Y un año sin Isabel

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Esa cruel primavera de 2007 no sólo se llevó a Ángel.

En la foto de cabecera de este blog verán una rosa roja, ya seca. Es un recuerdo a Isabel Marín. Una tarde triste de abril, la robé de uno de los ramos que había sobre su tumba y desde entonces está en mi casa, junto a la vieja máquina de escribir, recordando cada día a la amiga que se fue.

Porque Isabel empezó siendo la hermana del amigo, pero luego fue amiga.

Desde aquellos tiempos inolvidables de su casa en Carabanchel, que era un poco de todos, hasta el final, en medio siempre Isabel. Como ha escrito sobre ella Pedro Alonso en su libro El Silencio de la Tierra, “tu luz nos iluminó a todos los que tuvimos la suerte de compartir el camino a tu lado”.

Isabel o la ternura, la inteligencia, la sensibilidad, los despistes (yo creía ser la persona más despistada del planeta hasta que la conocí a ella), la pasión por la lectura, por el arte, los pinchos (“en esta casa se podrá comer luego o no, pero el pincho de antes no puede faltar”), los vinos, sus tradicionales cocidos que nos reunían de vez en cuando, las tertulias sobre política, sobre literatura, sobre viajes, las risas compartidas, las ilusiones, la amistad...


Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

Y una historia de amor de ésas que uno observa con admiración, la de Juanjo e Isabel. De ésas que son resultado de tener la fortuna de encontrar a la persona, pero también de saber ir construyendo y alimentando la relación y la complicidad día a día.

Todavía a Isabel no le habían diagnosticado su enfermedad. Estábamos sentados en una terraza y hablábamos, no sé a cuento de qué, sobre objetivos en la vida. Y Juanjo dijo, con esa sencillez que tiene a veces la verdad:

- Pues en mi caso, por ejemplo, uno de los objetivos de mi vida es hacer feliz a Isabel.

Bromeamos con ella:

- Bueeeenoooo, no te quejarás...
- Vaya declaración que me acaba de hacer aquí mi colega -dijo sonriente y complacida.

Sabíamos que eso que Juanjo decía con absoluta naturalidad, era totalmente sincero.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría…

Y, como dice Mario, tocó tirar adelante. Aprender a vivir con las ausencias, caminar con estas heridas en el alma.

En la última visita a su casa, en la fase final de su enfermedad, tras el beso de una despedida que presentíamos podía ser definitiva, mi hermana le dijo a Isabel mientras yo caminaba hacia la puerta:

-¿Estarás contenta de que ha venido hoy a verte tu niño?
- Claro, es que es mi niño.


Me giré y me regaló esa última mirada, dolorida y cariñosa. Esa mirada que ya nunca se olvida.


Las citas pertenecen al poema Palabras para Julia, de José Agustín Goytisolo.

(Fotografía del autor) .

5 comentarios:

Anónimo dijo...

De lo que mas he aprendido en mi vida es del dolor y el amor.Creo que en ambos casos se desgaja algo de tu ser que ya pertenece al otro y a ti para siempre, tomando otra naturaleza.

Anónimo dijo...

Que Dios la tenga consigo y, con ella, a quienes la queréis.

Anónimo dijo...

cuanto siento lo que sientes amigo

Anónimo dijo...

Yo tuve la suerte de conocerla y de estar esa noche de la sincera declaración de Juanjo. Y cómo nos reímos todos esa noche. Ella era quién nos reunía con sus comidas y cenas multitudinarias, con aperitivo previo incluido. Y que no faltara su vino blanco frío, muy frío.

Yo conocí a LOS PÉREZ, a todos, en un viaje divertido y sin maletas. Desde entonces hemos compartido mucho bueno y malo pero Isa siempre estaba animada y con estupendo humor. Y cuando ella decaía, que también tenía sus momentos, pues yo la jaleaba y lo relativizaba. Para mi era mi hermana mayor, mi cómplice y mi guía.

El principio del fin comenzó, como no podía ser de otra manera, en un largo y lejano viaje en el que yo le regañaba porque se comía la lechuga de las hamburguesas - comida que considerábamos decente y comible en ese país - y que yo calificaba como nociva por su mal lavado y origen de todos sus males. Desde entonces la lechuga tradicional ha salido de mi dieta y cada vez que la veo me acuerdo de ella; y qué decir de sus regalos que andan repartidos por todos los cajones de mi casa. Y qué decir de las fotos, las fotos de mejores épocas y buenos tiempos que aún no he podido ver ni retomar.

Era una persona muy especial, divertida, imaginativa, inteligente, espléndida, generosa, tolerante, vital, inocente, despistada, valiente.... era mi amiga, me gustaba su manera de ver la vida y su ausencia me duele.

Carlos J. Galán dijo...

Gracias a los anónimos por sus palabras cercanas.
Y a Lubina Divina, pues qué te voy a decir, tú tuviste el privilegio de compartir una relación muy cercana con Isabel, que te quería mucho, y siempre tendremos ya ese tremendo vacío que deja una persona como ella.