Salvar una vida

Miguel Ángel, al que llamamos Chacho, es un joven de mi pueblo, El Hoyo de Pinares. Aunque por edad no ha sido del círculo más estrecho de mis amigos, le conozco desde niño, siempre nos hemos tenido mutua simpatía, nos hemos llevado muy bien y le tengo un afecto sincero y especial a él y a toda su familia.

Miguel siempre ha sido una persona abierta, afectuosa, noble, ilusionada. Pero un buen día se cruzó en su camino la palabra cáncer. No es necesario que os aclare que, cuando supo de la existencia de metástasis y de lo avanzado de la enfermedad, la vida de este joven dio un inesperado y negro giro.

Llegó un momento en que él había tirado la toalla con resignación, aceptando que no había salida. Pero, según me dicen, hace apenas unas semanas, unos especialistas le han devuelto las esperanzas. En una prestigiosa clínica, un equipo médico le habla, tras estudiar detenidamente su caso, de un tratamiento novedoso y de un margen amplio de posibilidades de éxito.

El único obstáculo, aunque importante, es económico. Miguel no cuenta con el elevado importe que se necesita para ello y que además se precisa contrarreloj.

Por eso, en estas últimas semanas, sus amigos más cercanos se han movilizado y han protagonizado una auténtica conjura por la vida. Han removido cielo y tierra para ir recaudando fondos y que el dinero no sea un obstáculo para que Migue Chacho, su amigo, alguien a quien quieren, tenga la oportunidad de desafiar a la muerte y de vencer su enfermedad.

Han corrido la voz en internet, en los medios, entre la gente que conocen, en los establecimientos... El domingo pasado se celebró un partido de fútbol benéfico cuya recaudación íntegra fue para este fin. Se ha convocado una gymkhana infantil, se ha organizado un mercadillo... Y se ha abierto una cuenta bancaria para que quienes lo deseen ingresen su grano de arena.

Sé que todos están hartos de solicitudes, de mensajes, de cadenas pidiendo colaboraciones. Sé que la mayoría de los que lean esto ni siquiera conocen al afectado. Pero esta vez yo sí le conozco, le pongo cara y le pongo nombre, y si no lo reflejara aquí no me lo perdonaría.

Miguel tiene sólo 35 años. En 2005 se casó con su chica. Y tienen un niño que ha cumplido dos años.

Como decía hace poco alguien, podemos contribuir a que el final aún no escrito de esta historia sea "el protagonista muere” o, por el contrario, “vivieron felices y comieron perdices”. A mí, sin duda, también en la vida real me gusta mucho más este final feliz de los cuentos que nos contaban nuestras abuelas.

Ojalá que dentro de muchos años pueda seguir cruzándome en mi pueblo con él y saludarnos sonrientes como siempre. Una persona tan joven merece seguir teniendo sueños e ilusiones, poder ser feliz con su pareja, ver crecer a su hijo... Y que éstos también tengan la oportunidad de tenerle a su lado.

Donativos: cuenta Caja de Ávila 2094-0016-01-0016104656
 

(Fotografía: Un cop de mà, de José Téllez, de la galería Creative Commons de Flickr).

Aflojando el nudo

El pasado 26 de febrero había sido una jornada pesada y agobiante en lo laboral. Y, en lo personal, uno de esos días en que te da por pensar qué coño estás haciendo con tu vida y otras menudencias así. Pero, por fortuna, terminé las ocupaciones un poco antes de lo previsto. Y con una sensación imperiosa de que necesitaba respirar.

