El baile y yo


Cuando Bill Clinton impulsó el estudio del genoma humano, estoy seguro de que los científicos detectaron al menos un par de componentes específicamente femeninos; en el cromosoma XX debe de estar lo de tener los pies fríos y lo de que les guste bailar. No falla. De las chicas que he conocido últimamente, la que no ha hecho ballet hace unos años, directamente ha sido coreógrafa y, en todo caso, todas y cada una de ellas tienen invariablemente afición a bailar. Y yo una inevitable tendencia a decepcionarlas.

Por estos lares –no digo yo en el Caribe o en otros sitios- los tíos que bailan no lo hacen por afición propia –salvo raras excepciones- sino con un sentido puramente instrumental. Si a las mujeres no les gustara el baile, ellos por sí mismos ni se lo plantearían, estoy seguro.

Yo otras facultades tendré, no digo yo que no, pero desde luego Dios no me llamó por el camino del baile. Soy como un palo, sin movimiento, sin el menor sentido del ritmo y con años de acreditada torpeza. El título de esta entrada es una excepción: en mi caso los términos baile y yo no suelen ir juntos en una misma frase.

He tenido que padecer, como todos, el arraigado uso social del baile. Tú puedes sobrevivir y desenvolverte en la vida sin saber hacer fotografías, sin saber tocar la guitarra, sin saber hacer raíces cuadradas… pero sin saber bailar vas a tener que afrontar necesariamente situaciones incómodas.

Desde muy jovencillos, ya vivíamos esa escena de que estuvieras en una fiesta charlando animadamente con alguien, o con una chica en un rincón, y el simpático o la simpática de turno se te acercara para decirte que eras un muermo y que te divirtieras, ante tu perplejidad... Qué difícil resultaba que entendieran que, hasta que había venido a darte la plasta, tú te estabas divirtiendo y que en tu caso los conceptos bailar y divertirse no son equivalentes.

En los años en que frecuentábamos discotecas, siempre bromeábamos. Un amigo parecido a mí en esto, ironizaba en cuanto entrábamos: “chico, es que es escuchar la música y se me van los pies…”.

La de veces que habré utilizado la increíble excusa del tobillo torcido para que no sonasen bordes mis negativas, en esas excepcionales ocasiones en que se producía una confluencia astral favorable y por error se acercaba alguna chica.

Estos amigos, C. y F., eran aún peores que yo. Yo al menos alguna vez he puesto cierta intención o me he movido levemente, pero éstos están como anclados al suelo. A F., que creo que en su vida sólo ha bailado una vez y fue el día de su boda, sus amigos, siempre tan atentos, le formamos una cola organizando a todas las chicas que asistieron al banquete, para que aprovecharan esa ocasión única e irrepetible, porque ni antes habían conseguido nunca bailar con él ni era previsible que lo consiguieran después. Nosotros nos pasamos un rato de risas y las numerosas chicas, que formaron cola disciplinadamente ante el asombro de los demás invitados, también, pero creo que él no disfrutó tanto y eso que abreviaba el tiempo que dedicó a cada compañera de baile.

Recuerdo que una chica que me gustaba mucho, una noche me pedía en un pub, una y otra vez, que bailase con ella y yo me iba escaqueando como buenamente podía. Se puso tan absolutamente insistente –y yo no quería ni de coña que terminara pasando de mí- que al final hice un esfuerzo. Y entonces le dio un rapto de sinceridad y, viendo el patio, me dijo: “bueno, mejor no bailes”, así, sin recomendarme luego un psicólogo de guardia ni nada. Como no va a estar uno traumado con estos antecedentes.

Tuve una novieta que era especialmente aficionada a esto del bailoteo y se empeñó en que lo intentara, e incluso pacientemente me enseñó a bailar salsa. Bueno, más ajustado a la realidad sería decir que me enseñó a hacer algo remotamente parecido a bailar algo remotamente parecido a la salsa. En la foto, tomada en algún lugar de Galicia, se la ve empeñada en ello. Y no hay más que ver mi postura y la flexibilidad que muestra mi cuerpo para darse cuenta de que era misión poco menos que imposible. La verdad es que, con todo, su empeño consiguió avances que en cualquier otro serían ridículos pero que en mi caso eran espectaculares. Pero vamos, en cuanto dejé de practicar y no estaba ella ahí para dar instrucciones se me olvidó pronto. Bailar no es como montar en bici, no.

