Caminando por la ciudad, bromeábamos al imaginar cómo serían en la República Checa las típicas conversaciones de tíos:
- Oye, la novia de Fulanito ¿cómo es?
- Pues una chica normal, 1’80, rubia, ojos azules…, del montón.
- Pues una chica normal, 1’80, rubia, ojos azules…, del montón.
Dice la tradición que en Praga hay que enamorarse. Yo, que soy muy cumplidor, al cabo de una hora de estar allí ya me había enamorado al menos de media docena de eslavas del montón. Lo que pasa es que es una castaña de tradición: por lo visto, a ellas no las obliga. Así que hay que currárselo. Es decir, como siempre.
La tradición tiene también el típico añadido, que se ve que es como de consolación: si no te enamoras de alguien, te debes enamorar de algo. De algún lugar, por ejemplo. Y yo, nuevamente cumplidor como nadie: me enamoré de cada palmo de esta fascinante ciudad.
“Tenéis que quitaros la ansiedad –decía Javier, del que ya he hablado en la entrada dedicada a Viena- que puede producir Praga, por su extraordinaria belleza. Cada rincón os llamará la atención, pero no queráis ver todo. Tenéis que intentar percibir Praga no como muchas cosas –miles de casas- sino como una sola cosa –un conjunto -, de forma que no pretendáis ver cada casa, sino ver la ciudad, pasear, disfrutarla, captar su atmósfera…”
Me resulta difícil imaginar esta ciudad -hoy con un ambiente tan joven, con tanto pulso, con tanto aire de libertad, con tantos visitantes…- bajo la dictadura. Me cuesta situar aquí las imágenes que hemos visto en los libros de historia, de los tanques soviéticos sofocando la esperanza de aquella Primavera de Praga del 68. Hay personas que se han esforzado en intentar explicarme cómo era aquella otra ciudad, gris, con edificios descuidados y sucios, que ha quedado tan atrás en muy poco tiempo. Lo cierto es que hoy, tras una intensa labor de restauración de edificios y un cambio social importante, Praga aparece llena de colores y de luminosidad por todas partes.
Praga es una de las ciudades más fotografiadas del mundo (son muy típicos los libros de fotos en blanco y negro). Es ciudad amante de la música clásica (hay conciertos diarios en iglesias y auditorios) y me resultó sorprendente la tremenda afición que existe también al jazz. Es una ciudad que, al contrario que otras capitales europeas, tiene cierta vida nocturna (sin llegar ni de lejos al nivel español, claro). Es la ciudad de la arquitectura barroca a partir del XVIII. Es la ciudad de la cristalería de Bohemia y del granate. La ciudad del Teatro Negro. La ciudad de la pasión por las marionetas…
Y es también la ciudad de la cerveza. La cerveza, objeto de culto, es la bebida nacional (los checos están a la cabeza en el consumo mundial). Alrededor de la cerveza se despliega toda una cultura, como en España la hay en torno al vino. Las marcas más conocidas allí son la Pilsner Urquell y la Budweiss en rubias y creo que la U Flekù en negra. Tienen más graduación que en España, porque están en torno a 10 ó 12º (el influjo de esa cerveza checa fue, sin duda, lo que llevó a Susana a tacharme, sin fundamento alguno, de madurito y a mí a soltarle una ilustrativa charla al respecto, en el episodio que ya conté en Cosas de la edad). Javier, con su provocadora socarronería habitual, nos daba instrucciones prácticas: “Para pedir cerveza, aquí hay que pedir 'pivo'. Te servirán una jarra de medio litro, que es la dosis normal que consumen los checos. Menos cantidad no es frecuente. A las mujeres les está permitido pedir una más pequeña, pero no menos de un tercio. Para ello tienen que decir expresamente una cerveza pequeña, 'malé pivo'. Así que, si alguna mujer, o algún hombre que no tenga dignidad y haya perdido su sentido de la vergüenza, quiere pedir una cerveza pequeña, tiene que decirlo así”.