Recordé que ese día la escritora Flavia Company presentaba en Madrid su último libro de relatos, Con la soga al cuello (Editorial Páginas de Espuma). Aunque inicialmente había descartado asistir, porque pensaba que no iba a poder, ahora me daba tiempo, aunque llegara algo tarde al acto. Tomé un taxi y telefoneé sobre la marcha a Virginia, porque estaba seguro de que le iban a gustar tanto la presentación de este libro como echarnos unas risas compartiendo los vinos de después, pero ella acababa de llegar de viaje cansada y al día siguiente tenía una entrevista temprano, así que se quedó con las ganas de aceptar la propuesta. Bueno, pues allí me planté yo solo. Así que ¿necesito un respiro y para dármelo acudo a la presentación de un libro que se titula Con la soga al cuello? No sé, no sé…

Me cae bien Flavia Company. Es esa impresión, que todos hemos experimentado alguna vez, de estar ante alguien a quien realmente no conoces pero que te transmite buenas sensaciones. En un mundillo como el literario, tan lleno de apariencias y de impostura, Flavia transpira autenticidad por todos sus poros. Y eso siempre es un regalo.

Llegué al tramo final del acto. Me perdí intervenciones interesantes (por suerte, la de Clara Obligado he tenido ocasión de leerla luego en internet) pero pude escuchar las palabras de la autora y la lectura de algunos fragmentos del libro y eso fue suficiente premio como para cambiar mi estado de ánimo y construirme un pequeño oasis en un día que había sido duro.

También pude saludarla por primera vez en persona y que me firmase un ejemplar de su libro.

Flavia Company aterrizó por La nota discordante, creo que desde el delicioso blog de Bárbara, y dejó algún comentario elogioso sobre la ironía de una de mis entradas. Sí, ya sé que es paradójico que yo conozca a una escritora consagrada porque sea ella quien entre en mi blog y no al revés, pero eso es fruto de mi ignorancia, qué le vamos a hacer. Confieso con rubor que no había leído nada de ella, pero si aquel comentario sirvió para que comenzara a leerla, pues para mí ha sido doblemente grato.

Flavia Company, escritora y periodista, nació en Buenos Aires, pero desde los diez años ha vivido en Barcelona, donde tenía raíces familiares. Escribe tanto en castellano como en catalán y tiene publicados, que yo cuente, al menos siete libros infantiles y dieciocho de narrativa para adultos (novelas y volúmenes de cuentos), además de una recopilación de los artículos que con el título Trastornos literarios vieron la luz en El Periódico de Catalunya. El sábado, por cierto, salía Flavia Company en la revista Yo Dona de El Mundo, participando en un diálogo con Nuria Amat, Carme Riera y Mercedes Abad sobre mujeres y literatura.

Mi disfrute no terminó aquella tarde de la presentación, claro. Con la soga al cuello me acompañó en el metro durante los días siguientes y, en trayectos cortos, lo fui leyendo, pero la verdad es que se puede devorar de un tirón.

El hilo conductor son situaciones límite. En cierto modo, estamos ante historias de supervivientes. Personas que se enfrentan a encrucijadas de lo más variado: la vejez, el engaño en la pareja, las dificultades económicas, la muerte, la mentira, las obsesiones… Relatos con fuerza, relatos que no son previsibles, que están bien escritos, donde pesa más lo que realmente importa –las personas, los sentimientos, los comportamientos, las vivencias…- que la mera secuencia de hechos en los que se manifiesta. Es un libro donde late la vida real, aunque tiene algunas curiosas incursiones en el terreno de lo fantástico. La autora logra, además, dar a cada uno de los cuentos un tono narrativo diferente, acorde con la propia historia. Un libro sugestivo que merece la pena y que, modestamente y como lector, les recomiendo.

Como no conocía a nadie en la sala, la timidez me venció y no entablé conversación en ningún corrillo. Así que, un rato después de concluir la presentación y tras tomar un vinito, salí de la encantadora Librería Tres Rosas Amarillas (a la que, por cierto, tengo que volver) y regresé a casa dando un paseo nocturno, prolongando esa sensación de haberme concedido el respiro que necesitaba. De camino, me encontré con los animadísimos locales de Malasaña (qué pena que Vir no pudiera salir, porque daban muchas ganas de quedarse por allí), con las calles llenas de gente… y hasta con una festiva manifestación de bicicletas. Recordé que más allá de la mesa de despacho, hay vida. Y también recordé por qué me gusta Madrid.
“Es una suerte que existan los demás, pensé” (Flavia Company, El río de la vida, cuento de Con la soga al cuello).