Otra pareja mía descubrió que, si tenía un puntito, al final al menos terminaba moviéndome un poco, pero después de varias ocasiones llegó a la conclusión de que no merecía la pena la inversión para el escaso resultado final.

Pero si hay una situación a la que tengo especial antipatía es a los bailes de las bodas. No puedo con ellos. Yo procuro mantenerme en un lugar discreto, por si acaso. Y aun así a veces no te libras. En estas fotos históricas –por excepcionales- se ve que mi prima Ana se empeñó en sacarme a bailar el día que se casó, alentada por no sé qué mano negra. Ahí estoy yo afrontando la situación como buenamente podía y ella partiéndose de risa ante semejante alarde de inutilidad de un ser humano.

En una ocasión estaba con un amigo en la discoteca en una boda y me dijo que fuéramos a tomar algo a la barra. Nos acababan de servir las copas y llegó su pareja a sacarle a bailar. Cuando yo pensaba que me iba a utilizar a mí como excusa –“acabo de pedir, no voy a dejar aquí a Carlos solo, luego bailamos, cariño” o algo similar- resulta que se fue con ella, como un corderito y sin rechistar, y allí me dejó con la copa, sin siquiera disculparse. No me dio tiempo a reponerme de la primera sorpresa cuando tuve la segunda: al minuto y medio escaso veo que su propia pareja le trae de nuevo del brazo hasta allí y le deposita cariñosamente apoyado en la barra. Y que él se pone a beber otra vez el güisqui en el mismo punto en que lo había dejado. Yo no daba crédito. Su mujer vio mis ojos de sorpresa y me dijo “es que se marea el pobre”, mientras yo asentía seriamente, intentando contener la risa. Él corroboraba la versión: “Chico, esto del pasodoble, con tantas vueltas…”. Cuando se fue ella, no pude por menos que decirle: “Maestro, déjame que me quite el sombrero”. Él se partía de risa y quería hacerme creer que se mareaba de verdad… ya, ya. “Qué jugada, M., lo que hacen las tablas, me has dejado impresionado”, seguía yo diciendo con sincera admiración.

Mi momento culminante fue la boda de mi hermano. Yo me recreaba en la fortuna que suponía no casarse para no tener que bailar el vals ante los ojos de todos los invitados. Los días previos hasta me reí cuando vi a mi sufrido hermano, disciplinadamente con el CD en la mano, que venía de ensayar.

Pero el mismo día de la boda, de repente, me vino una iluminación: vale, el novio y la novia bailan entre sí, los padrinos (padre de la novia y madre del novio) también… hmmm, ¿y quien baila con la madre de la novia? El padre del novio, o sea, el mío, falleció. ¿Quizá el hermano mayor del novio? ¿quizá otro hermano varón? ¿quizá el hermano que no se casa…? Todas las opciones que se me ocurrían me apuntaban a mí invariablemente. Superé el primer escalofrío y me puse como loco a buscar un sustituto con urgencia. Mi cuñado era el idóneo, un ejemplar de raza humana varón ¡¡¡al que le gusta bailar!!! Pásmense. Y lo hace bien. Pero, claro, mi hermana no estaba dispuesta a prestarle ni un ratito y no hay quien pueda con la cabezonería de una mujer. Lo del tobillo ya lo he utilizado tantas veces que no iba a colar. Yo suplicaba con angustia: “pero vamos a ver, haceos una idea, que es que yo no sé ni cómo hay que agarrar a la pareja, cuanto más para saber qué tengo que hacer con los pies cuando suene la música... Al menos enseñadme algo en un momentito…”.

Nadie me tomó en serio, no hubo compasión y no podía tener esa descortesía con Mariví, aunque a lo mejor ella hubiera preferido que sí la tuviera.

Fue lamentable. Ella al principio sonreía y no podía creerse que de verdad no tuviera ni la menor idea de cómo rayos se baila un vals. Al final, terminó hablando de mí en tercera persona, como si yo no estuviera allí enfrente bailando con ella:

- No, si todavía me tira...

En efecto, no había ningún motivo para descartar esa posibilidad.

- Ay, qué mal rato está pasando el pobre...- me compadecía.