En Praga, el núcleo originario, del siglo XIII, es la Staré Mêsto, la ciudad antigua, un fantástico laberinto de callejas medievales y de atractivas construcciones. La ciudad nueva, la ampliación que se hizo a partir del siglo XIV, es la Novè Mêsto, que conecta con las zonas comerciales y de ocio.
El lugar más concurrido y más emblemático de Praga es el Puente Carlos, que cruza el río Moldava. Se trata de una construcción del siglo XIV, con una treintena de estatuas de santos y con una torre a cada lado del río. Una multitud de viandantes transita a todas horas por allí, abriéndose paso entre vendedores de artesanía, pintores y músicos callejeros. Javier nos advirtió irónicamente de que había algunas cosas más en Praga aparte del Puente de Carlos: “Para el tiempo que tenéis, con que paséis diez veces por el puente está bien, dedicad también un poco al resto de la ciudad”. Nosotros íbamos muy mal, cuando llevábamos ya dos días habíamos cruzado una sola vez el puente, así que tuvimos luego que ponernos al día en la recta final...
De ahí sale la también muy frecuentada calle Carlos, que nos llevará al centro de la ciudad vieja.
El corazón de Praga es la encantadora Staromêstské Námêstí, la Plaza de la Ciudad antigua, lugar donde se sitúan importantes episodios de la historia checa.
Allí encontramos la Iglesia de San Nicolás (siglo XVIII) y la iglesia gótica de Nuestra Señora de Týn (siglo XIV), junto al Patio de los Comerciantes.
También se alza en la plaza el edificio del Ayuntamiento, con su torre. Allí está situado el célebre Reloj Astronómico de Praga. A cada hora en punto, entre las nueve de la mañana y las nueve de la noche, la gente se congrega para ver desfilar a las figuras que componen su original mecanismo: un esqueleto tañe una campana, sale Cristo con sus apóstoles (el primero que se ve es San Pedro con una llave y el último que sale es San Pablo con una espada y un libro) y al final canta un gallo a lo alto. Parece ser que el reloj fue realmente construido en 1410 por Nicolás de Kadan, pero hay una leyenda que lo fecha con posterioridad y lo atribuye al maestro Hanus, al que después habrían cegado para que no pudiera fabricar otro igual. Dicen que el 75 % de sus piezas son originales y que ha pasado por muchas vicisitudes (una parada en su mecanismo en el siglo XIX, un incendio en la segunda guerra mundial, una avería en el movimiento de las figuras en 1987…) pero el caso es que, 600 años después, continua funcionando regularmente bajo el minucioso cuidado de un experto relojero.
En la ciudad vieja está también la Casa Municipal, un magnífico edificio que alberga hoy un completo centro cultural, con salas de exposiciones, un café, dos restaurantes y una amplia sala de conciertos.
El Teatro Estatal de Praga es el lugar donde Mozart estrenó D. Giovanni, y hoy se utiliza para representaciones de ballet y ópera.
Josefov, el antiguo barrio judío, cuenta con el edificio del viejo Ayuntamiento del gueto, con varios lugares de culto visitables, como la Sinagoga Vieja-Nueva, la Sinagoga Pinkas y la Sinagoga Española, con exposiciones y museos de tradiciones judías, con un memorial del holocausto y con el curioso cementerio viejo. Allí, sobre las tumbas y, particularmente sobre la del rabino Löw, los visitantes depositan pequeños papeles doblados con deseos escritos, sujetados por una piedrecita. Por cierto, que el rabino Löw o quien fuera debió de echarnos alguna maldición por hacer fotos en lugares prohibidos (hay sinagogas en las que no estaba permitido) y, al descargar las imágenes de la cámara al ordenador, siempre se quedaba atascado el proceso en la foto número 103, que era de una tumba judía. Yo ya estaba a punto de llamar a Iker Jiménez para que nos explicase, con el rigor que le caracteriza, a qué se debía este fenómeno.