(La autora de la fotografía de Flavia Company es Laura Zorrilla).
(Ps.- ¡Ah... ! Y no dejen de leer la última entrada que Flavia Company ha publicado en su blog, Círculos que se cierran: conmovedora).

Una comedia española

El mal sabor de boca que me dejaron las expectativas defraudadas por Dos menos, me lo quité volviendo al teatro, claro.

Yasmina Reza (Arte, Un dios salvaje…) nos obsequia con otra interesante obra, que se ha estado representando, bajo la dirección de Silvia Munt, en el teatro Valle Inclán, con lo que este año la autora francesa ha hecho triplete en la escena madrileña. Creo que Una comedia española ha comenzado ahora su gira por otras ciudades.

Cinco actores están ensayando la obra de un joven autor español, Olmo Panero, en una escena sin decorado, entre cajones. De vez en cuando, se intercalan los monólogos de los propios actores, dirigiéndose supuestamente a ese autor que asiste mudo al ensayo. Es como si nos hubiéramos colado en el patio de butacas, sentados junto al escritor, espiando el doble espectáculo: la obra ensayada y las confesiones de los intérpretes. Es el teatro dentro el teatro (no voy a explicar por qué, pero habría que decirlo incluso una vez más: el teatro dentro del teatro dentro del teatro)… Ahí asoma un cóctel de relaciones, de ilusiones, de frustraciones… las que entretejen los personajes, pero también las que aparecen en los pensamientos que, sobre el teatro y la propia vida, expresan en voz alta los actores.

El trabajo de todos (Mònica Randall, Xicu Masó, Ramon Madaula, Maria Molins y Cristina Plazas) es espléndido. Pero, además, cada cual realmente está haciendo al menos dos interpretaciones: la del actor que ensaya y la del personaje de éste en la obra. No hay que perderse ese cambio de registro: a mí me gustó especialmente en Xicu Masó, que da vida a Fernando, el novio de la madre (¿o habría que decir que da vida al actor que da vida a Fernando, el novio de la madre?), pero en todos ellos está muy logrado.

Los diálogos son, en general, buenos, y por momentos brillan en los personajes de la comedia y están repletos de ingeniosos hallazgos en las reflexiones de los actores.

Respecto al montaje, sin ser un entendido (siempre insisto en que ni por asomo pretendo hacer crítica de teatro, sino recoger mis impresiones de simple espectador) me pareció cuidadísimo en todo, desde la iluminación hasta cada detalle escénico. A algún crítico le he leído descalificar que en una pantalla se proyecten primeros planos de los propios intérpretes ya que, según él, distorsionaba. A mí sí me gustó mucho el efecto y me pareció muy bien traido, porque es una especie de juego que subraya el propio planteamiento de la obra. Un juego de espejos que nos ofrece simultáneamente una doble perspectiva y nos acerca la expresividad de los artistas y de sus respectivos personajes.

En este collage de Una comedia española, se puede encontrar teatro inteligente, pinceladas de humor sutil y reflexiones sugestivas. Todo ello con magníficas interpretaciones y con una hábil puesta en escena. Así que, en conjunto, muy recomendable.

Por cierto, que he leído que están rodando una versión cinematográfica, al parecer titulada Chicas. Nunca se me hubiera ocurrido que esta obra pudiera llevarse al cine. Seguramente se centrará en la comedia en sí, en la trama familiar, pero imagino que, al trasladarla al lenguaje cinematográfico, prescindirá de este atractivo planteamiento poliédrico –ensayo de la obra y contenido de la obra, actores y personajes...- que nos ofrece en su versión teatral.

