas que me han hecho feliz- las cervecitas al atardecer en la terraza de La Sibil-la, un bar que está en el recinto de la Seu Vella y desde el que se tiene una vista panorámica de la ciudad.


Pero no acaba aquí el relato de mi viaje, porque además de la estancia en la capital, hicimos una escapada por la comarca de la Segarra y ahí conocí, entre otras cosas, una pequeña maravilla que bien merece ser comentada: Montfalcó Murallat.

(Fotografías del autor).

Vivir no es sólo estar en la vida

Me lo descubrió Fernando Solera en su fantástico blog Desafinado -la bitácora de un ciudadano de a pie que decide cantar las verdades del barquero-, dentro de su deliciosa sección Cositas Buenas. Le copio la idea y hoy doy la voz a Jesús Quintero, le dejo que esta entrada la haga él.

Porque después de escucharle en este fragmento de la versión televisiva de El Loco de la Colina, uno no es capaz de añadir nada. No se puede decir más y mejor.

La vida no siempre me sonríe como quisiera. Pero yo llevo ya un tiempo que sí le sonrío a ella.

Sepúlveda

Como he hecho ya en varias ocasiones en los últimos años, las vacaciones de verano las empecé con un itinerario en piragua por el Parque Nacional de las Hoces del Duratón. Se trata de un recorrido por aguas mansas, en un paraje fascinante, donde el río discurre entre las escarpadas paredes de un cañón y rodeado de una de las mayores colonias de buitre leonado del continente europeo. Me sirve para divertirme, relajarme y, después de un mes de intenso trabajo, cambiar el chip al iniciar unos días de descanso. Pero esta escapada no la cuento otra vez, porque ya la detallé en una entrada publicada en el blog el verano pasado.

Lo que pasa es que ni mis acompañantes (los que cada año se apuntan) ni yo somos gente sana. Si acaso hubiéramos perdido casualmente alguna caloría con la piragua, la recuperamos a continuación con creces en la posterior comida, porque el riquísimo cordero asado es plato típico en la zona y una tentación demasiado fuerte.


Si el año pasado por la tarde me acerqué a conocer -con César, Teresa, Carlos y Miguel- la villa medieval de Pedraza, visita de la que también hice en su día reseña, este año volví a Sepúlveda, donde ya había estado varias veces, porque es la localidad familiar de mi buen amigo Javier Onrubia, autor de varios libros de contenido histórico.

En esta ocasión a las piraguas nos apuntamos Noelia, Ricardo, Marisol y yo. Directamente al cordero asado se añadieron -sin siquiera disimular remando un rato antes- Gonzalo, Alfonso y Miriam. O sea, una excursión de primos con sus parejas. El plato estrella de esta población, en horno de leña y acompañado sencillamente de ensalada y vino, lo disfrutamos en El Figón Zute el Mayor-Tinín, toda una institución.

Sepúlveda fue repoblada por el Conde castellano Fernán González el año 940, en plenas contiendas religiosas en la península, aunque se consolida su repoblación en 1076, cuando el rey Alfonso VI le otorga su fuero.


El conjunto urbano de Sepúlveda, con numerosas casas blasonadas, fue declarado monumento nacional en 1951, por su valor histórico-artístico.

La estampa más característica de la plaza mayor de Sepúlveda es el torreón del castillo de Fernán González, casi milenario, culminado por una espadaña neoclásica, con campanas y con una cruz con veleta. Pero, adosado a ese cubo central de los restos del castillo, se alza un edificio blasonado del siglo XVIII, con balconada y un reloj en la fachada.


Entre las construcciones religiosas destaca la iglesia del Salvador, románica, del siglo XI, con una torre separada del templo y comunicada por un pasadizo.
El Santuario de la Virgen de la Peña, patrona de la localidad, se alza sobre una de las hoces del río Duratón. Es un templo románico del siglo XII con planta idéntica a la del Salvador, pero con un pórtico posterior, del siglo XVI.

En el casco urbano también encontramos otras interesantes muestras del románico, como la iglesia de los Santos Justo y Pastor, la de San Bartolomé y la de Santiago.

Se conservan algunos tramos de la muralla de Sepúlveda y varios arcos de acceso.

También esta villa segoviana cuenta con palacios nobiliarios, como el del Conde de Sepúlveda, la Casa de las Conchas o el Palacio del Moro.

Pero, sobre todo, lo que prima es la belleza del conjunto, porque, más allá de edificios o monumentos concretos de indudable interés, el visitante puede caminar por esta localidad encontrándose a cada paso callejas y rincones repletos de encanto.


(Fotografía del Duratón: J. Ricardo Sánchez. Fotografías de Sepúlveda del autor, de una visita anterior en 2004).