Sentirse como un famoso


No hace mucho una joven periodista comentaba en su blog que había tenido una curiosa sensación, porque la habían reconocido y le habían felicitado por un reportaje y se había sentido por un rato como si fuera famosa.

Para la gente que no somos conocidos, estas situaciones -que las celebridades deben de vivir cotidianamente y para nosotros son excepcionales- implican, efectivamente, una sensación muy extraña. Pero a veces pasa. Doy fe.

(Ahora bien, algún día hablaré también de lo que supone tener un hermano o una hermana más popular que tú en ciertos ámbitos. En Ávila yo digo que mi hermana debería ir por la calle en un Papa-móvil saludando con la mano a través de los cristales, para no tener que ir parándose cada dos minutos. Es un tostón ir con ella. Y es un castiguito que, hasta en tus propias actividades políticas o jurídicas, en vez de conocerte por ti mismo te pregunten: “tú eres el hermano de Tere Galán, ¿verdad?”).

Cuando, en mi época universitaria, yo participaba en activismo estudiantil y, por tanto, intervenía en actos, asambleas, alguna vez fui entrevistado en prensa, etc., en algunas ocasiones me vi muy sorprendido cuando de repente, en Madrid –me pasó dos o tres veces- me paraba un joven por la calle y me preguntaba:

- Tú eres Carlos Galán, ¿no?

En política, igual. Mi actividad se desarrollaba a través de un micropartido prácticamente sin notoriedad pero, como intervenía en mítines, salía en algún spot electoral y cosas así, pues alguna vez, ocasionalmente, había alguien que me reconocía por la calle y me saludaba.

A raíz de coordinar en 2003 la labor del Ayuntamiento en la primera votación por Internet celebrada en España, que tuvo lugar en El Hoyo de Pinares, salí en muchos medios y se repitieron también situaciones así.


También pasó cuando presenté al jugador de fútbol Roberto Carlos el día que pronunció el pregón de fiestas del año 2000 en mi pueblo.

Ahora Internet multiplica estas posibilidades de que alguien casualmente te conozca. Hace poco me ocurrió en un funeral en Madrid. A la salida me saludó un joven por mi nombre y pasé mi típico mal rato de “qué desastre soy, por qué tendré tan poca memoria visual, que yo no le conozco y me saluda amablemente…”, hasta que él mismo me aclaró que sólo me conocía por las fotos que había visto en Internet y que leía mis artículos. Mis primos alucinaban viéndome hablar animadamente con uno de su barrio.

Sin embargo, mi récord de sorpresa en esto sucedió en una cafetería madrileña. Estaba tomando algo con unos amigos y observé que andaba por allí un diputado del Partido Popular en el parlamento vasco. Es sabido que no tengo afinidad política con el PP, pero todos los que dan la cara en Euskadi -en medio de la imposición asfixiante del nacionalismo obligatorio y de la dictadura cotidiana de los matones- sean del PP, del PSE-EE o de lo que sea, me merecen un especial respeto, porque al final están defendiendo, a un alto precio personal, libertades básicas de todos. En concreto, este parlamentario autonómico ha sido objeto de numerosas amenazas de ETA y ha sufrido acciones propias del más puro estilo nazi. Así que pensé que le iba a saludar al salir, con alguna palabra de ánimo. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando veo que él pasa varias veces por delante de la barra mirándome y al final se decide, se acerca directamente a mí ¡¡y me conocía!! Yo puse los ojos como platos y no disimulé mi absoluta perplejidad. Y él me confirmó que me leía "con interés". Estuvimos charlando un rato y nos hicimos una foto de grupo que, por prudencia y para no complicarle, no voy a utilizar.

Pero, con diferencia, la vez que más sensación de famoso ocasional he tenido fue cuando intervine hace casi seis años en un programa de Telemadrid que presentaba Juan Ramón Lucas. En su área de influencia, superamos aquella noche en audiencia a Sardá y sus Crónicas Marcianas, algo que en aquel entonces era todo un logro.

