Algunos días me gusta ser abogado...

Definitivamente, mi despiste no tiene remedio. Hace algunos días, de camino a los Juzgados de lo Social de Madrid, al cambiar el semáforo en la calle Hernani y cruzar el paso de cebra, por mirar para otro lado casi me topé con una mujer que venía de frente. Al alzar la vista, de pronto me encontré con una cara que me resultaba muy familiar y que me miraba seria pero sin decir nada. Dos tipos trajeados, a ambos lados, también me observaron fijamente… Al cabo de unos segundos, caí: era la Vicepresidenta del Gobierno, con sus escoltas. Volví la mirada hacia atrás y lo confirmé viéndola caminar por la calle General Moscardó. Cuando llegué a la puerta del Juzgado, la gente estaba haciendo esos comentarios tan típicos de “¿la has visto?”, “pues no vale nada, ¿eh?”, y cosas así, me temo que sin referirse a su capacidad política que es lo que de verdad debería importarnos. Pero en realidad no es de esta anécdota de lo que iba a hablar, sino de algunas sensaciones a la salida del juicio al que acudía.

Cuando tengo juicio, salvo raras excepciones suelo estar de buen humor. ¿Será una patología propia de la deformación profesional? Porque no sé si los cirujanos se levantan contentos el día que tienen operaciones, o los directores de banco se despiertan más alegres cuando van a firmar una hipoteca, o los arquitectos el día que les toca visita para ejercer dirección de obra…

Hay aspectos de mi labor profesional que me resultan -por decirlo con el lenguaje político más avanzado- un auténtico coñazo. Y otros que me gustan mucho. Hay algunas habilidades profesionales en las que simplemente me defiendo (no voy a decir cuáles, tampoco es cuestión de dar pistas a posibles rivales) y otras labores que creo que se me dan particularmente bien. Pero si hay algo en lo que confluyen las dos cosas –algo que me gusta y algo que pienso que hago bien- son los juicios orales. Quizá el hecho de que me gusten tenga que ver precisamente con esa creencia de tener habilidad para los mismos, porque posiblemente esto hace que me sienta seguro.

Me gusta rastrear y encontrar argumentos jurídicos para defender la postura de quien me ha confiado sus intereses. Y disfruto luego exponiéndolos en juicio. Me gusta plantear estrategias procesales y ver como un juicio fácil efectivamente se concreta bien. Y me gusta mucho más aún el reto de comprobar cómo un asunto a priori complicado se puede acabar enfocando de manera que se haga un papel digno o se acrecienten las posibilidades de tener algún éxito.

Generalmente, nuestra profesión es muy ingrata. Si ganamos un juicio, el cliente percibe que ha ganado porque tenía razón él y no ve mérito en la actuación del abogado. Si lo perdemos, el cliente considera que lo ha perdido por culpa del abogado. O sea, que aunque yo lo disfrute personalmente, el cliente, por mucho que le expliques la situación, no siempre es verdaderamente consciente de la labor que has realizado.

Pero hay ocasiones, pocas, en que sientes que tu defendido puede sentir como cierto lo que aparece en la columna derecha del blog, la frase de Las Partidas de Alfonso X el Sabio: que tú has expuesto sus razones para que, por no saber expresarse, por nerviosismo a la hora de hablar ante un tribunal o, sobre todo, por no saber de leyes, no pierda el derecho que le pueda asistir.

Cuando estás dando forma y apoyatura jurídica a la postura de tu cliente y ves que éste se siente identificado, cuando percibe que tú estás expresando en forma legal lo que él piensa de una forma llana, que estás defendiendo profesionalmente sus intereses, sientes una especial satisfacción.

Ese día –el que me encontré a la Vice-, en el alegato final del juicio laboral que tenía, notaba al mirar de reojillo que mi cliente iba cambiando la cara, que incluso asentía él solo. El hombre lo había pasado mal durante meses y tenía, justificadamente, la sensación de ser víctima de una situación injusta. Y por fin se sentía reivindicado. Se identificaba visiblemente con lo que yo estaba exponiendo, porque tal vez era lo mismo que él pensaba pero que quizá no hubiese acertado a expresar de esa manera. Por primera vez en muchos meses, a la salida le vi crecido y sonriente.

Y en esos casos me alegro especialmente. Supongo que hay en ello una parte de vanidad, sin duda. Pero también tiene que ver con la satisfacción de poder sentir en algún momento que tu trabajo es útil para una persona que ha confiado en ti.

(Ilustración: Ante la justicia, de Blanca Helga de Miguel Rubio, procedente del banco de imágenes gratuitas del ISFTIC del Ministerio de Educación).

Ps.- Poco antes de publicar esta entrada, me llega por fax la sentencia del juicio y son buenas noticias -para nosotros, para la parte contraria no-. Parece que esa exposición de conclusiones que a mi defendido le gustó también convenció a la juez. No sólo desestima íntegramente la demanda interpuesta contra mi cliente, sino que hace algo inusual pero que yo le había pedido expresamente: impone una multa a la otra parte, por temeridad y mala fe.

Una mañana en Soria

Después de pasar por Medinaceli y de visitar a Dragó en Castilfrío y a Ruiz Vega en La Rubia, no podíamos dejar de acercarnos cuando menos unas horas a la capital de la provincia antes de emprender el regreso.

Nuestra mañana en Soria nos sirvió para apreciar, aunque de forma inevitablemente comprimida, una pequeña muestra de esa personalidad que cautivó a escritores como Machado, Bécquer o Gerardo Diego. 

La románica iglesia de Santo Domingo -cuyos orígenes se remontan al siglo XII aunque tiene posteriores reformas y elementos hasta del renacimiento- es uno de los más destacados monumentos sorianos, con un espectacular rosetón (el “horóscopo vidriado” del que hablaba Gerardo Diego en sus versos) que corona una bellísima portada. Apreciamos en el centro el pantocrátor (en este caso, Dios Padre con Jesús en brazos, algo que no es frecuente en la iconografía religiosa), junto con los cuatro evangelistas y José y María. En las arquivoltas, aparecen figuras relacionadas con el Apocalipsis y pequeñas representaciones de otras numerosas escenas bíblicas. 
 
San Juan de Rabanera es otro destacable templo románico, de planta de cruz latina y con el ábside sobresaliendo exteriormente con forma semicircular.

La antigua colegiata de San Pedro (concatedral desde 1959), con su fachada plateresca, aunque data el siglo XVI, se edificó sobre una iglesia del siglo XII y conserva el primitivo claustro románico de ésta.

Nuestra Señora del Espino es una iglesia del siglo XVI, ubicada en el cerro del Castillo, dedicada a la patrona de Soria. Junto a ella se conserva el centenario olmo viejo y herido que reverdecía en primavera y a cuyo pie han colocado una placa recordando los versos machadianos. En el cercano cementerio soriano deben de estar los restos de su joven esposa Leonor a la que dedicó algunos de sus más célebres versos.

Si Santo Domingo es lo más destacado en la arquitectura religiosa, la arquitectura civil tiene en el Palacio de los Condes de Gómara uno de sus más representativos edificios, aunque no es más que una parte del proyecto inicial que nunca llegó a acometerse íntegramente. En la majestuosa fachada de lo que hoy es Audiencia Provincial, unos ángeles sostienen la inscripción que nos revela de cuándo data el edificio –se concluyó en 1592- y su autoría –el arquitecto fue Francisco López del Río-. Dos maceros flanquean el escudo nobiliario de quienes fueron sus propietarios. Sobre éste se aprecia una mujer en una ventana: dicen que pudiera ser un escarmiento de las infidelidades de la condesa, representándola encerrada.