Qué cabrón Strauss. ¿Qué más le daba haberlo hecho más corto? Luego en el viaje a Viena me reconcilié con él y ya no se lo tomo en cuenta, porque soy un tío sin rencor, pero la verdad es que en aquel momento le juré odio eterno.

Mientras tanto una amiga -con amigos así, no necesita uno enemigos-, F., se situó allí al lado y grabó detalladamente la escena. Yo le daba un consejo sensato: “F. graba a los novios, que son los protagonistas…”, pero ni caso. Y apretando los dientes intenté otra estrategia: “Anda, graba al menos de cintura para arriba que dé un poco el pego”, y tampoco, la muy bicho filmaba todo el rato mis pies. En su honor tengo que decir que todavía no me ha chantajeado con la amenaza de sacarlo en Youtube o similar, a pesar de que le debo unas cañas desde entonces.

Cuando terminó y mientras abandonaba la escena, a esconderme debajo de una mesa, escuché los comentarios ingeniosos que venían de cierto sector del público:

- Carlos, te han eliminado en la primera ronda, como a Romay…

Es que entonces estaba de moda en la tele el concurso Mira quién baila. O un amigo de mi hermano que me preguntó:

- Oye, tú cuando estudiabas eras de los que preparaban los exámenes el día de antes, ¿no?, jajajaja.
- Bueno, R., -dije secándome aún el sudor frío- la verdad es que éste de hoy no lo había preparado ni el día de antes…

Menos mal que en estas situaciones la gente se fija en los novios, lo bien que bailan y lo guapos que van. Quiero creer que no prestaron mucha atención a la escena de al lado. Eso espero.

Buscando fotos mías bailando, que es como buscar incunables, he encontrado un par de ellas más, aparte de las que salen publicadas, pero no las cuelgo porque una cosa es que me guste reírme un poco de mí mismo, y otra llegar a esos extremos. Una es de esa misma boda, pero ya a las mil de la noche. Aparezco con una chica-Zara, ella guapísima y bailando de verdad y yo moviéndome más o menos con la misma soltura que un paquidermo, con el chaleco del odioso chaqué y con un cubata en la mano. Definitivamente, para ocultarla. La otra es un poco menos patética, pero tampoco es como para difundirla sin necesidad: estoy en una discoteca ¡¡¡de Túnez!!! bailando –es un decir, ustedes ya me entienden- con la intrépida S. Creo que sonaba el Summer Love, una canción que me resulta simpática y que mis hermanos y cuñados consideran -con bastante maldad, dicho sea de paso- la sintonía de mis momentos más gloriosos. Ahí la dejo, en esta otra versión, porque el videoclip es mucho más divertido que el de David Tavaré.

16 comentarios:

Anónimo dijo...

Me quedo sin palábras............., ya te tengo yo preparado un espectáculo muy bnito donde puedes dar rienda suelta a tus pies.

Se que ayer te quedaste con las ganas de subirte al escenario............otra vez será

Anónimo dijo...

Nada, a mandar, en cuanto me digas ahí me tienes dispuesto a mover el esqueleto, no voy a hacer discriminaciones. Eso sí, no te partas tanto como Ana, contén un poquito la risa.
Anoche en efecto estaba sufriendo en la cena, venga a mover los pies por debajo de la mesa, sin poder levantarme a disfrutar de los bonitos bailes de salón. Y de las sevillanas ni te cuento, qué momento.

Anónimo dijo...

Para mi bailar es como escaparme de todo el mundo....
Saludos...

Mª Rosa Rodríguez Palomar dijo...

Uy! la canción esta ¡qué recuerdos!.

Fíjate, Carlos, que yo te hacía un bailarín empedernido, los cáncer somos artistas, y eso de la danza es un arte, ¿no?.

Hombre, no es que te imaginara con mallas y dando saltos acrobáticos, pero sí moviéndote con ese vaivén que, a veces, utilizan muchos como sustituto del baile, y que recuerda un viaje en Golondrina, esos barquitos que recorren los puertos con turistas.

Bueno, antes en las discotecas podía uno exhibir sus dotes para bailarín, pero ahora, ni siquiera es necesario que te muevas, ya te digo, ¡¡oh! balansé, balansé!!, vamos que te balanceas un poquito agitando el vaso del cubata y ¡voilá! cumples perfectamente.

