En julio, en mi último cumpleaños, el móvil no dejó de sonar toda la tarde: mi madre, mis hermanos, mis primos, aquellos amigos que no son tan olvidadizos como yo, algún ligue ocasional y hasta gente relacionada con el trabajo... Eran ya las diez y media de la noche y tenía esa extraña sensación de que faltaba alguien por llamar, alguien indefinido –no pensaba en una persona en concreto-, pero alguien que habitualmente me felicitaba todos los años. No era una certeza, sólo una impresión. Me apetecía desconectar ya y descansar, así que hice mentalmente recuento. Al final, apagué el teléfono con tristeza. Caí en la cuenta de que esa llamada que inconscientemente esperaba, esta vez ya no sonaría.
***
- ¿Sabéis quién tiene en el pueblo el récord de la frase peor dicha?
- ¿Quién? Porque tiene que estar disputado…
- No creas, ésta es imbatible
Entonces nos explicaba que el hombre en cuestión estaba jugando una partida de cartas en un bar, le faltaba –creo- un caballo para reunir buena mano y de pronto advirtió a sus compañeros de mesa:
- Si arrengancho un galipatillo, aligo un juego que no hay quien me le eneliguale.
Nos partíamos de risa y le hacíamos repetir la frase varias veces. En realidad, le hacíamos repetir mil veces cada historia. La de los pregones anunciando el cine no sé cuántas veces le pedimos que nos la contara de nuevo.
De pequeños, siempre nos peleábamos por sentarnos al lado de Ángel, siempre queríamos que estuviera cerca, para disfrutar de sus anécdotas, de sus historias, de sus ocurrencias, de su ingenio.
En la época en la que Jardín Club, al que todo el mundo llamaba simplemente La Verbena, era el punto de cita de muchos vecinos, veraneantes y visitantes de otros lugares, por su extraordinario ambiente, Ángel era en buena medida el alma de muchos buenos ratos que áún hoy tanta gente recuerda.
Por donde pasó, dejó su estela de personas que le apreciaban. Muchos compañeros de Cruz Roja habrán notado que los días no son lo mismo sin Ángel. Seguro que en este año que en marzo se cumplió desde su inesperada muerte, habrán echado de menos su buen hacer en el trabajo, pero también su simpatía y el afecto con el que trataba a los demás.
Porque además, Ángel siempre estaba ahí cuando necesitabas cualquier cosa, ayudando, compartiendo con su presencia lo que hiciera falta o echando un cable. Sin contrapartidas. Tendiendo la mano sin apenas preguntar.
Aquí está en la foto, en la boda de mi hermano Juan, contándole algo a Marisol, mientras un servidor aprieta los dientes acordándose de la madre del capullo que inventó los chaqués.
De pequeños siempre queríamos que Ángel estuviese cerca. De mayores, también nos hubiera gustado.
(Más sobre Ángel en: Ha muerto Ángel Galán, por Juan de Pablo Ayuso, en El Mirador de la Sierra, marzo 2007 )
Un año sin Ángel
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1 comentarios:
Pues el gesto sí es de qué asco de vida, pero el chaqué no te queda mal ;-)
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