(Fotografía y video de la web del Centro Dramático Nacional).

Premios Apache y Abrazos

Aunque sea tarde, no quiero dejar de reflejar un par de premios que, dentro de las cadenas blogueras de distinciones, me dedicaron en estos últimos meses.

El blog de Pegasa me brindó afectuosamente un Premio Abrazos, así que otro abrazo de vuelta para esta bloguera llena de humanidad y de otros muchos valores.

Y por otro lado, Shikihouse, otro blog lleno de la inteligencia y la sensibilidad que le imprime su autora, otorgó a La nota discordante el premio Apache 2009. Este circula por la blogosfera distinguiendo a aquellos blogs que luchan con la palabra contra el terrorismo. Así que ese reconocimiento se lo agradezco muy especialmente a Shikilla.

¿Fue éste?

Según rumores sin confirmar, el policía que liberó al presunto jefe de la banda que asaltó el chalet de José Luis Moreno fue el mismo que aparece como militar romano en esta célebre escena...
Sin embargo, por desgracia el prisionero no era el mismo que en este fragmento de La vida de Brian, porque no rectificó su broma, insistió en que lo suyo era libertad y hoy está suelto... 

¿Y qué quieren? Mejor que me lo tome a guasa, porque si se para uno a pensarlo en serio, es para deprimirse. 

A ver, mi dedicación profesional no guarda relación con el Derecho penitenciario, pero por lo poco que yo sé, la puesta en libertad de una persona que está en prisión, incluso cuando es procedente ponerle en libertad -que en este caso no lo era-, no la hace nunca el policía que está con él en ese momento, quitándole las esposas y dándole una palmadita en el hombro. Un agente no suelta a un recluso por el mero hecho de que el acusado se lo diga o incluso porque le enseñe un papel que le han dado en el Juzgado.

Cuando un interno sale de una cárcel a declarar ante el juez, lo hace esposado y custodiado por las fuerzas y cuerpos de seguridad, que en todo caso tienen la responsabilidad de reintegrarle después a la misma prisión de donde salió. Dicte el juez la orden que dicte, incluso si ésta es de libertad, creo no equivocarme al afirmar que el preso vuelve siempre al punto de partida. Allí se entrega a los responsables del centro penitenciario esa orden judicial, éstos la examinan, comprueban cuál es la situación del interno (si tiene más procesos o condenas pendientes, por ejemplo, que es un detalle de suma importancia) y, si procede, le pondrán oficialmente en libertad. 

El artículo 22 del Reglamento Penitenciario dice que "recibido en el centro el mandamiento de libertad, el director o quien reglamentariamente le sustituya dará orden escrita y firmada al jefe de servicios para que sea cumplimentada por funcionarios a sus órdenes" y muy claramente preceptúa que "antes de que el director extienda la orden de libertad (...), el funcionario encargado de la Oficina de Régimen procederá a realizar una completa revisión del expediente personal del interno, a fin de comprobar que procede su libertad por no estar sujeto a otras responsabilidades". 

Y, en cumplimiento de ese mismo precepto del Reglamento Penitenciario, la puesta en libertad se hace, además, de manera documentada y siguiendo el procedimiento establecido: la citada orden por escrito del director, la comprobación de datos personales y huellas dactilares de la persona a la que se va a liberar, la devolución de sus pertenencias personales y la liquidación y entrega de su peculio de recluso, el acompañamiento hasta la puerta del centro, la diligencia extendida en su expediente personal, la certificación remitida luego a la autoridad judicial... No se hace de palabra en la calle diciéndole "hala, salao, te puedes marchar cuando quieras".