También merece citarse otro palacio renacentista, el Los Ríos y Salcedo, del siglo XVI y que hoy alberga el Archivo Histórico Provincial.

En la zona que los sorianos llaman Herradores (hoy Plaza de Ramón Benito Aceña) vivieron los hermanos Bécquer, el escritor Gustavo Adolfo y el pintor Valeriano.

La calle Zapatería, salpicada de antiguas casas y palacios, nos lleva a la Plaza Mayor, donde está la Casa de los Doce Linajes (s. XVII), que es el actual Ayuntamiento. Cerca está la torre de Doña Urraca. En ese lateral de la plaza vemos el edificio de la Audiencia (hoy Centro Cultural) al que se refería Machado en su poema, efectivamente con su reloj y su campana:

¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna.


 

No sé si en ese momento daba la una -en este caso, del mediodía-, pero nosotros decidimos que, en cualquier caso, era la hora de la caña y nos unimos a los sorianos que estaban ya disfrutando del aperitivo del sábado.

(Fotografías del autor).

Premio I love your blog

Dentro de las habituales cadenas de premios entre blogueros, María Gemma, la autora de la bitácora María Gemma opina, ha tenido la generosidad de distinguirme con el premio I love your blog.

Se supone que, para continuar la cadena, debería contar seis pequeñas cosas que me hacen feliz y pasar el relevo a otros seis blogueros, pero en una entrada anterior ya atendí un meme similar y enumeré seis cosas sencillas que habían supuesto recientes momentos felices para mí y también le comuniqué el reto a otros tantos autores de bitácoras que considero dignas de interés. Así que para no ser repetitivo, me limito esta vez a dejar constancia de mi agradecimiento.

Gioconda Belli


“No voy a reclamar para mi país, Nicaragua, el premio para el más azotado y sufrido del continente americano, porque siendo un país latinoamericano la competencia es feroz (…). Somos un país de sobrevivientes, sobrevivientes de las catástrofes, pero también de las esperanzas malogradas.”
 
Nicaragua es una pequeña (y dicen que linda: sueño con comprobarlo un día cercano) nación de Centroamérica, un pueblo que fue ejemplo de superación, un David frente a un Goliat, un singular país donde los héroes nacionales son un guerrillero y un puñado de poetas. 


“Las memorias que guardo de mi infancia y adolescencia ocurrieron en una ciudad que ya no existe, una ciudad que se desplomó en una noche de polvareda e incendios”.
 
Tenía yo seis años cuando supe de la existencia de Nicaragua. Y de qué forma. A un maestro de mi pueblito abulense se le ocurrió encargarnos en la escuela que, por equipos de trabajo, hiciéramos unos murales sobre el terremoto que acababa de devastar Managua, para luego colocarlos en el aula.

A esa edad creo que aún no nos habían explicado muy bien qué era América o qué era un terremoto. Pero un grupo de niños aprendimos así, recortando diarios y topándonos de bruces con la realidad, algo de periodismo, algo de geografía, algo de geología y algo sobre el dolor.


"Los portadores de sueños sobrevivieron a los
climas gélidos pero en los climas cálidos casi parecían brotar por
generación espontánea.
Quizá las palmeras, los cielos azules, las lluvias
torrenciales tuvieron algo que ver con esto,
la verdad es que como laboriosas hormiguitas
estos especímenes no dejaban de soñar y de construir
hermosos mundos,
mundos de hermanos, de hombres y mujeres que se
llamaban compañeros,
que se enseñaban unos a otros a leer, se consolaban
en las muertes,
se curaban y cuidaban entre ellos, se querían, se
ayudaban en el
arte de querer y en la defensa de la felicidad (…).
Son peligrosos - imprimían las grandes rotativas
Son peligrosos - decían los presidentes en sus discursos
Son peligrosos - murmuraban los artífices de la guerra.
Hay que destruirlos - imprimían las grandes rotativas
Hay que destruirlos - decían los presidentes en sus discursos
Hay que destruirlos - murmuraban los artífices de la guerra.
Los portadores de sueños conocían su poder
por eso no se extrañaban
también sabían que la vida los había engendrado
para protegerse de la muerte que anuncian las
profecías y por eso defendían su vida aun con la muerte.
Por eso cultivaban jardines de sueños
y los exportaban con grandes lazos de colores.
Los profetas de la oscuridad se pasaban noches y días enteros
vigilando los pasajes y los caminos
buscando estos peligrosos cargamentos
que nunca lograban atrapar
porque el que no tiene ojos para soñar
no ve los sueños ni de día, ni de noche” .

Nicaragua volvería a estar presente en mi vida varias décadas después, cuando seguí, desde el interés, desde el cariño, desde la solidaridad y luego desde la decepción, la más hermosa de las revoluciones contemporáneas.

La que derribó la tiranía de Somoza. La que intentó esbozar un modelo propio en el que patriotismo, libertad y justicia social no fueran conceptos reñidos entre sí. La que alfabetizó en medio año a medio país. La que comenzó a extender la educación y la sanidad en un territorio lleno de pobreza y entre un pueblo lleno de dignidad. La que intentó reconstruir y vertebrar mínimamente Nicaragua con sus escasos recursos, mientras un vecino del Norte dedicaba muchos más, miles de millones de dólares, al acoso bélico a una experiencia que consideraba peligrosa. La que feneció como consecuencia del sucio chantaje de una guerra impuesta, pero también como consecuencia de sus propios errores, de las corrupciones de algunos dirigentes, que no estuvieron ni remotamente a la altura del esfuerzo colectivo de su pueblo y de la conducta ética de la mayoría de quienes habían sido sus compañeros.

Me recuerdo encargando libros a toda la gente que viajaba a Nicaragua o incluso a cualquier otro país de Iberoamérica, me recuerdo alimentando así mi simpatía por los nicas.

Me recuerdo también, triste, el día de la derrota electoral del sandinismo, escuchando en Madrid a la periodista Carmen Sarmiento, en lo que estaba programado como una fiesta y terminó siendo un desfile amargo de soñadores con caras largas.

“… Y haré un libro desafiante y bello para vos.
Un libro donde estaremos felices
o ariscos como gatos discutiendo,
un libro que flote en el tiempo de tu tiempo”.

 
Estaba yo convaleciente en casa de una leve enfermedad, alguna gripe o algo parecido, supongo. Era finales de los ochenta, creo recordar. Me dispuse a pasar el tiempo leyendo. Busqué entre los libros que tenía pendientes y tomé uno que alguien me había traído de un viaje a Argentina. Era una novela de una autora nicaragüense, Gioconda Belli, y se titulaba La mujer habitada.

Durante los siguientes días, esta obra, encuadrada en lo que se ha llamado realismo mágico, me cautivó. La lírica y la épica se unían en un relato que sospecho tenía mucho de la vida de su autora. La vida de alguien que, junto con el amor, encuentra también algo inesperado: una realidad que va empujándola al compromiso ético, a la insurrección frente a la injusticia. En las páginas de la novela asomaba una voz interior que representaba la compleja historia de liberación de un pueblo, asomaban las dudas y esa progresiva toma de conciencia que lleva a la implicación personal, a la entrega a los demás, rebelándose contra el destino y persiguiendo un sueño por construir.

Al libro le tomé un cariño especial. Una amiga que buscaba en mi biblioteca lecturas para tomar prestadas se llevó aquella edición. Le conté lo que significaba para mí, le advertí que no estaba aún publicada aquí, que por favor me la devolviera una vez leida. Luego se la reclamé varias veces… No la recuperé.

