Nunca entiendo a esas personas que te dicen que cuando se jubilen no sabrán qué hacer con su vida. No las entiendo siempre que se cumplan dos condiciones: a) que estén bien de salud; b) que tengan una pensión de cierta cuantía. Si están física -o psíquicamente- mal y eso les limita para realizar determinadas actividades, puedo comprenderles un poquito. O si les queda, por ejemplo, la fantástica pensión mínima de la Seguridad Social, de 658,75 € mensuales, me extraña bastante menos que no sepan qué hacer, porque como salgan un día a un parque a pasear y compren una bolsa de pipas y un refresco ya llevan desequilibrado el presupuesto del mes. Pero me indigna cuando el que me lo dice está en forma y tiene una pensión de 1.500 €, 1.800 €, o cuantías incluso superiores (a alguno de 3.000 € mensuales se lo he llegado a oír, que me llevaban los demonios).
Pienso en la cantidad de actividades de ocio que puedo uno desarrollar: leer el periódico o un buen libro, escribir (relatos, poesía, un blog...), pasear, ir al cine, ir al teatro, alquilar una peli en un videoclub y verla en casa, ir a conciertos de todo tipo de música, salir a comer o cenar, salir al aperitivo, al café o a tomar una copa... Pienso en la cantidad de aficiones en las que uno puede iniciarse: montar en bici moderadamente, hacer piraguismo en aguas mansas, hacer cursillos de fotografía y luego poner en práctica lo aprendido, apuntarse a un taller literario -o de pintura o de lo que a cada cual le llame-, darse a la micología en temporada, apuntarse a catas de vino, inscribirse en cursos de cocina y ensayar en casa sorprendiendo a la familia y amigos... en fin, mil cosas, incluso hacerse adicto a la filatelia y pasearse por los puestos de la Plaza Mayor, a cada uno por lo que le dé. Esto, sin contar con que hay posibilidad de realizar actividades no lucrativas, de voluntariado, de aportar experiencias a otras personas, de colaborar con ONG... Pero, sobre todo, teniendo unos ingresos altos o incluso medios, a mí me daría por viajar todo lo que pudiera en fechas raras, lo que reduce notablemente el coste, sin tener que hacerlo en temporada alta (verano, semana santa, navidad, puentes...).
El otro día, Eduardo me hablaba de La India y de Egipto. Hace poco, Renatta me animaba a ir Venezuela y me sugería también México. Hoy Marisol me contaba su viaje a Sudáfrica... Sin tanto exotismo, en las últimas semanas otras personas me han hecho comentarios de sus viajes a Londres, a Berlín, a Bruselas, a Estambul... ciudades que aún no conozco. Pero es que, además, a nuestro alrededor, sin salir de España, hay mil sitios preciosos e interesantes. E incluso sin salir de tu provincia, hay, con absoluta seguridad, localidades con encanto que visitar un fin de semana con escaso presupuesto. Por mucho que viva, no me dará tiempo a ir a todos los destinos que me gustaría. Y por eso me sorprende que alguien que tiene tiempo, salud y capacidad económica no sepa qué hacer.
Y hoy se me ha ocurrido una solución, que propongo desde aquí al Gobierno con ánimo colaborador. De nada, Corbacho.
Un tipo que en tales circunstancias piensa eso, que si se jubila le va a faltar algo y se va a aburrir, efectivamente se merece trabajar de por vida. Así que en ese caso, que el Estado le premie manteniéndole en activo hasta que se muera y así le haga plenamente feliz. ¿Usted no sabe qué hacer cuando se jubile? Pues nada, no se jubile y tan contentos todos. Esto que lo revistan con una medalla al mérito en el trabajo y una palmada en la espalda -en horas no laborables, para que el susodicho no pierda tiempo-. Que siga ahí yendo al trabajo y cotizando sine die y no nos dé la murga a los demás diciendo que se aburre sin trabajar.
Y paralelamente, que su jubilación la sorteen entre gente que esté en plena edad laboral, gente que tenga -por poner un ejemplo al azar, ustedes ya me entienden- 42 años y a quienes no les importe jubilarse ya. Y al que le toque, pues se podría jubilar con esa edad y percibir la pensión no consumida por el tipo adicto al trabajo. Él cotiza por mí y yo cobro la pensión por él. Él sigue trabajando y yo dejo de trabajar... A mí mañana me llaman del Ministerio de Trabajo y me dicen que me ha tocado la jubilación de uno de estos personajes, que me dan sus 1.500 € mensuales vitalicios y que no tengo ya que ir al despacho y me hacen también feliz.
Es una buena medida, porque hace afortunadas a dos personas. Al adicto al trabajo, que seguirá dedicándose de por vida a lo que le gusta, sin tiempo para no saber qué hacer. Y a mí, por ejemplo, que empezaría a dar buen uso a una pensión y a un tiempo que él no sabe cómo emplear.
