Unos gritos en el metro

Yo iba en el metro, de pie, leyendo, cuando me sobresaltaron las voces de un niño. Me asomé a ver si le ocurría algo y vi un grupo de menores discapacitados psíquicos, junto con quienes supongo eran sus educadores.

El niño, sentado en el suelo, no dejaba de gritar frases poco inteligibles. A su lado, de pie, una chica joven se comportaba con indiferencia, como si no le oyera. Y doy fe de que era imposible no oírle, ni siquiera a la distancia a la que yo me encontraba, cuanto más estando justamente al lado.

Todos los viajeros estábamos ya contemplando la escena.

Al cabo de un rato, una señora reclama la atención del vociferante pequeño desde enfrente de mí:
- Ven, mira lo que te doy –le dice enseñándole alguna golosina.
- No, señora, no le dé nada, por favor –la corta la chica.

Los gritos del niño son molestos y difícilmente soportables. Pero, junto a él, la monitora que le acompaña sigue impasible, mientras escribe con parsimonia en un cuaderno.

El niño la llama. Ella se agacha solícita, en actitud de escucharle. Él le grita y ella nuevamente finge no poder oírle:

- Es que si chillas no te oigo. Si me hablas bien sí.

Como no cesa de gritar, la chica se incorpora de nuevo y vuelve a enfrascarse en su cuaderno.

Ella, sin un mal gesto, mantiene una paciencia rayana en lo imposible, porque les aseguro que dan ganas de hacer lo que sea con tal de que se calle.

En realidad, eso, lo fácil, lo que nuestra sociedad emplea como respuesta ante tantas cosas, es lo que quiso hacer la señora que pretendía comprar su silencio con una chuchería. Pero esa respuesta a corto plazo luego no sirve, no educa, es contraproducente. La escena me parece la metáfora de tantas cosas que vivimos…

Se suceden varios intentos en los que la chica intenta que el pequeño le hable con un tono adecuado. Él no la comprende y persiste en vocear, y ella vuelve a ignorarle. Siguen resonando los gritos en todo el metro.

Al final, ella termina lo que estaba escribiendo -quizá también dibujando-, se agacha y, con una mezcla de firmeza y de cariño, le pide que lo lea. El niño coge el cuaderno y poco a poco va descifrando el mensaje que didácticamente se esfuerza en transmitirle su acompañante.

Se ha hecho el silencio. Vuelvo a levantar la mirada de mi libro. El niño ya no tiene el cuaderno en sus manos. La chica se ha vuelto a poner de pie. El muchacho, sentado, mirando hacia un lado, como queriendo asimilarlo y convencerse, está diciéndose a sí mismo, ya sin voces ni aspavientos:

- Si David grita, Bea se enfada y no hay beso. Si David no grita, entonces Bea está contenta.

Sonrío. Me bajo del metro lentamente, conmovido por ese alarde de saber hacer, por la paciencia, por la ternura. A mis espaldas ya no hay gritos. Ahora sólo se escucha una voz tenue que sigue repitiendo:

- Si David no grita, Bea está contenta…

Ella le mira y asiente.

A este tipo de gente le cae bien la expresión que empleé en Por ti misma: son mis sencillos héroes cotidianos.

Supongo que nunca leerás esto pero, dondequiera que estés, va por ti, Bea.

(Fotografía: DSCN8731, de Sideshowmom, procedente del Banco de imágenes gratuitas MorgueFile.com).

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un alivio saber que hay gente que actúa de esta manera. La verdad es que es horroroso ver como educan muchos padres a sus hijos, o la gente que tiene cerca, y es triste ver cómo se consiguen las cosas con una simple pataleta.

Yo también aplaudo desde aquí a esa chica.

maria gemma dijo...

Nos estamos acostumbrando a oir y criticar siempre temas de violencia, mala educación...etc.

Y no podemos olvidarnos que hay muchas Beas y muchos Carlos (he elegido tu nombre como simbolo general de que tambien los hay en masculino) a todos ellos gracias, es una labor impagable la que hacen, por su cariño, dedicación y paciencia.

Gracias por escribir este articulo es una agradable brisa... en los tiempos que corren.
Un saludo

AleMamá dijo...

Que lindo lo que has contado. Ojalá alguna Bea lo lea, y si no, nos ha ensennado a nosotros.