Cuando por fin la publicaron en España salió en Txalaparta y no quise comprarla por motivos éticos (con esta editorial tengo un problema personal: ellos no tienen claros algunos conceptos elementales, tales como que asesinar no está bien, y yo sí tengo claro que no quiero darles ni un céntimo). Por fin, años después la publicaron en Ediciones Salamandra y así pude comprar de nuevo el libro para tenerlo. Pero, como el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, haciendo las mismas advertencias… lo he vuelto a prestar.

"Soy la mujer que piensa.
Algún día
mis ojos
encenderán luciérnagas."


Leí después otras novelas y saboreé a menudo su poesía.

Novelas con la misma prosa poética que tiñe cuanto hace.

Magnífica poesía erótica, o humorística, o comprometida…, siempre vital.

La voz de Gioconda no ha dejado ya de estar presente en mi vida desde aquel encuentro con su literatura…

Y he seguido con interés, muchas veces desde la coincidencia y algunas desde la discrepancia, sus opiniones políticas y sociales, comprobando en todo caso cómo ha seguido siendo fiel no a siglas algunas sino a ese mismo sentido de apuesta por la libertad y de rebelión contra las injusticias que descubrí años atrás leyéndola por vez primera.

"Me he vuelto alfarera
y he creado vasijas para guardar momentos.
Me he soltado en tormenta
y trueno y lloro de rabia por no tenerte cerca,
en viento me he cambiado,
en brisa, en agua fresca
y azoto, mojo, salto
buscándote en el tiempo
de un futuro que tiene
la fuerza de tu fuerza."


Hace pocos días por fin cumplí un pequeño sueño personal y, casi veinte años después de aquel deslumbramiento que me causó su primera novela, pude saludarla personalmente.

Fue en la Casa de América de Madrid, con ocasión de los actos de Vivamérica. Por cierto, ese festival -y no un desfile militar- representa una forma más adecuada de celebrar los lazos de la hispanidad, es decir, todo eso que nos une hoy, que es mucho y deberíamos cuidar y potenciar más, por encima de la visión crítica que nos pueda merecer cómo se produjo el proceso histórico.

Gioconda había dado una magnífica conferencia, a la que no pude asistir por motivos profesionales, pero que luego he tenido ocasión de leer en el Facebook: La sonrisa de la poesía.

Pero sí pude ir a un recital poético dedicado a voces de la literatura femenina de Iberoamérica, presentado por Julia Escobar (por cierto, su blog La quimera y esta Nota discordante comparten la condición de bitácoras recomendadas en el blog de Fernando Sánchez Dragó) y en el que participaron, junto a Gioconda, la colombiana Piedad Bonnet, la cubana María Elena Cruz Varela y la chilena Elvira Hernández.

Además de disfrutar con la lectura de poemas, me sorprendieron anecdóticamente dos cosas. Una, la cantidad de público. Yo pensaba que la poesía sólo nos interesaba a cuatro y parece que al menos nos interesa a un par de centenares. Y otra la juventud de muchos de los asistentes españoles e iberoamericanos (una elevada densidad de chicas guapas por metro cuadrado), porque también pensaba que la gente joven hoy no leía poesía.

Cuando terminó el recital, me acerqué a la mesa. Como a continuación había un concierto en el mismo lugar -el Anfiteatro Gabriela Mistral-, Julia Escobar nos pidió a todos que nos fuéramos a la cafetería, así que le dije a Gioconda que la iba a perseguir hasta allá (“sí, persígueme”, dijo sonriendo), caminamos hacia el lugar (casi imposible conversar en el trayecto porque la iban parando y saludando a cada paso) y cuando llegamos la atraqué a punta de libro (“esos son los mejores atracos”, aseguró) y le pedí que me firmara El infinito en la palma de la mano, mi ejemplar ya leído y otro nuevo que era el regalo de cumpleaños para una amiga, Virginia.



“Eva pensó con nostalgia en la luz y quietud del Jardín. En la eternidad. Recordó el reposo de su ánimo, los pensamientos simples de su mente ajena al sobresalto, al llanto, a la angustia o a la rabia; aquel flotar leve de hoja sobre la superficie del agua.
- Si no hubiésemos comido la fruta –dijo ella mirándolo a los ojos- yo jamás habría probado un higo o una ostra. No habría visto al fénix resurgir de sus cenizas. No había conocido la noche. No reconocería que me siento sola cuando te vas, ni habría sentido cómo mi cuerpo tan frío aun en medio del incendio se llenó de calor apenas oí que me llamabas. Seguiría viéndote desnudo sin que me turbaras. Nunca habría sabido cuánto me gusta cuando te deslizas como pez dentro de mí para inventar el mar.
- Y yo no habría sabido que no me gusta que tengas hambre. Me parece cruel verte palidecer y no hacer nada por evitarlo. Yo no decidí que las cosas fueran así, Eva. Yo aprendo de lo que veo a mi alrededor.”
 
El infinito en la palma de la mano es la última novela que ha publicado y con la que ganó el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral. Es el mágico relato de nuestros orígenes, la vida de Adán y Eva.

Comencé a leerla con ciertas dudas: me parecía, a priori, una historia ya demasiado conocida –desde la Biblia a Mark Twain- como para que pudiera sorprenderme o decirme algo nuevo. Pero no sólo no me defraudó, sino que me encantó.


Gioconda recrea este mito del Génesis con su brillante prosa poética. Y sabe imaginar y describir como nadie esa sensación del ser humano que carece de experiencia, esa impresión de primera vez ante todo: ante el alimento, ante el frío, ante la noche, ante la maternidad… La sensación de descubrir el dolor y el gozo, el miedo a lo desconocido y la esperanza: la vida humana. 
 
"Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas (…).
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones
a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas(..).
No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser”.

Gioconda, la de siempre, brillante, creativa, la mujer amante de la belleza y rebelde ante la injusticia, asoma hasta en las dedicatorias.

La que a mí me escribió: “Para Carlos, con manzanas e higos”.

Y la que abre el propio libro:
“A las víctimas anónimas de la guerra de Irak. En algún lugar de esas tierras, entre el Tigris y el Éufrates, hubo una vez un Paraíso”.

Dejo una selección de audiovisuales para que puedan escucharla.
 
Gioconda, poeta. Sueño con sofá y Carga cerrada (dedicado a Nicaragua, "mi hombre con nombre de mujer"):


Gioconda, novelista. Premiada por El infinito en la palma de la mano:


Gioconda, comprometida y luchadora. Leyendo en la calle una declaración del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), contra la pretensión de reducir el castigo penal a la violencia sexual:


(Todas las citas en cursiva son textos de Gioconda Belli, procedentes de la conferencia La sonrisa de la poesía, de diversos poemas, de El país bajo mi piel, memorias de amor y de guerra y de El infinito en la palma de la mano) .

Blog Action Day: contra la pobreza

"Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, si que tenemos al menos, el derecho de imaginar cómo queremos que sea. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? (...). Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: (...) La gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar (...); se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás (...); los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas (...); los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas (...); el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza (...); la comida no será una mercancía (...); nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión (...); los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle (...); la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla (...); la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda."
 - Eduardo Galeano. El derecho al delirio, de su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés -

Este año, el Blog Action Day, una iniciativa sin ánimo de lucro que pretende unir a miles de blogueros en un debate común, nos propone reflexionar sobre la pobreza.

Poco puedo yo aportar a este debate: apenas un recordatorio de datos conocidos pero que cada día deberían interpelarnos y hacernos reaccionar.