La cosa no consiste en que el juez entregue al propio preso o a los agentes que le custodian un auto de puesta en libertad (siempre referida exclusivamente a la causa que él instruye, que la situación exacta de las demás no necesariamente la conoce ni tiene por qué conocerla) y los mismos policías que le han llevado al Juzgado le digan: "Bueno, majete, pues no hace falta ni que recojas tus pertenencias en la cárcel, te puedes ir desde aquí... ¿o te viene mejor que te acerquemos a algún sitio? Ah, no te olvides de que el juez te ha dicho que vuelvas dentro de quince días, ¿eh?", mientras el preso asiente conteniendo las lágrimas de la risa.

En fin, que el presunto capo Astrit Bushi debió de empezar a correr como una centella en cuanto dobló la primera esquina, antes de que se dieran cuenta de tan monumental error. Todavía a estas alturas no se lo creerá. Pero los ciudadanos tenemos motivos para indignarnos con este espectáculo lamentable que ha puesto en la calle a una persona que, muy probablemente, sea un peligrosísimo delincuente.

Entre Larra y Kafka

Quienes tenemos que lidiar con la administración más que el común de los ciudadanos, a causa de nuestra profesión, contamos con un amplio repertorio de irracionalidades sufridas, que daría para escribir un grueso tomo. Bueno, yo de hecho publiqué un pequeño manual con consejos prácticos para entender mejor la burocracia: La empresa ante las administraciones públicas. Cómo sobrevivir al "papeleo".

Verán, por si no lo saben, los Registros Civiles españoles conservan el sistema decimonónico, con un Registro diferente en cada localidad, donde se inscriben, a mano y en gruesos libros, los actos jurídicos relevantes sobre la vida y estado de las personas (nacimiento, matrimonio, separación, divorcio, nulidad, régimen económico matrimonial, incapacitación, defunción…). ¿Los de cada persona en un determinado Registro?, quizá se pregunten ustedes. Pues no, se inscriben en cada Registro ¡¡¡los actos que hayan sucedido en ese lugar!!! Es decir que mi nacimiento estará inscrito en el Registro Civil de Ávila, mi matrimonio con Maribel Verdú lo inscribirían por ejemplo en el Registro de Madrid, y mi fallecimiento en una residencia de ancianos de Ibiza -abandonado por mi familia por ser un abuelo batallitas- lo inscribirían en el Registro Civil de esa preciosa isla.

Por tanto, para pedir un certificado respecto a alguien, no basta con saber el nombre y apellidos y el número de D.N.I. (dato que, por cierto, no solía aparecer en las inscripciones hasta fechas muy recientes), sino que hay que saber dónde ha nacido, dónde se ha casado o dónde ha fallecido, según el caso, y además saber en qué fecha, para que lo busquen en los libracos correspondientes del Registro Civil del lugar dónde haya ocurrido.

Si vas a pedir un certificado de nacimiento tuyo, no hay mucho problema; mientras el alzheimer no te ataque, seguramente te acordarás de dónde te dijeron que naciste, del día de tu cumpleaños y de tu edad. Si es el de matrimonio y eres una mujer, tampoco hay problema, aunque si eres un hombre ya la cosa se complica, dada la acreditada tendencia varonil a olvidarse de los aniversarios. Y si has fallecido, seguramente ya no vas a pedir ningún certificado. Pero si lo que quieres es pedir un certificado de un tercero, pongamos por caso de tu tío de América, porque crees que ha dejado una herencia multimillonaria, estás perdido: o sabes la fecha y el lugar del acontecimiento que necesites acreditar o no hay otra forma de buscarlo.

Por fin, tras ciento cuarenta años con este sistema, el gobierno ha pensado –y lo aplaudo con entusiasmo- que la informática quizá tenga cierta utilidad en esto. Y que, igual que los Registros de la Propiedad tienen un sistema unificado de índices donde puedes buscar propiedades inscritas en cualquier Registro de cada uno de los distritos hipotecarios, o tal y como el Registro Mercantil Central permite la búsqueda de sociedades inscritas en cualquier Registro Mercantil Provincial…, podría también establecerse un sistema por el que yo pueda consultar el nacimiento, el estado civil, la incapacitación o la defunción de una persona sin tener dotes de adivinación y sin peregrinar por toda España. La tarea es costosa y laboriosa, porque hay que informatizar (proceso que en las ciudades está a medias y en la mayoría de los pueblos está inédito) y luego centralizar información. Pero bien está que se empiecen a dar pasos en esa dirección.

