En enero de 2005, justamente después del tsunami que castigó el Sudeste asiático, publiqué en el diario digital Avila Red un artículo de opinión titulado ¿La mala suerte de los pobres? Lo rescato ahora, al hilo del reciente seísmo en Perú, porque creo que, salvando las distancias, hay una buena parte de la reflexión que puede ser válida. Es cierto que en el hermano país andino sí hay un Estado más organizado; pobre, pero más estructurado y con algo más de presencia en la tragedia (aunque llegó antes el presidente Alan García que la ayuda necesaria). Es cierto también que el terremoto era tan fuerte que hubiera tirado no sólo las infraconstrucciones en las que muchas familias viven sino también edificios convencionales y, de hecho, derribó las iglesias de Pisco y de Ica, por lo que he visto en las fotografías de los medios informativos. Pero creo que sigue siendo válida, en términos generales, la llamada de atención sobre el hecho de que un sistema económico mundial tremendamente injusto agrava a veces las consecuencias de todas estas catástrofes, por más que su origen sea un fenómeno natural. Por ejemplo, no imagino un terremoto en un país desarrollado donde los heridos siguieran muchas horas después sin hospitalizar, donde días más tarde siguiera habiendo problemas de abastecimiento de agua potable o donde muchos afectados continuaran días después durmiendo en plena calle.
"¿LA MALA SUERTE DE LOS POBRES?
Desgraciadamente, la realidad en estos últimos años sigue empeñada en que incorporemos a nuestro vocabulario de uso corriente palabras que hubiera sido mejor seguir sin conocer, desde 'chapapote' a 'tsunami'. Más de cien mil muertos en el Sudeste asiático han vestido de luto la despedida de un ya de por sí suficientemente negro 2004. Para quienes nada humano nos es ajeno, para quienes, en materia de vida y de dignidad, no distinguimos entre razas o nacionalidades, la lejanía geográfica no implica que nuestro dolor sea menor ante una tragedia de estas proporciones.
En circunstancias así, vemos la grandeza de las corrientes de solidaridad entre los seres humanos. Y vemos también la cruz de la moneda: la mezquindad de algunos gestos, como ciertas entidades bancarias que están cobrando comisión por ingresar donativos en las cuentas de ayuda humanitaria. El mismo estilo inconfundible de mercaderes que comparten con esas cadenas de televisión que se lucran con la publicidad contratada durante la emisión de telemaratones benéficos, que tan buena audiencia les suelen reportar.
No falta en estas ocasiones quien, en los medios informativos o en las conversaciones de la calle, se lamenta -tanto en este maremoto, como en anteriores terremotos, volcanes, huracanes o tormentas tropicales…- de cómo el destino se ceba, encima, con los países menos desarrollados, con las personas más pobres del planeta… ¿Seguro? Obviamente, los fenómenos meteorológicos o geológicos no obedecen a ninguna conjura del capitalismo internacional pero ¿realmente nos hemos llegado a creer que la magnitud que alcanzan sus efectos en estos países es pura casualidad?
Mucho nos tememos que esa apelación a un azar que se ensaña precisamente con los más desfavorecidos, forma parte de un engaño permanente a la población del Norte rico. Para tranquilizar nuestras conciencias y para no poner en evidencia a quienes, careciendo precisamente de conciencia, manejan los hilos de la economía mundial. Un engaño que trata siempre de ocultar la cara más criminal de un sistema socioeconómico injusto a escala planetaria.
Es el mismo engaño que nos presenta el subdesarrollo de ciertas naciones como una fatalidad, como una característica poco menos que cultural o geográficamente intrínseca a ciertas latitudes. Una pobreza de la que nadie tiene la culpa o, si acaso, la tienen sus propias víctimas. Una realidad de miseria material, sanitaria, educativa… que sólo se asoma a nuestro primer mundo acomodado con ocasión de las campañas caritativas, o cuando nos alcanzan esas indeseables salpicaduras que, para el capitalismo occidental, son la inmigración o la deslocalización empresarial.
Es también el mismo engaño que se empeña en revestir de verdad demográfíca, científicamente indiscutible, eso que Eduardo Galeano llama lúcidamente 'propaganda sobre las ventajas de no nacer', en países cuya densidad de población –en contra de lo que quiere hacérsenos creer- y, sobre todo, cuyo aprovechamiento de recursos, están muy por debajo de nuestros niveles.
Esa misma falacia es la que silencia en estos días que no es la naturaleza quien se comporta con más crueldad con los países pobres que con los ricos. La destrucción material y la pérdida de vidas humanas alcanzan proporciones gigantescas, no por casualidad, en aquellos lugares donde los sistemas de alerta, de evacuación, de seguridad, de construcción muy especialmente, de protección civil, de intervención… están a años luz de los nuestros. ¿De verdad consiguen los propagandistas del sistema que no nos demos cuenta de algo tan elemental?
¿En España podría haber un maremoto? Supongo que es teóricamente posible pero me atrevo a asegurar –cruzo los dedos para no tener que comprobarlo nunca- que los sistemas de alerta a la población hubieran funcionado de otra forma, que no habría existido el mismo nivel de destrucción material en las edificaciones que aquí no son tan 'de papel', que la población no daría esa sensación de estar completamente abandonada a su suerte y en las imágenes veríamos el despliegue de policías, personal sanitario, ejército o bomberos que apenas hemos visto en Asia…
Y, sobre todo, que nuestra principal preocupación posiblemente no sería hoy, como en estos momentos les sucede a nuestros hermanos de otro continente, algo tan sencillo como conseguir comida, medicinas o agua potable para que la gente no siga muriendo cuando ya han pasado varios días desde que se produjo el maremoto."
¿Mala suerte?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Gracias por escribir e interesarte sobre mi país, si bien es cierto, somos un país pobre, y nuestra pobreza se incrementa con este fenómeno natural, que no creiamos si quiera que pasaría.
Necesitamos ayuda, los mismos peruanos nos estamos dando la mano y apoyando entre nosotros para poder salir de esta desgracia.
Gracias por querer a mi patria e informar a más gente de lo que está sucediendo acá.
Nos estamos leyendo.
Tienes razón, Carlos. En países como el Perú, los que más pagan las consecuencias de los desastres son los pobres.
Pero, en medio de la desgracia, como te habrán contado varios bloggers peruanos, la solidaridad ha aparecido y en gran cantidad.
¡Sigue blogueando!
Hacía siglos que no te leía y ha sido un placer descubrir tu blog. Un saludo para el barón de doble rostro.
Carmendelly, es una gozada leerte, con ese blog tan fresco y simpático.
Pedro, gracias por tu comentario.
Rubén, te saludo igualmente, ven por aquí cuando quieras, estás en tu casa. Nos seguimos encontrando por aquí, por el foro de Dragó y donde se tercie.
Publicar un comentario