Sí, ya sé, tiene un flanco débil esta medida: la diferencia de esperanza de vida, o sea, que el tipo adicto al trabajo se supone que normalmente tendrá, por edad, menos años para seguir trabajando y cotizando que el premiado para seguir cobrando la pensión de jubilación. Vale, aun así podríamos planteárnosla si no es muy grande el número de personas que no saben qué hacer con su vida cuando no trabajan, nos incrementaría poco el presupuesto. Ahora bien, si es una epidemia y tales adictos abundan, tendré que darle otra vueltecita a la propuesta. Por soñar, que no quede. Y por intentar solucionarle la vida a este tipo de gente y que no sufra... Porque lo peor es que, encima, nos lo cuentan.
(Fotografía: Hamaca con Nacho, de Burtonez, de la galería Creative Commons de Flickr).
7 comentarios:
Vaya que llevas razón. Y encima a ellos con el inserso todo le cuesta la mitad. Menudo chollazo con los viajes que se pegan por 4 duros y nosotros rompiendonos los cuernos para ganar un misero sueldo que se nos va en pagar una hipoteca cada vez más cara y poder sobrevivir en esta jungla de estafadores a diestro y siniestro.
Yo me apunto, que los dejen trabajando y ese dinero que nos lo den a los que realmente le podemos dar utilidad.
Pues sí, Pegasa. Mi madre, que en esto es de mi forma de pensar, cuando cerró su tienda se indignaba con la gente que le decía "te vas a aburrir" y cosas así. Se ha apuntado a lo de los viajes del Imserso para desplazamientos nacionales tipo playita y al Club de los Sesenta de la Junta de Castilla y León para los viajes internacionales. Cuando me dice los precios de los viajes, yo digo que por qué no harán un "Club de los Cuarenta" estos de la Junta. Y, con diferencia, ha recorrido más mundo en estos últimos tres o cuatro años que en los sesenta y tantos anteriores. Con una pensión más bien modesta. Y muy bien que hace, me parece a mí. Desde luego, yo la animo.
Aclaro, eso sí, que en el post no pretendo criticar a los jubilados y mucho menos a los que no tienen recursos para hacer lo que les gustaría. Me refiero a los adictos al trabajo, a los poco imaginativos, a los que pueden hacer cosas y no saben qué cosas hacer. Y en realidad tampoco les critico: sólo les intento hacer felices proponiéndoles que sigan trabajando y me pasen a mí su pensión y su tiempo libre.
Vale, sí, reconozco que el post está escrito bajo el síndrome posvacacional. Mi cuerpo ha regresado al trabajo y mi mente no le ha acompañado. Un caos. Hice caso totalmente a una amiga que me dijo que el lunes entrase al despacho con el pie derecho y sonriendo. Pero ni por esas.
carlos vuelve, que se te ha ido la olla.venga empieza por no hacer nada este domingo, con eso me conformo.
No, Artorius, el domingo sí haré algo pero que no será de curro. Estamos en la fase de buenos propósitos de después de vacaciones.
Carlos,
ya puestos, ¿por qué no un club de los treintañeros-con-hijos-pequeños-asfixiados-por-la-hipoteca?
Ay, ay, ay...
Muchas gracias por pasar por mi blog.
Besos,
S.
Me ha encantado lo de "el Club de los Cuarenta". Hoy en día, cuando la gente se jubila, con una pensión irrisoria, tiene posibilidades de viajar y de hacer mil cosas que no necesitan de gran presupuesto. Lo que es una putada es que haya que esperar hasta esa edad o ser universitario para tener esas ventajas.
Los adictos al trabajo nunca se jubilan. Se quejan (que eso es lo que nos molesta, nos gustaría hacerle un planning en 2 minutos), pero es algo superior a ellos. De hecho, yo creo que las personas que están todo el día en la oficina o en el sitio que sea trabajando (que parece que van a heredar el negocio, y van a ser lo más ricos del cementerio), utilizan el trabajo para evadirse de muchas cosas. El verse de repente sin esa válvula de escape, que les hace sentirse hasta reconocidos en por lo menos un ámbito de sus vidas, los desconcierta y les da pavor. Por eso empiezan a quejarse con antelación. Van dando la voz de alarma: ayudaaa, que voy a tener que estar a solas con mi familiaaa, ayudaaa, que no he hecho otra cosa en mi vida que trabajarrr, ¿qué otra cosa sería capaz de hacer bien?? Es por ello que los que más se quejan son los más adinerados. Sólo saben hacer eso. Dinero. No vivir la vida de otra manera.
¡Beso!
Toda la razón también, Sara. Por cierto, que sepas que tú no entras en el sorteo de la jubilación del adicto al trabajo por dos motivos: uno, porque sospecho que te gusta lo que haces; y dos, porque si te jubilamos los espectadores de Canal Extremadura seguro que nos protestarían por privarles de su presentadora favorita, así que excluyéndote a ti más posibilidades de que nos toque la jubilación anticipada a nosotros. Gracias por pasarte por aquí, un honor. Besos.
Tortuguita, es verdad que incluso con una pensión pequeña se pueden hacer algunas cosas. Y seguro, los que se quejan en esos términos es porque no tienen vida propia más allá del curro. A mí la lista de cosas que se pueden hacer me crece cada vez que vuelvo sobre el tema, podría llegar a ser interminable. Lo de esta gente a veces puede ser afán de acumular dinero, pero no necesariamente. Yo creo que es más adición al trabajo y, eso, falta de espacios personales ajenos a lo laboral. Un besote.
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