Hace unos años por fin establecieron que pudieran pedirse los certificados por internet. Te los envían en papel y por correo postal, pero al menos no tienes que desplazarte al Registro Civil de que se trate o escribir una carta al responsable del mismo. Por descontado que, para pedir un certificado por internet, sigue siendo necesario saber el lugar y la fecha del acontecimiento en cuestión, pero con eso ya contamos.

El otro día estaba preparando la reclamación judicial de una herencia y tenía que pedir un certificado de defunción. Entramos en la web del Ministerio de Justicia y vemos que han cambiado la interfaz de solicitud. Ahora todos estos trámites están en lo que pomposamente llaman sede electrónica del Ministerio. Cuando accedes a la pantalla de solicitud del certificado de defunción, donde antes te pedían solamente el nombre y apellidos del difunto y la fecha y lugar de fallecimiento, ahora te exigen también el tomo y el folio donde está inscrito. Y aparece un asterisco rojo al lado de estas casillas. No explican a pie de página qué significa el símbolo pero, como es conocido, suele utilizarse normalmente en los cuestionarios de las webs para indicar que se trata de datos de cumplimentación obligatoria.

Fantástico. O sea, que no basta con que haya averiguado dónde murió el tío de América de mi cliente y en qué fecha, sino que ahora tengo que saber en qué tomo está inscrito el fallecimiento y en qué página. Paciencia.


Probamos a pedirlo sin rellenar esas casillas, pero no nos deja. Efectivamente nos advierte en rojo que no hemos cumplimentado todos los campos preceptivos: “Error, compruebe los siguientes campos: - Debe completar el campo Tomo - Debe completar el campo Folio”.
Llamamos a la Administración:

- Es que acabo de ver que, para solicitar un certificado de defunción, ahora piden el tomo y el folio de inscripción y yo desconozco esos datos.
- ¿Se los pide el sistema?
- Sí
- ¿Y ha probado a no ponerlos?
- Sí, pero da error y no deja seguir
- Pues no sé…, entonces si quiere hacerlo por internet tendrá que buscarlos, vienen en el Libro de Familia…

Suponiendo que tengas en tu poder el Libro de Familia (insisto en que puedes estar pidiendo el certificado relativo a un tercero ajeno a tu núcleo familiar), esa pista que nos da la amable funcionaria estaría fenomenal… si no fuera por un pequeño detalle. El fallecimiento de alguien no aparece anotado automáticamente en el Libro de Familia por arte de magia cuando éste muere, sino que hay que ir con el Libro a que lo anoten. Y ¿qué hay que aportar para que te anoten una defunción en un Libro de Familia? Acertaron: un certificado de defunción. ¿No les suena esto un pelín, sólo un pelín, a círculo vicioso? Para un certificado, el Libro de Familia; para el Libro de Familia, un certificado.

Probamos a llamar otra vez al Ministerio, a ver si tenemos nuestro día de suerte y aleatoriamente nos toca el funcionario listo:

- Buenos días. Mire, es que quería pedir un certificado de defunción por internet -consulta Sandra desde mi despacho- y me pide tomo y folio de la inscripción y no lo sabemos. ¿Qué se hace en estos casos?
- Ah, nada, no importa
–parece que hasta se sorprende de que haya gente tan ignorante como nosotros por el mundo-. Si no lo sabe da igual, ponga usted “cero cero cero” en esas casillas y ya está.
- Pues muchas gracias

Les recuerdo: el asterisco indica campo de cumplimentación obligatoria... El sistema te avisa: “Error, compruebe los siguientes campos: debe completar el campo tomo, debe completar el campo folio” y te impide continuar… Pero, claro, "si no lo sabe da igual, ponga usted cero cero cero"… "Obligatoria" y "da igual" son dos conceptos que a mí no me casan mucho, pero también es verdad es que yo soy muy tiquismiquis.

