Como he hecho ya en varias ocasiones en los últimos años, las vacaciones de verano las empecé con un itinerario en piragua por el Parque Nacional de las Hoces del Duratón. Se trata de un recorrido por aguas mansas, en un paraje fascinante, donde el río discurre entre las escarpadas paredes de un cañón y rodeado de una de las mayores colonias de buitre leonado del continente europeo. Me sirve para divertirme, relajarme y, después de un mes de intenso trabajo, cambiar el chip al iniciar unos días de descanso. Pero esta escapada no la cuento otra vez, porque ya la detallé en una entrada publicada en el blog el verano pasado.
Lo que pasa es que ni mis acompañantes (los que cada año se apuntan) ni yo somos gente sana. Si acaso hubiéramos perdido casualmente alguna caloría con la piragua, l
a recuperamos a continuación con creces en la posterior comida, porque el riquísimo cordero asado es plato típico en la zona y una tentación demasiado fuerte.


Sepúlveda fue repoblada por el Conde castellano Fernán González el año 940, en plenas contiendas religiosas en la península, aunque se consolida su repoblación en 1076, cuando el rey Alfonso VI le otorga su fuero.

El conjunto urbano de Sepúlveda, con numerosas casas blasonadas, fue declarado monumento nacional en 1951, por su valor histórico-artístico.



El Santuario de la Virgen de la Peña, patrona de la localidad, se alza sobre una de las hoces del río Duratón. Es un templo románico del siglo XII con planta idéntica a la del Salvador, pero con un pórtico posterior, del siglo XVI.
En el casco urbano también encontramos otras interesantes muestras del románico, como la iglesia de los Santos Justo y Pastor, la de San Bartolomé y la de Santiago.




