Aquella tarde, aquella noche...

De los viajes que he hecho hasta ahora, el de Perú ha sido el más apasionante, el más variado, el más completo. Algunos amigos aseguran que hay un antes y un después en mi vida tras ese viaje. Yo no estoy tan seguro, no sé si realmente me cambió en algo, pero es indudable que lo evoco con un cariño muy especial. Es el viaje más largo que he hecho –veintidós días, creo recordar-, la primera vez que viajaba sin pareja en mucho tiempo (con la incertidumbre de cómo lo vas a llevar), la primera vez que hacía no diré un viaje aventura, que tiene mucho de tópico, pero digamos que un viaje menos convencional. Y el destino fue un país fascinante, con muchos países en uno –montaña, desierto, selva, islas, ciudades históricas, pequeños pueblos…-, con una carga histórica y de naturaleza impresionante y con una gente acogedora y llena de encantos. Un amigo –y una sola persona puede, a veces, ser mayoría- me ha propuesto que, además de los viajes que hago ahora, refleje en el blog de vez en cuando algunos de estos viajes retrospectivos. Si hay ocasión, quizá le haga caso.

Pero no quería hablar hoy de viajes pasados. Sólo quería evocar sencillamente un par de escenas que me han venido a la memoria muchas veces desde entonces. Aquel amanecer en Machu Picchu me erizó la piel, el vuelo del cóndor sobre el cañón del Colca no te puede dejar indiferente, la parada en la isla de los Uros en el lago Titicaca, aquella noche con la comunidad de habitantes de la pequeña y misteriosa Taquile, los impresionantes paseos nocturnos por la selva amazónica en Puerto Maldonado, la excursión a ver caimanes en el río, sobrevolar en avioneta las líneas de Nazca, aquellas tardes y noches embrujadoras en Cuzco, donde me hubiera quedado… fueron todas experiencias inolvidables. Pero no son ésas, curiosamente, las escenas que me han venido a la memoria, no, son otras mucho más sencillas.

Los días que íbamos a ir al cañón del Colca, tomábamos como base de operaciones el pueblo de Chivay, que estaba precisamente celebrando sus fiestas locales, con una curiosa mezcolanza de la herencia hispano-cristiana y de los ritos indígenas.


Por la tarde, después de dar un paseo por esta pequeña población, me paré en la puerta de la iglesia. En una pequeña plazoleta, el joven cura hacía de animador de la fiesta y, micrófono en ristre, era el conductor de una serie de juegos para los más pequeños de la localidad. ¿Jugaban a la Wii? No, no se había inventado, pero hubiera dado igual que ya se hubiera inventado. El juego consistía en que los niños llevaban atados a los tobillos unos globos. Había que conseguir el reto de pisar el mayor número posible de globos a los demás y que te pisaran el menor número posible de los tuyos. ¿El premio era una play station o, al menos, una bicicleta? No, el premio era, como anunció el cura, una fantástica caja de lápices de colores. Creo que tardaré en ver por aquí en algún niño –si es que lo consigo- una cara de felicidad como las que contemplé esa tarde, el rato que me convertí en un espectador más de aquella sencilla fiesta popular. Rostros risueños entre los que ganaron los lapiceros de colores y entre quienes nada más –¡nada menos!- se diviertieron participando en sus juegos y en su fiesta. La moraleja no hace falta explicitarla mucho, pero quizá alguna vez encontremos un término medio entre la miseria extrema a la que tenemos condenados a unos y nuestro consumismo absurdo que nos llevará ahora a todos a cambiar al Blu-Ray y tirar inevitablemente a la basura millones de reproductores de DVD –lo viviremos en breve, lo verán-, el generar necesidades artificiales que terminan de alguna forma por esclavizarnos. El utilizar a las personas –de aquí y de allí- como combustible para la economía. Se puede ser feliz con menos, se puede ser feliz de otras formas.

Y por la noche, hubo otra parada en el mismo pueblo y algunos aprovecharon para visitar la vieja y destartalada iglesia, que estaba abierta porque acababa de terminar alguna celebración nocturna. El templo, por mucho que te esforzaras en apreciar el detalle, creo que se visitaba en cinco minutos, así que a continuación yo me fui solo, a mi bola, y me acerqué a una plazoleta cercana. Allí las familias habían sacado mesas y sillas a la calle, con comida. Y calentaban una especie de ponche característico, que no recuerdo ya cómo se llamaba ni con qué estaba hecho. Todos se intercambiaban, charlaban, compartían... En cuanto me vieron solo y curioseando, enseguida varias familias me fueron invitando a que me acercara a sus mesas y me uniera a su cena. Me fueron presentando a sus gentes, me explicaron el sentido de su fiesta, en qué consistían sus tradiciones, cómo era su vida por allí… Un padre me dijo que su hijo jugaba muy bien al fútbol y que podía ser una estrella, que por favor me lo llevara conmigo a España. No conocía aún a Petón y no sé si me perdí a la figura que me hubiera solucionado mi vida, pero me conmovía aquel padre que quería solucionársela a su hijo, quería ofrecerle algo mejor. Y me lo decía absolutamente en serio, como si yo tuviera mucho poder o me pudiera llevar a su hijo escondido en una maleta sin papeles. El ponche estaba hervido, así que no había riesgo, y allí compartí una noche ciertamente entrañable. No sabía especialmente rico, pero a mí sí me dejó –paradojas de la vida- muy buen sabor. Llegaba la hora de marcharme y mientras me despedía -gracias por todo, amigos- me pareció que aquella conversación y aquella bebida compartida, ofrecida de corazón, habían sido más enriquecedoras que cualquier monumento que hubiera podido visitar.

(Fotografías del autor)

4 comentarios:

Adminweb dijo...

