Mostrando entradas con la etiqueta Italia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Italia. Mostrar todas las entradas

Florencia (y V)

Junto con los museos y la arquitectura civil, Florencia cuenta con una amplia arquitectura religiosa. Además de su mundialmente célebre Duomo, resultan muy interesantes iglesias como Santa Croce, San Lorenzo, Santa María Novella, el Convento de San Marco, San Miniato al Monte, Santo Spirito o la Capilla Brancacci…, por citar sólo algunas.

El Convento de San Marco (s. XIII) es una delicia de lugar, porque en él vivió Fra Angelico y lo decoró con su pintura al fresco, dejando en las paredes del edificio que acogía a su comunidad más de un centenar de obras, en las distintas salas y en cada una de las celdas de los religiosos. Está visto que nada como tener de compañero a Fra Angelico para disfrutar de una decoración de lujo en tu propio dormitorio. Sobresale La Crucifixión, en la Sala Capitular y, al subir la escalera, La Anunciación (aunque quizá La Anunciación de este artista que nos resulta más familiar y que tenemos en la memoria es la que se conserva en el Museo del Prado).

Cerca, la iglesia de San Lorenzo, la antigua parroquia de los Médicis, data del siglo XV y es obra de Brunelleschi. Allí se halla el mausoleo familiar donde descansan los seis Grandes Duques.

Esta iglesia es el centro de un barrio repleto de vendedores ambulantes y donde se alza el Mercado Central, una construcción de cristal y acero del siglo XIX.

En Florencia, yo me alojaba en el barrio de Santa María Novella, junto a la estación de ferrocarril.

La iglesia de Santa María Novella tiene una nave gótica con vistosas vidrieras. Un crucifijo de madera de Brunelleschi, la Trinidad de Masaccio o frescos de Filipo Lippi son algunas de las obras de arte que pueden encontrarse en el interior.

Su fachada renacentista, obra de Leon Battista Alberti, es de mármol, y el resto del exterior es de piedra. Como anexo, hay un convento con un bellísimo claustro.

Muy cerca está un local que resulta muy curioso visitar, la Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella, una antigua farmacia del siglo XVIII donde se elaboraban las esencias, bálsamos, ungüentos y remedios de la época. Cuenta con una colección visitable de alambiques, instrumental, libros y botes de cerámica. Y todavía hoy despachan al público perfumes y productos de herbolario.

La plaza de Santa Croce es el nucleo de un barrio con encanto, en el que encontramos anticuarios y vendedores ambulantes. Allí, la actual iglesia ocupa el lugar donde se ubicaron un pequeño templo y un hospicio, fundados por el propio San Francisco de Asís y sus seguidores en 1228, construcciones luego ampliadas en 1252. En 1294 se edifica el actual complejo, una iglesia gótica con tres naves, seis capillas, un campanario y un magnífico claustro.

La basílica de Santa Croce es un auténtico panteón de florentinos ilustres, porque en ella están enterrados nada menos que Miguel Ángel, Galileo, Dante o Maquiavelo, entre otros muchos.

Y es también otra interesantísima referencia en el arte, porque las capillas están adornadas por frescos de Giotto y porque alberga una amplia muestra de pintura y escultura religiosa. Allí, en el refectorio transformado el museo, se conserva el crucifijo de Cimabúe.

A la salida de esta basílica fue precisamente cuando el escritor Stendhal, en el siglo XIX, comenzó a sentir una especie de ansiedad: “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”. La psiquiatra italiana Graziella Magherini describió este fenómeno en 1979, analizando más de un centenar de casos similares entre turistas y visitantes en Florencia. Hoy se llama síndrome de Stendhal a esa reacción psicomática que se puede producir cuando alguien es expuesto a una sobredosis de belleza artística, provocándole una aceleración del ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso en algunos casos alucinaciones o histeria. Pero el síndrome de Stendhal, además de un fenómeno descrito clínicamente, es también una referencia cultural o literaria, para expresar de forma figurada la reacción ante la belleza artística. No en vano recordarán que, cuando iniciaba el relato de este viaje, recomendaba visitar Florencia con calma, disfrutándola y sin empacharse. Stendhal no me hizo caso y ya ven…

Ubicado en una cumbre, el barrio de San Nicolò es un lugar rodeado de bosques olorosos al que se llega cruzando el Arno por el puente de la Grazie y subiendo por una larga escalinata. En la subida se pasa por el Fuerte Belvedere, una construcción militar del siglo XVI.

