Junto con los museos y la arquitectura civil, Florencia cuenta con una amplia arquitectura religiosa. Además de su mundialmente célebre Duomo, resultan muy interesantes iglesias como Santa Croce, San Lorenzo, Santa María Novella, el Convento de San Marco, San Miniato al Monte, Santo Spirito o la Capilla Brancacci…, por citar sólo algunas.
El Convento de San Marco (s. XIII) es una delicia de lugar, porque en él vivió Fra Angelico y lo decoró con su pintura al fresco, dejando en las paredes del edificio que acogía a su comunidad más de un centenar de obras, en las distintas salas y en cada una de las celdas de los religiosos. Está visto que nada como tener de compañero a Fra Angelico para disfrutar de una decoración de lujo en tu propio dormitorio. Sobresale La Crucifixión, en la Sala Capitular y, al subir la escalera, La Anunciación (aunque quizá La Anunciación de este artista que nos resulta más familiar y que tenemos en la memoria es la que se conserva en el Museo del Prado).
Cerca, la iglesia de San Lorenzo, la antigua parroquia de los Médicis, data del siglo XV y es obra de Brunelleschi. Allí se halla el mausoleo familiar donde descansan los seis Grandes Duques.
Esta iglesia es el centro de un barrio repleto de vendedores ambulantes y donde se alza el Mercado Central, una construcción de cristal y acero del siglo XIX.
En Florencia, yo me alojaba en el barrio de Santa María Novella, junto a la estación de ferrocarril.
La iglesia de Santa María Novella tiene una nave gótica con vistosas vidrieras. Un crucifijo de madera de Brunelleschi, la Trinidad de Masaccio o frescos de Filipo Lippi son algunas de las obras de arte que pueden encontrarse en el interior.
Su fachada renacentista, obra de Leon Battista Alberti, es de mármol, y el resto del exterior es de piedra. Como anexo, hay un convento con un bellísimo claustro.
Muy cerca está un local que resulta muy curioso visitar, la Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella, una antigua farmacia del siglo XVIII donde se elaboraban las esencias, bálsamos, ungüentos y remedios de la época. Cuenta con una colección visitable de alambiques, instrumental, libros y botes de cerámica. Y todavía hoy despachan al público perfumes y productos de herbolario.
La plaza de Santa Croce es el nucleo de un barrio con encanto, en el que encontramos anticuarios y vendedores ambulantes. Allí, la actual iglesia ocupa el lugar donde se ubicaron un pequeño templo y un hospicio, fundados por el propio San Francisco de Asís y sus seguidores en 1228, construcciones luego ampliadas en 1252. En 1294 se edifica el actual complejo, una iglesia gótica con tres naves, seis capillas, un campanario y un magnífico claustro.
La basílica de Santa Croce es un auténtico panteón de florentinos ilustres, porque en ella están enterrados nada menos que Miguel Ángel, Galileo, Dante o Maquiavelo, entre otros muchos.
Y es también otra interesantísima referencia en el arte, porque las capillas están adornadas por frescos de Giotto y porque alberga una amplia muestra de pintura y escultura religiosa. Allí, en el refectorio transformado el museo, se conserva el crucifijo de Cimabúe.
A la salida de esta basílica fue precisamente cuando el escritor Stendhal, en el siglo XIX, comenzó a sentir una especie de ansiedad: “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”. La psiquiatra italiana Graziella Magherini describió este fenómeno en 1979, analizando más de un centenar de casos similares entre turistas y visitantes en Florencia. Hoy se llama síndrome de Stendhal a esa reacción psicomática que se puede producir cuando alguien es expuesto a una sobredosis de belleza artística, provocándole una aceleración del ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso en algunos casos alucinaciones o histeria. Pero el síndrome de Stendhal, además de un fenómeno descrito clínicamente, es también una referencia cultural o literaria, para expresar de forma figurada la reacción ante la belleza artística. No en vano recordarán que, cuando iniciaba el relato de este viaje, recomendaba visitar Florencia con calma, disfrutándola y sin empacharse. Stendhal no me hizo caso y ya ven…
Ubicado en una cumbre, el barrio de San Nicolò es un lugar rodeado de bosques olorosos al que se llega cruzando el Arno por el puente de la Grazie y subiendo por una larga escalinata. En la subida se pasa por el Fuerte Belvedere, una construcción militar del siglo XVI.
Al llegar arriba, podemos visitar la pequeña iglesia renacentista de San Salvatore al Monte que gustaba a Miguel Ángel y, destacadamente, la iglesia románica de San Miniato al Monte, dedicada al primer mártir cristiano de la ciudad.
La fachada de San Miniato, también de mármol blanco (como Santa Croce y Santa María Novella), es del siglo XII.
La decoración interior tiene mosaicos y frescos y llama la atención el coro, con su balaustrada y su púlpito.
Junto a la iglesia, puede caminarse por un curioso cementerio neogótico, con algunas llamativas esculturas. Paseando por él nos encontramos con las tumbas de algunos figuras como Carlo Collodi –el autor de Pinocho-, el también escritor Giovanni Papini o el ex primer ministro Giovanni Spadolini.
En la cumbre donde se ubican estas iglesias está un lugar de obligada visita: la Piazzale Michelangelo. La plaza Miguel Ángel es una amplia terraza com mirador desde la que se divisa el río, el conjunto arquitectónico urbano -del que sobresalen las torres de los palacios y la cúpula del Duomo- y el fondo de los Apeninos. Las mejores vistas de una ciudad inolvidable.