Los días siguientes, la gente me conocía hasta en el metro. Todo el mundo me había visto, hasta los que yo hubiera querido que no: el juez del juicio al que asistía como letrado, el empleado de la notaría donde iba a firmar una escritura, varios de mis clientes…

El fin de semana siguiente fui a un pueblo de Ávila –donde parece ser que llegaban las emisiones de Telemadrid-, invitado por el joven alcalde a asistir a las fiestas de esa localidad. Y resultó que todo el mundo parecía haber visto el programa y nos reconocía por la calle (venía conmigo otra persona que también había participado en el mismo). Hasta la Reina de las Fiestas y sus damas de honor le dijeron al alcalde que si podían hacerse una foto “con el de la tele”, momento que yo aproveché para intentar flirtear –por supuesto sin éxito- con la miss del pueblo en cuestión, mientras mis acompañantes me llamaban infanticida los muy capullos.

Terminé totalmente sorprendido esos días por la influencia que tiene la caja tonta. Y por la memoria visual de la gente, porque yo veo hoy un debate en la tele y mañana me encuentro en el metro a uno de los que han debatido y, salvo que sea alguien muy famoso, por ahí andará que le reconozca. Y aunque le reconociera no creo que me acercase a decirle nada.

Todavía al año siguiente estaba yo un día en los toros en mi pueblo y se me quedó mirando uno de la cuadrilla antes de iniciar el paseíllo. Al cabo de un momento me dijo:

-Usté salió en la tele el año pasao…
- –me reí
- Me gustó musho como habló usté.
- Bueno, muchas gracias, hombre.

Para flipar, sí.

La explicación está en que, justamente antes de nuestro debate, habían emitido un reportaje de cámara oculta sobre las irregularidades en los festejos taurinos en los pueblos de Madrid y supongo que este hombre lo vería al referirse a su gremio y se engancharía luego al siguiente bloque. Pero me sigue resultando curioso que un año después me recordase.

Sorpréndanse: el debate de Juan Ramón Lucas iba ¡¡sobre caravanas de mujeres!! Los que no me conozcan personalmente, no sean de mi pueblo y no vieran aquel programa, se preguntarán qué rayos hacía yo en semejante embolado… No había participado en ninguna buscando novia, ya lo anticipo. Ya les contaré en otra ocasión cuál era mi papel en todo aquello. Y prometo que un día cuelgo en el Youtube mi intervención en esa polémica y les aviso para que puedan echar unas risas.

Y lo más divertido es cuando creen que me conocen pero realmente no me conocen. Me explico. Hubo una temporada (esto no sé si debería contarlo, porque es una época felizmente superada y puedo reabrir yo solo el cachondeito) en que Pío Cabanillas era ministro portavoz del gobierno y yo llevaba gafas como él y llevábamos de forma similar el pelo largo y la gente me decía calumniosamente que teníamos cierto parecido... De hecho, en un curso que impartí para funcionarios en un Ayuntamiento madrileño, el último día mis alumnos me confesaron que entre ellos siempre me llamaban Pío, los muy mamones. Esto lo dijeron ya una vez aprobados, claro, mientras tomaba con ellos unas cañas después del curso.

Pues iba yo por la calle Orense hablando por el móvil y un hincha de un equipo que ese día jugaba algún partido internacional con el Real Madrid se quedó parado mirándome, con su bufanda y todo, y al cabo de un momento me espetó con acento guiri:

-¿Usted es Pío Cabanillas?

No me sorprendí de que me confundieran con él. Ya me había pasado. Lo que me alucinó fue que un inglés, alemán o lo que fuera supiera quién diablos era Pío Cabanillas. Exceptuando a Angela Merkel, ¿ustedes conocen el nombre -no digamos nada el rostro- de algún integrante del gobierno alemán? Y salvo Gordon Brown, prueben a recordar un nombre o una cara del gobierno británico... Pues eso. Que un extranjero conociera en esa época a Aznar tiene un pase, pero a Pío Cabanillas es para nota...

