Más que un libro

Prólogo al libro Muregas, de Germana de Miguel Martín

Hubo un tiempo en el que no caminábamos con la cabeza agachada observando compulsivamente la pantalla de un teléfono. Un tiempo en el que nos expresábamos con más de doscientos ochenta caracteres. Un tiempo en el que, quizá, nos mirábamos y nos escuchábamos más.
 
Mis dos tías abuelas, Amelia y Rosita –el diminutivo la acompañó siempre, aun siendo nonagenaria-, vivían junto al viejo café Hispano que regentó mi abuelo Julián y que luego fue el bar Pinarsol de mis padres. Entrando y saliendo de su casa, nos pasamos media vida. Allí encontrábamos el calor de la lumbre baja, envueltos por el olor del puchero o de unas castañas asadas, mientras unos gatos cruzaban de vez en cuando desde la cuadra –con las gallinas y las viejas tinajas- hasta la gatera de la puerta principal. Sordas las dos, a menudo creyendo discutir mientras en realidad decían lo mismo, nos obsequiaron a varias decenas de sobrinos y sobrinos nietos con el permanente caudal de cariño que hubiera correspondido a los hijos y nietos que nunca tuvieron. Cierro los ojos y veo el retrato de los bisabuelos Apolinar y Rosa, oigo crujir escaleras de madera y casi toco aquellos colchones de lana vareada en primavera… Jugábamos al balón en la plaza y vivíamos entre travesuras de chiquillos, muchas risas, partidas de cartas… y siempre, siempre, viejas historias. Sentados en aquellos bancos junto al fuego, escuchábamos desde cuentos y leyendas hasta las propias vivencias familiares, de boca de quienes llegaron a tener casi un siglo que contarnos.
 
Como aquel personaje de las Viejas Historias de Castilla La Vieja que escribió Delibes, me fui dando cuenta de que “ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro”. Seguramente algo parecido hemos vivido todos los que tuvimos la suerte de crecer en un pueblo y en una familia de la que recibir esa tradición oral.
 
Pero Germana de Miguel ha ido más allá: ha decidido que esas historias que siempre oyó contar a su madre y a otras personas de El Hoyo de Pinares no se queden sólo para su familia y no se vayan difuminando con los años. Como tantas otras veces, ha escuchado. Pero en esta ocasión se ha puesto, además, a escribir. Y ha aplicado su sensibilidad y su talento hasta compartir finalmente con nosotros esta delicia que tienes entre las manos.
 
Y que en realidad es más que un libro. Porque está lleno de palabras, sí, pero también de olores evocadores a ropa limpia o a campo, de sabores de despensas que ya apenas existen, de música, de cantos… del latido de otra vida.
 
Muregas me ha conseguido arrancar muchas sonrisas y también alguna lágrima. Porque su autora ha ayudado, con sencillez y con destreza, a trazar de paso el autorretrato de una generación irrepetible y admirable: los niños de la guerra, los niños de la posguerra, los que en medio de todo aquello sacaron fuerzas de flaqueza, alegría de la pena y jugaron, rondaron, cantaron, rieron, restañaron profundas heridas, trabajaron sin desmayo y casi sin quejarse durante décadas, y permitieron que, aupados sobre sus hombros, seamos lo que hoy somos.
 
Es más que un libro, sí. Es una pequeña victoria contra el tiempo. Ese tiempo implacable que va borrando los recuerdos. En Muregas escuchamos una voz, nítida y entrañable, que tiene el eco de otras muchas voces parecidas. Voces que, gracias a estas páginas, ya nunca morirán.

Presentación del libro Muregas

El próximo sábado 21 de abril intervendré en la presentación pública del libro Muregas, del que es autora Germana de Miguel, que he tenido el honor de prologar. La cita es a las 13 horas en el salón de actos del Ayuntamiento de El Hoyo de Pinares.
 
También intervendrán: el alcalde, David Beltrán; la ilustradora de la obra, la acuarelista Teresa Beltrán; y la autora del libro.
 
Muregas recopila recuerdos de mi pueblo, El Hoyo de Pinares, a través de los ojos de una familia y pretende ser un homenaje a las costumbres y tradiciones de esta villa abulense.
 
Tras las intervenciones, la autora firmará ejemplares y compartiremos un vino español.