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Lo que no le dije a Aute...

El 4 de noviembre, en el acto de presentación del último libro de Dragó en Castilfrío, tomando un vino coincidimos con Luis Eduardo Aute.

- Yo tengo que saludar a Aute- le advierto a Carlitos.
- ¿Y qué le vas a decir?
- Pues algo original –bromeo-. Me acerco y le suelto con tono solemne: “Eduardo, esta frase seguro que nunca te la han dicho. Verás: tus canciones han sido la banda sonora de mi vida”.
- Jajajajaja, eso nunca se lo han dicho, seguro…

Por supuesto, no le dije eso ni nada. Uno es así de cortado. Simplemente le saludé con cordialidad y me hice una foto con él en el jardín de la casa de Fernando.

Más tarde, coincidimos en el interior, mientras él ensayaba en la biblioteca la canción que estrenaría poco después, dedicada a Soseki, y ahí ya tuvimos oportunidad de hablar y de incordiarle un pelín más. Y, sobre todo, de lo que Javi calificaba como el privilegio de asistir a un momento más íntimo del artista, el del ensayo.

Ya he comentado alguna vez en esta bitácora la asimetría que tienen estas situaciones, la del encuentro del lector con el escritor, del oyente con el periodista radiofónico, del espectador con el actor… y lo absurdas que suelen resultar. Para el famoso en cuestión quien le aborda es un perfecto desconocido que casi con seguridad le va a soltar un tópico. Para la persona que se acerca a saludar, el famoso es alguien muy familiar, cuya obra le ha acompañado durante muchos días de su vida y a veces con un significado profundo. ¿Qué vas a decirle? ¿Admiro mucho lo que haces? ¿Me gustan mucho tus canciones? Casi que esas obviedades se dan por supuestas si muestras interés en saludarle.

Sí le dije, cuando me firmó su disco, que un dibujo similar al que me estaba haciendo (el póster del beso que venía con su disco Cuerpo a cuerpo) había estado durante años colgado en la pared de mi habitación de estudiante en Madrid.

Lo que no le dije ese día a Aute es que comencé a escucharle siendo apenas veinteañero y que han cambiado los soportes -del vinilo y el cassette al CD y luego del CD al ordenador y el iPod- pero lo que no ha cambiado es su presencia más que preferente entre la música que escucho.

No le conté que yo le descubrí casi por casualidad, por ir de original por la vida, creo que para diferenciarme de unos amigos a los que les gustaba a todos Serrat. El Entre amigos que grabó en vivo me enganchó y el posterior Cuerpo a cuerpo consolidó ese interés. Poco a poco, ahorrando algo de la paga semanal, me fui comprando en Discoplay toda su discografía anterior, hasta completarla. Y, por descontado, ya fui adquiriendo desde entonces todos los trabajos posteriores. Miraba hace un momento los viejos discos y siento que reflejan una parte de mi historia personal: en unos casos la de ese estudiante juntando pelillas para comprar un LP, en otros la de personas queridas que en cada momento me los regalaron y, siempre, en el contenido, las canciones que me acompañaron y fueron parte de mis andanzas vitales durante más de dos décadas.

Lo que no le dije a Aute es que he ido a varios conciertos suyos. Tres amigos jovencillos acudimos a escucharle a la Plaza de Toros de Ávila y dormimos esa noche en un parque, porque a la hora que terminaba el concierto ya no teníamos medio de transporte para regresar a nuestras casas. Luego fui a verle actuar en Las Ventas también por aquella época. Regresé a ese mismo escenario madrileño años después como espectador del Mano a mano con Silvio Rodríguez. Y, cuando sacó el Auterretratos, nos acercamos a escucharle a Guadalajara, más de veinte años después del primer concierto que he citado.

Lo que no le conté ese día a Aute es que entre César, Mario y yo, las frases de sus canciones eran como referencias comunes en muchas situaciones, a veces serias (A vivir, De paso…) , a veces de coña (Mira que eres canalla, Una de dos…), pero siempre formando parte de una complicidad compartida.

Lo que no le comenté tampoco a Aute es que, el primer día que abrí este blog colgué una lista de mis enlaces musicales y le puse el segundo. Y no le puse el primero porque ese puesto se lo reservé a Bach, ahí es nada.

No le conté que este año les he pedido a los Reyes -que en mi familia siempre van algo retrasados y a su bola- el Auterretratos 3.

Lo que a Aute no le conté ese día es que mis primeros amores los viví mientras en mi cabeza sonaban Recordándote, Anda o Las cuatro y diez, que cuando aparecieron mis primeros desamores yo escuchaba Siento que te estoy perdiendo o Sin tu latido, que en muchos momentos me bastó con Dos o tres segundos de ternura, que perseguí sueños y me escapé A por el mar, que mis utopías también se llamaban Albanta, que en mis desencantos posteriores busqué refugio en La belleza. O que, por más que la haya escuchado cientos de veces, sigo conmoviéndome con Al alba, para mi particularísimo gusto la mejor canción en español de la historia.

Lo que no le dije a Aute es que si tuviera que elegir un himno de mi vida, elegiría Libertad.


(Fotografías: Virginia Fermoselle y Carlos Cardesa).

