
Comprenderán que, pensando estas cosas, no puedo comulgar
con ningún evangelio aldeano que se alimente de fronteras y de supuestas purezas de raza. Me
daría risa, si no me diera pena, el empeño en inventarse patrias de bolsillo como
armas arrojadizas contra los demás.
Yo simpatizo con el Atlético de Madrid. ¿Saben cómo nació? Lo fundaron hace más
de un siglo unos cuantos vascos que estudiaban Ingeniería de Minas en Madrid.
Y, como el equipo de sus amores era el Athletic Club de Bilbao, el que aquí crearon
fue inicialmente su filial y se llamó Athletic Club de Madrid.
Hace dos años los aficionados del Atlético de Madrid fuimos
a disputar la final de la Copa del Rey a Barcelona. Inundamos las calles de
esa ciudad de rojo y de blanco y nos sentimos fantásticamente acogidos. Como siempre que voy allí.
Hoy es Madrid la que está teñida, desde por la mañana, de
rojo y blanco. Miles de aficionados del Athletic de Bilbao han llenado de color
y de animación todos los rincones de Madrid, una ciudad siempre acogedora. Los azulgranas,
más rezagados, se han dejado ver más tarde. A mí, todo este ambiente me ha
despertado una sonrisa casi permanente. Y será el estadio de mi equipo, el del Atlético, el que acogerá esta final, que debería ser sólo una fiesta del fútbol.
Tengo dudas de quién prefiero que gane.
Por un lado, el Barcelona es un gran club, lleva unos años practicando un
juego que enamora. Guardiola
merecería cerrar su etapa como entrenador en el Barça con esta Copa. Después de una fantástica temporada, sería
injusto que el equipo terminara de vacío.
Pero, por otro, el Athletic, más modesto como club, ha desplegado en Europa
un juego poderoso que sólo faltó en la final, cuando el Atlético se impuso con
justicia. Ahora tiene otra oportunidad de obtener un título y sería también una
pena que jugara merecidamente dos finales y no ganase nada.
Pero, triunfe uno u otro, hay algo que también me gustaría y sé
que lamentablemente no será posible en este país sin remedio. Que cuando entre el Príncipe de Asturias al estadio de
fútbol, en sustitución del Rey de España (por cierto, Señor de Vizcaya y Conde
de Barcelona), el que quiera aplaudir que aplauda y el que -como yo, que soy republicano- no quiera aplaudirle,
que no lo haga, pero que se comporte con elemental educación. Y que, cuando
suene el Himno Nacional, el que lo sienta aplauda al final y aquel a quien no le apetezca aplaudir guarde
un respetuoso silencio. Parece sencillo, ¿no?
Porque quienes vivimos en Madrid, que hemos dado hoy de
corazón la bienvenida a estas dos aficiones, no nos merecemos que nadie pite a
un himno que creemos que es de todos pero que, en cualquier caso, sí sentimos
como propio. Porque muchos españoles que estarán viendo hoy el fútbol por la televisión se sentirán agraviados injustamente. La ofensa es del todo innecesaria.
Yo jamás abuchearía, faltaría más, ningún símbolo catalán o
vasco, y me sentiría igualmente insultado si alguien lo hiciera en mi
presencia. Tampoco abuchearía el himno de ningún país del mundo.
¿Es tan difícil que cada cual piense o sienta libremente lo
que quiera, pero que se comporte con respeto hacia lo que piensan o sienten los
demás?
Yo creo que no. Por eso, he contemplado con alegría y complicidad en las calles madrileñas la presencia de estas dos aficiones. Por eso, desprecio con todas mis fuerzas a
quienes siembran vientos. Por eso, me repugnan los que irresponsablemente alimentan
odios.
2 comentarios:
Es que lo que ha pasado no ha sido un problema de "libertad de expresión", como han calificado sus defensores. Hablar de "libertad de expresión" no deja de ser un eufemismo para tapar o maquillar el auténtico problema de fondo: educación y civismo. O mejor dicho, falta de educación y falta de civismo.
A mí de niño me enseñaron que hay que tratar a los demás como nos gusta que nos traten a nosotros. Sospecho que a ninguno de los miles que ayer "ejercieron su libertad de expresión" pitando y abucheando, les haría ninguna gracia que hicieran lo mismo con 'Els Segadors' o el 'Eusko Abendaren Ereserkia'. Y es que en este país, al que todavía pertenecen tanto vascos como catalanes, falta educación y civismo. Así nos va.
Carlos: Este artículo tuyo es como Mary Poppins: "Prácticamente perfecto".
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