Al llegar arriba, podemos visitar la pequeña iglesia renacentista de San Salvatore al Monte que gustaba a Miguel Ángel y, destacadamente, la iglesia románica de San Miniato al Monte, dedicada al primer mártir cristiano de la ciudad.

La fachada de San Miniato, también de mármol blanco (como Santa Croce y Santa María Novella), es del siglo XII.

La decoración interior tiene mosaicos y frescos y llama la atención el coro, con su balaustrada y su púlpito.

Junto a la iglesia, puede caminarse por un curioso cementerio neogótico, con algunas llamativas esculturas. Paseando por él nos encontramos con las tumbas de algunos figuras como Carlo Collodi –el autor de Pinocho-, el también escritor Giovanni Papini o el ex primer ministro Giovanni Spadolini.

En la cumbre donde se ubican estas iglesias está un lugar de obligada visita: la Piazzale Michelangelo. La plaza Miguel Ángel es una amplia terraza com mirador desde la que se divisa el río, el conjunto arquitectónico urbano -del que sobresalen las torres de los palacios y la cúpula del Duomo- y el fondo de los Apeninos. Las mejores vistas de una ciudad inolvidable.

(Fotografías del autor, excepto pintura La Anunciación de Fra Angelico, interior de Sta. Maria Novella y ábside de Santa Croce).

Florencia (IV)


Además de la Galería de los Uffizi, el Museo de la Ópera del Duomo y el Museo de la Academia… es cita obligada, en lo que a pinacotecas se refiere, la Galería Palatina.

El Palacio Pitti, del siglo XV, fue la nueva residencia de los Médicis a partir del siglo siguiente. Situado en el barrio de Oltrarno, es decir, el valle que se extendía a la otra orilla del río Arno, se trata de un edificio renacentista con una fachada de piedra de almohadillado florentino, de unos 200 metros de largo. El rey Víctor Manuel III decidió, a principios del siglo pasado, que dejara de ser residencia real y pasara al patrimonio público. Además de tesoros artísticos de los Médicis, de los Lorena y de los Saboya, acoge hoy, convertido en museo estatal, una extensa e interesantísima muestra de arte que se ha ampliado de forma muy considerable.
La Galería Palatina -cuyos techos están decorados con frescos de temas mitológicos que dan nombre a algunas salas- acoge buena parte de las colecciones pictóricas visitables, donde encontramos cuadros de nombres como Boticcelli, Signorelli, Lippi, Perugino, Van Dyck, Caravaggio, Tintoretto, Veronés o Rubens, entre otros. Vi numerosas obras de Tiziano y, destacadamente, una buena representación de la pintura de Rafael. Entre los artistas españoles, nos encontramos con trabajos de Murillo, por ejemplo.

En el palacio son visitables los antiguos Apartamentos Reales, con sus majestuosos ambientes y su decoración suntuosa, generalmente del estilo neobarroco que impusieron en palacio los Habsburgo-Lorena. Allí se puede pasar por la Sala Roja o del Trono, la Sala Celeste donde escuchaban conciertos, la Capilla, y los distintos dormitorios, gabinetes y despachos. Además de esos Apartamentos Reales, también pueden verse los Apartamentos Borbónicos, el de la Duquesa de Aosta o el del Príncipe de Nápoles.

Pero, junto a las amplias colecciones de arte antiguo ubicadas en la galería palatina, el Palacio Pitti acoge, además, una extensa y sorprendente colección de arte moderno, con escultura y pintura del siglo XIX al XXI. Un recorrido artístico que merece la pena, que pasa por los distintos movimientos artísticos - impresionismo, realismo…- y por todas las técnicas, temáticas y estilos.

No terminan ahí los tesoros del Pitti, puesto que también alberga una Galería del Traje y un Museo degli Argenti (de objetos de metales preciosos).

Situado junto a Palacio, el Jardín de Bóboli, comenzado en el siglo XVI y sucesivamente ampliado en la siguiente centuria, es como una especie de jardines de Versalles pero de gusto italiano, con una amplia superficie de 45.000 metros cuadrados de vegetación, parterres, fuentes, estatuas, un anfiteatro y una cueva artificial. Ofrece , además, una hermosa vista de la ciudad y de las colinas toscanas.