Hemos construido un mundo donde la espectacular riqueza de una pequeña parte contrasta fuertemente con una realidad dramática, a la que no queremos mirar. Según Pobreza Cero, 800 millones de personas no tienen acceso a la comida suficiente para alimentarse. 1.100 millones de personas sobreviven en el mundo actual, en pleno siglo XXI, con menos de un dólar diario. 1.200 millones de personas ni siquiera tienen acceso al agua potable. 10 millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años por causas que hoy son perfectamente evitables. Y quienes representamos el 10 % de la población mundial consumimos el 70 % de los recursos mundiales.Durante años, nos han presentado la pobreza como si fuera un problema inevitable, como si hubiera unos países donde se da la pobreza como se da un determinado clima o una concreta vegetación. Pero la pobreza es un problema fundamentalmente político. Tiene unas causas estructurales, obedece a un modelo económico, comercial, de consumo... que es profundamente injusto, además de antiecológico.Nuestra generación podría acabar con la pobreza si existiera voluntad política para ello. Somos capaces de levantar construcciones espectaculares, de organizar multimillonarios eventos, de gastar miles de millones en guerras, de avanzar en la investigación de todo tipo, de desarrollar tecnologías impresionantes, de explorar el espacio exterior... Y lo hacemos. También somos capaces de acabar con la pobreza en el mundo. Pero no lo hacemos. Los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio planteados por las Naciones Unidas -ya de por sí modestos y sólo un primer paso- quedarán muy lejos de cumplirse en 2015. Algo tendríamos que decir, ¿no?

Jornada de 65 horas: ¿una Europa sin derechos sociales?

Publicado en el diario digital AvilaRed.com, 13.10.08, y en Soitu.es, 07.11.08.

Desde hace algunos meses en este blog aparece un banner de la campaña contra la Directiva comunitaria que pretende consagrar la jornada laboral máxima de 65 horas semanales. Algunos amigos bromeaban conmigo por ello, porque saben de mi exceso de trabajo profesional, y yo siempre les contesto con la misma ironía: “No, hombre, es que a mí me parece poco. Como lo aprueben me hacen polvo, yo necesito más tiempo. Por eso he puesto lo de '65 horas, ni de coña'…”.

Pero, dejando de lado estos chascarrillos entre amigos, la cuestión tiene una seriedad y una trascendencia que creo no estamos sabiendo calibrar suficientemente.

Ayer, 7 de octubre, coincidiendo con la Jornada Mundial por el Trabajo Decente se llevaron a cabo algunas manifestaciones contra esta nefasta Directiva Comunitaria, que pretende ampliar desmesuradamente la jornada de trabajo.

Pero este debate (casi inexistente en la calle, donde la medida se toma, en efecto, como un disparate, pero a la vez como anecdótica, porque a los españoles supuestamente no va a afectarnos) no ha sido noticia de portada en ningún medio de comunicación. Y, no lo duden, esto es mucho más importante para nuestras vidas que ampliar el Fondo de Garantía de Depósitos, que la sentencia de la operación Nova, que analizar si Biden estuvo mejor que Palin en el debate electoral norteamericano, o infinitamente más importante que las lesiones en la selección española de fútbol ante el partido contra Estonia. Muchísimo más.

Ni la mayoría de los medios de comunicación (que tienen la obligación de informar, e incluso de contribuir a formar la opinión pública, esto es, alentar e ilustrar el debate social cuando el asunto lo merece), ni siquiera los sindicatos (que deberían representar con mucha mayor convicción los intereses de los trabajadores y poner toda la carne en el asador ante un asunto de esta envergadura) ni tampoco los ciudadanos de a pie (siempre distraídos con otras cuestiones mucho más intrascendentes) están prestando la suficiente atención a esta Directiva, que supone un recorte muy serio de una conquista social -la limitación de la jornada de trabajo- que costó siglos de concienciación, de luchas y de sacrificio.

Entre los argumentos de los defensores de este despropósito se apunta que es necesario flexibilizar los límites de jornada en determinados sectores o profesiones que lo precisan por su propia naturaleza (horarios de guardia o cuestiones similares). Pero ocultan que esa flexibilidad ya existía sin necesidad de la nueva Directiva. Tanto la legislación nacional de nuestro país como las normas europeas admiten la posibilidad de jornadas especiales de carácter sectorial. Y, en todo caso, el argumento es falaz: la excepción no puede convertirse en regla. Si es preciso, contémplese la excepción, pero que no se generalice.

Otro argumento, más peligroso aún, es que con la nueva regulación no se obliga a nadie a trabajar 65 horas, que eso sólo sucederá cuando el trabajador así lo acepte. Esta afirmación de apariencia tan simple se carga, de un plumazo, todo el armazón del Derecho Laboral.

El Derecho Laboral continental y, desde luego, el español, parten de la base de que, a diferencia de otras ramas, como el Derecho Civil, aquí no estamos ante una contratación entre partes iguales, sino que hay una parte más débil que merece ser especialmente protegida. Este principio básico implicaba que no pudieran negociarse individualmente cualesquiera condiciones, sino que existieran unos mínimos imperativamente fijados por la Ley. Y llevaba a que, respetando esos mínimos legales, pudieran convenirse condiciones, pero no mediante pacto individual, sino mediante los procesos de negociación colectiva, de forma que los trabajadores, agrupados en sus representaciones sindicales, pudieran cobrar mayor fuerza.

Ese argumento, que ahora esgrimen los euroburócratas del capitalismo europeo para recortar un derecho ya reconocido -y, lo que es más preocupante, para dinamitar de paso la base teórica de nuestro Derecho Laboral-, podría servir en el futuro para abolir igualmente otras conquistas sociales hoy proclamadas en la normativa comunitaria, como los salarios mínimos, las vacaciones o la protección social. ¿Por qué fijar un salario mínimo obligatorio? Que quede al pacto individual de las partes y, si el asalariado acepta trabajar por una miseria, nadie le ha obligado a ello. ¿Por qué preceptuar que existan vacaciones? Si el trabajador está de acuerdo en no disfrutarlas, es libre de hacerlo, para qué se le va a obligar a descansar si él no quiere. Y si al trabajador le da igual tener Seguridad Social que no tenerla, pues que la empresa no esté obligada a cotizar porque, si él acepta voluntariamente no contar con esa cobertura, no tiene sentido imponérsela… Nuestro Derecho parte de la tesis contraria a tales aseveraciones: la de que, en estos casos, la parte débil, la persona que necesita el salario para su propio sustento personal y familiar, podría verse forzada por la necesidad (siempre, pero muy especialmente en épocas de crisis o de desempleo en las que la oferta de mano de obra sea superior a la demanda) a aceptar la imposición de condiciones abusivas. La historia nos enseña que esto es mucho más que una suposición. Y por eso, las conquistas sociales, durante los precedentes siglos XIX y XX, han ido en la dirección de garantizar por ley una serie de condiciones dignas y convertirlas en derechos irrenunciables. Esto es, ni aun aceptado de forma teóricamente voluntaria por el trabajador, sería válido un pacto de renuncia a derechos tales como el salario mínimo, la jornada máxima, la limitación de horas extraordinarias, las vacaciones pagadas, el descanso semanal, las garantías en la contratación o en el despido, la protección del empleado menor de edad y un largo etcétera de avances sociales. Al menos hasta ahora, insisto, esa concepción era el pilar sobre el que descansaba todo nuestro Derecho Laboral.

