Siempre había pensado que, cuando fuese a Florencia, iría sólo a Florencia. Que no quería ir de paso uno o dos días, para partir a continuación hacia otro destino. De hecho, cuando estuve en Venecia despidiendo al año 2005, ya nos ofrecieron una excursión y, por suerte, se aceptó mi criterio de posponerlo para mejor ocasión y quedarnos allí aquella Nochevieja, callejeando y saboreando la ciudad de los canales. Después de haber tenido ocasión de visitar Florencia durante cinco días en agosto de 2008, ahora creo que mi intuición era acertada. Si a alguien no le gusta especialmente el arte, es cierto que le puede bastar con una de esas visitas –para mi gusto, apresuradas- del tipo Tour Ciudades Italianas o Crucero Ciudades del Mediterráneo. Solamente ya el asomarse desde la Piazzola Michelangelo, admirando la cúpula de Brunelleschi recortada sobre el fondo de los Apeninos y pasear luego entre los monumentos arquitectónicos, sin duda es una gozada. Me parece que, sin embargo, no es –por insuficiente- el modelo de visita indicado para quienes disfruten, por ejemplo, con la pintura. Porque un paso más allá de la visita fugaz, tras las puertas de sus museos e iglesias, Florencia esconde tesoros cuya contemplación es un regalo vital y, en mi opinión, conviene hacerlo con calma, disfrutándolo. El Prado, el Reina Sofía y el Thyssen da tiempo material a visitarlos en un par de días, o hasta en uno solo si nos lo proponemos, pero me temo que acabaríamos empachados. Por eso, el rico arte florentino hay que verlo con cierta tranquilidad, sin saturarse. Esto no son los Museos Vaticanos, con centenares de turistas circulando por la Capilla Sixtina mientras tapan la vista de los frescos que hay en las paredes, o el Louvre con decenas de personas agolpadas junto a una Gioconda que apenas se entrevé tras un cristal. Aquí puedes quedarte el tiempo que quieras recreándote frente a las obras de Leonardo, de Donatello, de Miguel Ángel, de Botichelli, de Fra Angelico…, sin que nadie te estorbe ni te apremie. Tampoco la jornada de paso por Florencia es el tipo de visita que yo recomendaría, obviamente, a quienes gustan de explorar el alma de las ciudades, de sentir su cadencia, de observar y compartir sus costumbres durante unos días. Para esos viajeros, charlar con florentinos y con algunos de los numerosos visitantes de todas partes del mundo, vivir durante unos días esta ciudad de cafés y artesanos, de arquitectura y artistas callejeros, de mil sabores por descubrir, de belleza acechando en cualquier esquina, también será sin duda un placer. Para mí desde luego lo fue.
En medio de unos cuantos viajes con amigos (algunos de los cuales, como Lleida o Soria he compartido ya en este cuaderno de bitácora y otros contaré próximamente), Florencia fue mi escapada solitaria del pasado verano, aunque luego tuve allí oportunidad de conocer, en esos cinco días, a personas estupendas de las más variadas procedencias.
Florencia es la capital de una región italiana cautivadora –La Toscana-, pero sobre todo –ahí va el primer tópico, aunque cierto- es la cuna del Renacimiento, la ciudad del arte por excelencia. Si ya en los siglos XIII y XIV, vivieron allí creadores de la talla de Giotto, Boccaccio o Dante, por ejemplo, ¿se imaginan una ciudad donde, en el siglo XV y bajo el mecenazgo de los Médicis, convivieran el genio de Leonardo, de Miguel Ángel, de Rafael, de Brunelleschi, de Donatello...?
