Hace unos años, viajando por Costa Rica, trabé conversación con un ciudadano estadounidense que iba a pasar unos días en el Caribe. Al saber que yo era español, me habló de nuestro país con gran admiración y exhibiendo un notable conocimiento histórico. Frecuentemente, he comentado con amigos que me hubiera gustado que muchos de mis compatriotas hubieran podido escuchar aquella charla.
En un determinado momento me preguntó: “¿Y sabes lo que más admiro de España?”. Y no, no era la paella, ni la selección de fútbol, ni la transición política... “Sus navegantes”, me dijo.
Conversamos sobre ello y al final me aseguró que yo era de los pocos españoles que había conocido que sabía de qué me estaba hablando. Y que, en ocasiones anteriores, le había sorprendido el profundo desconocimiento de mis compatriotas sobre su propia historia. ¡Qué me va a contar! Si, de los españoles con los que ha hablado, yo –que apenas tengo unos conocimientos rudimentarios- soy el que más sabe de esto, vamos realmente mal.
El norteamericano me decía: “La navegación hoy puede ser difícil, pero imagínate entonces, con aquellas naves, con los pocos utensilios técnicos que existían y con los limitados conocimientos científicos y aun geográficos... Es verdaderamente prodigioso lo que hicieron”.
Y así seguimos, hablando del cambio de la navegación basada en meras referencias físicas a la navegación astronómica, de algunas grandes expediciones de la historia y de algunos grandes marinos.
Y así seguimos, hablando del cambio de la navegación basada en meras referencias físicas a la navegación astronómica, de algunas grandes expediciones de la historia y de algunos grandes marinos.
Y la excusa perfecta fue la exposición Hombres de la mar, barcos de leyenda, comisariada por Arturo Pérez Reverte. Era una muestra modesta –por el limitado espacio y por los fondos con que se ha podido contar- pero muy sugestiva. El recorrido nos llevaba a bordo de unas cuantas naves reales, como la Victoria de Elcano, la Numancia, el San Juan Nepumoceno de Trafalgar, el Bounty de Rebelión a Bordo, la galera Marquesa de Lepanto, el célebre Titanic, el acorazado Bismarck… y a otras de ficción como el Argo de Jasón y los Argonautas, La Hispaniola de La Isla del Tesoro, el Pequod de Moby Dyck o el Nautilus que imaginó Julio Verne.
La exposición ya ha terminado, pero el Museo Naval es permanente. Y es una auténtica gozada recorrer, mediante numerosos objetos, obras de arte y algunos audiovisuales, la evolución, los hechos y los nombres de nuestra historia en la mar. Encontrarte con Colón y aquella fascinante aventura que cambió la historia; con los hermanos Yáñez Pinzón; con Juan Sebastián Elcano, el vasco que completó la primera vuelta al mundo y demostró la esfericidad de la tierra; con ese gigante de la navegación llamado Juan de la Cosa, entre otras muchas cosas el primer cartógrafo que dibujó un mapamundi que incluía el continente americano; con Núñez de Balboa, el primer europeo que alcanzó el Pacífico; con la hazaña de otro vasco, Blas de Lezo, el bravo estratega que impidió la toma de Cartagena de Indias por los británicos; o con Churruca y la batalla de Trafalgar...
Si un día quieren viajar en el tiempo y surcar los mares acompañados por esos grandes navegantes, acérquense. Merece la pena.
1 comentarios:
Sí parece que siempre nos tiene que decir hacia donde mirar alguien de fuera. Gran artículo, gracias por difundir la cultura naval y nuestro patrimonio marítimo.
Un cordial saludo
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