Soseki, inmortal y tigre

Hace unos años, un gato atigrado se coló de un salto en el interior del coche de Fernando Sánchez Dragó y Naoko Kuzuno. Ellos aún no lo sabían, pero ese día el pequeño e intrépido felino había dado el primer paso para colarse también en su vida y en su corazón. En todos los sentidos, porque Kokoro -corazón en japonés- se llama también el refugio soriano de la pareja.

Y Soseki (que así le bautizaron, recordando al escritor japonés que escribió Yo, el gato) se acabó convirtiendo en el compañero que disfrutaba calor de hogar en el sofá, que iba con ellos en algunos viajes, que jugaba con la familia y los visitantes llegados al caserón de Castilfrío de la Sierra, que dormitaba junto a la vieja máquina de escribir (luego junto al ordenador, cuando Dragó no tuvo más remedio que claudicar ante las nuevas e inevitables tecnologías)… y que hasta apareció en la televisión con el escritor en alguna de las más delirantes ediciones de su atípico informativo nocturno.

A este gato singular lo conocimos personalmente en el verano de 2008, en una visita que les conté en una entrada anterior de este blog. Y ese día ya pudimos palpar el enorme cariño de Fernando por Soseki.

En noviembre de ese año, uno de los amigos que compartió aquella gratísima escapada a Castilfrío, Carlos V., me llamó para contarme cómo Fernando se había echado a llorar en directo por la radio porque su gato acababa de morir de forma accidental y ciertamente cruel. Le envié un mensaje afectuoso: ” (…). Iba a llamarte, pero luego pensé que tampoco era cuestión de hacerte revivir la historia y contarla una y otra vez. Lo siento de verdad, de corazón. Yo tengo gato en casa y me hago una idea de lo que debe sentirse ante una situación así [no podía yo sospechar en ese momento que, apenas unos días más tarde, lo sabría con certeza]. Y más con Soseki que ciertamente era tan especial (…)”.

La muerte del animalillo conmovió tanto al escritor, entonces enfrascado en la redacción de sus Memorias, que dejó en suspenso ese proyecto y se propuso escribir un libro sobre Soseki que, casi un año después, ha visto la luz.

En las páginas de esta novela se mezcla la realidad del Soseki compañero de andanzas cotidianas (esas sensaciones y vivencias que hemos experimentado los que tenemos o hemos tenido animales en casa) con la fantasía de un Soseki mágico y aventurero que protagoniza una fábula, en el sentido más clásico del término, es decir, ese relato donde solían intervenir animales y que tenía un propósito didáctico.

Pero el libro es algo más: contiene una parte del legado moral del escritor, en forma de cuento que éste le narra a su nieta Caterina, mostrándonos su perfil más humano, ése que a veces el personaje público no deja ver.

El autor muestra su inconfundible estilo de siempre, pero al mismo tiempo nos sorprende en esta ocasión con un tono y un registro inusuales. Como dijo su amigo Aute “este libro es menos Sánchez y menos Dragó, y es más Fernando”.

El pasado 4 de noviembre, invitados por el autor, nos fuimos Carlos C., Virginia y yo, en el autobús fletado por la editorial Planeta, a Castilfrío de la Sierra para asistir a la presentación a los medios informativos de esa novela: Soseki inmortal y tigre.

Por allí, tuvimos ocasión de estar, por supuesto, con Fernando y Naoko, y de disfrutar de la compañía de nuestro amigo Javier Redondo (webmaster de sanchezdrago.com),  pero, además, pudimos seguir las sarcásticas ocurrencias de Cristina Urgel, una de las reporteras de Sé lo que hicisteis (días después unas amigas me dirían eso de “te hemos visto en la tele”), de saludar a Isabel Gemio (en cuyo programa radiofónico Dragó contó la muerte de Soseki por vez primera), de saludar también a la periodista y escritora Silvia Grijalba (que supongo yo que no daría crédito cuando me escuchó decir, al más puro estilo friki, “yo quiero hacerme una foto con Silvia”…), de charlar con el también periodista y escritor Javier Esteban (autor de un reciente libro sobre Jesús Neira), de conocer al cantante y compositor Luis Eduardo Aute (aunque eso en mi caso merece una entrada aparte y la tendrá), de saludar también a una de las hijas de Fernando, la polifacética Ayanta Barilli (de la que yo soy fan confeso y que, tras aparcar su carrera cinematográfica, anda ahora haciendo programas en radio e impulsando el sugestivo proyecto del teatro Lara, entre otras muchas cosas), de reencontrarnos con el escritor Antonio Ruiz Vega (que me temo que todavía no nos ha perdonado el tener que sufrirnos a nosotros y a los licores en una inolvidable cena)… y compartir mesa y jornada con medios de comunicación y nombres del periodismo y la literatura.

Con Dragó como cicerone, recorrimos las calles y los paisajes del pueblo donde se desarrolla el relato. Asistimos luego en la iglesia al acto de presentación, en el que Fernando nos habló de esta obra “llena de buenos sentimientos” y Aute estrenó una canción dedicada a Soseki.

Antes, habíamos disfrutado de vino, aperitivo y animada conversación en casa del anfitrión. Precisamente en el jardín donde un haiku de la escritora Alicia Mariño señala el lugar en el que fue enterrado, junto a un olivo, el gato que ahora se ha convertido en protagonista de esta novela.

(Fotografías del autor y de Virginia Fermoselle, Carlos Cardesa, Naoko Kuzuno y Carlos Vara).