En la ciudad nueva, el edificio del Museo Nacional preside la Václavské Námêsti o plaza Venceslas que es, en realidad, un amplio bulevar, donde el pueblo se ha congregado en ocasiones históricas: la proclamación de la primera República en 1918, las protestas contra el ocupante nazi en 1938 o las manifestaciones ciudadanas que en 1989 supusieron el principio del fin del comunismo.
Cerca encontraremos también el edificio de la hoy llamada Ópera Nacional.
En la principal arteria comercial de la ciudad se encuentra el Museo del Comunismo, una exposición permanente -un tanto cutre, la verdad- donde se recuerda el pasado, desde la creación de la República de Checoslovaquia en 1918 hasta la llamada revolución de terciopelo en 1989. Allí se han conservado algunas de las estatuas de Lenin y Marx entre otros, y se han reconstruido ciertos ambientes característicos, como una fábrica, una escuela o un centro de interrogatorios del régimen socialista. También se muestran paneles y fotografías de distintos momentos, desde el origen del comunismo checo hasta la caída del muro de Berlín y su contagio a todo el Este de Europa. Puede verse un documental sobre la revolución de terciopelo. Yo, que no soy de los que sienten alegría con la llegada del capitalismo, pero sí con la llegada de la democracia, me sentí conmovido por algunos episodios trágicos, y me resultó emocionante también ver las imágenes de aquellos primeros brotes ciudadanos reclamando libertad.
Malá Strana –el Pequeño Lado- es un barrio originariamente aristocrático situado en las colinas que hay a la orilla izquierda del Moldava, con calles y plazas que acogen algunos edificios singulares.
Caminando por la orilla del río podemos llegar hasta Karlovo Námêstí, el centro económico de Praga, donde están el Museo Dvorak, el Jardín Botánico o el Ayuntamiento de la ciudad nueva.
Resulta especialmente simpático el edificio llamado La Casa que Baila, del arquitecto canadiense Frank Gehry (el autor del Guggenheim de Bilbao). Los habitantes de Praga han apodado Ginger y Fred a esta original construcción de vidrio que evoca a una pareja bailando.
Presidiendo la ciudad se alza la colina del castillo de Praga, que tanto inspiró a Kafka.
En la zona del castillo destaca la impresionante catedral de San Guy (san Vito), que se comenzó a construir en el siglo XIV pero no se terminó hasta 1929. Allí está la tumba de San Juan Nepomuceno y la capilla de San Venceslas. Llaman la atención las vidrieras de art nouveau. Se puede subir a la torre: son casi trescientos peldaños agotadores, en una estrechísima y agobiante escalera de caracol, pero las vistas de la ciudad son inmejorables.
El palacio real fue la residencia de los primitivos Reyes de Bohemia y luego pasó a los Habsburgo hasta que los emperadores establecieron su residencia en Viena.
La llamada Calle del Oro está formada por pequeñas casas de colores, donde se instalaron los alquimistas bajo el reinado de Rodolfo II. También en una de ellas vivió en su día Kafka. Hoy la mayoría de los edificios de esta visitadísima callejuela son tiendas de artesanía, antigüedades, recuerdos...
En la zona son reseñables también la basílica y el convento de San Jorge (siglo X).
Hay otras construcciones, como la torre de la pólvora, la torre Daliborka, etc. La mayoría de ellas albergan ahora exposiciones variopintas, en general bastante prescindibles, en mi opinión. Vean, por ejemplo, qué alarde de buen gusto tiene esta reproducción de escenas de guerra, con sus heridos, su sangre, sus mutilados... Susana y yo no dudamos en hacernos esta fotito de recuerdo en un escenario tan agradable...
Vamos, que cuando he dicho antes que me enamoré de cada palmo de la ciudad, hubo alguna pequeña excepción...
