Publicado en El Diario de Ávila, 23.09.15
Cada año, al llegar las fiestas de San Miguel, dedico algún artículo a El Hoyo de Pinares, a rescatar algún episodio de historia medieval, a recobrar el retrato de personas singulares de esta villa, a ahondar en curiosidades… En esta ocasión, os voy a recomendar un libro: La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero. Entre sus páginas vais a encontrar también algún trocito de nuestro pueblo.
“Hace años –escribe Rosa-, al principio de nuestra relación, fuimos a una casita que sus padres tenían en un pueblo de montaña de la provincia de Ávila. Pablo había pasado allí los lentos, formidables veranos de la infancia, y me fue enseñando el paisaje de su niñez: el camino al río, el bosque, la poza donde se bañaba”… Pablo es Pablo Lizcano, pareja de la escritora durante más de dos décadas. Y sí, el pueblo abulense de montaña es El Hoyo de Pinares.
El padre de Pablo, Manuel Lizcano Pellón, asentó su segunda residencia –Torre los Cantos- en nuestra localidad hace largo tiempo, calculo que alrededor de cincuenta años. Mi padre se refería a él con afecto y un respeto casi reverencial. Nunca le vi inclinarse ante la riqueza o el poder, pero sí ante la inteligencia. Y siempre, reconocer la bondad. Manuel Lizcano me dio esa impresión cuando me lo presentó: un hombre sabio y entrañable.
Luego pudimos conversar brevemente en unas pocas ocasiones. Alguna de ellas intenté convencerle para participar en alguna actividad pública –por ejemplo, le propuse que diera un año el pregón de fiestas- y siempre declinó mis invitaciones con amabilidad. Intuyo que para él El Hoyo de Pinares era, sobre todo, lugar de refugio, donde encontrar la tranquilidad necesaria para escribir o para descansar. Y sospecho también que era persona discreta y poco amiga del bullicio.
Algunos de los libros que publicó están datados precisamente en nuestro pueblo. Su consideración y cariño por esta villa queda fuera de toda duda con sólo leer lo que afirmó en 1991 en estas mismas páginas de El Diario de Ávila: “Con ocasión de mis frecuentes viajes profesionales, como sociólogo, por las Españas lejanas que prácticamente son toda Iberoamérica y Filipinas, a menudo he recordado los bosques de esta pequeña España de Hoyo de Pinares. Un punto privilegiado de la Castilla serrana de Ávila, próximo a la tierra de Madrid, donde se abre paso entre los dos macizos de Guadarrama y de Gredos, nuestra doble memoria clásica de las dos Castillas, la del Cid y la de Don Quijote”.
Los hijos de Manuel y de su esposa María Jesús, entre ellos el periodista Pablo Lizcano, pasaron aquí muchos fines de semana y aquellos veranos de su infancia, como recuerda la novelista.
Pablo murió en 2009, con sólo 58 años. Yo desconocía que estaba casado con Rosa Montero. Lo supe cuando leí el artículo que ella escribió en El País –Una vida, se titulaba-, uno de esos textos que uno tiene de cabecera, para recordarnos de vez en cuando lo que somos.
En pleno duelo por esta pérdida, llegó a las manos de Rosa el diario que la científica Marie Curie escribió tras el fallecimiento de su esposo Pierre. A partir de esa lectura y de sus vivencias personales, la escritora construye un libro muy personal, difícilmente clasificable, donde entabla un diálogo cercano y cómplice con el lector. Y, como suele suceder cuando se mira de frente y con naturalidad a la muerte, la vida late con fuerza en todas sus páginas.
De hecho, da cierto pudor destacar el elemento local, la conexión con nuestro pueblo, en una obra que, claro está, va en otra dirección, que explora en el mundo de los sentimientos, del dolor, del amor, de las amistades, de las contradicciones, de la tenacidad, de las limitaciones... y de cientos de cosas más. Si lo traigo a colación es porque, sin duda, es una curiosidad para las personas vinculadas a El Hoyo de Pinares, pero, obviamente, no pasa de ser un dato anecdótico. Y el libro lo recomiendo no sólo porque aparezcan reflejados de refilón nuestros paisajes sino, especialmente, por todo lo demás.
“Al comienzo de la senda, al salir del pueblo, hay una higuera. Aquella primera vez me la mostró y me contó su historia: a finales de agosto, mientras los frutos terminaban de madurar, una niña se sentaba bajo las ramas y se pasaba las horas cantando para espantar a los pájaros y evitar que picotearan los higos. A Pablo la escena debió de maravillarse: me la contó ese día y muchos más, cada vez que íbamos al pueblo (…)”.
¿Quién sería aquella niña, que hoy será una mujer de nuestro pueblo? ¿Recordará los días en que cantaba bajo la higuera para mantener alejados a los pájaros?
Rosa se pregunta qué pensará uno antes de morir. Y está convencida de que aquella fue “una escena luminosa y crucial en la imaginería de Pablo”.
La niña y la higuera, eran de El Hoyo de Pinares. De Pablo Lizcano, aquella mirada asombrada del niño. Y Rosa Montero pone las palabras mágicas del escritor. Para enseñarnos cómo lo grande de la vida se esconde en lo pequeño.
0 comentarios:
Publicar un comentario