En varias ocasiones he leído declaraciones de los alcaldes de Algeciras y de La Línea contra aquellas actuaciones que acentúan la estigmatización del Campo de Gibraltar. Hace algunos meses, por ejemplo, José Ignacio Landaluce denunciaba cómo el Ministerio del Interior había elegido la localidad de San Roque para presentar una operación contra el narcotráfico desarrollada realmente en la provincia de Málaga.
El narcotráfico no sólo produce enormes daños directos en términos humanos, sociales, culturales, económicos y de salud. También ocasiona, colateralmente, un daño reputacional inmenso, al sobreponerse a la realidad de una comarca de la que, lamentablemente, en el resto de España, apenas se conocen más que un puñado de tópicos.
Cuando, a finales de 2019, me planteaba solicitar destino judicial en Algeciras, personas que ni siquiera habían puesto un pie en la zona me desaconsejaban mi decisión, influidos por el sesgo negativo de la información que les llegaba.
Más de tres años y medio después, terminada mi etapa de ejercicio profesional en el Campo de Gibraltar, tengo claro que aquella elección no pudo ser más afortunada. Esta tierra y sus gentes son ya parte irrenunciable de mi vida y por eso me sigue doliendo lo que percibo como una visión deformada y terriblemente injusta.
Confieso que yo también padecía esa inicial ignorancia sobre una comarca en la que no había estado nunca y de la que apenas sabía nada.
Por mi ejercicio profesional, lo primero que tuve ocasión de ir descubriendo es que había llegado a un polo portuario e industrial de primera magnitud: instalaciones de las principales firmas del sector energético y químico, la factoría de acero más importante del país, el primer puerto de España en volumen de mercancías y uno de los principales de Europa y del Mediterráneo, lo que conlleva también la presencia de las más importantes terminales de contenedores y de grandes empresas de servicios auxiliares... Todo ello junto al peso del turismo y al sector servicios en general.
Para cualquier observador directo, enseguida resulta sorprendente el contraste de esta realidad empresarial de la comarca y, muy especialmente, su capacidad innovadora y su enorme potencial, con la miopía que revela el trato político que se le dispensa en materias tales como transporte y otras infraestructuras. No me imagino ese llamativo abandono ante un caso similar prácticamente en ningún otro país desarrollado.
Por mis recorridos personales para ir conociendo la zona, por lecturas y por conversaciones, tuve ocasión de empaparme de la historia, la arqueología, la naturaleza, la cultura y la gastronomía que atesoran sus localidades y su privilegiado entorno, desde el Estrecho y la Bahía hasta la sierra y los montes.
Esto, que para quienes viven en el Campo de Gibraltar son obviedades, no trasciende fuera de ahí. Mientras yo disfrutaba de parques naturales, playas, senderos, ríos, miradores, castillos, iglesias, restos arqueológicos, actividades, eventos culturales y de ocio y una oferta gastronómica de primer nivel para todos los bolsillos, lo que les llegaba, a través de los medios, a mis familiares, amigos y conocidos de otros lugares de España eran casi invariablemente noticias negativas: operaciones policiales o macrojuicios contra el tráfico de estupefacientes (obviamente son buenas noticias en sí, pero transmiten la existencia de un trasfondo que no lo es), que la esperanza de vida en la zona era de las más reducidas de España o que una presunta inteligencia artificial consideraba Algeciras la ciudad más fea del país. Poco más. Resulta elocuente que, en el conjunto de España, muy pocas personas sabían que el Estrecho es un lugar magnífico para avistamiento de cetáceos pero, paradójicamente, ahora sí les ha llegado la noticia de orcas atacando embarcaciones.
Cuando a alguien de fuera de Andalucía se le nombra Algeciras o La Línea, lamentablemente le evoca, en primer lugar, narcotráfico. Sin embargo, esto no es inevitable. Cuando a esa misma persona se le nombra Galicia, también afectada históricamente por la misma lacra, lo primero que le viene a la mente son otras muchas cosas diferentes.
El Campo de Gibraltar no sólo necesita un plan integral para aprovechar su potencial, con inversiones públicas coherentes y planificadas más allá del cortoplacismo, una apuesta decidida de Comunidad Autónoma y de Gobierno que apoye la labor que se desarrolla a nivel municipal y de comarca. También precisa de una estrategia de comunicación e imagen que permita visibilizar su realidad completa y no sólo los aspectos más negativos.
Se precisa un verdadero trabajo “de marca”: Tarifa o Sotogrande son enseñas turísticas muy diferentes entre sí, pero que demuestran que se puede lograr.
Se necesita, además, un plan de comunicación, diseñado y sistemático, impulsado desde las instituciones públicas y con la implicación del sector privado.
Tenemos que exportar la cara amable de una realidad escasamente conocida, tenemos que ser capaces de transmitir, más allá de Andalucía, a España e incluso a Europa, las buenas noticias, las realidades positivas de las que el Campo de Gibraltar es protagonista. Que no son pocas.
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(Fotografía: vistas de la Bahía de Algeciras y del litoral del levante desde el sendero de Sierra Carbonera, de Erasmo Fenoy, ilustración original del artículo en el diario Europa Sur).