Efectivamente, ponemos tomo 0, folio 0 y, apenas un par de días más tarde, tenemos en nuestro poder el certificado, que realmente es tomo 137, página 164, de un determinado Registro Civil.

Una sugerencia que se me acaba de ocurrir, así, de pronto, sin ser político, ni informático ni nada. ¿Y si quitan el asterisco? ¿Cómo lo ven? El programador lo modifica para que no sean campos obligatorios –o sea, exactamente como estaba antes- y así, en caso de que no se cumplimenten, el sistema no da un error que impida continuar. De esta forma, el solicitante que conoce esos datos los pone y el que no los sabe no se vuelve loco, no tiene que estar llamando, el funcionario no tiene que responderle duplicando la gestión (internet más atención telefónica)… En fin, vamos a ver cuánto tiempo tardan en darse cuenta y cuántas miles de llamadas como la nuestra tendrán que producirse antes de que a alguna mente privilegiada se le pase por la cabeza corregirlo.


(Ilustraciones: Libro de Partidas de Nacimiento del Archivo Municipal de Córdoba, de una exposición organizada por la Junta de Andalucía; y recorte de un reportaje del diario 20 Minutos).

El llanto de Lot

Yo te gritaba:

- Corre, corre, Edith, y no mires atrás

Y los dos huíamos jadeantes, subiendo por aquella abrupta ladera.

A ratos te tendía la mano, a ratos nos soltábamos para sujetarnos a las piedras.

Detrás, la destrucción, los gritos, la desesperación... Pero nosotros éramos afortunados por poder escapar a Zoar.

- Corre
Y tú caíste y te ayudé a levantar. Cruzamos una mirada que nos dio fuerzas para seguir avanzando.

- Corre

Porque no había que volver la vista atrás, porque no debía importarnos ya lo que quedaba a nuestras espaldas.

- Corre, Edith, no te detengas

Pero tú sentiste la necesidad de ver el lugar que abandonábamos, de tener la imagen final de lo que había rodeado nuestra vida tantos años, esa ciudad condenada a ser muy pronto solamente un recuerdo. O quizá fueron los alaridos desgarradores, el horror, tu compasión hacia esas personas con las que convivíamos, por las que nada podíamos hacer mientras morían entre las llamas. Ya nunca sabré lo que te impulsó a volver hacia el pasado esa mirada que nos hizo perder nuestro futuro.

Ahora, soy yo quien mira atrás, irremediablemente. Observo tu silueta sin vida y recuerdo la primera vez que sentí tu piel. Viene a mí esa sonrisa tuya que se abría paso decidido entre el miedo y el dolor cuando nació nuestra primera hija. Todo se agolpa ahora como en un ahogo: el vino que me servías cada día cuando regresaba a guardar el ganado, las historias que le contabas a nuestra hija pequeña, las conversaciones al anochecer sentados en la puerta de casa, la angustia de no entender a Dios.

Hace apenas unos momentos, huíamos hacia una nueva vida, llenos de incertidumbre y de deseos. Y ahora ya nada me importa. Ni lo que dejo atrás ni lo que pueda haber más adelante.

Mi desesperanza está atrapada entre aquel fuego lejano y este mar cercano.

Aquel fuego, lo último que vieron tus ojos.

Este mar triste de tu sal y mis lágrimas.

(El escritor Luis Felipe Comendador propone en su blog Diario de un Savonarola un meme consistente en escribir algún texto sobre el mito de la mujer de Lot. La propuesta me llega a través del blog Dame una tregua de mi querida Bárbara Blasco y ésta es mi aportación. Todos los textos participantes se van reuniendo en esta entrada del blog del promotor de la idea).