Que la Unión Europea abandere en estos momentos, empezando por la jornada (pero estoy seguro de que, una vez sentado el precedente, la misma argumentación se aplicará a otros aspectos de la regulación laboral), la vuelta a la ley de la selva del liberalismo decimonónico en materia laboral es altamente preocupante. Y que toda la sociedad y la ciudadanía europea no se hayan puesto ya en pie con decisión ante semejante disparate, que supone un importantísimo retroceso y que acaba con siglos de esfuerzos para conseguir un marco laboral humanizado, es aún más preocupante. Si cuela esto, puede colar ya cualquier cosa. Y ahí está en juego nuestra propia dignidad, nuestro tiempo, nuestro espacio personal y familiar, nuestra calidad de vida, que es tanto como decir nuestra posibilidad de realización personal. Yo soy profesional, no soy empleado por cuenta ajena, es decir, que no me incumbe individualmente, pero no me puede ser ajeno ni indiferente el vivir en una sociedad más justa o menos justa, no puedo admitir como normal que los seres humanos vivamos exclusivamente para trabajar, que seamos sólo carburante para una maquinaria económica.

El gobierno español mantiene una postura ambigua pues, aunque nominalmente se opone, en la práctica no ha hecho lo posible para bloquear la iniciativa e incluso intenta quitar hierro al asunto, asegurando que en España no tendrá efecto práctico. ¿Seguro? Es cierto que no es nada previsible que el actual ejecutivo cambie la normativa interna en este aspecto –aparte de que no lo deseen, supondría un escándalo e implicaría un elevado coste político- y debe tenerse en cuenta que la Directiva, aun permitiendo ampliar la jornada máxima, no obligará a ello a los Estados. Pero, ¿este gobierno piensa estar en el poder eternamente? ¿O es que considera que está en condiciones de poner la mano en el fuego por todos los gobiernos que haya en el futuro, sean del signo político que sean y sean cuales sean las circunstancias socioeconómicas con las que se encuentren?

En una economía globalizada, cualquier disminución de las garantías laborales en un país cercano nos repercute, querámoslo o no: incide en la competencia y provoca a la postre deslocalización. Si en otro país las empresas encuentran mano de obra que puede trabajar legalmente 65 horas semanales sin trabas, ¿para qué van a instalar sus empresas en un Estado donde “sólo” tiene permitido trabajar 40? Esa situación es la que puede acabar afectando a nuestra economía, de manera que -igual que ahora los empresarios aprovechan la crisis para volver a pedir el abaratamiento del despido-, ante una coyuntura como la apuntada, se podría llegar a presionar para aumentar la jornada en nuestra legislación, e incluso presentarlo como una exigencia de necesaria modernización y de homologación con Europa. Pretender que nuestra realidad nacional está blindada y que la Directiva es inocua para los españoles es desconocer la realidad mundial o querer engañarnos deliberadamente.

Si yo me siento razonablemente satisfecho de vivir en Europa no es sólo, ni siquiera fundamentalmente, por su desarrollo económico. Es porque, a pesar de los muchos pesares, me siento ciudadano en un espacio de derechos que hasta ahora avanzaba. También la misma o mayor prosperidad económica existe en EE.UU., por ejemplo, y sin embargo mi preferencia por el marco europeo se debe claramente a otros factores. Habíamos sido capaces de crear un ámbito con unos derechos políticos elementales (Estados formalmente democráticos, garantistas, con sistemas judiciales mediantemente fiables, sin Guantánamos ni pena de muerte…) y con una serie de derechos sociales garantizados (salarios mínimos, jornadas máximas humanizadas, despido regulado y no libre, seguridad social…) que nos convertían, aun con todas las carencias y deficiencias que conocemos, en el espacio geopolítico socialmente más avanzado del mundo. Muy perfectible, sin duda, pero el menos malo.

Se suponía que Europa tenía ya consolidado todo esto y estaba inmersa a estas alturas en otro debate social. El de tratar de conseguir que mayor productividad no necesariamente significase mayor tiempo de permanencia en el puesto de trabajo. El de avanzar en las medidas de conciliación entre la vida laboral, personal y familiar… Y, de pronto, nos encontramos con una Directiva como ésta, que camina en sentido opuesto y que implica un retroceso social alarmante.

Por eso no es casualidad que esta lamentable norma no haya venido sola. Al mismo tiempo, ha continuado la tramitación de la otra Directiva de la vergüenza que permite el internamiento de los inmigrantes durante varios meses, sin un plazo claro para el control judicial de la medida, y que permite la deportación sin las suficientes garantías jurídicas. Y, mucho más desapercibida aún, sigue también su tramitación una tercera Directiva que posibilitará que las autoridades administrativas puedan espiar al usuario europeo de internet.

Hay fundados motivos para pensar que la Europa de los derechos sociales y las libertades está siendo seriamente cuestionada por la burocracia de Bruselas, aprovechándose de una ciudadanía falta de información y de concienciación, claramente desmovilizada, y aprovechándose de que no existen sindicatos y organizaciones cívicas o políticas que, en el marco comunitario, se muestren capaces de alzar suficientemente la voz e impulsar medidas contundentes frente a semejantes atropellos.

Yo creo que la Confederación Europea de Sindicatos debería estar ya concienciando a la opinión pública del continente, dando la voz de alarma sin sordina, desde una postura de fuerza, dialogando con todos los grupos del parlamento europeo, pidiendo negociar con las autoridades de la UE la inmediata retirada de esta medida y, en caso de no encontrar receptividad, impulsar medidas de presión de suficiente peso, sin descartar incluso una huelga general europea.

Bruselas no puede seguir pretendiendo construir el edificio de la Unión de espaldas a los ciudadanos. Pero, menos que nada, recortar conquistas sociales que nadie nos regaló y que los europeos no nos deberíamos dejar ahora arrebatar tan fácilmente.

De cena con Antonio Ruiz Vega


Y de disfrutar aquella tarde de agosto de la hospitalidad y la amistad de Fernando Sánchez Dragó en Castilfrío de la Sierra, pasamos a encontrarnos también como en nuestra propia casa visitando por la noche a Antonio Ruiz Vega.

Su pueblo, La Rubia, es otra pequeña localidad que tampoco alcanza la treintena de habitantes y que pertenece al Ayuntamiento de Los Villares de Soria.

Si alguien creía que eso de los tradicionales valores castellanos de la nobleza, la austeridad y la hospitalidad eran meros tópicos, podemos dar fe de que al menos hay un soriano que los personifica a la perfección.

A Antonio Ruiz Vega nos lo presentó en Madrid Fernando Sánchez Dragó y allí compartimos una cena oriental y animada tertulia, algunas semanas más tarde de la presentación de Muertes paralelas. Luego nos propuso prepararnos una cena en su tierra y, aunque con más de un año de retraso, al final le dimos ocasión de cumplir aquel ofrecimiento.

Antonio es un incansable estudioso de la historia, la cultura y la etnología de su provincia. Ha fundado revistas, ha escrito numerosos artículos, tiene publicados varios ensayos –como Juegos populares sorianos, Remedios caseros y otras magias sorianas, La Soria Mágica, Calatañazor. La huella de los pasos, Numancia. El Imperio que no pudo ser…- y algunas novelas -como la premiada Últimas palabras de Kate Eddowes-. En su casa, nos regaló a los tres Carlos, con dedicatoria incluida, su relato La isla suspendida y su estudio Las relaciones entre Soria y Euskadi. Yo me llevé desde Madrid, para que me lo firmase, otro libro suyo que tenía y que ya había leído, Los hijos de Túbal, interesante recopilación de mitología hispánica publicada por la editorial La Esfera de los Libros en 2002.