En origen era sólo un asentamiento de veteranos del ejército de Roma. En años de convulsa historia, fue parte del Imperio romano, luego fue objeto de disputa entre los bizantinos y los ostrogodos -que la gobernaron-, fue conquistada por Carlomagno y en la Edad Media comenzó su etapa comunal. En el siglo XII vivió también la célebre guerra entre los güelfos –partidarios del Papa- y los gibelinos –partidarios del emperador germano-. Pero, a pesar de las disputas internas, Florencia acabó siendo una de las ciudades más prósperas y su moneda propia, el florín, fue un referente para el comercio en toda Europa.En medio de unos cuantos viajes con amigos (algunos de los cuales, como Lleida o Soria he compartido ya en este cuaderno de bitácora y otros contaré próximamente), Florencia fue mi escapada solitaria del pasado verano, aunque luego tuve allí oportunidad de conocer, en esos cinco días, a personas estupendas de las más variadas procedencias.
Florencia es la capital de una región italiana cautivadora –La Toscana-, pero sobre todo –ahí va el primer tópico, aunque cierto- es la cuna del Renacimiento, la ciudad del arte por excelencia. Si ya en los siglos XIII y XIV, vivieron allí creadores de la talla de Giotto, Boccaccio o Dante, por ejemplo, ¿se imaginan una ciudad donde, en el siglo XV y bajo el mecenazgo de los Médicis, convivieran el genio de Leonardo, de Miguel Ángel, de Rafael, de Brunelleschi, de Donatello...?
En ese escenario, la saga familiar de los Médicis se hace con el poder. En origen, eran una familia de banqueros y mercaderes florentinos. Con su ascenso, gozaron de gran influencia y poder, hasta producir tres Papas, emparentar con las familias reales de Inglaterra y Francia, adquirir títulos nobiliarios y, como digo, gobernar Florencia, impulsando el surgimiento de la eclosión renacentista.
El centro histórico de Florencia está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El corazón de la ciudad es la plaza del Duomo (la catedral). Iniciada en el siglo XIII, las obras de Santa María del Fiore terminaron en 1436 con la inauguración de la imponente cúpula. Arnolfo di Cambio, Giotto y Talenti fueron sucesivamente los arquitectos de una obra que, sin embargo, debe su fama sobre todo a Filippo Brunelleschi. Confieso que, por mi ignorancia arquitectónica, nunca entiendo con mucha precisión (ni cuando estudié Historia del Arte ni cuando me lo explicaron en Florencia por enésima vez) la solución arquitectónica ideada por el florentino y que pasa por ser una referencia mundial. Brunelleschi diseñó una cúpula autoportante, con un casquete interior con la estructura y otro exterior con la apariencia octogonal que conocemos y lo construyó sin andamiajes, a lo largo de 16 años.
La fachada neogótica del Duomo de Santa María del Fiore, decorada en mármoles blancos, fue realizada por Emilio de Fabris inspirándose en el proyecto inicial. Se adjudicó en un concurso después de que la primitiva fachada fuera demolida por orden del Gran Duque Francisco I de Médicis, para construir otra más acorde con la moda renacentista. En el siglo XIX se instalaron las puertas de bronce. Encima, hay escenas religiosas en los mosaicos de las lunetas, obra de Barabino.
En contraste con la decoración exterior, el interior es sombrío y más bien austero. Es muy grande -153 metros de largo por 130 de ancho- y tiene forma de cruz romana, con una nave central y dos pasillos, divididos por arcos que alcanzan los 23 m. de altura. En el subsuelo se conservan vestigios visitables de los antecedentes del Duomo: la cripta de la iglesia de Santa María Reparata (s. X) y los cimientos de una basílica paleocristiana del siglo V sobre la que se edificó.
Junto al Duomo, se alza la torre del hermoso campanario creado por Giotto.
Puede ascenderse a pie tanto a este célebre Campanile (87 metros de altura, 414 escalones) como a la cúpula de Brunelleschi (114 metros de altura exterior y 463 escalones) y, desde cualquiera de los dos lugares, se divisa una magnífica vista de la ciudad. Yo subí al campanario porque desde abajo me daba la errónea sensación óptica de ser más elevado, pero posiblemente sea más aconsejable subir a la cúpula.
Completa el conjunto monumental el Baptisterio, de mármoles policromados y mosaicos de oro, con monumentales puertas de bronce de artistas como Pisano y Ghiberti.