Además de los soldados de la imagen anterior, en Praga hicimos otros amigos inanimados, como este otro individuo que, como pueden ver, hace mucho más caso a Marisol que a mí.
Entre las esculturas, este monumento en homenaje a Franz Kafka. Ciertamente, el célebre autor de una obra breve pero muy influyente, con títulos como La Metamorfosis, El Proceso o El Castillo, es una figura omnipresente en su ciudad natal.
Y hablando de Kafka, de esculturas y de fotos pintorescas, ¿qué me dicen de estas estatuas móviles -ya se pueden imaginar ustedes lo que se les mueve-? Están junto al museo Kafka.
Otra curiosidad de Praga es esta calle, posiblemente la más estrecha del mundo, con un semáforo para peatones, porque no caben dos personas a la vez.
Se podrían citar muchos más edificios, museos (el de Arte Contemporaneo, el de Artes Decorativas, el Mucha...) o lugares de interés (la calle Nerudova...), pero, como en el caso de Budapest y Viena, una simple entrada de un blog sólo sirve para reflejar algunas impresiones, no da para mucho más.
Sin embargo, la idea en Praga es que realmente no son destacables sólo unos cuantos sitios concretos, sino que casi por cualquier sitio donde vayas, cada calle y cada edificio pueden resultar dignos de atención.
Si tienen la oportunidad de conocer Praga, ni lo duden, dense el salto. Y disfruten de esta ciudad despacio, sin agobios, caminando con los ojos bien abiertos, dejándose empapar por su fisonomía y su ambiente…
Yo, apenas puse un pie en Praga, entre la sorpresa y el encanto, enseguida fui consciente de que me atraparía. Pero aún me faltaba mucho por descubrir, e ignoraba hasta qué punto…
Lo pensaba luego, en aquel último paseo, aquella última noche, con el sabor todavía reciente de centenares de rostros, calles, cielos, reflejos, casas, rincones y detalles, que se agolpaban en la memoria, aún sin inventariar: algo de mí se quedaba allí y, tarde o temprano, me hará volver.
De regreso a España, me llevaba el recuerdo de esta ciudad -mágica y cautivadora como pocas, llena de colores y llena de vida- impregnado en la retina y guardado para siempre en el corazón.
4 comentarios:
¡Qué bonito!............, la verdad es que tienes razón, es un lugar al que hay que volver. Impresiona toda la ciudad, cada calle, cada rincón, cada fachada.................las miles de fotos que tiene.........(yo agoté las dos tarjetas.........) y el regustillo de saber que regresarás....
No deberías haber mencionado la foto 103 ¿estás loco? ya se acabó eso de tener tantas entras en tu blog, olvídate, se perderá toda la información......., desde luego, ¡qué poca cabeza! vete llamando a "Iker no se qué" que te ponga unas velas negras o blancas o lo que sea.........
!!!!ME HA ENCANTADO!!!
La verdad es que me ha gustado mucho como has descrito las tres ciudades.
Para mí ha sido un viaje precioso y la compañia inmejorable.
Bueno, ¿cuando va a ser nuestro próximo viaje?, ¿dónde nos vamos?
Bueno, el grupo de viaje que tenemos es de lo mejorcito, funciona bien y las risas que nos echamos no tienen precio.
¿Próximos destinos? Yo por lo pronto he roto el cerdito (como diría una amiga mía "bueno, al cerdito y a sus hijos") y lo voy a fundir pirándome en el puente de noviembre a Estambul, y entre Navidad y Reyes a Costa Rica. Suenan muy bien los dos. Si alguien se apunta...
Carlitos no está nada bien eso de dar envidia................... Tenemos que empezar a buscar el nuevo destino vacacional..........ya sabes que a Susana y a mí nos gusta hacer las cosas con tiempo, de manera relajada, nada de llegar dos días antes a la agencia.
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