Ruiz Vega es uno de los más estrechos colaboradores de Dragó. Entre otras muchas tareas, le auxilia habitualmente en las investigaciones y las labores de documentación, escribió con él el Diccionario de la España Mágica (1997) y fue antólogo de sus textos en Libertad, Fraternidad, Desigualdad (2007). Juntos, cual caballero andante y escudero, tenían también el sugestivo proyecto de hacer, al estilo Labordeta, un recorrido televisivo por la España mágica (les recomiendo ver el video promocional al que enlazo), idea que por ahora está aparcada, pero que a mí me encantaría que pudiesen llevar a la práctica, porque me parece enormemente atractiva.

Antonio nos esperaba en su casa a Fernando y a los tres Carlos con otro amigo suyo, Raúl. Nos preparó una estupenda fideua junto con unas tortillas de patata y otros manjares varios, y todo lo acompañamos de buen vino. Pero, por si esto fuera poco, tuvimos como ingredientes de la cena y de la sobremesa la calidez y la conversación inteligente y divertida. ¿Qué más se puede pedir?

Le pregunté a Antonio por sus proyectos, porque sabía, por anteriores conversaciones, que anda embarcado en otra imaginativa novela, esta vez de política-ficción iberista, que a mí (que soy iberista convencido) me despierta curiosidad.

Tras comentar algunos pormenores de nuestro viaje, fuimos saltando de tema en tema y tejiendo una simpática charla de cultura, historia, literatura, política…

Bueno, sí, vale: y de mujeres. De hecho, creo que la mente calenturienta de alguno de los tres Carlos –no desvelaremos cuál- es corresponsable del posterior artículo veraniego de Dragó sobre las mujeres más deseadas, que le valió su penúltima polémica pública, por la alusión a Leire Pajín.

Antonio Ruiz Vega había echado a todos los gatos hacia el corral, para que no molestasen durante la cena, pero sabido es que las casas tradicionales de pueblo tienen gatera y que los animalillos se la saben todas, así que uno acabó volviendo a colarse y compartiendo sobremesa conmigo.


Cuando, horas más tarde, Fernando regresó a Castilfrío, para poder levantarse a escribir al día siguiente, allí nos quedamos todavía los demás arreglando el mundo. Comenzamos por reivindicar Castilla –una cuestión que nos interesa a Ruiz Vega, a mí y a cuatro más- para terminar cuestionando todo el sistema económico mundial.

Desde esa noche yo a Antonio le tengo como mi gurú en materia social (Carlos V. decía que hubo un momento en el que sólo me faltó aplaudir y hacerle la ola) porque canta las verdades del barquero, esas cosas elementales que nadie dice o que los poderes políticos y económicos y los medios informativos silencian. En estos tiempos de crisis -en los que las vergüenzas del capitalismo están quedando al aire, en los que nuevamente vamos a vivir, tras una privatización de los beneficios, la socialización de las pérdidas-, es mentalmente muy sano, para mantener cierto espíritu crítico e independiente, escuchar razonamientos como los que esa noche expuso Antonio Ruiz Vega, tan diferentes del discurso dominante. Yo no sabría repetírselos a ustedes igual de bien, pero espero que él se anime a escribir sobre estas cosas, sin necesidad de ser economista, como ciudadano libre que piensa y que hace preguntas incómodas en voz alta.

Carlos V., desde el escepticismo por las vías políticas, apostaba por la acción social y, entre que a mí ese discurso no me gusta nada y que a esas alturas el licor de hierbas no facilitaba mucho su explicación ni el limoncello mi comprensión, terminamos polemizando distendida y cordialmente. Y creo que en un momento determinado yo le dije que estaba haciendo “un discurso liberal” y la siguientes veces añadí –entre risas- “si me apuras hasta esperancista” (por Esperanza Aguirre, y esto si lo hubiera dicho Dragó se trataría de un elogio, pero si lo digo yo tiene que tomarlo justamente como lo contrario…). Yo creo que la mera caridad es desmovilizadora. Que sí hay que hacer labor social inmediata, pero siempre cuestionando el modelo, planteando a la vez el debate de por qué existe esa situación. Si nos limitamos a paliar sus consecuencias, con buena voluntad, lo que estamos haciendo es precisamente contribuir a taponar las fugas de agua del sistema y quien sabe si a mantenerlo a flote. Se solucionan situaciones puntuales, pero a base de mantener intactas las causas que las provocan y que, por tanto, las seguirán provocando. Recordaba la frase del inolvidable obispo brasileño Helder Cámara: “Si doy pan a un pobre, me dicen que soy un santo; si pregunto por qué el pobre no tiene pan, me llaman comunista”. Yo creo que hay que dar pan, pero hay que seguir preguntando a cada instante por qué no tiene pan. Carlos V. defiende que hay que dar prioridad a proyectos concretos de compromiso social por encima de teorizaciones, pero me parece que, en realidad, no discutía el fondo de lo que yo exponía, sino que sencillamente está decepcionado en estos momentos por todos los proyectos políticos.

Esta foto -de cuando aún no se había marchado Fernando- me gusta, porque da el pego: se ve a los dos escritores atentos a lo que yo decía como si realmente tuviese algún interés.


Agotados los licores y una vez que habíamos solucionado primero Castilla, luego España, después Iberia toda y finalmente el mundo en general, nos despedimos afectuosamente de Antonio Ruiz Vega -a quien debemos una-, de su amigo Raúl y de los tropecientos gatitos que rondaban por la casa y el exterior, y nos retiramos.

Pero no precisamente a nuestros aposentos. Mientras Carlos C. (que llevaba ya, responsablemente, tiempo sin beber para poder conducir) proponía, con bastante sentido común, irnos a dormir, Carlos V. y yo manteníamos animados la esperanza de que hubiera fiesta en algún pueblo cercano, al ser 15 de agosto, para estar un rato más por ahí. Carlos C. –seguro de que todo estaría desierto- cometió el error de intentar convencernos enseñándonos los pequeños pueblos casi deshabitados. Y saltó la sorpresa, porque en Aldealseñor –de poco más de 40 habitantes- había una orquesta actuando en la plaza, compuesta por dos integrantes –la chica que cantaba y el chico de los teclados-, un centro social donde servían cervezas y unas cuantas decenas de jóvenes de todos los pueblos de alrededor. Así que estuvimos allí hasta que terminó la actuación. Carlos V., para variar, confraternizó con la juventud del lugar y terminó apalabrando ya las fiestas de Pobar -37 habitantes- para el mes de septiembre. A ese pueblo también hicimos una rápida visita esa misma madrugada, con situaciones surrealistas que luego han dado muchísimo juego en las anécdotas privadas. La que se podía contar, ya la apunté en una entrada anterior.

Nuestro alojamiento lo habíamos reservado en una casa rural en Ausejo. Dragó nos dijo amablemente "la próxima vez os quedáis en mi casa", pero la verdad es que la casa rural nos daba más libertad para no molestar y no tener a Naoko y Fernando como anfitriones pendientes de nosotros al día siguiente y, visto nuestro trasnoche por las aldeas sorianas, fue mejor así.

Ausejo de la Sierra es otro pequeño municipio de unos sesenta habitantes y en esta foto se pueden hacer una idea de su tamaño: miren dónde está la señal de comienzo de población y dónde se ve al fondo la señal de final de población.

Allí se pronunció una de mis frases favoritas -"No andéis trayendo barullos al pueblo"-, episodio que ya conté en Volver.

Al día siguiente, tras descansar y tomar un buen desayuno, nos esperaba la capital soriana.

(Fotografías del autor, de Carlos Cardesa y Carlos Vara).