Sí, en nuestro mundo, con tal de evitarnos molestias, hacemos lo fácil que lleva a problemas e injusticias mayores. Me dejaste pensando...

Anónimo dijo...

Con la sensibilidad y ternura que muestras en muchas de las historias que nos cuentas(incluyendo esta), aún no entiendo el motivo por el sigues formando parte de la lista de casos perdidos de Cristina!!!

A ver si no buscas donde debes!!!!

Sigue así!

Anónimo dijo...

Que bonito relato! Dulzura y sensibilidad son dos adjetivos que te califican como persona, además de inteligente, discreto, educado, irresistible...y así lo demuestras cuando escribes historias tan tiernas como ésta. Sigue como hasta ahora, tal y como eres y pronto le podrás decir a Cristina que has encontrado a la mujer de tus sueños.

Anónimo dijo...

Gracias Carlos, El mundo está cambiando y lo demuestra tu historia. Pero no te confundas con la señora de la chuchería, es en lo que la han educado, fué muy valiente en mostrar su apoyo, ayuda e interés en estos días en que preferimos mirar hacia otro lado. Ella fué la primera en tender una mano, aunque fuese equivocada.

Anónimo dijo...

Buena historia. La cantidad de héroes anónimos que conocemos, y apenas nos damos cuenta, porque no nos los muestran en ningún deleznable programa de televisión...
Un abrazo.

Anónimo dijo...

No sé si he acertado a pintar bien la escena. Seguramente no. Pero os aseguro que el chaval voceando continuamente resultaba casi insufrible.
Y yo pensaba que era imposible que ese niño, con su deficiencia mental, comprendiera lo que la chica quería enseñarle por mucho que ella se empeñase. Al principio, él no parecía captar ni remotamente la idea.
Lo de la escritura -quizá con dibujitos, no lo sé seguro- fue mágico. Pero la perseverancia de ella, sin un mal gesto, aguantando, manteniendo su actitud para que el mensaje quedara claro en todo momento, me pareció tremenda.
Y yo pensaba que, además, eso no es ese rato que yo vi, sino que posiblemente pueda encontrarse momentos así cada día. Y es casi heroico no tener un instante en que bajes la guardia, en que te canses, en que no tengas ganas de mantener el pulso, en el que cedas a la comodidad. Me pareció una tarea difícil y muy sacrificada.
Cuando al final vi al chaval repetirse para sí mismo esas ideas y dejando de chillar, yo estaba flipando.
La señora que antes le había ofrecido el dulce sonreía. Y creo que en ese momento por fin comprendía.
En fin, me admiró la labor y la actitud de esa muchacha. Yo sería totalmente incapaz. Si hubiera llevado sombrero, os aseguro que me lo habría quitado.
Ves gente así, seguramente sin el reconocimiento que merecen, y luego, cuando llegas a casa, los modelos sociales que nos proponen en la tele son personajes como los del Tomate, Dolce Vita y similares, que viven del cuento... Como se diría en el lenguaje parlamentario, manda huevos.

Anónimo dijo...

Creo que ha quedado bien reflejado lo "casi insufrible" de los gritos. Para los que aún no hayais tenido el gusto, os recomiendo, al hilo de esta historia, que leais "El curioso incidente del perro a medianoche" de Mark Haddon. Casualmente yo estaba terminando el libro cuando Carlos colgó la historia y casi parecía que estuviera hablando del protagonista de la novela. Un saludo.

Anónimo dijo...

"Pero no te confundas con la señora de la chuchería, es en lo que la han educado, fué muy valiente en mostrar su apoyo, ayuda e interés en estos días en que preferimos mirar hacia otro lado. Ella fué la primera en tender una mano, aunque fuese equivocada" (Anónimo).

Totalmente de acuerdo.

Anónimo dijo...

Tere no sólo recomienda el libro sino que me lo ha regalado, así que ya sí que lo tengo que leer...

Finisterre, vale, chupando rueda de un comentario anterior pero ¿cómo es posible que no aparezca la palabra caña en tu comentario? ¿estamos perdiendo facultades? Vas a tener que ir a los cursos de improvisación de Jamming -habla con el otro Carlitos, que te informa- para que te enseñen a encajar cualquier palabra en una conversación venga o no a cuento.