Ubicado en la Florencia medieval se halla el Palacio del Bargello (que era el capitán de la policía de la ciudad), una construcción con una torre almenada. Hoy, está convertido en un museo de escultura toscana, en la que pueden verse obras de Miguel Ángel, Cellini, Juan de Bolonia… y de Donatello. Yo buscaba su famoso David, sin tener ni idea de que estaba en restauración, hasta que, para mi sorpresa, me lo encontré de pronto tumbado en una especie de mesa de operaciones. Curiosamente, el museo había organizado una restauración visitable. A este célebre bronce le han hecho, por vez primera desde el siglo XV, radiografías, comprobaciones microscópicas, mediciones, verificaciones de su estado de conservación… Y le han sometido a un proceso de limpieza y reparación que podía seguirse en directo a través de internet o visitarse en el propio museo.


(Fotografías: fachada Palacio Pitti, Jardín de Bóboli y patio Bargello, del autor; interior Galería Palatina, de J.R.G. Castro, de la Galería de imágenes Creative Commons de Flickr; restauración del David de Donatello, de la web Il restauro del David de Donatello . Las pinturas son: Virgen de la Silla, de Rafael, y En la cama, de Federico Zandomeneghi)

Florencia (III)

Además de la Galería de los Uffizi, que es el museo florentino por excelencia, otro de los más atractivos centros de arte de la ciudad es la Galería de la Academia, con una exposición permanente de instrumentos musicales antiguos y una interesante muestra de pintura y escultura.

En el apartado pictórico, alberga una amplia colección de pintura religiosa, que va desde el siglo XII hasta el XIX, desde tablas medievales embellecidas con pan de oro hasta pinturas renacentistas, incluyendo también una curiosa colección de iconos rusos.

En cuanto a lo más destacable en esculturas, en la Sala del Coloso encontramos El Rapto de las Sabinas, de Juan de Bolonia, una obra de grandes dimensiones que representa tres figuras entrelazadas en espiral, como formando una sola. No tiene, por tanto, un frontal y una parte trasera, sino que instintivamente obliga al espectador a girar alrededor de ella para poder apreciarla.


También están en este museo los cuatro Esclavos de Miguel Ángel, interesantes esculturas que finalmente no se utilizaron en el mausoleo romano del papa Julio II al que iban destinadas, y que fueron donadas por su autor a Cosme de Médicis. La técnica del inacabado que aplica el autor transmite la sensación del esfuerzo de las figuras humanas por liberarse de la materia.

Pero la estrella absoluta de la Galería de la Academia es, qué duda cabe, el David de Miguel Ángel...

Qué puede decirse. Impresionante. Yo no soy (no sé si después del viaje a Florencia debería decir no era) muy aficionado a la escultura, me inclinaba más por la pintura. Y uno llega allí, además, con la sensación de que ya no va a sorprenderle esta obra, después de haberla visto centenares de veces en fotografías y tras haber contemplado su réplica en la Plaza de la Signoria… Pero es inevitable quedarse cautivado ante una de las esculturas más conocidas y admiradas de la historia. Cómo no fijar la atención en la expresividad de los ojos o en la fortaleza y tensión de las manos, incluso con el detalle de las venas…


La Ópera del Duomo quería una representación de David –el pastor de rebaño que sería luego proclamado Rey de Israel-, inicialmente para ubicarla en la catedral. El bloque de mármol de Carrara que ofrecía era muy estrecho y llevaba abandonado a la intemperie en el patio de obras del Duomo más de cuatro décadas. Otros escultores declinaron el encargo precisamente por esa circunstancia. Miguel Ángel Buonarotti, con 26 años y un talento ya excepcional, aceptó el reto que se le planteó y, de aquel mármol rechazado por otros, consiguió obtener una de las obras maestras más reconocidas de todos los tiempos.

Pero, además, como me explicaba más tarde Renatta, una amiga a la que conocí en Florencia, otros artistas modelaban primero bocetos en barro del mismo tamaño que tendría la obra definitiva y luego ellos o sus discípulos trasladaban la figura al material definitivo, trabajando además por todos los lados para evitar errores de cálculo o perspectiva. No así Miguel Ángel, que al parecer sólo utilizó un pequeño boceto y que empleó una técnica sustractiva hasta obtener, de aquel estrecho y dificultoso bloque, la obra pretendida.