Gracias por tu felicitación y felicidades para este mes de julio entero, porque no sé exactamente cuándo cumples años, pero eres cáncer como yo.

Un beso

PEGASA dijo...

Carlos ya será menos.¿No será que se te avecinan tiempos festivos que incitan a la alegría y al bailoteo en las terracitas de verano?.

Anónimo dijo...

Eva, Ávila, Juan Luis Guerra... qué tiempos.

De todas formas si no nos hubieses tenido ahí de buitres, no te habrías animado nunca a hacer algo diferente, como bailar con Eva por ejemplo.

Un abrazo mamón.

Anónimo dijo...

Muchas Felicidades!!!!!!!!!!!!!!!!

Estás como un chavalín, qué porte, qué agilidad, qué todo, así da gusto..................pagaría por llegar a tus años en esas condiciones....jejeje

besos
La vuelta de la de los Chichos

Anónimo dijo...

pues mira por donde shikilla que yo sí me lo imagino con mallas, marcando y a lo loco.
Qué visión Señor.

Carlos J. Galán dijo...

Liver, por descontado que serás una mujer, confirmando mi teoría, ¿no?. Cuando se tiene soltura y te encuentras a gusto, lo del baile debe de ser una gozada, la verdad. Para los patosos como yo no tanto. Pero bueno, os miramos bailar.

Si es lo que hago, Shikilla, cuando no tengo más remedio, moverme un poco y dar el pego. El mejor invento de las discotecas es esa luz que ponen a veces que no se te ve de continuo, que parece que se te ve como en secuencias intermitentes, es fantástica.

Pegasa, si sabré yo que no es exagerado...

Yo Claudio, que tiempos aquellos, sí. Yo lo pasé bien y me reí mucho. Ahora que dices lo de J.L. Guerra, es verdad, seguro que no bailaba salsa como digo en el post, sino merengue o bachata o algo de eso, ya se ve ahí lo entendido que soy.

La del medio de los Chichos, como a estas edades uno no puede hacer excesos, me estoy reservando para bailar contigo en cuanto haya una ocasión especial, que creo que la va a haber. Hazte un seguro y aprende a disimular la risa.

Anónimo, háztelo mirar, anda, que mira que hay visiones agradables para imaginar. En esto de la imaginación se puede elegir libremente y es completamente gratis así que no te tortures con esa visión.

Que me decían algunos en los comentarios privados:

a) Que no parezco yo en las fotos. Supongo que querrán decir que estoy mejor ahora ¿o qué?

b) Que las dos fotos a las que aludo al final no son patéticas, que son incluso graciosas... Tenemos visiones distintas, sigo sin publicarlas, pero admito enseñarlas en petit comité para echar unas risas.

c) Y, lo mejor para mi autoestima, desde el otro lado del Atlántico me llegó un comentario sobre el post que termina diciendo: "No puedo dejar de reir.... Sos adorable... y no necesitas saber bailar". Cómo se nota que estamos ante una persona con criterio... :-)

Anónimo dijo...

Carlitos, lo del baile no es importante, tienes otras muchas cualidades que te hacen ser especial. Bs

Anónimo dijo...

Que no es importante, que no es importante... ya os lo podías aplicar todas las mujeres, jejeje. Reconozco que reirme de ello es una terapia para los malos ratos que me ha hecho pasar. Gracias por el halago, Sil. Nos vemos.

kika... dijo...

jajajaajaja...

mi hermana es profesora de baile

(pero yo bailo fatal, aunque me gusta)

:)


(me ha encantado este post...)

besos
K

Anónimo dijo...

Ostras, tengo varias hadas como lectoras!!! Cuánto honor, la mítica Kika de "La Magia de Kika" deambulando en persona por mi blog y comentando ;-)
(Ya has comprobado que sí tengo taras: una es ésta, que no sé bailar).
Me alegro de que te hayas reido con estas historias de patoso.
Un besazo.

Anónimo dijo...

Cuñado se ofrece para bailar con vuestas novias.
Jejejejejje

Anónimo dijo...

Joder, cuñao, si actuas con rigor profesional y sólo es bailar, puedes tener ahí negocio, ¿eh?

Anónimo dijo...

Keep posting stuff like this i really like it