De acuerdo, la explicación seguramente es que, aunque fuera extranjero y estuviera ejerciendo de hincha de su equipo, que ese día venía a Madrid, quizá vivía en España habitualmente y por eso era conocedor de la política española hasta el nivel de Cabanillas. Pero eso no me evitó a mí la sorpresa de una situación tan surrealista como aquella.
(Fotografía de arriba: Fernando Burguillo. Soy yo, ejerciendo de camarero en Nueva York, en abril de 2004, preguntándole a Barbra Streisand qué va a tomar... Lástima que fuera la cafetería del Museo Madame Tussaud y que la Streisand fuera de cera. Está muy bien hecha la figura, ¿verdad?.. De las fotos de abajo la mía la hizo Víctor Martín y la de Pío ni la menor idea).

6 comentarios:

TortugaBoba dijo...

Yo tengo un amigo que tiene un fotolog ¡¡y lo reconocen por la calle!! Es prácticamente un "egolog" y pone muchísimas fotos suyas, pero yo soy muy despistada para estas cosas. Creo que por muy famoso que fuese alguien no lo reconocería: en las fotos no siempre se ve bien a la persona, la tele engorda...
En fin, que me haré una idea de ti Carlos como si fueses Pío, jajjajaja
Un besoooooooo

Anónimo dijo...

Mi memoria visual en un auténtico desastre (en los test del cole ya me lo decían) y puedo no conocer a alguien con el que haya estado el día anterior como lo vea en otro contexto. Y encima las chicas os recogéis el pelo, os lo soltáis, os lo teñís, os lo rizáis, os maquilláis más o menos, os ponéis gafas de sol... qué difícil, ufff.
Yo ejerzo de profe en el Campus Virtual de una Universidad y todos tenemos una foto que aparece en nuestros mensajes, en nuestro perfil y todo eso. Pues cuando luego coincidimos en los exámenes finales presenciales, yo creo que ninguno nos parecemos a nuestra foto, no nos reconocemos.
Y no me imagines como Pío, andaaaaaa, que ya no nos parecemos y ya no llevo gafas. Antes de esa etapa en la que todos me encontraban parecido con Pío, de más joven tuve una época en la que se suponía que me parecía a José Mari Bakero (un jugador de fútbol), porque me lo decían los niños de mi pueblo y también me lo dijeron varios adultos una vez en Santander.
Y luego está lo de los dobles. Debo de tener un doble por ahí suelto que va haciendo cosas que yo no he hecho, porque hay gente que cree verme en los sitios más insospechados.

maria gemma dijo...

Se lo que es... me ha pasado... e incluso al igual que tu, debo tener una gemela por la zona... me lo han comentado varias veces... llegando a decirme que te pasaba... pase te salude e hiciste como si no me conocieras...

Es divertido, pero a la vez angustia un poco... porque de entrada te sientes mal por no reconocer a la persona que te saluda...

Anónimo dijo...

Tenemos un riesgo, María Gemma :-). Esperemos que a nuestros dobles no les dé por hacer nada malo...

Samantha Keyela dijo...

Durante un tiempo participé en una tertulia femenina semanal en directo, en la televisión comarcal, que aquí por cierto tiene muchísima audiencia. Como no tengo tele, no me preocupaba ni la pinta que tenía ni lo que decía o dejaba de decir, así que lo pasaba chachi. Pero al poco tiempo, los sábados -en que toda la comarca viene a comprar a la capital-empecé a notar que cada vez se me quedaba mirando más gente, y luego ya empezaron a abordarme los más atrevidos y a hacerme comentarios, y los conocidos y comerciantes no digamos...La verdad es que era incómodo,pero de todo eso han quedado muchos cruces de saludos y sonrisas que aún duran, así que lo doy por bueno.

Carlos J. Galán dijo...

Cuando no se hace muy pesado, puede ser hasta divertido, Samantha. Para nosotros como es ocasional, pues es una experiencia simpática. Supongo que para el que lo vive día a día debe de ser un tostón. De mi experiencia, por ejemplo, a mí no me gustó cuando se mezcló con lo profesional y mis clientes habían visto el programa y, sin embargo, sí lo pasé muy bien en el pueblo ese que fuimos de fiesta y todo el mundo nos conocía y nos trataba como si fuéramos famosos.