El David, de más de cuatro metros de altura, no fue finalmente colocado en el Duomo, sino en la entrada del Palacio de la Signoria en 1504 y, en el período republicano, se convirtió en el símbolo de la ciudad y de sus libertades.

La escultura sufrió una rotura durante una revuelta popular –resultó golpeada con un mueble lanzado desde una ventana-, así que, después de ser reparado en época de Cosme I –aún se aprecian las marcas- las autoridades decidieron su traslado a un emplazamiento interior y fue cuando se colocó la actual réplica en la plaza. Téngase en cuenta que en 1873 no existían, claro está, los modernos camiones y grúas, así que, para llevarlo al lucernario en el que se exhibe, se construyó expresamente una vía con raíles y se transportó cuidadosamente en una vagoneta.

Frente a la tradicional iconografía del David muchacho, Miguel Ángel lo concibe como un hombre fuerte. Y si lo habitual era representarlo después de la victoria sobre Goliat, incluso con la cabeza del gigantón filisteo cortada, aquí parece que está en los momentos previos. David se nos muestra con una pierna adelantada, con la honda preparada sobre el hombro y mirando a lo lejos para divisar y recibir a su adversario. La cabeza y las manos están sobredimensionadas respecto al cuerpo, quizá teniendo en cuenta que la figura se iba a contemplar desde abajo y de esa forma el escultor consigue reforzar la sensación de vigor y de tensión.


(Ilustraciones: Cristo de la Piedad, de Andrea del Sarto; El Rapto de las Sabinas, de Gianbologna; Esclavo despertando, de Miguel Ángel; y David, de Miguel Ángel, vista general y detalle de la cara y de la mano derecha).

Florencia (II)

Además de la plaza del Duomo, el otro gran punto de referencia y núcleo de la vida de la ciudad es la Plaza de la Signoria, dominada por el Palacio Vecchio, muy cerca de la Galería de los Uffizzi y que constituye un auténtico museo al aire libre.

En la parte central de la plaza se alza la estatua ecuestre del Gran Duque Cosme I de Médicis, de la que es autor Juan de Bolonia.

Cerca, la fuente de Neptuno nos ofrece una singular estatua de gran tamaño del dios del mar, obra de Bartolomeo Ammannati.

En la puerta del Palacio Vecchio está la reproducción del David de Miguel Ángel.

Y, en la Loggia della Signoria, donde se desarrollaban las principales ceremonias públicas, conviven numerosas reproducciones escultóricas de famosas obras, como el Perseo de Cellini, el Hércules de Juan de Bolonia o El rapto de las Sabinas de este mismo artista.

Completan el conjunto de la plaza otros notables palacios de distintas épocas como los Uguccioni (s. XVI), la Assicurazioni (s. XIX) o el Tribunal de la Mercancía (s. XIV).

El Palacio de la Signoria o Palacio Vecchio (viejo, por oposición al nuevo palacio Pitti) fue construido en el siglo XIII como residencia de los Médicis y se convirtió en sede de las autoridades comunales desde 1872. La impresionante Sala de los Quinientos, de más de 1.000 metros cuadrados, albergó las reuniones del Consejo de la República Florentina y fue salón de audiencias de los Médicis.

Merece la pena echar un vistazo al gabinete de trabajo de Francisco I de Médicis y al patio de Michelozzo, con la fuente del pórfido. En el segundo piso, la terraza de Saturno tiene muy buenas vistas y, en la Sala de los Mapas, se pueden contemplar 55 mapas del mundo del siglo XVI que ofrecen una idea de los conocimientos geográficos de la época. Como el mundo es un pañuelo, allí me encontré a una familia buscando Ávila en un mapa de Galileo Galilei (sí venía, sí).

Junto a la Plaza de la Signoria está la Galería de los Uffizi (los oficios o las oficinas). Se llama así porque el palacio, encargado por Cosme I, estaba destinado a albergar los servicios de la administración toscana en el siglo XVI. Pero el Gran Duque Francisco I instaló en ella su rica colección de arte y, al acordar abrir una galería visitable “donde poder pasear entre pinturas, estatuas y otros objetos de valor”, estaba dando paso a lo que es la concepción museística moderna. Los Uffizi son en la actualidad uno de los más importantes museos del mundo, con alrededor de medio centenar de salas y miles de obras escultóricas, pictóricas, tapices… desde la época medieval a la moderna.