Pequeñas sincronías cotidianas

El hombre debe percibir que vive en un mundo que en cierto sentido es enigmático.
Que en él suceden y pueden experimentarse cosas que permanecen inexplicables (…).
Sólo entonces la vida es completa”.
-Carl Gustav Jung -

I

Tenía motivos para pensar que con Beta podía repetirse algo parecido a lo que me ocurrió con Alfa, una situación en la que salí dañado. A pesar de que Beta estaba siendo sincera y extremadamente cuidadosa, había en los hechos algunos elementos comunes que me hacían temer.

Una tarde, para que Beta me comprendiera, me decidí por fin a contarle la historia de Alfa, sucedida unos años atrás y ya superada.

Esa misma noche, cuando llegué a casa, tenía un mensaje en el contestador.

Era la voz de Alfa.

Vaya, qué casualidad, pensé.

II

Alfa estaba unos días en mi ciudad, quería volver a verme. No era el momento más oportuno para remover dentro de mí todo aquello, pero dije que sí.

Beta tenía una particular relación con una película de cine, pongamos que titulada Gamma. No es sólo que le gustase la película, era una relación más directa, con la que habíamos bromeado muchas veces.

Cuando Alfa vino a verme, me trajo varios regalos. Uno de ellos era un disco que me había grabado, porque pensó que me iba a gustar esa música. Lo escuché.

Unos días más tarde volvemos a vernos.

- Me gustó la música que me grabaste, muy buena
- Es la banda sonora de una película, ¿sabes de cuál?
- Hmmm… Pues no
- De 'Gamma'


Vaya, qué casualidad… otra vez.

Yo ese día estaba particularmente sensible respecto a Beta, así que supongo que mi cara debió de ser todo un poema en ese momento y que Alfa no entendería nada.

III

Por esos días, se iba a celebrar un homenaje póstumo a alguien y me propuse confeccionar un audiovisual para proyectar en el mismo.

Decido que la música de fondo sea el Aria de la Suite nº 3 de Bach.

Intento incorporar la música a las imágenes y la aplicación me hace caso omiso.

Supongo entonces que el disco estará defectuoso. Busco la misma pieza musical de Bach en otro CD distinto. Sigue dando error.

Lo intento con un tercer disco, porque esa música es conocida y aparece en varias colecciones de las que tengo. Imposible.

La bajo de internet en formato mp3. Nada, no hay forma, la aplicación la rechaza.

Pienso que entonces lo que está mal es el programa informático, pero por si acaso decido probar con otra melodía.

Cambio de música y, como plan B, elijo el Concierto para clarinete y orquesta de Mozart.

Al primer intento, la música se incorpora a las imágenes. Incluso el tiempo de duración del archivo de sonido es sustancialmente coincidente con la secuencia gráfica.

Bromeo conmigo mismo: vaya, se ve que al homenajeado le gustaba más esta música y no me dejaba poner la otra.

Celebramos el homenaje público esa noche y, cuando termina, salgo con una sensación de deber cumplido.

Dos días más tarde, parto de viaje. Subo al AVE hacia Lleida y pienso: después de unas semanas duras, ahora es el momento de comenzar las vacaciones, de relajarme y de cambiar de chip.

Me pongo los auriculares con uno de los canales del hilo musical. Comienza en ese preciso momento una pieza.

Podrían haber sido miles de músicas, pero sí, era ésa: el Concierto para clarinete y orquesta de Mozart.

Qué casualidad.

IV

Llego a la estación leridana y, unos días más tarde, paseando por su ciudad, Belén me enseña la estatua de Indíbil y Mandonio.

Como buena guía y licenciada en historia, me recuerda la figura de estos héroes de la resistencia ibérica frente a los romanos.

Regreso de Lleida a Madrid y, a continuación, partíamos para Soria.

Como vamos a ver al escritor Antonio Ruiz Vega, busco en casa su libro Los hijos de Túbal, dedicado a los mitos de la España antigua. Me lo quiero llevar para que me lo firme el autor.

Tengo el libro en mis manos, miro la portada y abro una de sus trescientas páginas al azar.

Sí, justamente ésa: la historia de Indíbil y Mandonio.

Qué casualidad… ¿o no?

(Fotografía: Synchronicity, de Auro, de la galería de imágenes Creative Commons de Flickr).

En Kokoro, la Casa del Caballero del Escarabajo


Castilfrío de la Sierra es un pequeño municipio soriano, a 1.204 m. de altitud y de tan sólo doce kilómetros cuadrados de extensión. La existencia de esta localidad, situada en la sierra de San Miguel, a 24 km. de la capital de la provincia, aparece ya documentada en el siglo XIII con el topónimo Castil Frido.

Castilfrío está relativamente cerca del lugar donde se ubicó la mítica Numancia, el nombre que mejor simboliza la resistencia celtíbera frente a los romanos. Tras haber derrotado los numantinos al ejército imperial de 30.000 hombres, la posterior conquista de este núcleo hubiera implicado previsiblemente la captura de sus habitantes y su venta como esclavos. Cuando estaban irreversiblemente asediados, su coraje prefirió el suicidio colectivo: antes morir libres que vivir como esclavos.

Entre los puntos de interés en Castilfrío de la Sierra destaca la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVI, aunque con elementos y ampliaciones de distintas épocas, hasta llegar al XVIII.

El pueblo cuenta también con la ermita de Nuestra Señora del Carrascal, del siglo XVI, además de restos de la ermita del Ecce Homo.
Conserva también su antiguo y curioso Lavadero y, en un monte, restos de un castro.

Pero lo que más llama la atención es que un municipio tan pequeño tenga tal cantidad de casas blasonadas, la mayoría del siglo XVIII. Parece que una orden real obligó a los ganaderos de la Mesta que hacían uso de la Cañada Real Soriana a residir en el municipio, de forma que los grandes propietarios de ganado vivían allí -o cuando menos lo simulaban-, por lo que edificaron en Castilfrío esas mansiones que han llegado hasta nuestros días.
La población no alcanza la treintena de habitantes censados –de los cuales ni siquiera todos viven permanentemente allí-, pero uno de ellos es muy conocido: el escritor Fernando Sánchez Dragó.

A Fernando le debíamos hace tiempo una visita, así que quedé con él y allí nos plantamos los tres Carlos para conocer su encantador refugio soriano. El plan era llegar al atardecer, cuando él dejase de escribir, conocer su casa, pasear y conversar un rato. Y, al anochecer, ir juntos a dar buena cuenta de una cena que nos tenía hace tiempo ofrecida uno de sus más cercanos colaboradores, el también escritor Antonio Ruiz Vega.

Después de aparcar cerca de la plaza –con su frontón, su fuente y fachadas blasonadas sin restaurar- damos algunas vueltas por las estrechas callejas, hasta encontrar la casa de Dragó, inconfundible, con su buda en la esquina y, coronando la veleta, un escarabajo, el animal sagrado que remataba los templos egipcios.

Yo nada más soy yo cuando estoy solo”, escribió el poeta Miguel Hernández y ese verso es uno de los textos que flanquean la puerta de acceso al caserón en el que Dragó ha encontrado en Soria la tranquilidad y la soledad necesaria para escribir. Entre la melange de azulejos, la confirmación de que "aquí vive Fernando Sánchez Dragó, escritor y viajero", la prohibición de fumar en el interior, el aviso de "visita no concertada, visita no deseada" (la nuestra, ya lo dije, es obviamente concertada), el símbolo del Círculo Hermético, el dios Dionisio (nombre que Dragó utiliza en algunos textos autobiográficos de su obra) y el nombre de la casa, Kokoro.

