De mar a mar

Calculo que Mario tendría 16 y yo 17 años. Nos habíamos propuesto irnos a Asturias con nuestras mochilas a la espalda, una tienda de campaña, un walkman y algunas cintas de cassette, un pequeño hornillo para cocinar y unas cuantas latas de comida, ganas de aventura y muchas dosis de ilusión. Lo que apenas llevábamos era dinero, pero esto nos parecía entonces un detalle insignificante. 

Cuando llegamos a Oviedo, en la misma estación Mario preguntó: “¿Cuál es el primer tren que sale para un sitio con mar?”. Aparecimos en la playa de San Juan de Nieva, un hermoso lugar cerca de Avilés. 

Al llegar al destino, comenzamos a caminar, suponíamos que en dirección al Cantábrico, pero no estábamos seguros y llevábamos demasiada carga como para dar paseos inútiles. Mario soltó entonces la mochila, se adelantó corriendo, subió a un montículo y mientras volvía me gritaba desde lejos todo emocionado: “¡Tío, el mar!”. 

Más de treinta años después, de mil y una vivencias compartidas, mientras echábamos al mar las cenizas de Mario, recordaba yo aquella escena. Los inicios de una amistad que ya es para siempre. Y esa atracción que él sentía por el mar. Le hubiera gustado el sitio que sus compañeros de buceo eligieron para que le despidiéramos. 

Se me ha ido con él tanta historia, tanta vida, que cinco meses después no encuentro aún palabras que puedan reflejar, siquiera pálidamente, esta herida. 

Me encanta la gente que mira hacia adelante, la que mantiene firmemente que lo mejor está por venir. Y quisiera creerlo, pero me resulta hoy imposible. Muy generoso tendría que ser el futuro conmigo para no pensar que lo mejor de mi vida se quedó aquel atardecer entre las olas del Mediterráneo.


(Fotografías: Galicia, 1985; Marrakech, 2006; y Jávea) 

4 comentarios:

A. Garcia Portela dijo...

Me has hecho llorar. No me imaginaba a donde llevaría el recuerdo de un viaje de juventud.
Es una suerte tener amigos que escriban cosas tan bonitas de uno.
Lo siento. Un abrazo

Fernando Solera dijo...

Supongo que mis palabras servirán de poco, pero Mario no ha muerto. Sé que suena fuerte, Carlos, pero quienes creemos firmemente en la inmortalidad del alma no podemos decir otra cosa. Estoy convencido de que este bello retrato acerca de vuestra amistad le habrá emocionado.

Un abrazo.

Unknown dijo...

Lo primero de todo mandarte un abrazo muy grande Carlos...Mario tenía un gran corazón; al igual que veo tras tus publicaciones, que no sólo eráis compañeros de aventuras, sino de grandes corazones, llenos de buenos sentimientos...No he podido evitar derramar unas cuantas lágrimas ¡Es muy duro perder a las personas que queremos! Pero mientras podamos recordar a los que se nos adelantan en su marcha, no morirán nunca... un besazo. María Ángeles Alonso.

Carlos J. Galán dijo...

Gracias a todos. Esta despedida me ha arrancado y me arranca muchas lágrimas. Pero la memoria de alguien tan vital como Mario también es capaz de sacarme muchas sonrisas, cuando de pronto recuerdo alguna de sus ocurrencias o de las cosas que hemos vivido juntos.