Por citar sólo algunas, la sala 2 está dedicada a la pintura toscana del siglo XIII y contiene obras de Giotto. En la sala 3 encontramos pinturas del Trecento sienés, con Lorenzetti, el primer artista occidental que pintó auténticos paisajes. Las salas 5 y 6 son las del Gótico Internacional y la Sala 7 la del incipiente Renacimiento, donde destacan las obras de Piero della Francesca.

De la 10 a la 14 están dedicadas a Boticelli. Este pintor florentino representó el neoplatonismo de la época, fusionando temas paganos y cristianos. El singular Sandro Boticelli destacó por su amor a la naturaleza y al cuerpo femenino, y por la exquisitez en la representación de los sentimientos. En los Uffizzi pude quedarme largo rato ante La Primavera y, sobre todo, maravillado ante la célebre El nacimiento de Venus.

La 15 es la Sala del minucioso trabajo de Leonardo da Vinci, flanqueado por otros pintores como Signorelli o Perugino. Allí está la inacabada La adoración de los magos y también otra de las más conocidas obras del maestro, La anunciación.


En la 20 encontramos la pintura, entre otros, de Durero y Cranach (por ejemplo, su Adán y Eva). La 25 está dedicada a Miguel Ángel –representado por La Sagrada Familia con San Juan niño- y otros pintores florentinos, la 26 a Rafael, la 28 es la de Tiziano, la 31 Veronés, la 32 Tintoretto… En la planta primera las Salas 33 a 45 y las llamadas Nuevas Salas acogen obras de Velázquez, Rubens, Rembrandt, Goya o Caravaggio -impresionante su Sacrificio de Isaac-.

El propio edificio de la Galería de los Uffizi tiene interés. El arquitecto, Vasari, lo concibió en 1560 como un palacio “sobre el río y casi en el aire”.

Cinco años después, se comunicó con la nueva residencia de los Médicis, el Palacio Pitti, mediante un corredor aéreo cubierto que cruza el río Arno por el puente Vecchio y la iglesia de Santa Felicita hasta desembocar en los Jardines de Bóboli, uniendo así los puntos neurálgicos de Florencia.

El puente Vecchio era precisamente mi lugar favorito -viendo las fotos ¿hace falta decirlo?-, uno de los más encantadores de la ciudad. Allí me llevaban los pasos cada noche, paseando entre artistas callejeros y visitantes de todos los países.

Hasta llegar a la Plaza de la Signoria y al encantador puente Vecchio sobre el Arno, solía atravesar también la Plaza de la República, un gran cuadrilátero con un arco de triunfo que hoy es zona de mercado y de terrazas.

Al anochecer, pintores y dibujantes, magos y humoristas y, sobre todo, músicos y cantantes, tomaban la calle y, cada noche de verano, Florencia se convertía en un mágico espectáculo.

Les dejo un video en el que he recogido algunos curiosos encuentros con la música española o en español en las calles de Florencia. Nada más llegar, después de una temporada un poco dura en lo personal, con ganas de sumergirme en la ciudad y de olvidar, salí a dar el primer vistazo a Florencia. En ese mi primer paseo de pronto me pareció escuchar aquellos hermosos versos de Machado musicados por Serrat: "Caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar. / Al andar se hace camino / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante no hay camino, / sino estelas en la mar...." La emoción era inevitable. Se trataba de la Coral Polifónica Hims Mola, de la localidad de Molina de Segura (Murcia). Acababan de ofrecer un concierto en la catedral de Santa María del Fiore y, como dentro sólo podían interpretar piezas sacras, ni cortos ni perezosos salieron al exterior, se plantaron en la escalinata, congregando enseguida a un numeroso público de las más variadas procedencias, e improvisaron un concierto gratuito en la calle, con otro tipo de música, simplemente porque les apetecía. En el pequeño video están interpretando los versos de Mario Benedetti -"Si te quiero es porque sos / mi amor, mi cómplice y todo. / Y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos"-. Otra noche, paseando por el interior del puente Vecchio, asistí un rato a la actuación de Claudio Spadi, seguida por mucha gente joven de distintas nacionalidades sentados en el suelo, y también cantó una canción en español, de Fito y Fitipaldis. Y casi al final de mi estancia en Florencia, me topé también una noche con otro artista callejero, Tadeusz Machalski, que interpretaba en guitarra el Concierto de Aranjuez. Fue una preciosa despedida. Pero aquí en el blog aún me quedan cosas que contar...