El actual Museo de la Ópera del Duomo es un anexo que en origen servía para depositar las esculturas y otros objetos que se retiraban por no ser del gusto imperante en cada época. Allí se conservan algunos tesoros artísticos de la catedral, maquetas de la cúpula, planos y dibujos. Por ejemplo, son curiosos los proyectos presentadas al concurso que, en el siglo XIX, adjudicó la realización de la nueva fachada. En este museo está una de las Pietá de Miguel Ángel (encontramos otra también en Florencia, en el Museo de la Academia, aunque a mí la que más me impresionó y conmovió es la famosa Piedad que hay en la basílica de San Pedro en el Vaticano).
(Fotografías del autor)
5 comentarios:
Ya sabía yo que tenía que ir a Florencia, esperemos que sea mi próximo viaje....
También tengo la suerte de conocer Florencia y me quedé impresionada con el arte y la belleza que allí se respira. Hace ya tiempo que fui, pero me acuerdo perfectamente de muchas cosas y otras que tú me has recordado. Pasear por sus calles, conocer a sus gentes y a otras, mereció la pena totalmente.
La "Piedad" y el "David" creo que pueden emocionar a culaquiera.
Un abrazo
Qué belleza!!!...
lo que han visto tus ojos, Carlos!!!, ¿cómo puedes con tanto??
Coincido contigo, Carlos. Es casi un pecado visitar fugazmente una ciudad como Florencia, que requiere ser contemplada sosegadamente. Empapándose de ella suavemente, tomándose el tiempo necesario. Claro que eso no siempre es posible.
Conozco algo de Italia, no mucho, la verdad, pero me impresionaron muy positivamente Venecia, Pisa y, por supuesto, Florencia.
Además de las visitas artísticas, imprescindibles, a los monumentos de la ciudad toscana recomiendo a los lectores (amigos) de "La nota discordante" la visita del Museo de Historia de la Ciencia. Para los que no puedan desplazarse, aunque no es lo mismo, sugiero la visita virtual del museo en la web www.imss.fi.it.
Y los amantes de la ciencia no pueden dejar de visitar la tumba de Galileo en la imponente Basílica de la Santa Croce. Recordemos que estamos en el "Año Internacional de la Astronomía", en el que se conmemora los 400 años del empleo, por primera vez, del telescopio para observar los astros. Fue el sabio de Pisa el que, con un catalejo que él perfeccionó ingeniosamente, observó el cielo en 1609 como nunca antes se había hecho, y con las trascendentales consecuencias que todos sabemos.
Florencia, ciudad de riquísimo arte y visita ineludible para todo aquel que se interese por la historia de la ciencia.
Por cierto, antes (y después) de un viaje a Italia, ¿por qué no disfrutar escuchando canciones de Angelo Branduardi?
Saludos.
Bernardo.
Bueno, Marisol, el próximo si es en junio tendrá que ser un poco más largo... Pero el de Florencia ponlo en lista de espera, que ya te digo yo que merece la pena.
Me alegro, anónimo, que te haya traido buenos recuerdos y espero que las siguientes entregas también. Acabo de colgar la segunda, con unas fotos de ese lugar de mágico encanto que es el Puente Vecchio. Del David ya hablaré extensamente...
Con esto se puede bien, Mariet, es una delicia. Con lo que no se puede es con tanta fealdad cotidiana que vivimos en otros campos -la política, la economía...-. Me alegro mucho siempre que te veo por aquí. Besos.
Bernardo, ya era consciente de que en cinco días aún me dejaba muchas cosas sin ver por falta de tiempo material, pero ahora me lo has recordado. Al museo de la ciencia no pude ir. La tumba de Galileo y Santa Croce en general sí lo visité. Lo contaré en la última entrega de esta crónica de mis andanzas por Florencia. Fascinantes estos hombres renacentistas que lo mismo eran buenos en la pintura, la escultura y la arquitectura, que eran sabios en matemáticas, física, geografía, astronomía... Saludos.
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