Hola Carlos Javier!

Una vez me escribiste, en un blog que tenia y que trataba sobre el Atletico de Madrid, en los blogs de as.com.

Y me dijiste que haber si escribia un post sobre un anuncio de TV que tenia que ver con el Atletico de Madrid y el Real Madrid, jeje. Finalmente no opine nada ya que nunca escribi nada sobre ese tema.
Pero si, que me emociono muchisimo y me entusiasmo, tu firma, en mi blog. Gracias.

Y hoy me vuelvo a pasar por tu blog, como muy de vez en cuando, para invitarte a leer un poema que he escrito homenaje a la Seleccion Española de Futbol, por el campeonato logrado en la Eurocopa.
El poema esta en mi blog.

Seguramente que te gustara, si eres del Atleti, de nuestro Atleti...

Un saludo!!

www.LeonardoRivera.com

Anónimo dijo...

Huy, ¡protesto, señoría! Lo de que dudas mucho ver esa felicidad en un niño de aquí... Volverás a decir que estás más a la izquierda que yo cuando te cuente que llevo años diciendo que los trabajadores sociales no deberían estar sólo en barrios marginales, y que lo de "pobres niños ricos" no es un tópico. Me parece tanto maltrato el abandono estándar, como el abandono compensado con toneladas de regalos y nada de afecto. Los niños, ahora, en las sociedades de consumo extremo, como la nuestra, están, también, muy desprotegidos. Consentidos, sobreestimulados, sin límites con una infancia que termina cada vez más temprano y con una adolescencia que cada día se alarga más. Lo que a mí me parece chocante de esto no es la sorpresa y felicidad de un niño al recibir una caja de colores sino que hayamos llegado a un punto de supradesarrollo que ha hecho que ya los niños no pongan esa cara ante una caja de lápices, o que valoren de forma cuantitativa los regalos de Navidad. Eso es maltrato. Pero socialmente aceptado. Es muy poco "correcto" decir que tanto maltrato es la hambruna como la obesidad, la carencia de todo como el exceso de todo, la no escolarización como la sobrecarga de actividades que impiden al niño desarrollar una vida común. Hay muchas ONGs encargadas de cuidar a los desfavorecidos. La triple C, me decías antes. Sí. ¿Y los de aquí, qué? He trabajado mucho en ocio con niños. Durante unos años organizaba fiestas de cumple ¿y sabes en qué estábamos especializados? En jugar. Hacíamos fiestas de cumple que eran como una tarde de campamento, con poco material y mucha imaginación. Y los niños ponían cara de caja de lápices, porque no están acostumbrados. Di también una temporada un taller de "El juego y el juguete" que se dividía en tres sesiones (videojuegos: consumo responsable, el juego sin juguetes y fabricación de juguetes con basura, que daba Vladi, porque yo no soy nada manitas). El taller "el juego y el juguete" no lo preparaba, solía salir un poco solo y dependía mucho de los niños. ¿Y sabes? La mayoría no sabía jugar ¡¡NO SABÍAN JUGAR!! ¿hay maltrato más terrible que ese? (moviéndonos dentro de unos estándares mínimos, obviando la crueldad asquerosa de la explotación infantil, la prostitución infantil, y las condiciones de vida extrema). Estamos creando una generación bomba, son chavales que están perdidos, hastiados y desmotivados, por culpa nuestra, de los adultos que los rodeamos. Es terrible.

(Hala. Cumplí. Cabezota.)

Carlos J. Galán dijo...

Leonardo, ya me doy una vuelta por tu blog a ver el poema deportivo. Ya verás que he escrito otro post sobre la Eurocopa donde, entre otras cosas, reivindico a F. Torres y L. Aragonés como patrimonio sentimental de los rojiblancos.

Fiona Seaver, me parece muy bien que finalmente haya colgado usted el comentario (aclaración para lectores: ella se resistía porque decía que era muy largo y a mí me interesaba que dejase aquí esta reflexión). La comparto en buena medida, ya lo sabes. Creo que en un caso son niños que carecen incluso de lo elemental en lo material, pero es verdad que en el otro caso tenemos al lado muchos niños que tienen sobredosis material y carencias afectivas, educativas, etc. Así es la sociedad de consumo, no sé si estamos creando monstruitos. Mi madre siempre está convencida de que lo mejor que nos han dado a los tres hermanos son los estudios (para ellos fue un gran sacrificio personal y económico) y yo una vez le dije que no. Se sorprendió. Lo mejor que a mí me han dado es una educación con valores (respeto, generosidad, compañerismo, austeridad...) pero no tanto teorizando como haciéndonoslos vivir en la práctica, en algunos casos creo que incluso sin proponérselo, podría contar mil ejemplos concretos.
Hoy funciona mucho el concepto de "aparcaniños", el ofrecerles cosas que les llenen su tiempo y les distraigan para que no molesten y muy poco la implicación y la estimulación. Culpa de esto lo tiene en parte la actitud de los propios padres; parte de culpa es también de un modelo social en el que la vida laboral absorbe todo; y parte también de la insuficiencia de recursos (no se nace sabiendo ser padres; a pesar de lo que la mayoría de la gente cree, yo pienso que no es instintivo). Bueno, el tema da para mucho, para libros, mesas redondas y para mil charlas sentados en un parque...
(Una curiosidad que a estas alturas ya no te sorprenderá. Telepatía, capítulo XLVIII. Cuando te "amenacé" -"si no publicas tú el comentario, lo cuelgo yo con un copiar y pegar y pongo cualquier nombre"- ¿sabes qué nombre pensaba poner? Sí, exacto: Fiona Seaver, palabra).

Anónimo dijo...

Fíjate que no me sorprende.... Jijijijji....