(Fotografías del autor, excepto pinturas: El nacimiento de Venus, de Boticelli; La Anunciación de Leonardo da Vinci; Adán y Eva, de Lukas Cranach el Viejo; y El sacrificio de Isaac, de Caravaggio)

Florencia (I)

Siempre había pensado que, cuando fuese a Florencia, iría sólo a Florencia. Que no quería ir de paso uno o dos días, para partir a continuación hacia otro destino. De hecho, cuando estuve en Venecia despidiendo al año 2005, ya nos ofrecieron una excursión y, por suerte, se aceptó mi criterio de posponerlo para mejor ocasión y quedarnos allí aquella Nochevieja, callejeando y saboreando la ciudad de los canales. Después de haber tenido ocasión de visitar Florencia durante cinco días en agosto de 2008, ahora creo que mi intuición era acertada. Si a alguien no le gusta especialmente el arte, es cierto que le puede bastar con una de esas visitas –para mi gusto, apresuradas- del tipo Tour Ciudades Italianas o Crucero Ciudades del Mediterráneo. Solamente ya el asomarse desde la Piazzola Michelangelo, admirando la cúpula de Brunelleschi recortada sobre el fondo de los Apeninos y pasear luego entre los monumentos arquitectónicos, sin duda es una gozada. Me parece que, sin embargo, no es –por insuficiente- el modelo de visita indicado para quienes disfruten, por ejemplo, con la pintura. Porque un paso más allá de la visita fugaz, tras las puertas de sus museos e iglesias, Florencia esconde tesoros cuya contemplación es un regalo vital y, en mi opinión, conviene hacerlo con calma, disfrutándolo. El Prado, el Reina Sofía y el Thyssen da tiempo material a visitarlos en un par de días, o hasta en uno solo si nos lo proponemos, pero me temo que acabaríamos empachados. Por eso, el rico arte florentino hay que verlo con cierta tranquilidad, sin saturarse. Esto no son los Museos Vaticanos, con centenares de turistas circulando por la Capilla Sixtina mientras tapan la vista de los frescos que hay en las paredes, o el Louvre con decenas de personas agolpadas junto a una Gioconda que apenas se entrevé tras un cristal. Aquí puedes quedarte el tiempo que quieras recreándote frente a las obras de Leonardo, de Donatello, de Miguel Ángel, de Botichelli, de Fra Angelico…, sin que nadie te estorbe ni te apremie. Tampoco la jornada de paso por Florencia es el tipo de visita que yo recomendaría, obviamente, a quienes gustan de explorar el alma de las ciudades, de sentir su cadencia, de observar y compartir sus costumbres durante unos días. Para esos viajeros, charlar con florentinos y con algunos de los numerosos visitantes de todas partes del mundo, vivir durante unos días esta ciudad de cafés y artesanos, de arquitectura y artistas callejeros, de mil sabores por descubrir, de belleza acechando en cualquier esquina, también será sin duda un placer. Para mí desde luego lo fue.

En medio de unos cuantos viajes con amigos (algunos de los cuales, como Lleida o Soria he compartido ya en este cuaderno de bitácora y otros contaré próximamente), Florencia fue mi escapada solitaria del pasado verano, aunque luego tuve allí oportunidad de conocer, en esos cinco días, a personas estupendas de las más variadas procedencias.

Florencia es la capital de una región italiana cautivadora –La Toscana-, pero sobre todo –ahí va el primer tópico, aunque cierto- es la cuna del Renacimiento, la ciudad del arte por excelencia. Si ya en los siglos XIII y XIV, vivieron allí creadores de la talla de Giotto, Boccaccio o Dante, por ejemplo, ¿se imaginan una ciudad donde, en el siglo XV y bajo el mecenazgo de los Médicis, convivieran el genio de Leonardo, de Miguel Ángel, de Rafael, de Brunelleschi, de Donatello...?

