Creo que es de Jean Cocteau la frase “lo consiguieron porque no sabían que era imposible”. Algo así habría que aplicar a los vecinos de mi pueblo, El Hoyo de Pinares, en la lucha que mantuvieron entre 1995 y 2002 para lograr que la Educación Secundaria Obligatoria se impartiera en la localidad.
El mapa escolar que diseñó el Ministerio (PSOE) y que compartía la Junta de Castilla y León (PP), preveía que, con la progresiva implantanción del sistema establecido en la LOGSE, la oferta educativa en el municipio se limitase hasta los 12 años y que, a partir de esa edad, tuvieran ya que salir diariamente fuera de la localidad. Teníamos población escolar suficiente y un edificio que previsiblemente se quedaría vacío. Los padres no se resignaron y protagonizaron una rebelión cívica que hoy todavía me sigue pareciendo impresionante y aleccionadora. Porque lo difícil no era movilizarse masivamente. Lo complicado era mantener y dosificar inteligentemente esa movilización durante años, dar en cada momento el paso preciso, conseguir que los dos grandes partidos se implicaran a nivel local en esta reivindicación sin tirarse los trastos a pesar de las presiones que recibieran de sus “superiores”, y jugar la baza más adecuada en cada fase de un proceso largo y complejo.
Para ello, en una asamblea popular decidimos crear la Coordinadora en Defensa de la Enseñanza Obligatoria en El Hoyo de Pinares, que, encabezada siempre por madres y padres de alumnos para garantizar su independencia, agrupó a representantes políticos municipales de todos los signos, a representantes del centro educativo y a asociaciones locales en un objetivo común. Todos trabajamos con rigor y dedicándole muchas horas a lo largo de años: recogimos firmas, presentamos fundadas alegaciones al mapa escolar, remitimos informes y estudios a las autoridades, tuvimos una marcada presencia en los medios de comunicación, protagonizamos numerosos gestos reivindicativos, nos encerramos en la Dirección Provincial de Educación, mantuvimos infinidad de reuniones, nos manifestamos en El Hoyo de Pinares, en Ávila, en Valladolid y en Madrid… y llegamos incluso a practicar una sonada abstención masiva en unas elecciones generales. Conseguimos que los mismos políticos que no nos tomaban en serio al principio se sentaran finalmente a escucharnos y a dialogar. Hoy, El Hoyo de Pinares tiene un C.E.O., Centro de Educación Obligatoria, una tipología novedosa donde se imparten la Primaria y la Secundaria Obligatoria y los niños del pueblo no tienen que salir a estudiar fuera hasta los 16 años.
Yo personalmente no me olvido nunca de todas y cada una de las personas que formaron parte de aquella Coordinadora. Contábamos con el respaldo de todo el pueblo, que fue decisivo, pero sólo desde dentro se tiene una idea real de lo que supuso aquel trabajo y aquella lucha, para gente normal, de a pie, que no éramos expertos en nada, unos pequeños David que nos enfrentábamos a poderosos Goliat. Los que formamos parte de aquel empeño vivimos muchas cosas juntos, momentos amargos, dudas, decisiones difíciles, alegrías y mil y una anécdotas.
Entre los integrantes de la Coordinadora, estaba Luis Ayuso, un joven de la localidad, casado, padre de dos hijos (que luego fueron tres, mientras estábamos embarcados en la lucha), que como el resto se había comprometido para defender el futuro educativo de su pueblo. Al igual que sus compañeros, le robó tiempo a sus quehaceres personales y profesionales (en su caso, a su familia, a su negocio de fontanería y calefacción…) para aportar su apoyo a una lucha que sin duda mereció la pena.
Nos conocíamos antes -como es lógico tratándose de un pueblo- pero con ocasión de esa iniciativa se estrechó mucho la relación. Luis fue compañero en aquella aventura, fue cliente de mi asesoría hasta que no pudo ejercer su actividad por motivos de salud y fue, por encima de todo ello, amigo.
En el trato que tuvimos fui descubriendo a una persona trabajadora, luchadora, íntegra, respetuosa y afectuosa. Era serio y responsable en todo lo que acometía. Se implicaba socialmente en los asuntos públicos. Se comportaba con una coherencia admirable. Tenía, además, esa rarísima virtud de decir todo a la cara: tanto si te tenía que echar una bronca merecida como si te tenía que felicitar. Y ambas cosas las sabía hacer sin perder su sonrisa.
Hace ya muchos meses, a Luis le falló el corazón. A él, que tanto corazón, del otro, del de los buenos sentimientos, había derrochado con los demás. Nos vimos algún tiempo después del infarto y estuvimos hablando. Luego, en estos meses, charlamos un par de veces por teléfono y su gente más cercana me mantenía informado. La última vez que vi a Montse, su mujer, me prometí a mí mismo ir en breve al pueblo a visitarle. No fue ya posible. Quiero pensar que él, por aquello del afecto que sabe que le tenía, me lo habrá perdonado. Pero creo que yo no me lo perdonaré nunca.
El lunes 13 de agosto me llamaron para darme la noticia de que había muerto mientras le intentaban trasplantar un corazón compatible que había llegado.
Es muy duro y muy triste tener que decir adiós a un amigo. Lo es más si sólo tiene 48 años. Y mucho más aún cuando nos deja una buena persona.
En su enfermedad, Luis fue tan luchador hasta el final como lo había sido en toda su vida. Lástima que él, que había ganado tantas batallas, perdiera ésta. Sólo por mala suerte. Porque coraje, fuerza y ánimo no le faltaron.
El otro día pensaba que sus hijos, Diego, David y Esther, que han padecido la desgracia de perderle tan pronto, sin embargo pueden sentirse unos privilegiados por haberle tenido como padre.
Le vamos a echar mucho de menos.
(Las fotografías de la reunión de la Coordinadora y de la cabecera de una manifestación son de Manuel Tabasco, corresponsal de Diario de Ávila en El Hoyo de Pinares. En la manifestación Luis va en la pancarta de delante y yo, que era concejal de educación, iba en la de atrás, una norma que nos habíamos marcado: los padres de alumnos en primera línea y los "políticos" locales en segunda fila).
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