¿Por qué Kokoro? Significa corazón en japonés, pero “no alude a la víscera cordial, sino al sentimiento”, como aclara en su libro del mismo título. Fernando es gran admirador de las culturas orientales. Su mujer, Naoko, es japonesa. La conoció en Kioto –era su alumna-, mientras impartía un curso precisamente sobre El camino del corazón. Ésta es, en mi opinión, su mejor novela (al menos hasta la aparición de Muertes paralelas) y se abría con una cita del Popol Vuh, el libro de las tradiciones mayas (frase que también yo reproduzco en la columna derecha de este blog): “Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca”. En 2004, Dragó sufrió una operación a vida o muerte a causa de problemas relacionados con el corazón… Su casa tenía que llamarse Kokoro.

¿Y por qué Caballero del Escarabajo? Julio Ferrer, ex compañero de cárcel durante el franquismo, es entomólogo. Tras un reencuentro con su amigo Fernando, decidió dar el nombre de este escritor y viajero a una especie nueva de escarabajo descubierta en Namibia. El somaticus sanchezdragoi aparece en varios grabados en la casa, como el que atentamente examina Carlos C. en la foto. Otro amigo de Dragó, el pintor Félix Arellano, ha dedicado una serie de pinturas a este escarabajo, animal que anda sobre la tierra y bajo la tierra y que incluso puede volar… Dragó no pierde la ocasión de recordar jocosamente que es uno de los seres que tiene el miembro viril más grande en proporción a su tamaño.

Fernando nos recibe en la puerta de la casa a la hora convenida y nos conduce al interior. Más tarde llegará Naoko, siempre encantadora, acompañada de una amiga que pasa unos días con ella.
Ya sé que esto no es El Mueble ni nada parecido, y que habitualmente no dedico el blog a la decoración ni a mostrar viviendas de famosos. Pero no me resisto a compartir -con sana envidia- la visita al interior de Kokoro, esa casa grande pero acogedora, llena de calor y de magia, perdida en un rincón de la sierra soriana. Uno siempre sueña con llegar a tener un refugio parecido a éste.

La casa originaria se construyó en 1807 -si hacemos caso a la inscripción que aparece en el dintel del balcón-. Propiedad de la familia de su padrastro, Fernando les compró a sus hermanos sus respectivas participaciones. Luego la rehabilitó y todavía hoy continúa introduciendo poco a poco algunas reformas en sus inmensas dependencias.

En la entrada, un futbolín da pie a que Fernando y Carlos V. fanfarroneen sobre sus respectivas habilidades. No dio tiempo esta vez a que se enfrentaran, porque teníamos la cena, pero ya se retaron mutuamente para una próxima ocasión. La verdad es que Dragó tiene fama entre sus allegados de ser bueno con el futbolín, pero a Carlos V. le pega también tener habilidad en la materia, así que el duelo promete. Eso sí, yo lo presenciaré tomando una cerveza. En ese futbolín, por cierto, es donde, durante una visita de la infanta Elena, recibió Froilán un golpe en el ojo con una de las barras, mientras jugaba con sus primos. Fernando lo contó en cierta ocasión en un programa de televisión, diciendo que ya se imaginaba con temor los periódicos del día siguiente: "El tercero en la sucesión al trono español [lo era en esos momentos] se queda tuerto en casa de Dragó".
De alguna forma, todo hogar es un templo. Así que, en esta casa se mantiene la costumbre –como en casi todas las culturas, salvo la Occidental- de descalzarse al entrar.

Pasamos enseguida al amplio salón, con dos ambientes. Por allí está el piano, que Naoko sabe tocar, aunque confiesa que hace tiempo que no lo hace. La amiga japonesa que la visita sí practicaría esa misma tarde.

En una entreplanta se ha instalado un baño japonés, desde cuya ventana se puede ver el jardín. En invierno, debe de producir una extraña sensación la inmersión en agua calentita mientras contemplas el exterior nevado.
Abajo, en un sótano, hay otro saloncito con chimenea. Cerca se está montando ahora una barra de bar. Hay otros dormitorios para las visitas familiares y para invitados.

La biblioteca de Dragó es impresionante... aunque en realidad hay libros en todas y cada una de las dependencias.

En la casa se mezcla la decoración tradicional castellana con elementos japoneses y orientales en general. Y a lo largo de la visita vamos pasando por dormitorios, cocinas, la bodeguita o por el pequeño gimnasio de Dragó.

En la planta superior, al entrar al despacho de Fernando me sorprende ver que, por primera vez, está utilizando ¡un ordenador portátil! Siempre le había conocido escribiendo a máquina. Nos aclara que su última máquina de escribir ha fallecido, como ha contado en un artículo. Ya ni siquiera se encuentran máquinas de escribir y consumibles para las mismas, así que no ha tenido más remedio que claudicar. Dicen algunos escritores que el word –con esa posibilidad de insertar, de corregir y de volver una y otra vez sobre lo escrito…- cambia el estilo a los autores, y yo creo que algo de razón pueden tener. Dragó está ahora habituándose a utilizar el procesador de textos y también tiene esa duda de si le modificará de alguna forma su estilo.

Dentro del despacho está el famoso ataúd. Fernando dice que no tiene miedo a la muerte y que para practicar la meditación nada mejor que un ataud, así que compró en el pueblo el féretro que durante años se utilizaba para los velatorios de las personas sin recursos. Sobre él yace simbólicamente esa última máquina de escribir a la que antes aludíamos.

En las estanterías de la zona de trabajo están las carpetas donde se guardan los originales y pruebas de sus obras, entre ellas Gárgoris y Habidis, la monumental Historia Mágica de España por la que se le otorgó en 1979 el Premio Nacional de Literatura.

Pasamos al despacho donde trabaja habitualmente Naoko, tanto en el apoyo a Fernando como con las tareas de su empresa Herbolarium.

Allí encontramos y saludamos a Soseki, el gato más famoso de España (es el único que sale en los telediarios…).

También hay zonas de lectura y de consulta de libros, junto a estanterías donde se almacena documentación, grabaciones de programas...

El dormitorio principal de la casa, al que se accede tras unas cortinillas, está presidido por cuadros con escenas de sexo tántrico.

En el baño se almacenan los productos de esa especie de elixir de juventud que utiliza Fernando para mantener el corpore sano. Entre ellos destaca el yoki reishi, la seta a la que se que atribuyen milagrosas propiedades.


Fernando siempre ha tenido en mente el proyecto de crear una especie de nueva Eleusis en Soria, un centro cultural, espiritual y de estudios. A ello dedicaría, entre otras edificaciones, una de las casas cercanas que también es de su propiedad. En las imágenes, un salón de la misma, la cocina -que aprovecha las antiguas cuadras- y el salón japonés.
Damos un agradable paseo por el pueblo y sus alrededores. Pasamos frente a la iglesia de Castilfrío, donde Marta Ruescas grabó la curiosa psicofonía (“Nelly no ha venido hoy”) de la que se da cuenta en un capítulo de Muertes paralelas. Caminamos junto al cementerio y por algunos terrenos donde Fernando imagina su escuela iniciática. Vemos abrevaderos de la Mesta, el viejo lavadero, casas restauradas y casas semiderruidas que bien merecerían también ser recuperadas…


Durante el paseo, entre viejos caserones y calles estrechas, Fernando nos va contando varios proyectos personales y profesionales, se detiene a saludar a algunos vecinos y tenemos tiempo de echar unas cuantas risas.

En el trayecto, nos encontramos aparcada su vieja y curiosa camioneta, que calculo que debe de haber viajado por medio mundo. El otro medio yo creo que lo recorrió con el Land Rover.

Caminando y charlando, se nos hizo tarde. Ruiz Vega nos estaba ya esperando con la mesa puesta…
(Fotografías del autor, de Carlos Vara, Carlos Cardesa y Naoko Kuzuno).