En origen era sólo un asentamiento de veteranos del ejército de Roma. En años de convulsa historia, fue parte del Imperio romano, luego fue objeto de disputa entre los bizantinos y los ostrogodos -que la gobernaron-, fue conquistada por Carlomagno y en la Edad Media comenzó su etapa comunal. En el siglo XII vivió también la célebre guerra entre los güelfos –partidarios del Papa- y los gibelinos –partidarios del emperador germano-. Pero, a pesar de las disputas internas, Florencia acabó siendo una de las ciudades más prósperas y su moneda propia, el florín, fue un referente para el comercio en toda Europa.

En ese escenario, la saga familiar de los Médicis se hace con el poder. En origen, eran una familia de banqueros y mercaderes florentinos. Con su ascenso, gozaron de gran influencia y poder, hasta producir tres Papas, emparentar con las familias reales de Inglaterra y Francia, adquirir títulos nobiliarios y, como digo, gobernar Florencia, impulsando el surgimiento de la eclosión renacentista.

El centro histórico de Florencia está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

El corazón de la ciudad es la plaza del Duomo (la catedral). Iniciada en el siglo XIII, las obras de Santa María del Fiore terminaron en 1436 con la inauguración de la imponente cúpula. Arnolfo di Cambio, Giotto y Talenti fueron sucesivamente los arquitectos de una obra que, sin embargo, debe su fama sobre todo a Filippo Brunelleschi. Confieso que, por mi ignorancia arquitectónica, nunca entiendo con mucha precisión (ni cuando estudié Historia del Arte ni cuando me lo explicaron en Florencia por enésima vez) la solución arquitectónica ideada por el florentino y que pasa por ser una referencia mundial. Brunelleschi diseñó una cúpula autoportante, con un casquete interior con la estructura y otro exterior con la apariencia octogonal que conocemos y lo construyó sin andamiajes, a lo largo de 16 años.


La fachada neogótica del Duomo de Santa María del Fiore, decorada en mármoles blancos, fue realizada por Emilio de Fabris inspirándose en el proyecto inicial. Se adjudicó en un concurso después de que la primitiva fachada fuera demolida por orden del Gran Duque Francisco I de Médicis, para construir otra más acorde con la moda renacentista. En el siglo XIX se instalaron las puertas de bronce. Encima, hay escenas religiosas en los mosaicos de las lunetas, obra de Barabino.

En contraste con la decoración exterior, el interior es sombrío y más bien austero. Es muy grande -153 metros de largo por 130 de ancho- y tiene forma de cruz romana, con una nave central y dos pasillos, divididos por arcos que alcanzan los 23 m. de altura. En el subsuelo se conservan vestigios visitables de los antecedentes del Duomo: la cripta de la iglesia de Santa María Reparata (s. X) y los cimientos de una basílica paleocristiana del siglo V sobre la que se edificó.

Junto al Duomo, se alza la torre del hermoso campanario creado por Giotto.

Puede ascenderse a pie tanto a este célebre Campanile (87 metros de altura, 414 escalones) como a la cúpula de Brunelleschi (114 metros de altura exterior y 463 escalones) y, desde cualquiera de los dos lugares, se divisa una magnífica vista de la ciudad. Yo subí al campanario porque desde abajo me daba la errónea sensación óptica de ser más elevado, pero posiblemente sea más aconsejable subir a la cúpula.


Completa el conjunto monumental el Baptisterio, de mármoles policromados y mosaicos de oro, con monumentales puertas de bronce de artistas como Pisano y Ghiberti.

El actual Museo de la Ópera del Duomo es un anexo que en origen servía para depositar las esculturas y otros objetos que se retiraban por no ser del gusto imperante en cada época. Allí se conservan algunos tesoros artísticos de la catedral, maquetas de la cúpula, planos y dibujos. Por ejemplo, son curiosos los proyectos presentadas al concurso que, en el siglo XIX, adjudicó la realización de la nueva fachada. En este museo está una de las Pietá de Miguel Ángel (encontramos otra también en Florencia, en el Museo de la Academia, aunque a mí la que más me impresionó y conmovió es la famosa Piedad que hay en la basílica de San Pedro en el Vaticano).

(Fotografías del autor)